Diversidad funcional.

 

 ¿Qué es eso de la diversidad funcional?

 Nunca he asistido a ninguna reunión, congreso, asamblea o mitin donde se haya tratado este tema, a pesar de que hay un movimiento o corriente de pensamiento que propugna este término o denominación a toda persona que tenga un defecto físico, psíquico o sensorial. A tenor de lo que leo y oigo, entiendo que diversidad funcional es tanto como diferencia, diferente. No he visto ninguna definición, y como yo soy muy atrevido, voy a dar una definición de urgencia: Diversidad funcional es la diferencia que tienen determinados humanos con respecto a los demás, en cuanto que no tienen completas todas sus funciones físicas, psíquicas, sensoriales, fisiológicas y seguramente biológicas. Espero que nadie me condene a la hoguera. Si es así, tengo que hacer algunas consideraciones:

 Lo primero que quiero decir, es que respeto profundamente el sentir y el pensar de cada cual. Lo segundo que se me ocurre es que tengo la sensación de que se pretende sustituir este término por el de “discapacidad”. Tranquilos amigos, porque en los órganos internacionales europeos se nos llama “deshabilitados”, y que conste que traduzco literalmente. Lo tercero que creo es que nadie sabe, ni siquiera nosotros, cómo calificar o denominar a un colectivo numerosísimo de personas que tienen alguna deficiencia o defecto. En cuarto lugar, creo que la solución a estos y otros problemas no es tan simple ni tan compleja. Y por último, creo que esta cuestión que tanto nos preocupa y nos ocupa, tan convencional y tan superflua, no debiera constituir un gravísimo problema para nadie.

 Si la diversidad funcional se lleva al extremo de los más radicales en esta cuestión, en lo que se piensa y en lo que se quiere que sea, resulta que la diversidad funcional o es objeto de ella, media humanidad. Otros, no lo tienen tan claro, porque lo del término, tiene límites; ¿Pero donde están esos límites? ¿Quién los establece?

 A lo largo y a lo ancho de la historia moderna de los foros internacionales en los que en algunas ocasiones he tenido el honor y el gusto de participar, he podido observar el o los cambios de denominación del gran colectivo de personas con defectos importantes. Hemos perdido muchísimo tiempo discutiendo cómo debíamos llamarnos. A mí me parece, que lo más importante de todo es que los órganos que oficialmente nos representan tanto en nuestros países como internacionalmente, tengan una labor más activa que permita la accesibilidad a lo que ahora no es accesible, y a la educación, a la cultura y a la integración laboral. Y como quiera que para la consecución de esos ideales hacen falta muchos recursos y la implicación de los poderes públicos, tendremos que convenir que ese y no otro, es el fin de los órganos que nos representan en el país, y a nivel internacional. Las meras declaraciones de intenciones que hay por doquier, a mí, no me valen. El papel, lo soporta todo. Por firmar, que no sea. Si somos ciegos, por ejemplo, ¿Por qué nos vamos a molestar con el término? ¿Qué tenemos contra él? Hay en muchas personas ciegas y no ciegas una especie de carga energética en profundidad cuando escuchan la palabra ciego o ciega. Es como una especie de corriente o calambrazo eléctrico. Hay que reconocer que la historia y la leyenda, para bien o para mal, nos ha magnificado o nos ha hecho un mal incalculable, demonizándonos hasta límites increíbles. Eso, duerme, subyace en el inconsciente colectivo y se despierta con feroz malignidad. Eso, es inevitable; pero somos nosotros los que debemos asumir sus consecuencias y nuestro comportamiento, nuestra acción, lo arrasará. No nos debe quedar la más mínima duda.

 Creo que hemos tratado este tema más de una vez, tema que evidentemente entraña una problemática no fácil, y tendremos que asumir qué somos y donde estamos. El problema real es que en todos los órdenes de la vida, no nos representan los mejores, los más válidos, los más capaces ni los más trabajadores, ni los más cualificados. Y esto mismo, sucede en la política y en todos los demás sectores de la vida. Y es que el mundo es así. De todos modos, tenemos que reconocer que la evolución en todos los sentidos, también nos ha favorecido; pero aspiramos a más obviamente. Queremos compensar al máximo nuestra deficiencia que es muy severa y para eso, hay que trabajar, y mucho. Pienso que la tecnología, que por supuesto también nos ha favorecido, debe ser lo más accesible que sea posible y eso va a depender y cada vez más, de nuestras asociaciones, a las que debemos empujar. Las asociaciones de, y, para ciegos, son las que tienen que gestionar ante los poderes públicos la promoción constante de la accesibilidad a las personas que no la tienen o que no la tenemos. Las empresas, los fabricantes existen con fines eminentemente mercantiles. Si no fuera así, no tendrían razón de ser; pero todos sin excepción, tenemos derecho al acceso y disfrute de la comunicación, de la información y de la movilidad. Nosotros no podemos estar en una posición de pasividad. Ejerzamos nuestros derechos de ciudadanos contribuyentes

 Para concluir tengo que decir: A mí, no me importa llamarme ciego, porque lo soy. Eso es una obviedad. Lo asumo. Si digo que no me arrepiento de nada de lo que he hecho, sería muy jactancioso por mi parte. No obstante sí tengo que decir, que si no hubiera asumido plenamente mis circunstancias, no hubiese llegado tan felizmente al ocaso de mi vida. No creo que me vaya a morir mañana mismo.

Lo digo refiriéndome a mi edad, naturalmente.

 Madrid, febrero de 2018

 

Autor: Hilario Alonso Sáez-Bravo. Madrid, España.

hilario-conchi@hotmail.com

 

 

 

 

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