En este país las cosas
andaban como la mona, la situación económica era un desastre y yo era parte de
sus consecuencias, encima recién salía de la unidad penitenciaria de Ezeiza, gracias
a una reducción de pena que me había dado el juez.
Venía pasándola medio jodido, sin
lograr laburo y afligido por vivir a costas de
- ¿Conseguiste alguna changa, algo?,
¿hoy tuviste más suerte? ¿Cuándo vas a trabajar?
¡Era algo insoportable! Sentía muy
injusta esa tortura, porque a pesar de mis sanas intenciones, nadie quería
emplear a un tipo con antecedentes penales. ¡La puta madre! El único que me dio
la posibilidad era el malandrín “Peruca”, el peruano Fernando, proponiendo que
fuera a buscarle un chanchullo a Bolivia, pero si la poli me enganchaba de
nuevo me zampaban unos veinte años de tumbera. Así que de esa me borré
negándome, y el guacho del Peruca me respondió:
- Mirá flaco, si preferís seguir
viviendo a la pobre costurera, es problema tuyo.
El hijo de puta no tenía ni idea cómo
era la cosa, sin haber entrado nunca a la gayola. Para mí fueron cinco años en
cafuga y cuando pensaba en ellos parecía que no había hecho otra cosa en toda
mi vida desde pendejo, sino estar encerrado en la cárcel, ¡la puta madre! Y me
negué rotundamente. Así fue que el peruca me verdugueó humillándome frente a
dos narcos comemierdas. Pero yo no soy ningún boludo ni ahí, loco, ¡yo nací en
Buenos Aires y soy más porteño que el obelisco! ¿Qué se piensa este cagador?
¡Soy de lo más mejor que hay!
Días después, para mal de mis pecados,
cuando
Una vez más salí a buscar laburo
aceptando lo que viniera, haiga lo que haiga sin obstáculos, aunque no era nada
fácil. Fui a los mercados, me acerqué a los bancos de sangre y por los tatuajes
me rajaron, en el banco de esperma cuando dije que había estado preso, me
pusieron cara de asco y un patadón, averigüé en esos lugares que siempre te dan
un mango para levantar algo, fui a obras en construcciones, anduve durante
varios días de puerta en puerta ofreciéndome para limpieza o changarín, de
verdulero o lo que se cuadrara. Para mi desgracia todo el mundo andaba
desconfiando pidiendo referencias, y como referencias sólo tenía las del
director de aquel penal de mierda.
El panorama era negro y yo parecía
estar meado por los perros, perdiendo la cabeza hasta pensar en
Volver a chorear, cuando sin querer, me
encontré con un amigote que había sido un patovica conmigo en un cabarute de
Mar del Plata años atrás. Me comentó que conocía a un bolichero que andaba
necesitando a un tipo gorila, enérgico y decidido como yo. No le mencioné nada
de que había estado en la cárcel, solo que había vivido changueando en la costa
y ahora estaba de vuelta.
- Si te parece, -me propuso él- voy a
llevarte para allí ahora mismo a ver qué pasa.
Acepté al toque y salimos. Cuando
llegamos al boliche bailable mi compa me presentó al dueño, quien de entrada me
preguntó:
- Veamos… ¿Vos trabajaste en esto
alguna vez?
- Sí, seguro. -le respondí.
- Decime ¿Conocés gente de la policía?
- Sí, sí, claro.
. Pero me callé la boca porque yo había
estado de un lado y ellos del otro. El dueño recalcó:
- Acá no quiero blanduras, quiero mano
dura, esta zona es muy brava. ¿Me entendés, no?
- ¡Justo lo que me encanta hacer!
Dejame a mí nomás, ¿cuándo puedo empezar?,
- ¡Hoy mismo! Pero acordate: maricas,
locos, negros y traficantes aquí no entran, ¿entendiste?
- Trato hecho. Más tarde vuelvo y me
hago cargo. -Le contesté y salí muy contento.
Fui corriendo hasta la villa a darle la
buena noticia a
¡Puta de mierda! -grité- Sentí un vacío
enorme por dentro, y Paola agregó:-
- Creo que está muy claro, con tu
jodido pasado nunca vas a encontrar trabajo, habiendo estado tanto
tiempo preso, y el Matildo es muy
bueno.
Siguió hablando bien del hombre
paraguayo que había encontrado, oí todo y no sé por qué, creo que por lástima a
-- ¡No, por favor! -respondió
apresuradamente- él tiene miedo, te tiene cagazo porque estuviste en la cárcel.
- ¿Miedo a mí?, que no joda. Lo que
debería tener es pena. Dame la dirección del tipo ese, quiero hablar con él.
