Con cuchillo y tenedor
Me gustaba pelar los langostinos con cuchillo
y tenedor.
"¡papá! que se comen con las manos"
Se reían. Se reían de
mí en lugar de valorar mi destreza.
Es que no me gusta manchármelas.
Decía yo. Pero no era cierto, lo hacía por verles reír.
Cuando aquí ponen langostinos, pido
cuchillo y tenedor. Ellos no me ven pero yo soy feliz recordando como se reían.
Cosas que me gustaría leer
Por ejemplo, que se han
eliminado las castas en
Que la madre teresa de
Calcuta no ha muerto, solamente está dormida y el príncipe va de camino.
Que los dueños de los
perros recogen las cacas de sus animales sin miedo a que se les quiebre la
columna vertebral por agacharse.
Que cuando beses a una rana
va a dejar de ser rana y que eso no va a pasar sólo en los cuentos.
Y que el otro día el médico te dio un diagnóstico equivocado.
Tres cuartos de siglo
Tengo 75 años; he llegado a esta edad provecta sin vivir.
Interna en un colegio desde los siete, y a los 18, al convento. Me licencié en
educación especial; daba clase a los menos dotados. Muy pronto empecé a
aburrirme y enseguida perdí la fe. ¿Por qué dejé de creer en algo intangible?
Vértigo me ocasionaba eso tan inmaterial, inasible. No obstante, seguí renovando,
año tras año, los votos, hasta ayer que cumplí 75 años y fui capaz de decirles:
"Si hay rejas ¿para qué votos? Y si hay votos ¿para qué rejas?
¡Adiós!
Los
Picaportes
Hablábamos
casi diariamente pero no nos conocíamos. Él corregía, para darles trámite, los
documentos que antes pasaban por mi despacho.
"Un día tenemos que tomar un café".
"Estoy justo una planta debajo de la cafetería, te pasas a buscarme
y así nos conocemos".
Si los picaportes hablaran, el de su puerta le habría contado las veces que
estuve agarrada a él, y que de no haber existido la puerta no hubiera parecido
tal. Pues ya era el día. Entraría.
"¿Quién es? ¿Qué pasa Padi? ¿Quién viene?".
Cerré horrorizada pues un perro venía hacia mí.
En marcha
La noche estaba muy oscura, tranquila.
La brisa del mar rozaba mi cara, inasible. Fugaz, se reía quedo haciendo
malabarismos con la sal. Él apoyaba su mano
en mi hombro. Yo le guiaba como un amo,
como el perro de un ciego. Noté que llegábamos al mojarme los pies. Entonces le
dije:
--Estamos en la orilla, ¡lánzate!
Y salí corriendo. Había oído lejano pero
nítido el silbido del tren de cercanías que me llevaría hasta el
"Francisco de Goya", que tenía que coger, porque
ese tren no volvería a pasar por mi vida
nunca más. ¡París!
Feria de
abril
¿A qué hora me has dicho que sale el tren?
--¡qué horror, mamá! Es la quinta vez que te
lo digo. ¡A las seis!
No me grites, oigo perfectamente. Es que ya
son las cuatro ¡y el tren no espera! Ese trayecto a Sevilla en dos horas, en mi
tiempo lo hacíamos ¡en 14!
--me voy por no oírte.
Llama cuando llegues ¡que yo sí quiero oírte!
¡Virgen Santísima! ¡Ya llama! Si son las
siete, ¡a que ha perdido el tren!
¡Dime, hijo mío!
--Señora, ha habido un accidente,
¡En...! ¡Mi hijo!
Cerca de
París
Mis ojos miraban lo que veían sus manos. Al
día siguiente jugábamos un campeonato de partidas cortas en Couvray. El viaje
hasta parís era largo. Paula, de 11 años, y Daniel de 13 eran ciegos; no podían
entretenerse viendo el hermoso paisaje, pero teníamos el ajedrez que hacía
mágico el camino.
--¿Subiremos a la torre Eifel?
--¡Si no vas a ver nada!
--Pero contaré las escaleras.
--¡Venga, chavales! Un mate cada uno; tú el de
Chigorim. Tú el de Anastasia.
--¡Esta noche, aquí en mi litera dormiré como
de pequeño, acunado!
--Pues yo imaginaré que me mecerán las olas.
La roca enamorada
¿De dónde
vino? Sabía que no estuvo siempre allí, pero llevaba tanto tiempo quieta que...
seguro que ya no recordaría la forma de moverse. Algo ajeno a su voluntad la
mantenía atrapada. El viento quiso moverla empujándola con fuerza. La lluvia
intentó que caminara socavándola. El rocío le hablaba persuasor de las flores:
“¡ven, están ahí!”. Nada. Pero hacía unos meses, atravesaba su horizonte algo
parecido a un huracán, muy rápido, ágil, fuerte, brioso.
--¡Mira que bello! ¿Que es?
Preguntó al viento.
--Un tren.
--¡Oh! ¡Pues me he enamorado!, ¡iré hacia él!
Autora: ángeles Sánchez Herrero. Madrid, España.