Pues si
señor, a Salamanca fui dispuesta a pasar unas felices pascuas con Lola y sus
asistentas. Lola es mi hermana y está aquejada de Parkinson
Me iba a
llevar la comida hecha, pero como habíamos convenido que sería sopa de almendra
y pollo en asado, tal como se hacía en el pueblo, en la casa de mi abuela,
consideré que no había necesidad de ir cargando con eso que se podía hacer en
media hora. Ya habría tiempo desde las cinco de la tarde hasta las siete en que
se pensaba ir Sandra, su asistenta.
Luego vendría
Heli, la señora que acompaña a mi hermana cuando Sandra descansa; porque Lola,
ya no puede quedarse sola en la casa.
Cuando llegué
tuve la agradable sorpresa de saber que todo estaba hecho, solo calentar la
sopa y el pollo.
Quise echarle
un vistazo, –No señora, ya le he dicho que todo está preparado--, me dijo
Sandra repetidas veces, luego viene Eli con su marido y su niña y lo arregla
todo" añadió. Y mañana, la comida, ¡¡mariscos!!
No me hacía
ninguna gracia que viniera un extraño a cenar y además una niña de cinco años
que no dejaría de ser un incordio, porque naturalmente se pasaría la noche
cogida a las faldas de su madre, y la madre pendiente de la hija, mientras
estas dos inválidas esperaban con paciencia; pero, bueno, ¡Que le íbamos a
hacer!
Y llegó el
momento.
A las ocho de
la noche se presentó el trío familiar, y tras las presentaciones (que no nos
conocíamos) y un par de besos de aquel maromo con barba de dos días, y una
chaqueta marrón sobre una guayabera negra le di dos besitos a la niña, que vino
a caerle encima de la nariz, el primero, y en la coronilla el segundo.
La niña
resultó ser una monada, educadita, cariñosa, con unas gafitas para la
corrección de un riguroso estrabismo y un lazo negro en el pelo, según supe por
un comentario de Lola. Su madre dijo que no tenía otro más alegre, por lo que
al irse le di para que le comprara lazos de todos los colores, pues me parecía
insufrible aquel lazo negro en aquella inocente cabeza en semejante noche.
Esto, y la inocencia con que buscaba mi mano con sus deditos, predispusieron mi
ánimo en su favor. Era una criatura encantadora y parlanchina, que como su
madre le había advertido que Lola no oía bien, daba unas voces desaforadas,
sobre todo si le hacías una pregunta: ¡¡¡Sííííííííí!!!, ¡¡¡nooooooooo!!!
Luego invité
a Eli, a pasar a la cocina y mirar lo que había en la nevera para el festín.
Eli me dijo
que ella se había traído su comida y que tenía que hacerla, pero que se hacía
en un momento en el horno.
–Ya conocerá
este horno, ¿verdad?, porque los hornos, si no se les conoce el punto, le
pueden dar la lata, le dije.
–Ah, no se
preocupe yo lo he hecho muchas veces, contestó.
– ¿Es una
comida típica de su tierra? –pregunté pensando que así sería para venir con los
ingredientes en una noche tan señalada.
–Ah, no, solo
son unos muslitos de pollo y en la misma bandeja pongo unas rodajas de patata,
zanahoria, calabacín y las rocío con un poco de aceite, pero yo lo he traído
todo.
–Pero si no
es nada especial, la comida ya la tiene hecha Sandra, le informé.
–No, me
contestó, ella solo ha preparado dos muslos de pollo, para ustedes.
– ¡No, no
puede ser, dije llena de estupor, cómo puede imaginar que haya que traer la
comida de su casa, en una noche como esta!
No lo podía
creer. Me fui a la nevera y lo comprobé. Por el tamaño y peso del recipiente,
estaba claro que allí no había comida para cinco personas.
Le dije
cuánto lo sentía y echando en mi interior, sapos y culebras contra Sandra,
dulcifiqué el tono para decirle a Eli, que lo sentía mucho, que nunca me lo
hubiera imaginado, y que no se preocupara, que preparara su comida, que
nosotras esperábamos a que estuviera lista para comer juntos aunque fuera
distinto menú.
Entre unas
cosas y otras, ya pasaba de las mueve y media, el marido y la niña de Eli,
instalados en el salón, que ahora es la estancia de la servidumbre en esta
casa, recibieron mi visita para endulzarles el trago en lo posible, y volví al
cuarto de estar sin brasero, desde luego, que esa es la manía que ahora tiene mi
hermana, cuando estoy allí.
Lola no decía
nada, pero también estaba consternada de la situación.
Pasaba media
hora cuando Eli apareció en nuestros dominios para avisarnos de que el horno no
se encendía y Lola fue a ayudarla, pero no había manera. Yo sugerí que llamaran
a Sandra y le preguntaran.
Llegó la
información de Sandra y se encendió el horno mientras nos disponíamos a esperar
lo que hiciera falta, porque yo sospechaba que en media hora no estaría listo
todo, como ella decía.
Y así, Lola y
yo en nuestros dominios y Eli con su familia en los suyos pasó un buen rato
hasta que Eli vino a decir que el gas iba muy lento y que iba a tardar, por lo
que mejor sería que nos sirviera la cena a nosotras.
