Identidad, dignidad de la persona en situación de
discapacidad.
Introducción
La
identidad de un individuo no responde exclusivamente a una sola causa, no está
determinada únicamente por su origen genético, el lugar en que ha nacido, su familia,
por las circunstancias físicas que él posea; sino que también, la experiencia
que va adquiriendo y sumando en su camino de vida, qué hace y cómo vive y
convive con esas condicionantes que tiene desde el origen como individuo, del
lugar y familia en que nació y se desarrolló, conjuntamente con lo que vaya
adquiriendo en el devenir de su camino como persona, juegan un papel muy
relevante en la conformación de su identidad personal.
La
construcción de una identidad es, entonces, eso: una construcción, compleja,
que obedece a múltiples factores, más propiamente dicho, está influida por
varias y diversas circunstancias fundantes de la persona y otras advenedizas,
conforme vaya creciendo y viviendo en sociedad, moviéndose en diversos ámbitos,
y desarrollándose como persona, hombre o mujer, padre o madre, o cualquier otro
rol social y existencial por el que transite y se desarrolle.
En este
trabajo nos proponemos realizar algunas reflexiones, a fin de que, juntos,
incrementemos la conciencia de que es necesario construir un conjunto social a
partir y con la identidad que cada uno de sus integrantes, por condición
natural, pueden aportarle. Simplemente quisiéramos que luego de haber leído
estas líneas, el lector haya incrementado este propósito, su conciencia de que
no hay plena identidad y por ende no será sociedad o grupo inclusivo, si no hay
plena y total consideración de los aportes que cada uno de sus miembros pueda
hacer.
El deterioro de la identidad de las personas con
discapacidad
En
consonancia con el planteo de Erving Goffman en “Estigma, la identidad
deteriorada”, esta identidad, y muchas veces con ella el sentido de dignidad de
la persona, se ve, si no deteriorada, sí menoscabada en dos aspectos del
sentido de uno mismo, como son la valía y la valencia. Entendiendo por valía el
valor de uno mismo como persona, mientras que la valencia se refiere a la
capacidad de valerse por uno mismo. (Goffman, 1963).
Muchas
veces, el trato puerilizante (aniñado) o minimizante de los otros hacia las
personas en situación de discapacidad termina afectando la valía de dicha
persona. En otras palabras, influye en el sentido de su valor como ser humano
-de allí se podría entender la implicancia del término “minusvalía” o
“minusválido”-; cuando, en realidad, en la mayoría de las ocasiones, el
lenguaje o algunas actitudes teñidas de cierto sobre-proteccionismo de los
demás hacia las personas con cierta limitación, va más bien dirigida a la
valencia de la persona, es decir, a su capacidad para desenvolverse por sus
propios medios y posibilidades, entendiéndose así que no contar con, o tener
disminuida una capacidad, afecta a muchas otras -de allí el término
“invalidez”, “inválido”.
Vemos
claramente una conducta social descripta por el autor de la siguiente manera:
“(…) un individuo que podía haber sido fácilmente aceptado en un intercambio
social corriente, posee un rasgo que puede imponerse por la fuerza a nuestra
atención, y que nos lleva a alejarnos de él cuando lo encontramos, anulando el
llamado que nos hacen sus restantes atributos (…)” dando así una clara y
notoria sobredimensión de su carencia o disminución y no de su valor íntegro,
personal e irreemplazable; indispensable en la conformación social) que casi en
forma natural e inconsciente -la mayoría de las veces- lleva, como
consecuencia, a que estos individuos no sean considerados como parte de la
sociedad y/o queden fuera de la conformación de ésta”.
La vida
en sociedad y el desenvolvimiento cotidiano, nos ponen frente a un proceso en
el cual, cada individuo participa en diferentes roles, que dependiendo y siendo
condicionados por el contexto, harán que cada sujeto sienta que es alguien
determinado, con su identidad propia, clara y precisa, tome decisiones
autónomas y obre en consecuencia; o será aquel que es o debe ser para los
demás. Se produce, de esta forma, una terrible y degradante confusión de la
identidad. Pues ese individuo, ante sí y terceros -inclusive la propia
familia-, no podrá presentarse como alguien determinado, sino que será la
representación y proyección del imaginario social.