Me fui hasta esa dirección, trabajaba
en una carpintería de muebles y cuando llegué allí estaba esperándome con otros
dos vagos tragavirutas más, noté que estaban asustados, con bastones de madera
cerca de la mano y yo le dije: mandá a tus amigos afuera, vine a conversar con
vos en paz. Los tipos salieron y él me contó que era una persona seria, que
pretendía casarse con una mujer honesta y trabajadora, siendo él también
honesto y trabajador, que le gustaba Paola y él a ella.
Fuimos hasta un bar de la esquina,
después de que le pidiera permiso al moishe Abraham. Nos tomamos una cerveza
mientras le recomendé el cuidado de
Y allí estaba yo con otro hijo de puta
más, al que yo debía de matar a golpes, pero lo que estaba haciendo en verdad
era entregarle a mi mujer, ¡la puta madre!
Volví a casa de
Anduve boludeando por la ciudad con el
bolso en mano, haciendo tiempo, y después me fui para el boliche. El dueño me
consiguió un traje oscuro, una corbata y me mandó que me quedara en la puerta
como un muñequito de torta. Al rato ya estaba allí recostado para no cansarme,
cuando llegó un mariconazo vestido de mujer, todo maquilladito, de peluca,
joyas de plástico, tetas postizas y todos los perifollos. Ahí nomás con acento
irónico y autoritario le advertí:
- Usted aquí no puede entrar. ¿Me
entendió señora?
Pegó un salto y me dijo con vos
maricona, algo indefinida:
- ¿Señora yo?, ¡No seas bestia,
pelotudo! -Dijo, torciendo la boca con total desprecio.
- Ah, ¿señorita? ¡Aquí nooo entra!,
¡olvídelo! -le dije, en tono de hombre malo.
- Escuchame Tarzán… ¿Sabés con quién
estás hablando?, -preguntó el maricón.
- No, no señora, no lo sé ni me
interesa un carajo. Pero aquí no entra.
Al parecer, en medio de esta discusión
algún buchón alcahuete fue a llamar al dueño, pues apareció en la puerta y
decididamente le habló al putazo:
- Disculpe usted, amiga Jeanet, el
portero es nuevo y no la reconoció, perdónelo por favor, tenga la bondad de
entrar, todo ha sido una pequeña equivocación de un infeliz.
Muy ceremonioso invitó a entrar al
maricón y lo fue acompañando hasta el interior del salón. ¡No lo podía creer!
¡La puta madre!
Después volvió con cara de pocos
amigos, y me gritó diciendo que yo le había impedido la entrada a un cliente
importante.
- Mirá viejo, para mí, un travesti es un
travesti, es un marica uniformado, y quien me mandó a impedirles entrar fuiste
vos mismo. ¿Y ahora qué?
- Pero Carajo, -dijo el dueño-, ¿en qué
lugar aprendiste el oficio? ¿Es que no sabés que existen invertidos en las
altas esferas y que no se les impide el paso?, Este es un distinguido juez
federal, muy allegado al gobierno, ¡y vos lo sacás a patadas! Mirá bien a ver
si usás un poco de inteligencia, no por ser patovica de un boliche tenés que
ser tan burro infeliz.
- ¡Pará, pará! Vamos a ver si lo entendí,
-le grité enculado, porque me había retobado, al patrón, mientras él me había
llamado burro infeliz- vamos a ver si entendí bien, yo impido pasar a todos los
travesaños, menos a aquéllos que son tus amiguitos, pero el problema es saber
quiénes son tus compinches, ¿no es así, viejo? Y finalmente, ¿por qué no dejás
entrar a todos y listo? O los mariquitas que no son importantes para vos ¿no
son hijos del mismo dios?, Acordate que los machos que les tienen tanta bronca
a los maricones, lo que tienen en realidad es miedo de pasarse a la vereda de
enfrente… ¡Por favor… viejo!
El dueño me miró con cara de orto y
medio asustado. Gruñó entre dientes: después hablamos.
Enseguida me avivé que el turro me iba
a echar al final de la jornada y me iba a quedar de nuevo en la calle de la
amargura. ¡La puta madre!
Al boliche siguió entrando gente, eso
era una mina de oro. Evidentemente el mundo estaba lleno de idiotas que se
tragaban cualquier porquería siempre que el precio fuera caro. Pero aquellos
tipos para cosechar esa guita, siempre tenían que estar pisando a alguien.
Aunque conmigo ya tenían aquí un jodido rebelde y encima a sus órdenes, Jajaja
Cuando debían ser como las tres,
adentro todas las mesas estaban ocupadas, con la pista llena de gente bailando
y la música estridente, un camarero llegó a la puerta para decirme:
El patrón te está llamando, quiere que
vayas adentro
El patrón no es un carajo, pensé, pero
fui tras el camarero. El dueño de la casa estaba en el bar y me dijo apuntando
a una de las mesas:
- Aquel vago se está portando mal,
¡echalo ya!
