México a Ciegas 1.

Una historia de terror.

Guanajuato 1692.

El microbús llegó a la hacienda donde un guía nos contaría una historia que, con facilidad plasmada en un libro, podría pasar como novela de suspenso y terror, pero no, la hacienda ahora museo, guarda una historia real donde la inquisición, la nobleza y la ambición de un religioso escriben una página negra en la ciudad de Guanajuato.

La hacienda se dedicaba a los ensayos de análisis de minerales su calidad y valor monetario.

Su propietario el buen Marqués José Vicente Manuel de Reyes, un hombre piadoso quien era el primero en asistir a los afectados de inundaciones, pestes y otras calamidades que afectan a los pobladores en forma periódica.

Para administrar la Hacienda, contrata a Fernando Antonio de Viera, un español recién llegado de su patria directo al templo donde pasa la mayor parte del tiempo rezando y dándose golpes en el pecho.

Con la misma” humildad” que acepta el trabajo, luego de conocer las debilidades de los poderosos, solicita el apoyo del Marqués para convertirse en Inquisidor y lo Logra.

Convence a su protector para que le permita construir una pequeña cárcel para tener en forma temporal a quienes atenten contra la moral pública.

Para lo que no pidió permiso, fue para construir una sala de tortura al lado por lo que era un secreto bien guardado.

Ingresé a las instalaciones que aún están en pie, toqué los barrotes de la  celda y al fondo estaban las cadenas que sujetaban a los presidiarios que no eran torturados.

Como en la mayoría de los museos, los objetos no se pueden tocar, el guía ingresó a la celda donde ahora se encuentran los aparatos de tortura y brindaba su explicación.

Esta era la silla donde el inquisidor ordenaba sentarse al interrogado, tenía clavos en el asiento y respaldar, con un tuvo con clavos le mantenía la cabeza en alto y las manos reposando en los brazos de madera de la silla con clavos también.

En otra sala, se representa un juicio, el escritorio del inquisidor, quien escribía todo lo que respondiera y si se negaba a hacerlo, los latigazos o quemaduras con hierros al rojo vivo los persuadían.

Otra tortura era el potro, un diseño que les sujetaba manos y pies, si no respondían, unas poleas que cuelgan del techo, estiraban los miembros superiores e inferiores hasta 30 centímetros hasta romperse y la persona moría en forma lenta y dolorosa mientras se desangraba.

En otra máquina de tortura, solo aparece un tornillo, se colocaba a la persona contra el mismo, iniciaba a girarlo con una manivela para que penetrara en la carne luego en la primera vértebra y muchos morían.

¿Y qué pasaba con los muertos si era un lugar clandestino de tortura?

Colocaba el cuerpo en una mesa, lo cortaba en pedacitos, los disponía en una olla grande, encendía un fuego los hervía hasta obtener un puño pequeño de huesos que colocaba en un recipiente.

Debajo de la zona de tortura, había una cisterna grande llena de agua era un recinto grande sin entrada ni escaleras por lo que verter los huesos ahí, lo liberaba de las pruebas.

Unos cuantos fueron encontrados enterrados vivos dentro de la hacienda.

Ahora bajamos por las escaleras construidas hace 18 años, donde funcionaba la cisterna, es un espacio amplio como el sótano de una casa grande con paredes de piedra.

En 1954, la familia Valenzuela adquiere la hacienda y tres años más tarde, descubren dos losas bien disimuladas que sin duda (pensaban) los conducirían a un gran tesoro.

En forma secreta, abrieron un boquete para dejar escapar el agua y se introdujeron a la galera.

Ahí encuentran: huesos, instrumentos de trabajo como básculas para pesar el metal y los aparatos de tortura pudriéndose por el agua.

Ah, encuentran un cuerpo entero que, con el tiempo, se llega a pensar que perteneció al inquisidor, pero aún los científicos no logran otorgarle una identidad.

El museo cuenta con más máquinas de tortura que no pertenecen a la época que les narro por lo que dejamos la guillotina, jaulas, ataúdes con clavos, cinturones de castidad de lado para contarles el epílogo de la historia.

Los pobladores de Guanajuato cuentan a un sacerdote franciscano acerca de sus sospechas en la hacienda del Marqués con el inquisidor.

El cura inicia las investigaciones y el inquisidor lo asesina.

El cuerpo fue encontrado de rodillas por lo que se cree que lo mató mientras rezaba.

La gota que colmó el vaso, fue la acusación que el inquisidor hizo a una joven lugareña, dijo que era hechicera y la llevó a la hacienda donde quiso abusar de ella, pero se resistió.

El inquisidor se desespera y la mata.

Un miembro de la seguridad del marqués se entera y da cuenta al amo de esta nueva muerte y otras de las cuales tenía conocimiento pero que por temor las ocultaba.

El marqués toma su espada, mata al inquisidor destruye las instalaciones de tortura, lanza los escombros y las máquinas de tortura a la cisterna y coloca dos losas para sellar el foso y que nadie se entere de lo que sucedía en su hacienda.

 

Autor: Roberto Sancho Álvarez. San José, Costa Rica.

Robertosancho27@gmail.com

 

 

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