Es en
el momento de la irrupción del individuo, en que pueden aparecer barreras e
impedimentos que naturalmente no existen, ni el sujeto trae consigo mismo. Son
los demás, el entorno, la sociedad en su conjunto, quienes crean y le llevan a
creer que son necesarias y hasta inherentes a su condición, para actuar y
moverse en ese grupo determinado.
Para
presentar un claro ejemplo de esta situación, nos podemos referir a una persona
con disminución visual o ceguera, quien proyecta sobre sí, lo que los demás se
representan a partir de situarse en una eventualidad de ese tipo. Le hacen
creer, le imponen, que él debe ser y tener lo que ellos creen que podrían
llegar a ser o tener en caso de “padecer” una limitante semejante.
Se
presenta una gran confusión y pérdida de identidad -o directamente falta de una
identidad clara y precisa-, cuando, por ejemplo, en un cuerpo normativo como
Sugerimos,
entonces, promover un proceso de deliberación pública, intentando expandir la
conciencia sobre la realidad de esta porción de la población, integrada por las
personas con discapacidad. Y al decir “pública”, nos referimos a cada uno de
los agentes sociales: instituciones gubernamentales que entiendan directa y/o
tangencialmente en la realidad de este grupo social, organizaciones no
gubernamentales con pertinencia en esta cuestión, toda asociación civil cuyo
objeto social sea afín a la promoción de personas con discapacidad. Además,
resulta indispensable incluir a toda la sociedad en su conjunto, a través de
canales conducentes y adecuados para garantizar una eficaz y real participación
en el proceso de deliberación, elaboración e implementación de políticas
públicas orientadas a la promoción de las personas con discapacidad.
Para
este proceso, no deben dejarse de lado la diversidad de opciones y
posibilidades que el uso de la tecnología nos proporciona, destacándose entre
ellos los medios masivos de comunicación, Internet, redes sociales, sin dejar
de lado los tradicionales y siempre útiles encuentros barriales, académicos y
culturales que se efectúan cara a cara; todos estos, espacios que tienden y
posibilitan una real difusión en la toma de conciencia de la sociedad en su
conjunto.
Carlos
S. Nino en su libro “Un país al margen de la ley” destaca, entre otras, como
una de las causas de la “anomia” el incumplimiento generalizado de las normas
establecidas, el hecho de esperar que sea otro individuo y no nosotros mismos
quienes operemos tal o cual conducta ya prescripta, para producir un cambio social.
Es corriente oír frases tales como: “que el Estado se haga cargo”, “el gobierno
lo tiene que hacer”, “si los demás no lo hacen, ¿yo por qué?”, etc. Cada una de
estas frases nos habla de una quita de responsabilidad personal e individual en
la marcha de una sociedad, perdiendo de vista que quienes hoy detentan
determinadas responsabilidades, alguna vez estuvieron en el llano; que quienes
detentan una determinada función social, en otro momento no la tuvieron.
Entonces, es allí donde deberíamos preguntarnos por los procesos de información
y formación, quiénes y cómo llegan a tener ciertas responsabilidades.
No
obstante el proceso de deliberación pública, tendiente a una cabal toma de
conciencia, en pos de una búsqueda de propiciar las capacidades y aportaciones
de cada persona, como lo indica el ya mencionado Art. Nº 8 de
Qué se
puede decir del aporte a la conformación social, si la persona -en este caso
con discapacidad- para poder incluirse y estar incluida, debe aparentar ser uno
más, debe disimular su déficit. Es decir, por ejemplo en el caso de una persona
cuya deficiencia es visual, es recibida y aceptada si pareciera no tenerla. Si
sus acciones y conductas, el modo de resolver situaciones, ya sea domésticas,
laborales o académicas, lo muestran como si pudiese ver plenamente, como la
mayoría de la población, no es infrecuente oír frases tales como: “si parece
que no es ciego”, “vos ves, no me engañes…”, “lo haces mejor que yo que veo”,
“qué bien pudiste a pesar de que no ves”, “quién diría, viendo poco alcanzaste
a poder hacerlo”; y otras similares. Claramente se pierde la perspectiva de la
persona y -además de poner el foco en el déficit- se establece un parámetro de
“normalidad”, o estándar a cumplir, para poder ser parte de la sociedad,
anulando, casi por completo, o al menos no teniéndose en cuenta, las
aportaciones que desde su peculiaridad y singularidad el individuo es capaz de
sumar y aportar a la sociedad.
