Acuarelas de inclusión.
El término “inclusión” es uno de esos términos
que se cargan de significado en un momento peculiar. Esto ocurre cuando el
devenir de concepciones, ideas o ideologías, circunstancias históricas y
sociales forman un contexto en el que ese término parece ser la expresión más
acabada de aquello que se quiere decir. Sin embargo no se hablará del término
en sí, de sus alcances y de sus limitaciones: eso podrá ocurrir después,
después de que los lectores hayan conocido estos relatos comunes y simples sí,
pero reales y ciertos como un trozo de pan, el calorcito vital de un bebé o la
tristeza inequívoca de algún domingo en soledad.
Fiorella
Nació en una ciudad
de África, Adis Abeba. Nació allí porque su padre estaba comisionado en el lugar
por el ejército italiano. Corrían los años de la Segunda Guerra
Mundial, años en los que las familias no podían elegir el sitio de nacimiento
para sus hijos y en los que era difícil morir de una enfermedad en el hogar en
el que se había vivido. A Fiorella la acunaron tambores durante 3 días y su
padre solía decir que le habían metido el ritmo en la sangre.
Cuando en Mendoza
se creó la escuela de ciegos, las instituciones educativas y sociales se
conmocionaron. Es que hasta entonces los ciegos eran músicos, vendían lotería
por las calles, mendigaban o vivían en el seno familiar, siendo vistos en muy
pocas ocasiones. Y, ahora, de pronto los ciegos iban a un lugar donde se les
enseñaría, supuestamente lo que se enseñaba en las demás escuelas de la
provincia. Lo que desvelaba a la comunidad era la posibilidad de conocer el
modo en que se impartirían los conocimientos. Los establecimientos cercanos
llevaban cursos enteros para que vieran cómo y cuánto aprendían los ciegos. Así
fue que, una tarde de octubre visitó la escuela un curso de la Escuela Superior
de Magisterio que cursaba el último año de nivel medio: Fiorella era alumna de
ese curso. Nosotros, los estudiantes de la que por entonces se denominaba
Escuela Luis Braille, teníamos que continuar con nuestras actividades como si
nada ocurriera; les recuerdo a los lectores que la institución había comenzado
a funcionar el 21 de septiembre… yo me encontraba dando una lección de piano en
el salón que hacía las veces de comedor: nada debía alterarse. Percibí cómo la
sala se llenaba de personas, pasos, alguna risita entre jóvenes y murmullos,
murmullos contenidos, asombrados, inexpertos. Me levanté, dejé caer duramente
la tapa del piano y salí por una puerta lateral pero antes de trasponer la
puerta dije algo: cuando doy conciertos en público lo hago porque yo lo he
decidido y decido también si cobro entrada…. Tuvieron ganas de expulsarme pero
no lo hicieron. A Fiorella le encantó mi desplante y se puso a conversar con mi
madre que había ido a buscarme. Por ella se enteró de que yo quería abandonar
la escuela porque querían que rindiera desde primer grado, a pesar de que era
ya una adolescente, de que estaba alfabetizada desde los 3 años y poseía,
aunque asistemáticamente, muchos de los conocimientos requeridos para los
últimos cursos de primaria: el problema insoslayable era geometría, asignatura
en la que era completamente ignorante. Fiorella, le dijo a mi madre que me
convenciera de que la esperáramos un rato después de la finalización de clases.
Ella se iría con sus compañeros y regresaría para conversar conmigo…. el
domingo fue a casa. La semana siguiente rendí tercer grado, unos días después
rendí4º y a fin de año 5º. Decidí cursar el último grado completo para
prepararme mejor para el secundario. Comenzó a visitarme en casa con su padre.
Su hermano Federico, algo mayor que ella había fallecido hacía pocos meses en
un accidente de moto y su madre solía pasar junto al hermano pequeño, que había
nacido en Mendoza, las tardes de domingo en el cementerio y don Pepe, el papá
de “La Fiore”
se aficionó a venir de visita los domingos. Como traía libros para leerme en
italiano comencé a comprender el idioma por intuición. Fiorella me decía: son
las mejores clases de geometría que he dado, porque nunca me pagaron tan bien.
Me sacás al viejo de encima…. Conocí a la mamá y a Walter, el pequeñín: con
ellos iba a pasear, me invitaban a las fiestas del consulado italiano, me
presentaron a amigos suyos que eran escritores o plásticos, y por instancia
suya comencé a estudiar italiano en la Dante Alighieri.
