Profesional Perseguido.

 

                        Por estos lares brilla el sol de una hermosa mañana cualquiera, en tanto se percibe un infinito bullicio de pájaros volando en libertad y esas cosas tan lindas… Lástima que yo me encuentre en un rincón tan lúgubre, húmedo… tétrico.

Hace un rato me dieron una tremenda paliza, de las que aquí denominan “amansalocos” como para justificar una rehabilitación o al menos para que pase el resto del día en calma. Todo es más de lo mismo, porque en realidad esto no es muy distinto a la vida de guacho que yo había mamado desde mi infancia en la casa de mi padrino, el tío Coco.

A veces me pongo a pensar y me doy manija hasta terminar más retorcido con tantos recuerdos podridos. Yo creo que hay mil formas de vivir y existen quienes se adaptan a lo que les cae por suerte o por desgracia. Otras personas racionales hacen como yo y al no conformarse con lo que venga al azar, buscan y buscan una forma de sobrevivir y pasarla lo mejor posible.

Uno se va amoldando a ciertos comportamientos de conductas que son ejemplos  cosechados a su alrededor. Tal como lo dije, me crió el tío Coco, algo que fue terrible para mí. Él era un tipo jugador y borrachín por lo cual maltrataba a su familia y yo no fui la excepción. Su profesión era de politiquero ya que fue varias veces uno de aquellos “honorables” concejales municipales y ni que hablar de su trayectoria delictiva usando esa patente. Baaaah, siempre lo he definido como un reverendo hijoeputa.

Cuando me inicié en el colegio secundario, pronto  comprendí que estudiar no era mi fuerte… y así me fue, ¡para el carajo! Me borré y comencé a deambular buscando donde trabajar. Nada fácil, todo mal. Si conseguía algo era muy exigente, muchas horas y poca plata. Anduve casi siempre haciendo changas.

Después de trajinar buscándole la vuelta a mi pobre situación, sopesando los resultados  exitosos del tío Coco me decidí por meterme como militante en un partido político, y aunque mucho no entendía me daba igual de cualquier tendencia que fuese pues como sabemos son todos hechos con la misma bosta. Me fui moldeando rápidamente. Allí conocí mucha gente, pero buena, lo que se diría de buena intención… ¡ninguna! Posiblemente  las habrá, pero ahí nunca las encontré. En realidad me pudrieron porque de un lado estaban los ambiciosos candidatos al poder que se postulaban para cubrir algún puesto que les permitiese engrosar sus peculios a cualquier costo. De esa manera se la pasaban engrupiendo a los del otro lado, a quienes tienen toda clase de necesidades y se dejan embaucar creyendo en mil promesas falaces que no cumplirán ni ´por su “meretriz mamá”. Lo único que saqué de positivo, fue aprender a tomar ventajas y a quedarme siempre con algo, ya sea algo rapiñado, un vuelto o alguna comisión.  El tío Coco sabía decir que hacer política es como hacer gárgaras… ¡Uno siempre se traga algo! Jajaja… Él se las sabía todas.

Gracias a que actué como  guardaespaldas de un intendente pesado tipo Al Capone, fue que aprendí a usar diferentes armas de fuego. Ello significó un gran progreso, porque pasar de la gomera a una pistola semiautomática es un gran logro. Entonces me aboqué de lleno a ellas.

En principio trabajé para varias agencias privadas de seguridad donde era explotado vilmente, así que chau… Me tenté a incursionar en el robo, al asalto con el fierro en mano, y me empezó a ir muy bien. El “mágico Paco y el porrito” me ayudaban bastante, fuerza y coraje me sobraban. Tenía presente lo que siempre repetía mi padrino el concejal: “El fin justifica los medios”, así que todo estaba bien porque sin guita no se puede vivir.

Y bueno, no faltó el día en que tuve que bajar a un tipo de un balazo. “Asesinar no es nada traumático…” Al menos eso dicen los que no han matado más que alguna gallina o una rata. Para matar a un tipo hay que tener mucho coraje, los atributos bien puestos  y se necesita una linda dosis de bronca. Por lo de la culpa, eso no puede joder a nadie, ¿Culpa de qué? Si el vago tendría que morirse algún día fue mejor así que morir agonizando de una enfermedad dolorosa.

Este asunto se reiteró varias veces ya que hay muchos idiotas que te la complican, y eso es por ver demasiadas películas de justicieros ficticios  en la tele donde siempre ganan. Yo no soy de los que me quedo en el lugar del crimen, no, yo me voy para mi casa pero antes entro a la iglesia, como hacía el tío Coco después de cagarnos a palos. Tengo la sensación de que con eso ya estoy perdonado, o si me llegaran a buscar por el muerto el cura podría decir que me vio en la misa o qué sé yo.

De todos modos no es para preocuparse mucho porque la ley en este país es pura joda. Si hasta disfrutamos de altos funcionarios que insisten en que no hay inseguridad, sino ¡que es una sensación de inseguridad!… Jajaja… Como si los muertos a diario fuesen de cartón. Y además tenemos  abogados, fiscales y jueces que se tildan de “garantistas”… Jajaja… cuando realmente son coimeros y forman como garantía una trenza que al final por unos pesos son capaces de liberar hasta Jack el destripador.