De
acuerdo con lo hasta aquí expuesto-y volviendo a Goffman-, la identidad del
individuo no solo queda deteriorada sino que no luce en todo su esplendor,
privándose así a la sociedad de los aportes que él y solo él puede dar y
consecuentemente incidir en su conformación y crecimiento. ¿Acaso una persona
que no ve totalmente o ve parcialmente, no puede realizar algunos actos que
realizan otros individuos con su capacidad visual al cien por cien de sus
posibilidades, aunque de otra forma o con otros medios o recursos, y con
idéntico grado de satisfacción y eficacia social? Se pierde así –al no tener en
cuenta su particular y singular forma en el desempeño- de una riqueza extra y
no prevista hasta ese momento (el de la intervención personal de quien se trate
en el caso) que el sujeto con un déficit físico o sensorial puede aportar sobre
la cuestión en debate en ese momento.
La doble vertiente de la despersonalización
“En su
boca no hay razones
aunque la razón le sobre
, son
campana de palo
las
razones de los pobres.”
Estas palabras
del Martín Fierro nos ayudan a ilustrar, cómo, muchas veces, por más que la
persona con discapacidad argumente o fundamente, y trate -y efectivamente
pueda- aportar una mirada, un sentir concreto sobre alguna cuestión de debate
social, o simplemente su incidencia particular individual -y por lo mismo
irreemplazable-, la mayoría de las veces no es tenida en cuenta, o es
directamente menospreciada, por venir de alguien a quien de antemano, en forma
totalmente hasta prejuiciosa, se tiene como un ciudadano de menor valía que el
resto.
En el
capítulo 9 del Evangelio según San Juan, encontramos cómo en el diálogo con una
persona afectada por ceguera, quienes lo interpelan reflexionan: “…tú, que
naciste ciego ¿quieres darnos lecciones a nosotros?...” Más allá de la lectura
teológica o espiritual que se haga del texto, se ve con toda claridad lo dicho
en el de José Hernández y -lamentablemente- una constante actitud: unos son los
que saben, tienen razón, son capaces de discernir qué es lo que se necesita y se
debe hacer, mientras que otros los que deben oír, sumirse a lo que se les dice,
o que aún teniéndola no se les reconoce razón en sus dichos y están siempre en
situación de necesidad de iluminación de aquel primer grupo; que nadie ni nunca
(ni ley ni convención alguna) lo estatuyó como primero o más importante y de
mayor relevancia.
Algo
similar vivenciamos en la calle, cuando se acerca alguna persona para ayudar a
otra que no ve, y, con buenas intenciones, pero por no saber, lo hace de manera
errónea, y queremos indicarle cómo o sencillamente cuál es la mejor manera, a
veces suele responder: “¿vos me vas a enseñar a mí?”
Volvemos
aquí a destacar la necesidad de una adecuada difusión, tendiente a una toma de
conciencia que -en palabras del Art. Nº 8 de
A la
vez que este fenómeno se produce -y casi a diario sucede, en ámbitos más o
menos trascendentes de la vida social- el individuo va percibiendo cómo, al no
ser tenido en cuenta o no ser considerado como uno más, su identidad queda
desdibujada, pasa inadvertida. Si bien esto a nivel social podría no tener una
implicancia directa en la esfera individual, sí la tiene en el momento en el
que somos también lo que socialmente somos, toda vez que el hombre es un animal
social. Es decir que, si bien no somos lo que los demás dicen que somos,
ciertas veces no dejamos de ver en nosotros mismos lo que reflejamos en los
demás.
¿Es
posible considerar y valorar, las aportaciones de un individuo en particular,
si ni siquiera se oyen sus razones y requerimientos? Siendo que para construir
una sociedad, aunque sea redundante decirlo, inclusiva e integrada por cada uno
de sus habitantes, el Otro, con todo lo que supone de diferente en cuanto sus
requerimientos singulares, es siempre elemento constitutivo, sea en la
proporción que sea.
Podría
decirse que, las relaciones interpersonales y el trato con los otros, para el
desarrollo social de una persona en situación de discapacidad, oscilaría como
en un péndulo, donde los extremos son, por un lado, el abandono o la
desprotección, y, por el otro, la sobreprotección, encontrándose en el centro
la protección. Ésta última comprendiéndose como tejer un tejido o techo (ambas
tienen la misma raíz etimológica), proteger: tejer en favor de; techo no como
límite para el desarrollo, sino por el contrario, como el amparo necesario y
suficiente para éste, que cualquier ser humano requiere para su crecimiento y
bienestar integral.