El tiempo siguió su curso y la
Fiore se enamoró. Un día que no sé por qué causa coincidimos
en un chocolate. Me dijo simplemente, como siempre me decía: “flaca divina”,
este que va a limpiarte el bigote de chocolate que tenés en la boca es el amor
de mi vida, Carlo, (nunca lo llamamos Carlos) y yo nos abrazamos riendo ¿para
qué hablar? Poco después Fiorella y Carlo se casaron y se fueron a vivir en
Frías, un lugar alejado y tórrido de Santiago del Estero, porque él era
ingeniero en minas. Allí nació Carlo, allí nació Andrea, allí cuando los niños
contaban 4 y 2 años murió Carlo…. Sí, estaba afectado por una enfermedad renal
incurable que la Fiore,
sólo la Fiore
conocía. Cuando regresó a Mendoza don Pepe me dijo: la Lela quiere estar con vos,
sólo con vos. Nos reunimos en una confitería tranquila en el ardor de la siesta
y Fiorella habló, habló, habló. Don Pepe, que se había asomado varias veces se
atrevió a entrar cuando era noche cerrada. Siempre fue así: hola Fiore y allí
estaba ella, hola Margherita, allí estaba yo. Recuerdo aún que Andrea quería
ponerme su chupete, un chupete que se resistía a abandonar; recuerdo que cuando
don Pepe cursó su duro tránsito de demencia, la Fiore y la entrañable señora
Adriana me decían: Margherita no va a conocerte ¿sabés? Y don Pepe ponía su
mano en mi cabeza, se iba a la heladera y tomaba lo primero que encontraba para
convidarme mientras me decía: "com’estai Margherita". Yo era maestra
en la escuela de ciegos y ella directora de la escuela italiana y nos
trenzábamos en interminables discusiones pedagógicas, en las que a veces
terciaba Armando. Sí, por entonces yo también me había enamorado y también yo
me había casado. Sí, me había casado con quien para siempre en la familia de la Fiore fue “el Armandino”.
Trabajó sin piedad para sí misma y crió a sus hijos mientras apoyaba a Walter
para que fuera a estudiar música a Buenos Aires…. Y no volvió a enamorarse
porque Carlo fue, como me lo dijo aquella mañana de chocolate, “el amor de su
vida”. Cuando me mudé al lugar en el que ahora vivo fuimos casi vecinas…. De
camino a la plaza se pasaba por casa, nos encontrábamos en Misa, nos
visitábamos algunos domingos…. Cuando su mente comenzó a nublarse, cuando
comenzó a sonreír tras el puente de una invencible ausencia, se encerró. Una
tarde sonó el teléfono y Andrea me dijo: “la mamá quiere hablarte” y la Fiore habló: “flaca divina.
Adiós, hermana mía de mi alma”…. Poco después, su ausencia ya no tuvo la
presencia física que mi nostalgia aún reclama. Fue Andrea quien leyó un texto
que preparé para la presentación de mi libro “poemas inevitables”, y en los
días que pasé este año en un valle, en medio del silencio, leí una grabación de
“el pájaro azul” e Maurice Maeterlink, en el que la voz de Andrea me traía el
inequívoco recuerdo de la jovencita que me preparó en geometría.
Mari
Sí, la muerte es lo
único que separa a los amigos, por eso estoy separada de Mari, porque ella ya
no está cebando mate entre quienes tanto la quisimos.
Mari era vecina de
casa. Sólo nos separaba un chalet que tenía un poyo en la vereda. Yo no tenía
demasiado trato con ella. En realidad era amiga de mi hermana Bárbara, de (la Bita, como he indicado en
alguna comunicación anterior). Mis intereses andaban por otros rumbos:
estudiaba mucho y no entendía que las chicas pudieran entretenerse en la puerta
de calle. Me parecía sonso que se rieran de los muchachos que, como se decía
por aquellos que hoy me parecen remotísimos tiempos les “hacían las pasaditas”.
Es posible que me pareciera sonso porque no quería aceptar que me moría de
ganas de estar en la vereda, en vez de pasarme el domingo por la tarde
transcribiendo las partituras que había recibido en préstamo desde Buenos
Aires. Lo que me unía a Mari, incansable lectora, eran las novelas románticas
que nos prestaba y que Bita leía de manera impecable en voz alta. También me
unía a ella el hecho de que escuchara “las dos carátulas”, un ciclo de obras
teatrales que se transmitía por radio los domingos por la noche. Mari y sus
padres vivían con su hermana que estaba casada y tenía dos hijos. La situación
era muy difícil porque don Antonio, el papá de Mari estaba afectado por un
cuadro asmático tan severo que le impedía trabajar. Como Mari era 12 años menor
que su hermana y su padre era un heredero del medioevo, bien español él, y bien
conservador, no permitió que la hija más pequeña cursara el bachillerato. ¿Qué
necesidad de esas cosas tenían las mujeres?