De lejos identifiqué al chabón, uno de
ésos que de vez en cuando le da por hacerse el macho indomable, pero que no
pasa de ser un baboso queriendo impresionar a las minas y allí estaba ella, la doncella
nocturna, agarrada al brazo del Superman de cartón, y él fingiendo la furia de
matón sanguinario, revoleando copas y tirando una que otra silla al suelo.
Me alegró la noche porque a esos tipos
casi siempre medio mamados, yo me los como crudos. Ya lo había hecho a un
montón en la época inicial de patovica. Basta agarrarlos de la ropa, ni hace
falta mucha fuerza, porque se acobardan al toque y van saliendo en seguida,
hablan alto, protestan, amenazan, pero no dan ningún trabajo, no son nada, se
garcan encima. Al día siguiente les cuentan a los amigos que cerraron el
boliche y que gracias a su compañera que lo frenó, no le rompió la cabeza al
patovica.
Entonces, mientras reaccionaba como un
justiciero, me acordé del dueño del boliche, quien en un rato me echaría a
patadas en el culo a la calle. ¡La puta madre!, Ya estaba muy cansado, podrido
de que siempre terminaran jodiéndome la vida, y de mi interior me pintó el
rebelde enculado. Vi que delante había una fina pagoda china, llena de brillos
raros y espejos, llamándome, lista para ser destrozada. ¿No iba a dejar pasar
tremenda oportunidad vengativa, eh? Entonces mirando con asco al macho
Superman, le dije como para que se irritara bien:
- ¿Estás nerviosito, marica?, ¡vos y tu
puta compañera se van rajando ya! ¡Vamos, vamos!
El idiota se arrugó y fue saliendo
mansamente. Pero mi suerte quería que me encontrara con tres tipos de su
amistad encarándome, ansiosos por hacerme cagar. Al toque le dije al más feo:
- ¿Qué me mirás, pedazo de boludo?,
¿querés llevarte un trompazo en la jeta?
Y apurando que se armara el quilombo le
metí una trompada en medio de los cuernos… pero se la pegué a la mujer que
estaba con ellos. ¡Ja! Ahí nomás explotó la pelea. De repente había un montón
de tipos peleando, hasta el negro que llevaba las sobras también daba y entraba
en el despelote. Volaba de todo en medio de un griterío. Adentro del boliche no
quedó ni una botella sana, la pagoda china hecha añicos, las lámparas se fueron
al carajo, la luz se cortó, fue un quilombo terrible que, cuando terminó, sólo
habían quedado en pie las paredes de hormigón. ¡Un desastre total!
Después que los policías intervinieron
actuando una pantomima como para hacerse ver nomás y se borraron, encaré al
dueño del boliche diciéndole:
- Ponete las pilas, viejo, vas a tener
que pagarme el hospital y el dentista también, creo que perdí tres dientes en
este quilombo, me reventé para defender tu boliche, merezco una guita de
gratificación que, pensándolo bien, la quiero ahora mismo, ¡ahora ya !
El dueño amargadísimo había entendido
que conmigo no se jodía. Estaba sentado, se levantó, fue a la caja, agarró un
fajo de guita y me lo dio. Yo sabía que igual no me alcanzaría para un carajo,
pero lo manoteé sin dudar. Cargué mi pagayo y me fui. ¡La puta madre!
Entré a patear sin rumbo determinado y
puteando bajito por la mala leche que me azotaba. Era un amanecer desierto. De
pronto pasó un auto con una pareja peleándose a bollos en su interior. De la
ventanilla voló una mochila, cayendo al pavimento. Me tenté... pero me contuve:
¿otra vez en cana? ¡No, hermano! El auto siguió avanzando a las trompadas por
dentro y en zigzag hasta estrellarse, a los pocos metros, con un árbol. Con la
buena intención de alcanzarla agarré la mochila que estaba pesadita, por lo cual
me picó la curiosidad, y dado que ellos ni se movieron del auto… reaccioné
espontáneamente y haciéndome el boludo, entré a correr en dirección contraria.
Me escondí en una obra y con mucha intriga abrí la mochila. En uno de los
compartimentos había tres paquetes con una sustancia blanca, y comencé a
temblar porque no hacía falta ser adivino. En el otro lado una bolsa oscura que
abrí con precaución… toqué y miré con asombro… ¡No podía creerlo! Eran fajos
verdes con miles y miles de dólares.
Aunque siempre había negado su
existencia, en ese momento acepté que Dios existía de verdad, apiadándose de
mí. Arrojé la mochila con aquella merca blanca a un pozo de desagüe, pues eso
quemaba, y manoteando la guita… total… ¿quién carajo podría reclamarla? me fui
directo a buscar a
© Edgardo González - Buenos Aires,
Argentina
“Cuando la pluma se agita en manos de
un escritor, siempre se remueve algún polvillo de su alma”.
Autor: Edgardo
González. Buenos Aires, Argentina.