Geografía.

 

 

 

Cuando por fin me dejan solo, agarro el gancho de la lumbre apagada, levanto las tres arandelas y comienzo a interrogarle enrabietado:

¿Pero sabes tú dónde está Barquisimeto?

¿Y cómo es Antofagasta?

¿Y cómo se va hasta Guayaquil?

¿Y sabrás tú localizarme los paisajes de Catamarca, eh?

Y un inmenso etcétera golpea contra todos los elementos de la cocina, produciendo un eco misterioso y profundo.

Luego salgo al corral, me siento ante la mesa de madera que tantas veces ha soportado mis delirios e ilusiones, espero la voz chillona de los respectivos vendedores que se asoman a mi calle.

Y se me ocurre imaginar que Paco, Lidia, Enriqueta, Tomasa, Eugenio… se han transformado en Ascarza, Comas, Paluzíe, Pérez Pardo, Chico y Rello.... Mis autores de libros de geografía. Aquellos representan la geografía económica y humana de mi pueblo.

Ya sé que no tiene la misma importancia la geografía de mis recuerdos que ésa que estudia todos los países. Pero a escala menor, acaso no parezca muy diferente.

La cuestión consiste en ahondar en el respectivo subsuelo, allí donde se reduce el territorio de observación.

Bueno; pues estando en estas reflexiones, salto la tapia, atravieso la Plaza, cruzo aprisa el Puente, camino por el paseo de la Estación, subo en el “Chispa”. ¡Ya he llegado!

El Chispa es el nombre popular con el que se refieren al tren de dos o tres vagones, que te conduce a destino, pero a gran velocidad.

Total, que mañana comienzan las clases. Y ahora estoy dispuesto para bajar al comedor para cenar. Es mi primer día de estancia en el Centro.

Me asignan una mesa donde estamos entados cuatro chavales.

¿Tú de dónde vienes?

¿Cómo te llamas?

¿Cuántos años tienes?

¿Cuál es tu equipo favorito?

¿Cuáles son tus gustos y aficiones?

Claro, lo normal en estos casos, para empezar a conocernos.

Uno de los chicos, a mí me parece bajito y regordete, tiene dificultad en pronunciar el sonido Ere y lo hace como la D, más o menos. También aspira las Eses.

Me explica que en su pueblo llueve mucho, porque está a mil metros sobre el nivel del mar.

Luego elogia las cerezas del Jerte, el monasterio de Yuste, la Virgen de Guadalupe…

Canta en el coro desde hace dos años.

Y lo va a demostrar imitando un anuncio de actualidad:

 

“Mi papá ha comprado un piso en Moratalaz,

Y en toda la familia reina la felicidad.

Compre su piso en Moratalaz”

Yo, deseoso de saber más, le pregunto sobre este topónimo, y si él tiene familia en este barrio.

Y aún me entona otro reclamo:

 

 

“Mamita, dile a papá,

Que compre un piso en Moratalaz,

Que tiene cines, tiene colegios,

Y tiene sitios para jugar”

 

Ambos nos hemos caído muy bien; porque yo le he recitado de memoria los partidos judiciales de su provincia. Me los aprendí en un libro de Chico y Rello.

Veo que te gusta la Geografía

Y le recomiendo mis autores de libros que he leído hace poco.

Y eso que no somos ni paisanos ni tocayos.

Porque donde estamos tantos muchachos de procedencia tan diversa, las amistades suelen iniciarse por estas características.

Para memorizar los nombres de los compañeros, jugamos a averiguarlos con las iniciales.

Por ejemplo: A. B. C. Y el interpelado responde: Antonio Barrios Conde.

Hemos acabado de cenar. Se me ha hecho muy corto el tiempo y, la verdad, no sé si he comido todo lo que me han puesto en el plato.

Nos levantamos, colocamos las sillas debajo de las mesas para no tropezar, nos dirigimos a los dormitorios.

Ya he entablado amistad con un veterano. Me puede enseñar las dependencias. Me puede informar acerca del funcionamiento del centro.

Días después, me muestra su pupitre en el aula diez.

Y me entrega un librito confeccionado a mano.

Está formado por una docena de cuadernillos de tres pliegos de papel braille cada uno, cosidos con hilo de bramante.

Toma; es para ti. Me pregunto el motivo y si es que me lo deja. Me responde que es para mí, para siempre. Lo acepto; lo conservaré con cariño.

Me cuenta que mantiene correspondencia con amigos del extranjero.

Recibe dos revistas editadas en América: “Potomac”, que la recibe de Estados Unidos, “Potosí”, que se la envían de Uruguay.

¿Te sabes todos los países de América del Sur?

Trato de decirlos de carrerilla, pero no me salen todos. Entonces me enseña un truco: Archivopacobra, Peuevegua. Apréndetelo así.

Bueno, pues estas revistas son trimestrales. Aquí he encontrado la información que he copiado en estos cuadernillos, y que seguro te va a emocionar.

¡Qué bien me suenan tantos nombres de departamentos, Estados, Capitales!

¡Qué combinaciones de letras tan hermosas aparecen en las líneas de cada una de sus páginas!

¡No es solamente un libro, es para mí un auténtico tesoro!

Me recreo en pronunciar topónimos para mí inconcebibles.

Arracimo los que me son tan próximos y los voy cotejando con todos estos.

Y los voy grabando en mi mente, con todos sus puntos, con todas sus letras, con todas sus sílabas; muchos de ellos muy extensos, incluso difíciles de pronunciar.

Los voy situando pormenorizadamente en el mapa que he aprendido, en el mapa físico, con el relieve y los ríos, en el mapa político, aproximándolos a los países que me son más familiares.

Luego les voy adaptando al contorno de mis calles, mi barrio, denominando así a las distintas zonas de manzanas de casas.

Es mi geografía, la que me apetece estudiar ahora.

¡Cuánto se lo agradezco a este amigo!

¡Cuánto tiempo habrá dedicado a escribir este libro tan interesante, y que ahora me regala!

Pero claro; alguien me despierta del ensueño. Oigo la moto y el silbato del cartero.

¡Este sí que sabe de geografía!, de la geografía vecinal, tan cercana, tan íntima.

Presiento tormenta; no hace sol y hay mucha humedad.

Voy a cobijarme en casa antes de que llegue el chaparrón.

Paso a la cocina y hago un último intento.

Abro la portezuela del hoyo de la ceniza.

Introduzco ambas manos en aquel polvo sucio y amontonado.

¡Nada; ya debo desistir!

 

Autor: Antonio Martín Figueroa. Zaragoza, España.

samarobriva52@gmail.com

 

 

 

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