Cuando
la protección se convierte en sobreprotección, es cuando surge el menoscabo de
las capacidades que prevalecen íntegras en la persona en situación de
discapacidad, percibiendo esta que este trato no sólo afecta su capacidad, sino
también el valor de su ser como tal, y hasta su dignidad de persona.
Una vez
más, aparece aquí la necesidad de la toma de conciencia de la existencia del
otro como factor constituyente en el armado del tejido social, o de cualquier
cuerpo en general. Cuando esta toma de conciencia se torna en algo real y de
cotidiano ejercicio, la consideración de los requerimientos -siempre
particulares, singulares, irreemplazables e insustituibles, a la vez que
vitalmente necesarios- de cada individuo, surgirán como un comportamiento
natural y que sin violentar ninguna conducta ni proposición, llevarán a cada
actor social a vivir y actuar conforme las necesidades vitales de cada
integrante del grupo. De lo contrario, aparecerá lo que llamamos la
despersonalización, en el sentido de no tener en cuenta la personalidad
singularísima de cada ser humano que forma parte de ese tejido social.
Es
notable que, en numerosas ocasiones, resulta sumamente costoso reconocer y
valorar a una persona con discapacidad como a un par. Esto es efectiva y
manifiestamente advertible cuando se trata de casos de equiparación de cargos o
puestos de trabajo, donde muchas veces se somete al trabajador con discapacidad
a injustificables instancias de examinación, como si por tener una limitación
(parcial y atinente al déficit) tuviera que dar más razones para justificar su
presencia en un lugar de trabajo, más allá de la propia idoneidad profesional y
laboral. Esto aunque la limitación provocada por el déficit funcional o
sensorial del que se trate no obstaculizaría ni disminuiría su desempeño en el
puesto de trabajo para el cual eventualmente sería designado; y que, en todo
caso y como única particularidad, requeriría la previsión de un "ajuste
razonable", entendiendo por tal -al decir de
Por
otra parte, la despersonalización se manifiesta también, en la generalización
de las características atribuidas a un tipo de discapacidad sobre todos los
individuos afectados por ella. Se habla de "ustedes", cuando se
refieren a una sola única e irrepetible persona con identidad propia e
individual; aunque sea algún rasgo positivo y digno de ser destacado -a
criterio de quien lo expresa-: es común oír “ustedes se mueven de una forma
especial”, “ustedes tienen un sexto sentido”, “ustedes se ubican mejor que
nosotros”, y frases semejantes, que no hacen más que enunciar una
generalización impropia e inexacta como toda generalización; además de anular
la identidad del individuo a quien se tiene delante, apareciendo, una vez más,
la demarcación de una diferencia de clase de personas.
Se
engloba bajo el signo del estigma, por ejemplo a la persona con ceguera o a la
persona con sordera, y no se individualiza a cada persona por su
particularidad, sus diferencias de educación, de historia personal, de
condiciones propias, es decir, se anula la personalidad de cada sujeto y en
cambio se habla de los ciegos, los sordos, etc. Se cae-por lógica y natural
consecuencia- aunque quien se refiere en esa despersonalizante manera no tenga
la intención de provocarlo, en el consecuente sentimiento de la persona de
experimentar su identidad deteriorada.
Institucionalización del estigma
Se dice
que, en la antigua Grecia se desterraba a aquellos que por la pérdida de su
vista ya no eran útiles a la sociedad. Qué sucede, entonces, cuando el
deterioro toma niveles institucionales: al punto que para tratar, abordar,
estudiar o simplemente buscar algún tipo de camino para el desarrollo del
individuo en sociedad, su proceso de educación y cualquier otra planificación
de roles sociales o existenciales que la persona deba transitar en su vida, en
particular nos referimos a personas con un déficit visual, se crean grupos,
asociaciones, instituciones especiales, apartadas y segregadas de lo social y
orgánicamente instituido. Y, como un claro signo del estigma que las constituye
y las presentará ante los demás, llevan el nombre de tiflos, nombre de la isla
a la que eran desterrados los no merecedores de ser ciudadanos griegos.
