El reflejo.

 

Acomodó la motocicleta al fondo del patio junto al rosal que crecía bajo uno de los ventanales. Aquella planta era preciosa. Por alguna misteriosa razón las ramas trepaban por el muro sin cubrir el cristal con una sola hoja, y daba flores rojas y blancas.

Cerró cuidadosamente el portón corredizo mirando con curiosidad las casas que lo rodeaban. Aquel era un barrio antiguo, con poca juventud y muchos perros. Tendría el ambiente idóneo para poder estudiar, en especial cuando tocaran los exámenes más importantes.

Entró a la vivienda. El lugar era pequeño pero acogedor. Había arrendado la propiedad amoblada para despreocuparse de eso, total con los ingresos que le entregaba su trabajo part time de barman y el dinero facilitado por su padre no se vería en aprietos económicos. Aunque lo que le jugaba más a favor era que, en provincia se encontraban arriendos a mitad del precio que en capital, mucho más espaciosos.

El living comedor era sencillo: un sofá color chocolate, dos sillones a juego, en medio la típica mesa de centro sobre una alfombra negra y una mesa con seis sillas, del otro lado junto a la puerta de la habitación. Como decoración solo había un par de cuadros antiguos, entre los cuales solo reconoció el de la última cena, ya que lo había visto en la casa de sus tíos porque había una réplica más pequeña.

Dejó el bolso sobre el sofá, se quitó la chaqueta de cuero y se estiró dando un bostezo. Solo pensar que tenía que salir a comprar le daba pereza. ¡El supermercado se encontraba a seis cuadras! agradecía que en aquella ciudad no hubieran esas manzanas infinitas de la capital.

Rebuscó en sus bolsillos y solo encontró un par de billetes doblados. Tendría que pasar por un cajero. Cuando se disponía a salir escuchó murmullos que poco a poco se fueron convirtiendo en una risa. Se giró rápidamente, pero no había nadie más allí.

Buscó en la cocina, el espacio reducido no le podía dar refugio a nadie. Registró el baño y finalmente la habitación. Miró bajo la cama, incluso dentro del armario, nada. Se quedó quieto un momento, temió que estuviese alucinando por el agotamiento.

Reparó en que la cama estaba hecha. Se notaba que la dueña se había tomado las molestias de ofrecerle el mejor de los recibimientos. Además en el velador lo esperaba una lámpara y un candelabro, no tendría excusas para no quedarse hasta tarde estudiando.

Miró el resto del dormitorio y quedó prendido del espejo empolvado del armario. Se sorprendió de que el resto de la vivienda estuviese completamente limpio, menos aquel cristal pegado con tornillos de la puerta del centro.

Murmullos…, risas…, un impulso que no comprendía de acercarse al espejo. Con un pañuelo desechable le comenzó a quitar el polvo. Lentamente fue revelando la bruñida superficie de cristal encontrándose con su propio reflejo, aquella sombra etérea que cobraba vida en el vidrio. Le dio la impresión de que un segundo se transformaba en horas, incluso los ruidos ambientales se esfumaban, quedando en su lugar susurros que parecían hacer eco en sus tímpanos: voces fantasmagóricas que venían de todos lados y a la vez de ninguno, anunciando mensajes inteligibles para el subconsciente.

Clavó sus pupilas con las de su sombra, lucía sonriente. Se quiso acomodar los cabellos pero no tocó carne, solo un frío vacío. Tardó en encontrar una respuesta lógica a esto. Sin embargo, ya no era tiempo para cuestionarse. ¡Su reflejo no respondía a sus movimientos!

Se desesperó intentando hallar una salida, no obstante, sus intentos fueron en vano. Se encontró con la nada a su alrededor, solo el cristal al frente. Mientras que el hombre del otro lado del espejo se encaminaba a la puerta del cuarto llevando su identidad.

 

 

Autor: Luís Alejandro Montenegro Rojas. Graneros, Chile.

montenegros.luis@gmail.com

 

 

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