Ella no protestaba: bordaba, cosía, y…. leía
cuanto podía y los domingos se “iba para adentro” apenas comenzaba a oscurecer
y, tal vez dotada de un alma soñadora y solitaria como la mía, escuchaba “las
dos carátulas”, un ciclo en el que se transmitían obras de teatro de gran
calidad. (En esas obras trabajaba Dora Prince, un ser excepcional que espera el
momento de venir a estas páginas). Es posible que al comentar la obra que
habían transmitido nos sintiéramos un poco menos solas las dos…. después de
todo: éramos dos ¿no? Cuando yo cursaba el último año de magisterio Bita viajó
a Mallorca, la isla en que había nacido papá y de la que mamá era más oriunda
que si ella también hubiera nacido allí. Bita estaba muy preocupada por mí:
¿Quién me leería las lecciones del cole? ¿Quién me ayudaría a preparar el
material para las prácticas? ¿Quién haría al Braille alguna transcripción de
urgencia? Tímida y resueltamente Mari se ofreció a suplir a Bita. Y… no nos
separamos nunca. Leía de maravillas, sus manos, acostumbradas a bordar y a
coser fueron, son…. Las más hábiles que he conocido. Sus mapas parecían una obra
de arte; eran una fiesta, no sólo para mi tacto y el de los chicos ciegos para
los que se preparaban, sino también para quienes los veían. Escogía los colores
de las piezas de bratina o de tela con las que recortaba la forma de provincias
y países…. De pulmones o bronquios si era necesario y si lo era…. De ovarios o
de flores; bordaba los ríos con hilos de color que se avinieran con los del
fondo sobre el que el río cruzaba. Bordaba también con colores ajustados, pero
en otro punto, las montañas. Las ciudades más pequeñas eran cuadraditos, las
capitales, puntos redondos y sobresalientes. Las referencias estaban
perfectamente ubicadas y el significado de cada número colocado en hoja aparte
porque…. Mari aprendió Braille en tiempo meteórico. Los apuntes más extensos
eran transcriptos en la máquina Perkins, pero en su casa tenía una pizarra para
las comunicaciones ¿domésticas? “hoy vi a J…” o “me compré un esmalte nuevo”.
Esas comunicaciones me llegaban cuando no habíamos podido encontrarnos y mi
madre iba al comercio del cuñado de Mari…. (Valga el chilenismo tan afincado en
Mendoza): “la Mari
me dio esto para vos: dice que es la referencia que necesitabas”. Bita regresó
del viaje…. Tuve entonces dos colaboradoras y cuando mi hermana se casó, Mari
volvió a hacerse cargo, ya no de preparar el material didáctico requerido por mis
prácticas, sino de ser, la mejor secretaria que tuve…. Sí, yo trabajaba como
maestra suplente y tenía que proveer de material didáctico a mis alumnos. Por
lo demás ¿Quién habla de inclusión? Tenía que ir acompañada a la escuela porque
“no le correspondía a nadie de la institución indicarme dónde debía firmar o…
anotar la asistencia de mis 4 o 5 alumnos. Es que era un gran trabajo sacar el
promedio de asistencia: presentes dos, ausentes tres, total cinco…. sin
embargo, Mari quería colaborar como voluntaria así es que pasaba al libro de
actas de la Asociación Tiflológica de la que yo era
secretaria, todas las actas que yo había tomado en Braille: todo el mundo me
comentaba que la letra de Mari era bella, prolija y clara. Casi me olvido: se
anotó en la Alianza
Francesa para transcribir los textos en francés que pudieran
hacerme falta. Aún conservo parte de su regalo de casamiento: un equipo de mate
con la bandeja bien grande para que yo pudiera cebar tranquila. Fue ella quien
me dio la certeza de que Armando se había enamorado…. En una de esas
comunicaciones furtivas que hacía con la pizarra me escribió: “te mira con cara
de cordero degollado”. Mari era hija por adopción y aunque siempre lo supo, lo
calló porque sus padres no querían que lo supiera…. Por tanto cuando llegó a
casa mi segundo hijo, ella, que jamás lo había contado, nos dijo a Armando y a
mí: “padres son los que acogen, los que dan su apellido, los que se entregan en
amor”. Todo, hasta sus secretos más íntimos fueron siempre una prueba
incontrastable de confiada fidelidad.