Es así
que nos encontramos con la “Fundación Tiflos”, con “Tiflonexos”, con
“Tifloencuentro”, con “Proyecto tiflofamilias”, cuando no directamente
“Organización Nacional de Ciegos”, “Unión Mundial de Ciegos”, “Federación de
Ciegos”, y similares. Denominaciones que, en todos los casos, nos hablan del
grado de avance que se ha generado en el deterioro en la identidad de la
persona, seguramente sin que se lo hubieran propuesto los fundadores de estos
grupos.
Con la
creación de estas asociaciones o grupos, se desnaturaliza –toda vez que se
aparta del conglomerado social orgánico– el abordaje de la realidad
existencial, desde lo más cotidiano hasta lo más trascendental, de un colectivo
de personas. Que luego bregarán por ser incluidas, aceptadas, en la sociedad de
la que ellas mismas se excluyeron. No consideramos ni ponderamos en este
trabajo –por no ser el objeto del mismo– la existencia y razón de ser de los
movimientos asociativos y la importancia del “gueto” en el desarrollo de la
personalidad, pero sí reflexionamos acerca de cuál será la razón que un prefijo
–tiflos– que remite a la exclusión, se utilice como concepto constitutivo y
constituyente. Y en el caso de un adjetivo –ciego–, que debería hacer
referencia a un accidente de cualquier sustantivo, concluye siendo la forma en
que se denomina al sujeto padeciente de ese accidente, en lugar de ser el
déficit que caracteriza parcialmente al individuo, y resulta en la forma en que
se lo denomina: el ciego, la ciega. Biblioteca de ciegos, copistas para ciegos,
deportes para ciegos, banda sinfónica de ciegos, coro polifónico de ciegos y
demás menciones similares.
Conclusión
Nos
propusimos con este trabajo, plasmar algunas ideas y reflexiones que pudieran
servir de disparador para un debate, que creemos nos debemos todos como
sociedad, aunque suene extraño sostener tal afirmación a esta altura del
desarrollo académico y legislativo.
Sería
necio negar el progreso social, y el trabajo de muchos agentes y actores
sociales que bregan, día tras día, para el mejoramiento de la vida de las
personas en situación de discapacidad. Quisimos aportar desde estas líneas,
para que ese progreso, el cotidiano trabajo de cada actor social desde su lugar
de incidencia cotidiana, se enriquezca.
Es
cierto que se puede hacer mucho desde diferentes proyectos sociales y
legislativos, pero insistimos con nuestra idea de que, por mucho que se haga o
proponga, si se realizan sin oír, o abrirse a considerar los requerimientos
singulares, particulares e irremplazables de cada individuo, estaremos
trabajando en la dirección errónea, al margen de la realidad cotidiana que se
pretenda modificar y mejorar con cualquier acción que se proponga.
Ninguna
de estas reflexiones agotan el tratamiento del tema: simplemente nos propusimos
poner en claro que una sociedad nunca tendrá una plena identidad si la
identidad de quienes la componen -o están llamados a hacerlo- se encuentra
deteriorada o mal constituida.
Bibliografía
GOFFMAN,
Erving, Estigma. La identidad deteriorada, Buenos Aires, Amorrortu, 2015.
NINO,
Carlos, Un país al margen de la ley, Buenos Aires, Emecé, 1992.
HERNÁNDEZ,
José, Martín Fierro, Buenos Aires, Eudeba, 2000.
.Autor: Lic. Rodrigo Martín Cabanellas Moreno.
Buenos Aires, Argentina.
El autor es argentino, residente
en
Estudió teología, aunque sin
completar el grado, y ejerció la docencia durante 8 años, entre 1992 y
2000, y más recientemente, como miembro del cuerpo docente del Posgrado en
Derechos y Discapacidad del Colegio Público de Abogados de Buenos Aires. . Ha
trabajado y participado activa e intensamente desde 1990, en instituciones y
organismos vinculados a la temática de la discapacidad visual en particular,
como asesor legal en el instituto Román Rosell de
Actualmente ejerce la profesión en
forma independiente y concursó para cargo de abogado dentro del ministerio de
hábitat de la ciudad de buenos aires. Es padre de familia, y un ciudadano
comprometido, con un fuerte sentido de justicia y de promoción integral de las
personas.
El presente escrito formó parte del trabajo
final del posgrado "discapacidad y derechos" en la facultad de
derecho de la universidad de buenos aires, el que fue calificado con la máxima
distinción.