Mis vivencias en un retiro de yoga y meditación.

 

 Quiero contarles una aventura, que viví, del 24 al 27 de noviembre de 2017. Sin ninguna duda, fueron momentos sumamente emotivos, y que estoy agradecida de haber podido compartir. Pero, en realidad, esta historia comenzó hace alrededor de 5 años, cuando en un gimnasio cercano a mi casa, comencé, con muchas reservas, a tomar clases de hatha yoga. Es que tenía muchas ganas de hacerlo, pero, al ser una persona ciega, y estar alejada de toda actividad física desde hacía años, tenía muchas dudas de cuales serían mis posibilidades. Y, sucedió que Alicia, la profesora, me brindó toda su confianza, para que, poco a poco, fuera aprendiendo cada una de las posturas, con sus respectivos nombres, que fui memorizando, practicando, y, perfeccionando, con su ayuda constante.

 Descubrí, como suelo decir, partes de mi cuerpo que, al no mover conscientemente en la vida diaria, no sabía que podía controlar, moviéndolas independientemente de los grandes grupos musculares, de los que todos nos valemos generalmente.

 Tiene mucha importancia, además, toda la teoría que sostiene a esta práctica, pues nos ayuda, mediante las posturas, y la respiración consciente, a calmar nuestros pensamientos, siendo este otro objetivo importante para mí, ya que tengo una familia, un trabajo docente, y todas esas circunstancias, sumadas a la discapacidad visual, conllevan mucho estrés.

 Pero, volviendo a lo ocurrido a estas alturas, en 2017, cuando ya conozco a Alicia mucho más que como profesora, sino que es una amiga más, con la cual hemos compartido confidencias, tristezas, cumpleaños, etc., etc., cuando ella empezó a soñar con la posibilidad de hacer un viaje en grupo, de liderarlo, no dudé en acompañarla, asegurándole que ahí estaría. Y, a pesar de que debía vencer restricciones familiares, económicas, laborales, y todos los miedos que se tienen ante una situación no habitual, me fui preparando para este viaje.

 Debo mencionar aquí, que hubo gente que colaboró, con su aporte económico, y les agradezco desde este espacio, como ya lo hice en su momento…

 Y, al llegar los últimos días, las emociones se intensificaban, las preguntas también: ¿podré relacionarme bien con mis compañeras?, ¿podré realizar todas las actividades programadas y disfrutarlas plenamente, aún sin ver?...

 Pues bien, debo decirles que, confiando en mí misma, así como en Alicia y el resto del grupo, armé mi bolso, pequeño, como nos habían pedido. El día 24 me levanté temprano, y luego de asearme y desayunar, guardé las últimas cosas. Salí de casa, y a los pocos minutos, Alicia pasó a buscarme, acompañada de Ana, otra integrante del grupo.

 Ya en la trafic, que nos trasladaba a Córdoba, provincia turística por excelencia dentro de la Argentina, comencé a escuchar voces que no conocía, y a preguntar. Así me presentaron a Bibi, una simpática mujer que, sin hacer yoga habitualmente, igual había decidido acompañarnos.

 El viaje fue largo, entre la ansiedad, las charlas, las paradas, pero, finalmente, luego del mediodía, llegamos a la hostería, donde ya teníamos dispuestas las que serían nuestras habitaciones. Tanto el mobiliario, como el espacio, me resultaron absolutamente confortables. Porque, seguro alguna vez les pasó, encontrarse con una habitación tan pequeña, en la que no se puede caminar. Éste no fue el caso: la habitación contenía dos camas, una mesita para apoyar cosas, un espejo, un sillón, una estufa, y un baño, que teníamos a disposición mi compañera Natalia y yo.

 Luego de disponer nuestras cosas, nos fuimos a almorzar, y esa es otra cosa que deseo resaltar: desde el primer momento pudimos apreciar la dedicación con que tanto Nancy, la dueña del lugar, como sus empleados, se ocupaban de cada detalle, y, muy especialmente, de la comida absolutamente casera.

 Luego de ese almuerzo, nos retiramos a tratar de descansar. El día estaba frío y lluvioso, así que no se podía recorrer, todavía, las instalaciones completas de la hostería.

 De todos modos, pasadas unas horas libres, Alicia nos indicó la sala donde realizaríamos nuestros primeros ejercicios. Como siempre, introdujo la clase tratando de que entráramos en movimiento, y, luego, poco a poco nos llevó a la relajación, y, en esa calma nos indicó que trabajaríamos en parejas. Hicimos un ejercicio de intercambio de energía, mediante vocalizaciones (yoga de los sonidos), y, luego, cada una de nosotras, fue verbalizando sus sensaciones.

