Sabor de caramelo

 

 

Quizá sea por tu cumpleaños. O porque te ha tocado un regalo en la tómbola. O porque alguien, muy generosamente, los ha depositado junto a ti.

Tienes una gran bolsa de caramelos variados, de formas muy diversas, de diferentes texturas, de distintos sabores y aromas.

Tomas el paquete; lo manoseas y escuchas el crepitar del papel. Lo sujetas por cada uno de sus lados más cortos.

Palpas con tus dedos cada una de las piececitas mezcladas sin orden en el interior. Siguen sonando, pero no se produce eco.

En un éxtasis de armonía entre tu deseo y su sabor, parece que todo el contenido se confunde dentro de tu cavidad bucal. Y te imaginas dentro de ella todos esos caramelos juntos.

Luego te despiertas; y reconoces que es imposible, que no te caben. Algo más: que no serías capaz de distinguir a qué sabe cada uno.

De formas redondeadas, ovaladas, cilíndricas… Ninguno tiene puntas ni vértices agudos.

Todos llevan una envoltura de papel, retorcido en los extremos.

¿Puedes adivinar, con sólo su forma, cuál será su textura o su sabor?

En el papel acaso puedas informarte de la clase de caramelo y de su gusto. Pero al desenvolverlo, podrías encontrarte con alguna sorpresa.

Por de pronto, te entretiene el suave crujir del papel. Después, cuando ya no contiene el dulce, lo estiras para quitarle las rugosidades producidas a consecuencia de su trabajo de envolvente.

 

Aplicas tu sentido del olfato, y acaso consigas desvelar el sabor. Se te va haciendo la boca agua; y sin embargo, todavía no ha llegado el momento.

Andas enfrascado en ampliar tu colección de papeles de caramelo. La custodias en un escondrijo de tu cuarto. Hay que conservarlos sin ningún doblez. Y añades otro más, y después otro, y otro…

El caramelo elegido viene en un papel un poco más rudo, que no facilita datos, pero que tú, por si acaso, hueles de nuevo. Además, puede que esté algo pegajoso debido al tiempo que lleva envuelto; o por haber sido ya utilizado. Arrugas la envoltura y, definitivamente, la tiras, porque has decidido que no va a pertenecer a tu colección.

Y todavía resta quitarle otro papelucho, una tira ancha que lo rodea. Este trocito sí que está claramente en contacto con el dulce y, por consiguiente, aporta más datos; pero como ya te has topado con la esencia del producto, tu impaciencia no permite retenerlo en la mano por más tiempo sin degustar sus excelencias. Te desprendes de este cachito de papel preguntándote cuál es la razón de haberlo colocado ahí.

Desprovisto ya de toda envoltura, lo toqueteas, lo examinas, notas su aroma, compruebas su textura; y, por fin, acercas el caramelo a tus labios. Las manos se te han quedado algo pegajosas, y llega el momento de decidir.

La golosina se ha impregnado de la saliva. Determinas la calidad, la intensidad del gusto, el aroma definido y concreto. ¿Deseas percibirlo todo de golpe, en un instante, embriagándote en estas sensaciones?

Te fijas entonces en el vocablo “Caramelo” El sonido Ca sugiere el crepitar  de algo que se quiebra al ser presionado por los dientes.

El fonema Eme, seguido de una E tónica, lo caracteriza como propia del lenguaje infantil. Ese juntar los labios como en un beso, haciendo patente lo placentero y prolongando la salida nasal del aire. Es similar a la súplica a la mamá para que vaya a la tienda y te los traiga.

Los fonemas Ere y Ele le aportan cierta dulzura y suavidad. El aire pasa casi sin tocar los órganos. El ápice de la lengua acaricia levemente los alvéolos en el primero y el paladar en el otro.

La saliva continúa fluyendo y se mezcla con la materia azucarada.

¿Qué puede ocurrir chupando un caramelo? Pues que sea duro y, si lo masticas, se rompa en un crujir seguido, hasta que en las últimas briznas el sonido se difumine.

Que nos lo den blandito y, al masticarlo, surja de súbito todo su sabor disuelto dentro de la boca.

Que sea consistente y, al masticarlo, una parte se quede adherida a los incisivos, y debamos poner las mandíbulas en funcionamiento varias veces seguidas para desprender aquellos trocitos.

Que el caramelo lo presenten recubierto de una materia fácil de disolver en la boca, dejando intacta su forma.

Por fin, que decidas atesorarlo en tu cavidad bucal, desplazándolo por su interior, o simplemente alojarlo debajo de la lengua hasta la desaparición completa, disfrutando de su sabor en tanto se disuelve.

¿Cuánto tiempo habrá transcurrido desde que introdujiste la mano en la bolsa de caramelos? Te planteas llegado el momento de paladear y probar otro sabor, ahora que tus papilas gustativas se han animado y reconfortado su deseo.

Además, aunque esto no sea muy trascendente, debes añadir algo a tu colección de papeles de caramelo.

En este pone “Café con leche”. ¡Qué rico! Pero también tenemos de fresa, de anís, de limón, de naranja….

Tu mamá te recomendaba: “Disfruta del sabor manteniéndolo en la boca, no lo mastiques” Porque valían algunas perrillas que había que ganar trabajando. Si lo masticabas, se acababa enseguida, y entonces implorabas que te comprasen más en el comercio de la esquina.

Y tú reflexionas que los productos deberían costar por lo que perduran. Un caramelo puede durarte una hora, por ejemplo, si le extraes todo su sabor. Los cacahuetes duran mucho más cuando los has comprado con cáscara, aunque su sabor es más intenso que si los pides ya pelados. Éstos son más caros porque los devoras más aprisa, incluso varios de vez.

Los caramelos deben chuparse de uno en uno, sin mezclar los sabores. Y no hay que compartirlos una vez desenvueltos.

Por eso nos parecen tan deliciosos, porque los saboreamos individualmente, tan sólo para ti, para mezclar su dulzor con tu propia saliva.

 

Autor: Antonio Martín Figueroa. Zaragoza, España.

samarobriva52@gmail.com

 

 

 

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