Análisis sobre
película “Rojo como el Cielo”.
No hace mucho tiempo, en el 2016,
realicé un diplomado en Counseling Emocional y Educativo en
En una de las clases de Counseling
para niños y adolescentes con necesidades educativas especiales, el maestro nos
instó a realizar un análisis sobre alguna película que abordara el tema de la
discapacidad en el contexto educativo.
Así que no dudé en disfrutar una vez
más de “Rojo como el Cielo”, película que había visto en una clase de italiano
en el 2010, y aproveché la oportunidad de escribir sobre uno de los temas que
más llamó mi atención en esa ocasión: la jerarquización de los sentidos.
Dicho lo anterior, comparto con los
lectores de esta revista el resultado de mi análisis, en un intento por
despertar el interés por esta película en aquellos que no la han visto, así
como para invitar a aquellos que sí a realizar nuevos análisis sobre este u
otros temas de esta excelente película.
La película “Rojo como el cielo”
(2006), del director Cristiano Bortone, pone a la luz, entre otros temas, la
jerarquización de los sentidos en el contexto educativo.
Como sucedía en otros países del
mundo, en
Por este motivo, y ante el
diagnóstico fatalista de ceguera progresiva de su hijo, los padres de Mirco no
tuvieron más opciones que internarlo en el Instituto David Chiossone para niños
ciegos, en Génova, donde se enfrentó por primera vez con la jerarquización de
los sentidos.
A lo largo de la historia del
desarrollo educativo de las personas con discapacidad visual, la jerarquización
de los sentidos ha sido uno de los más grandes obstáculos a superar, y
consiste, a grandes rasgos, en conferir al sentido de la vista un valor muy
superior al de los demás. Esto, entre otras cuestiones, por la rapidez con la
que la vista permite acceder a la información del entorno, por facilitar el
análisis global de dicha información y por favorecer el aprendizaje.
Como mencioné anteriormente, la
legislación italiana de 1975 no permitía que los niños ciegos se educaran junto
con los niños con visión normal ni vivieran las mismas experiencias que ellos,
por lo que se les aislaba para educarles en el desarrollo de habilidades
manuales con miras a una inserción laboral como tejedores u operadores de
maquinaria.
Rojo como el cielo se sitúa en este
contexto para narrar la verdadera historia de Mirco Mencacci, uno de los
ingenieros de sonido más reconocidos en Italia, quien, a la edad de diez años,
pierde la vista como consecuencia de un balazo que recibe accidentalmente en la
cabeza mientras jugaba con un viejo rifle, cambiando radicalmente su vida y la
de sus padres.
Las creencias pasadas, presentes y
futuras de la ceguera son personificadas en la película por el director del Instituto,
ciego adquirido desde los 30 años, unos 70 años de edad, frustrado, de
vestimenta y lentes oscuros, quien representa el estancamiento ideológico sobre
la ceguera; Ettore, ciego de nacimiento, unos 25 años, agradable, consciente de
sus limitaciones y posibilidades reales, con una autoimagen positiva de su
discapacidad, seguro de sí mismo, representa la transición ideológica sobre la
ceguera; y, finalmente, Mirco, ciego adquirido a los diez años, amante del
cine, de las historias, con una gran imaginación, creativo, curioso, representa
la descentralización de la vista en el conocimiento del mundo, en el
aprendizaje y en la integración laboral para dar lugar a los otros sentidos.
Sin recurrir al factor lástima, la
película consigue convertirse en un espejo que nos regresa la imagen de una
sociedad italiana que, bajo la idea tradicional de la jerarquización de los
sentidos, discrimina, rechaza y margina a sus niños, jóvenes y adultos con
discapacidad visual. También revela como, una vez que la ceguera deja de ser
percibida como una enfermedad para convertirse en una característica más, Mirco
pudo conectar con sus demás sentidos y, al quedar fascinado con el mundo de los
sonidos, creó un mosaico sonoro de su entorno, que más tarde le sirvió para
materializar uno de sus más grandes sueños: trabajar en algo relacionado con el
cine.
Queda mencionar que No es propósito
de este análisis restar importancia al sentido de la vista, ni confrontarlo con
los demás sentidos, sino valorarlo en su justa medida, pues si bien permite
acceder de forma inmediata al 80% de la información de nuestro entorno, no
permite sentir una caricia, escuchar la voz de nuestros seres queridos, oler el
aroma de un café recién hecho o degustar de un buen vino.
Mirco no sólo descubrió esto, sino
también que para imaginar, crear, soñar, aprender, amar, reír, tener amigos,
entre otras cuestiones importantes de la vida, no era necesario ver y que, por
tanto, sólo él, y no los demás, podía demostrarse así mismo lo que una persona
ciega es capaz de hacer por ser alguien en la vida, muy a pesar de la
jerarquización de los sentidos.
Autora: Dra. Diana
Rodríguez. Ciudad de México, México.
*Semblanza biográfica de la autora.