 Finalmente, Alicia hizo hincapié en la manifestación de nuestra voz propia, única, y la necesidad de superar los miedos, que a veces nos paralizan, impidiendo esa libre expresión. Para ello, utilizó unas afirmaciones, así como un texto de Eduardo Galeano, que compartiré ahora con ustedes:

 

 Sigo mi guía interior.

 Me conecto con la verdad.

 Expreso lo que siento.

 Doy y recibo amor.

 Disfruto lo que hago.

 Recibo lo que la vida entrega.

 Acepto la abundancia.

 

 De nuestros miedos nacen nuestros corajes, y en nuestras dudas viven nuestras certezas.

Los sueños anuncian otra realidad posible, y los delirios otra razón.

En los extravíos nos esperan los hallazgos, porque es preciso perderse para reencontrarse”.

 Al ambiente creado con el ejercicio en parejas, las afirmaciones, etc., se nos unió el arco iris, que al terminar esta clase, pudieron disfrutar los que lo veían, dando un cierre colorido a una jornada más bien gris.

 El segundo día, sábado, comenzó con una clase de yoga, a la que no asistí, por llevarse a cabo antes de la hora del desayuno, y porque Alicia aclaró perfectamente que todas las actividades eran opcionales. Luego, al vestirme, e ir a desayunar, habiéndome despertado gracias al sonido del ooommm, que suele finalizar cada clase de yoga, disfruté nuevamente de los manjares preparados por los anfitriones, dándome la energía suficiente para, ahora sí, seguir al grupo en la planificación diaria.

 Lo que nos esperaba fue una caminata, hasta un arroyo cercano, en la cual, pudimos disfrutar de los aromas de los pinos que rodean a la hostería, así como de los distintos pastos, piedras, etc., y, al llegar al arroyo, el deleite fue mayor aún, porque pudimos mojarnos, lo cual disminuyó, en buena medida, el calor reinante, gracias al sol, que siendo ya horas cercanas al mediodía, realmente se hacía sentir.

 Al regresar, tuvimos algunos momentos libres antes de almorzar, en los que empecé a comprobar que el clima, el silencio del lugar, los árboles que nos daban su sombra, hacían propicios dichos momentos para confidencias que, sin ningún esfuerzo, se compartían, en parejas o pequeños grupos, aunque fuese la primera vez que teníamos contacto, las unas con las otras.

 Y, luego del almuerzo, al tener también tiempo libre, las más audaces disfrutaron de la piscina, mientras que otras hacían una siesta, y algunas otras, simplemente disfrutábamos de la charla.

 Por supuesto, luego de las 18, nos reunimos nuevamente para que, las que no habíamos participado de la clase de la mañana, pudiéramos hacer yoga y meditación en ese momento.

 Y, llegó el domingo, último día que pasaríamos completo en aquella hostería, así que, nuevamente se dio una clase de yoga temprano, a las 8 de la mañana. Luego, me presenté arreglada para el desayuno, y, como teníamos la mañana libre, la mayoría de mis compañeras partieron, en remises u ómnibus, a la ciudad más cercana, La cumbrecita, para recorrer y comprar regalos…

 Alicia, atendiendo a una propuesta mía, me acompañó, nuevamente, en una caminata hasta el arroyo, que disfrutamos plenamente, relajadas, ya sin las voces de mis compañeras interfiriendo con los sonidos naturales. Al llegar a un lugar propicio, nos sentamos frente al arroyo, nos quedamos descalzas, con los pies en el agua fresca, haciéndonos confidencias…

 Luego, al regresar a la hostería, nos encontramos con Graciela, otra de las compañeras que había decidido quedarse, y nos contó sus vivencias, en un pueblito pequeño, también de la provincia serrana de Córdoba, en su infancia, y sus recuerdos de familia…

 Luego nos preparamos para almorzar. Y, a continuación, hicimos la digestión al costado de la piscina, nuevamente compartiendo anécdotas, música relajante, algún libro de horóscopos, que circulaba de mano en mano, al igual que el mate.