Liliana Bodoc. La
Lili.
La muerte, ese
hecho tan natural como la lluvia, tan natural como el llanto y la risa del
niño, es siempre sorprendente. Tenemos la impresión de que el ser amado que
muere es el primer hombre que muere. Y si esto nos sucede aún cuando una
persona está enferma o es muy anciana ¿cómo no habrá de causar estupor la
partida inesperada de alguien a quien, como dice Maeterlink, “oímos vivir”?. Y
¡vaya que si oía la vida en Liliana! Era un constante y rumoroso fluir; era un
rugido imaginado, un bramido ancestral de hembra cultivada, es decir, de mujer
en plenitud esplendente.
Fue Micaela, mi
dulce nieta mayor, la única niña de la tribu, la que llamó a mi hijo para
decirle: “pa, se murió la amiga de la abue”…. Y le dio el nombre. Y vino mi
hija en un momento inesperado con su entrañable abrazo y su…. ¿Cómo estás
vieji? Y llamaron mis amigas más cercanas…. Es que nadie dudó de mi dolorosa
estupefacción. ¿Qué si era amiga de la
Lili desde hacía mucho tiempo? Pues no, hacía justo un año
que nos habíamos “encontrado”; sí, “encontrado”. No es inocente la palabra:
encontrarnos fue eso: descubrirnos y sentir, y saber que ya seguiríamos
compartiendo las noticias de nuestra manera de existir.
Los Bodoc tienen
unas cabañas que alquilan en “el Trapiche”, un sitio bellísimo en la provincia
de San Luis. Como Jorge, el esposo de Liliana, había sido alumno de Armando, mi
esposo, en 2016 alquilamos por 15 días una de esas cabañas. Yo pensaba: voy a
conocer a Liliana Bodoc, tamaña escritora de esas que publican 3000 ejemplares,
y de la que…. No había leído absolutamente nada. ¿Entonces? ¿Sólo interés por
su fama era lo que me impulsaba a querer conocerla?... No, por Dios. Quería
conocerla porque había leído notas y reportajes que ella había concedido, la
había oído hablar en varias entrevistas y me había parecido un ser profundo y
cálido. Lo he dicho ya, nadie me cree, soy tímida. Jorge, ¿me podrían prestar
un fuentoncito? Escuchaba la voz de la
Lili: "dáselo y decile que no se preocupe por devolverlo
mientras lo precise". (¿O no la escuchaba y lo imaginaba? “me falta
lavandina” y… lo mismo; alguna vez la oí hablar…. Nada, pasó la temporada y
pasó un año entero y en 2017 volvimos a alquilar la cabaña…. Faltaban tres o
cuatro días para que regresáramos a Mendoza y yo pensaba…. No se va a dar.
Una mañana
estábamos en la farmacia y Armando me dijo: acaban de entrar Jorge y Liliana.
Cuando pasó por mi lado me encontré diciendo, no sé si susurrando o gritando,
no lo sé porque ignoro de qué reconditez de las tripas me salió la voz:
“Liliana”. ¿Sí? Y me quedé callada y ella dijo: por fin, creí que nunca ibas a
hablarme, se acuclilló a mi lado y tomó mi mano entre las suyas. Nunca podré
explicarme cómo nos dijimos tantas cosas en tan poco tiempo. Por la tarde,
cuando nosotros íbamos a salir a caminar se acercó y continuamos esa charla de
mil temas y de ninguno. Le comenté que no había leído nada suyo, me preguntó
cómo hacía para leer y, para que se entendiera mejor, le dije que le haría un
resumen escrito de las formas en que las personas ciegas podíamos leer. En
realidad, una de las razones por las que no la había leído era porque no se me
había ocurrido buscar su obra en alguna biblioteca digital, era porque tenía
entendido que pertenecía en su totalidad a la llamada literatura
infantojuvenil. La mañana en que regresábamos a Mendoza nos despidió con un
abrazo que decía: no vamos a separarnos. Le entregué el resumen prometido y ella
me obsequió 4 de sus libros: me leyó los títulos y le dije que me parecía que
“el perro del peregrino” era el que me gustaría leer primero, pero, que iba a esperar,
porque con Armando estábamos leyendo una novela de William Faulkner y no me
parecía justo pedirle que la interrumpiéramos para comenzar su novela.