 Después me metí en una variante… “hacer boletas por encargue”, o sea a lo que los periodistas llaman sicario. Pagan buena plata si es un don nadie, pero si el futuro finado presenta alguna dificultad, el costo se eleva en proporción. Lo que más he cobrado fue por un sindicalista, ya que tenía guardaespaldas y todo. En este negocio me iba bien porque soy serio, yo no soy de esos vagos gatillos locos que matan  por matar nomás y dados vuelta sin control por la falopa.

Es un negocio rentable por lo cual yo amasijaba a hombres, mujeres o lo que venga pues todos se pagan como bultos. Inclusive a viejos jubilados pero bien matados ya que son mucho más fáciles. Pocas veces he dejado heridos, aunque  después de alguna manera los he liquidado. Es la forma de ejercer la democracia, liquidar a todos por igual como lo hacen nuestros funcionarios.

En fin, demostré ser el embajador de la muerte sin cargar una guadaña ni la túnica negra. Y por supuesto que cobraba porque no se puede, o porque no se debe trabajar gratuitamente. “En la vida todo tiene su precio”, como solía decir el tío Coco.

Nunca he matado a nadie porque yo quería, generalmente a los que mandaba a mejor vida no los conocía, y así fueran conocidos los mataría igual. Me considero todo un profesional en esto. Es una linda fuente laboral y la base la aprendí con algunos políticos… Sobre todo por el atractivo fundamento de que: ¡Negocios… son negocios! Además de concordar con lo que expresaba Mafalda: “Nadie puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás”.

A veces a un tipo había que seguirlo todo el día hasta poder boletearlo, pero eran unos pesos extras y eso me alentaba ya que nunca tuve que pagar  el impuesto a las ganancias al igual que los políticos. Lo único que calculaba era que no me pudieran responder con otro balazo, o que la policía estuviese por allí. Siempre he sido un tipo muy responsable. Desgraciadamente no se dio que me contrataran para liquidar a un fiscal de la nación, pues esos pescados gordos y alcahuetes se cotizan muy bien y encima el laburo está bien cubierto de impunidad absoluta.

Cuando el trabajo mermó un poco pensé en sostener un buen nivel en mi profesionalidad adquirida, entonces me dediqué a la práctica de tiro, algo elemental. Era lógico que un tipo de mi estirpe no pudiera ir a un polígono de tiro, pues ahí van cazadores, deportistas, policías y milicos, y lo mío no cuadraba porque era otra cosa…

Recuerdo que una mañana salí a dar una vuelta en bicicleta por Belgrano, ese barrio donde yo vivía. En una esquina pude ver a una pareja sentados a la mesa sobre la vereda de un bar. Se los veía felices, enamorados… ¡Qué desubicados! y la bronca se me subió hasta los pelos. Esa fue una linda práctica, pero como lo hice desde la bicicleta en movimiento, quedaron los dos heridos. Cuando supe este detalle por los noticieros, el odio me hacía hervir la cabeza por haber errado a un blanco tan fácil. Y bueno, me quedó la sangre en el ojo y entendí que para superar ese fracaso profesional debía continuar mi entrenamiento. Fue así que un atardecer salí a pasear por la avenida Cabildo… Esta vez no podía cometer errores. Miraba en todas direcciones sintiéndome un poderoso capo total en el balcón de la casa de gobierno. Observaba todas las caras y todas me gustaban. De pronto me decidí… ¡sorpresa! Saqué mi “Magnum 357” de la cintura, giré mi cuerpo completo y disparé varias veces al boleo. Cuando vi caer a tres o cuatro personas sobre la vereda, el alma volvió a mi cuerpo. Les había hecho saber que yo era un auténtico profesional. Me alejé y subí a un transporte colectivo, observando a cada uno de los pasajeros. ¡Todos ignoraban quién era yo! Y por ende nada sobre la proeza que acababa de realizar… Aquella indiferencia me colmó de desprecio. Descendí y me refugié en mi casa. Al sintonizar el canal de noticias esperando que reconocieran públicamente mi magnífica acción. Lamentablemente fui desprestigiado, insultado y calumniado.

Era evidente de que esta sociedad ya estaba insensibilizada, corrupta y enmarañada, porque confundir a un célebre profesional como lo soy yo y rebajándome con insultos como si fuese un político más… ¡No tiene sentido razonable!

Por Ello agradezco que hoy puedo estar aquí protegido de tanta gente que anda suelta en las calles, miles de personas sin escrúpulos, de esa gente que no entiende nada sobre qué es la vocación y el profesionalismo, digamos con ideas politizadas, y sino fíjense a quienes votan… Jajaja. Si alguien de ustedes llegase a comprender mi convicción, mis principios morales, le pido por favor que se acerque a charlar conmigo, lo espero con los brazos abiertos. Eso sí, cuando llegue a la puerta del hospital pregunte por “El Loco Polvorita”…

Aaah… psiquiatras abstenerse…  ¡Ya basta de persecución política, por favor!

 

Autor: © Edgardo González - Buenos Aires, República Argentina

“Cuando la pluma se agita en manos de un escritor, siempre se remueve algún polvillo de su alma”.

ciegotayc@hotmail.com

 

 

 

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