 Más tarde, como estaba previsto, nos reunimos para realizar una breve clase, que consistió en lentos movimientos, pertenecientes a la disciplina oriental del tai chi. Y, ya habiendo entrado en movimiento, y cayendo sobre nosotras las sombras de la tarde, que se hacía noche, comenzamos la meditación de la luna. Creo que este fue uno de los momentos más emotivos del viaje, para mí, y para muchas. Alicia nos habló de la luna, de su parte visible, y su parte oculta, de sus ciclos constantes, y su relación con nuestros ciclos femeninos…

 Luego, nos indicó que eligiéramos, de las piedras que estaban depositadas en el medio del círculo que habíamos formado, una, a la que cargaríamos, simbólicamente, con todo lo que deseábamos soltar, todo aquello que habíamos sufrido y que ya no queríamos para nuestras vidas. Nos dijo que esas piedras serían arrojadas al agua, para que la naturaleza se encargara de transmutar todo lo malo, en proyectos concretados, beneficiosos para cada una de nosotras. Así que, debíamos concentrarnos, con todas nuestras energías, en nuestros proyectos futuros, en lo que sí queríamos para llenar nuestras vidas, y respirar, conscientemente, para tomar de ese aire puro, la energía que nos llevaríamos, para viabilizar esos proyectos…

 Fue tan fuerte el momento, de tanta introspección, que, al terminar, además de la entrega de regalos, que algunas compañeras habían comprado para Alicia en nombre de todas, hubo lágrimas y abrazos, uno de los cuales, fue el que le di, con todo mi afecto y agradecimiento, a nuestra profesora, por haber guiado magníficamente ese viaje.

 Pienso que la mayoría de nosotras sintió ese impulso, sólo que algunas, por su carácter, no pudieron llevarlo a la práctica. De todos modos, confío en que, a cada una, con sus particulares desafíos, una enfermedad, la pérdida inesperada de un hijo, la disolución de una relación muy importante en su vida, este viaje les haya servido para renovarse, y encontrar dentro de sí el camino que necesitaba encontrar y la fuerza para recorrerlo.

            Luego de ese momento, con fotos grupales incluidas, nos retiramos a prepararnos para cenar. La cena de despedida consistió en una entrada liviana, y en el plato principal, nos sirvieron carne de cerdo, bañada en salsa de frutos rojos, y acompañada de un puré de manzanas. ¡Todo estaba delicioso!

 Pero, a la par que comenzábamos a comer, comenzamos a oír una música, muy suave. Era Claudio, un músico, que acompañado de su guitarra, comenzaba a desgranar canciones. Como Alicia notó que las voces de mis compañeras no me dejaban oírlo bien, me invitó a cambiar de posición, de modo que desde la cabecera de la mesa, lo tenía justo a mis espaldas. De este modo, mientras degustaba la comida, oía las melodías, que tanto en español, como en inglés o portugués, eran magistralmente interpretadas por el músico.

 Avanzada la cena, mis compañeras comenzaron a hacer silencio, y fue posible apreciar las canciones de Silvio Rodríguez, así como algo de folclore, típicamente argentino.

 Y, ya habiendo terminado la cena, giré mi silla, y lo escuchaba, sonriendo todo el tiempo, a tal punto que, en un momento, habiéndose olvidado de alguna letra, me pedía ayuda, sin saber que, de no ser por la compañera que tenía a mi lado, no me habría enterado que era a mí a quien le hablaba…

 Y, bueno, como todo llega a su fin, el recital llegó al suyo, levantamos nuestras copas, agradeciéndole al artista su trabajo, y brindando por todo nuestro grupo, que a la mañana siguiente partiría de regreso a casa.

 El lunes amaneció, como los días anteriores, con un clima ideal, que nos permitió disfrutar del desayuno, y de los últimos momentos, recogiendo nuestras cosas, tomándonos fotos en las habitaciones, con alguna caminata, etc.

 La trafic llegó, acomodamos nuestras pertenencias, y despidiéndonos de César, pareja de Nancy, que en ese momento se encontraba a cargo de la hostería, emprendimos el regreso.

 Por supuesto, el cansancio acumulado de algunas, más el camino sinuoso mientras dejábamos atrás las montañas, hizo surgir algunos malestares, por lo cual, el ambiente era más calmado, silencioso, al menos por momentos. Y así, entre caramelos y otros bocadillos, entre mate y mate, fuimos recorriendo el camino de vuelta, en el mismo calor afectivo que había caracterizado todos estos días...

 Ahora, ya cada una en su casa, sólo nos quedan recuerdos, fotos, alegría por haber podido estar ahí, y, por supuesto, las ganas de volver algún día.

 

Autora: Laura Soto de Ferro. Santa Fe, Argentina.

Profesora especializada en Ciegos y disminuidos Visuales.

laurayroberto2005@funescoop.com.ar

 

 

 

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