Sonriendo me respondió que tenía razón y me aclaró que, de los libros que
acababa de regalarme, ese era el que ella más quería. Intercambiamos correos….
De vuelta en casa, con el trajín que implica poner todo en orden después de 15
días de ausencia, con todo polvoriento y la heladera temblando de vacío, no
tuve tiempo de sentarme a revisar la compu. Cuando por la noche me instalé para
saber qué había llegado en los días en que no había estado, encontré un correo
de la Lili. “No
vas a tener que esperar -me decía- no sé si me salió bien, pero ahí está,
decime si lo hice bien”. Y allí estaba ¿qué? “una bolsa llena de agua”, que es
el primer capítulo de “el perro del peregrino”. Debo confesar que, como casi
todo el mundo, he vivenciado actitudes de incomprensión, he vivenciado también
actitudes de comprensión y he recibido gestos solidarios, pero esto, la voz de la Lili ahí, presente, con una
sonrisa pícara que se le adivinaba. Es que, imaginen lo que sentí: ella estaba
leyendo para mí en exclusiva, estaba leyéndome su libro preferido, lo estaba
leyendo para que yo no tuviera que esperar. ¿Qué es inclusión? Comenzó a
circular entre nosotras un ir y venir de correos casi diario. En uno de esos
correos me dijo que me iba a invitar a comer “coca mallorquina” ¡sorpresa! ¿Cómo
estás vinculada con la coca mallorquina? Me contó que su madre tenía
ascendencia de esa isla balear. Le respondí que de allí venían mis ancestros y
le pregunté por el apellido de su madre: Grimalt. ¿Grimalt? Pero si ese era el
segundo apellido de mi abuela materna y mi abuela paterna era…. Grimalt Grimalt.
En broma le dije: “en una de esas terminamos siendo primas”. ¿Cuál imaginan que
fue su respuesta? “me encantó, somos primas”. Vino a presentar “un mar para
Emilia” y no pude ir porque estaba enfermo mi nieto Iván y yo tenía que dar una
mano. Presenté mi libro en Buenos Aires y ella no pudo viajar. Cuando llegué al
hotel, blandita por tantas emociones, me encontré con que me había dejado un
mensaje deseándome suerte: suerte a mí…. Liliana Bodoc, pero es que era ella, la Lili, mi prima. Cuando hice
la presentación en Mendoza, ella estaba de viaje y me llamó por teléfono. Más.
Todo llega. Vino a presentar en la Nave Universitaria
de Mendoza, su última novela: “Elisa” o “la rosa inesperada”. Y pude ir…. Ella
no lo sabía. De pronto me vio y pegó el grito: “¡viniste prima!”, nos abrazamos
y nos sacamos una foto, juntas. En la foto estaba la responsable de la editorial,
la periodista que presentó el libro y la Lili y yo tomadas de la cintura. “mirar al otro
lado al que nadie señala
Tal vez allí se
encuentre la rosa inesperada”. Estos textos de Conrado Nalé Roxlo constituyen
el sangrante, doloroso y esperanzado nudo del libro. Hoy, al escribir estas
líneas, los hago partícipes de mi duelo, de mi gratitud y de mi esperanza.
Liliana Bodoc fue una señora de la generosidad que no titubeó en escribir a
tiflolibros para saber si estaba subida su obra y para ofrecerla. Liliana Bodoc
iba a dictar un taller en el “centro de copistas para ciegos Santa Rosa de
Lima” de Mendoza. Pero fue la
Lili la que grabó y me envió por capítulos “el perro del
peregrino”, la que me envió un audio diciéndome: “prima, tengo un rato para
grabar, pero como esta tarde viajo y le tengo un poco de miedo al avión
prefiero hacerlo a la vuelta porque temo que no salga bien. Ahora me estoy
tomando un cafecito con leche”. Le había puesto como asunto al correo “una
pavada” y eso, sencillamente eso es la amistad: poder compartir algo que nos
parezca una pavada. No sé, nada sé de cuanto acontece tras la pesada cortina
que nos separa del misterio, pero tengo muchas ganas de decirle: “miraste al
lado donde nadie señala…. Y sí, allí estaba “la rosa inesperada”, esa que para
mí fuiste vos.
Autora: Lic. Margarita Vadell. Mendoza, Argentina.
margaritavadell@gmail.com
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