Una historia de terror.
Guanajuato 1692.
El
microbús llegó a la hacienda donde un guía nos contaría una historia que, con
facilidad plasmada en un libro, podría pasar como novela de suspenso y terror,
pero no, la hacienda ahora museo, guarda una historia real donde la
inquisición, la nobleza y la ambición de un religioso escriben una página negra
en la ciudad de Guanajuato.
La hacienda se dedicaba
a los ensayos de análisis de minerales su calidad y valor monetario.
Su propietario el buen
Marqués José Vicente Manuel de Reyes, un hombre piadoso quien era el primero en
asistir a los afectados de inundaciones, pestes y otras calamidades que afectan
a los pobladores en forma periódica.
Para administrar
Con la misma” humildad”
que acepta el trabajo, luego de conocer las debilidades de los poderosos,
solicita el apoyo del Marqués para convertirse en Inquisidor y lo Logra.
Convence a su protector
para que le permita construir una pequeña cárcel para tener en forma temporal a
quienes atenten contra la moral pública.
Para lo que no pidió permiso,
fue para construir una sala de tortura al lado por lo que era un secreto bien
guardado.
Ingresé a las
instalaciones que aún están en pie, toqué los barrotes de la celda y al fondo estaban las cadenas que
sujetaban a los presidiarios que no eran torturados.
Como en la mayoría de
los museos, los objetos no se pueden tocar, el guía ingresó a la celda donde
ahora se encuentran los aparatos de tortura y brindaba su explicación.
Esta era la silla donde
el inquisidor ordenaba sentarse al interrogado, tenía clavos en el asiento y
respaldar, con un tuvo con clavos le mantenía la cabeza en alto y las manos
reposando en los brazos de madera de la silla con clavos también.
En otra sala, se representa un juicio, el escritorio del
inquisidor, quien escribía todo lo que respondiera y si se negaba a hacerlo,
los latigazos o quemaduras con hierros al rojo vivo los persuadían.
Otra tortura era el potro, un diseño que les sujetaba manos
y pies, si no respondían, unas poleas que cuelgan del techo, estiraban los
miembros superiores e inferiores hasta
En otra máquina de tortura, solo aparece un tornillo, se
colocaba a la persona contra el mismo, iniciaba a girarlo con una manivela para
que penetrara en la carne luego en la primera vértebra y muchos morían.
¿Y qué pasaba con los
muertos si era un lugar clandestino de tortura?
Colocaba el cuerpo en una mesa, lo cortaba en pedacitos, los
disponía en una olla grande, encendía un fuego los hervía hasta obtener un puño
pequeño de huesos que colocaba en un recipiente.
Debajo de la zona de tortura, había una cisterna grande
llena de agua era un recinto grande sin entrada ni escaleras por lo que verter
los huesos ahí, lo liberaba de las pruebas.
Unos cuantos fueron encontrados enterrados vivos dentro de
la hacienda.
Ahora bajamos por las escaleras construidas hace 18 años,
donde funcionaba la cisterna, es un espacio amplio como el sótano de una casa
grande con paredes de piedra.
En 1954, la familia Valenzuela adquiere la hacienda y tres
años más tarde, descubren dos losas bien disimuladas que sin duda (pensaban)
los conducirían a un gran tesoro.
En forma secreta, abrieron un boquete para dejar escapar el
agua y se introdujeron a la galera.
Ahí encuentran: huesos, instrumentos de trabajo como
básculas para pesar el metal y los aparatos de tortura pudriéndose por el agua.
Ah, encuentran un cuerpo entero que, con el tiempo, se llega
a pensar que perteneció al inquisidor, pero aún los científicos no logran
otorgarle una identidad.
El museo cuenta con más máquinas de tortura que no
pertenecen a la época que les narro por lo que dejamos la guillotina, jaulas,
ataúdes con clavos, cinturones de castidad de lado para contarles el epílogo de
la historia.
Los pobladores de Guanajuato cuentan a un sacerdote
franciscano acerca de sus sospechas en la hacienda del Marqués con el
inquisidor.
El cura inicia las investigaciones y el inquisidor lo
asesina.
El cuerpo fue encontrado de rodillas por lo que se cree que
lo mató mientras rezaba.
La gota que colmó el vaso, fue la acusación que el
inquisidor hizo a una joven lugareña, dijo que era hechicera y la llevó a la
hacienda donde quiso abusar de ella, pero se resistió.
El inquisidor se desespera y la mata.
Un miembro de la seguridad del marqués se entera y da cuenta
al amo de esta nueva muerte y otras de las cuales tenía conocimiento pero que
por temor las ocultaba.
El marqués toma su espada, mata al inquisidor destruye las
instalaciones de tortura, lanza los escombros y las máquinas de tortura a la
cisterna y coloca dos losas para sellar el foso y que nadie se entere de lo que
sucedía en su hacienda.
Autor:
Roberto Sancho Álvarez. San José, Costa Rica.