Pero yo volví
a negarme, y le dije que sacara la sopa de almendra para irla calentando y
ponerle el huevo batido cuando hirviera, que era lo que faltaba y por lo menos
compartiríamos la sopa con los invitados.
Y aquí vine a
enterarme que solo había sopa para dos raciones. No es difícil comprender que mi
indignación fuera en aumento aunque hacía lo imposible por no tensar la
situación. Y volvió Eli a decir que el horno no iba porque se había acabado la
bombona.
Como, Dios
aprieta pero no ahoga, tuvimos la suerte de que hubiera una de repuesto y la
pusimos. Pero aun así, aquello no se hacía.
Del salón,
vino de nuevo Eli a decir que su marido y su niña, se iban a marchar a casa de
los padres del marido, porque se hacía muy tarde para que la niña cenara.
Aquí me
vuelve a fallar mi capacidad de asombro. Yo pensaba que esta familia
colombiana, aquí no tenían familiares ni amigos de confianza, por lo que era
más o menos plausible que el marido y la niña vinieran a comer junto a la
madre, pero cuando supe que vivían aquí los padres del marido, hermanos, primos
y demás familia, que estaban reunidos en casa del abuelo, una nueva oleada de
indignación me subió por la garganta.
Bueno, el
lado positivo del asunto, era que me iba a librar del pastasmón del marido y de
los gritos estridentes de la chiquilla.
Eran casi las
once de la noche y el pollo, al parecer estaba tierno, pero las verduras, no,
vino a decir Eli.
Ya poco
podría faltar –dije, y fui a la cocina a ver como andaba la sopa. y nuevamente
le expliqué a Eli, que la tenía que poner a fuego fuerte y cuando hirviera unos
minutos, batiera un huelo en un plato, lo vertiera en la cacerola mientras con
la cuchara removía el caldo, y enseguida apagara el fuego. Como no me dijo nada
y no le veo la expresión de la cara, no sabía si lo había entendido. Se lo
volví a explicar y me dijo: --No se preocupe, que ya lo he hecho. Me volví al
cuchitril de las señoras de la casa en la creencia de que padre e hija se
habían marchado a casa de sus familiares.
Pasados pocos
minutos volvió Eli diciendo que ya estaba todo y podíamos ir a cenar. Cuando
entré a la cocina, comprobé que los invitados, padre e hija, ocupaban sus
puestos. Ni siquiera pregunté cuando habían cambiado de opinión, y supuse que
las verduras que acompañaban al pollo, por fin estaban, si no en su punto pero
por lo menos comestibles.
Por fin me
sirvieron la sopa, que se hace con almendras y ajos fritos, azafrán, todo bien
machacado en el mortero. todo hervido a fuego lento y antes de apartarla se le
añade un huevo batido removiendo al mismo tiempo para que no se cuaje del todo
y el caldo quede grueso y sustancioso. Ya en el plato se le pone unos costrones
de pan frito. Es una sopa de mucho invierno y se sirve muy caliente.
Las once y
media ya hacía un ratito que habían dado, pero por fin íbamos a comer. La
primera cucharada que me llevé a la boca, me dio la impresión de agua templada
de fregar, incluso tenía disuelto un polvillo que, serenándome, identifiqué con
almendras pulverizadas con la batidora, sal no tenía en absoluto, y la
temperatura era de un tibio asqueroso. Mi hermana me explicó que, Sandra ahora
quiere adelgazar y no usa la sal para nada.
Como me había
prometido no pasar mal rato por nada, le puse sal, acomodé mi paladar a la
temperatura de lo que tenía en el plato, y esperé resignada a conformarme con
los tropezones de pan frito y de huevo cuajado que me hubieran tocado en
suerte.
Mi hermana
tiene la costumbre de cortar cuadritos de pan, que fríe de una vez, y luego
congela para tenerlos preparados en cualquier momento. Por eso llegó a mi boca
el primer costrón de pan que venía pegado con otro por el hielo y que yo
mastiqué estoicamente y en la próxima cucharada vino mi última esperanza de
acabar con bien aquel plato saboreando, aunque frío, una pizca de huevo
cuajado, que llegó en forma de un cuajarón de clara cruda, que acabó con mi
paciencia.
Aguanté la
náusea y rogué a Eli que me quitara el plato de delante, y esperé resignada el
pollo con su salsita caliente y un par de trozos de suculenta patata cocida en
la salsa, como era de esperar.
Y allí estaba
el pollo, más seco que una tranca, y cuando pregunté por las patatas supe que
estaban en la bolsa de Mercadona.
Tampoco me
enfadé, me lo había prometido a mí misma, que pasara lo que pasara, ya sabía yo
cuales eran las circunstancias.
El muslo de pollo estaba completo, hueso
incluido. Mi hermana a mi lado, con el temblor de sus manos, no podía partir el
suyo, y menos el mío. Yo ignoraba el lugar donde se encontraba Eli, suponía que
estaba al otro lado de Lola, porque su marido estaba a mi lado por la derecha,
pero no me apetecía pedirle ayuda, por lo que tanteando, lo cogí por los dos
extremos, y como si fuera una flauta, me lo llevé a la boca y lo pasé en seco,
porque no había vino. Ni siquiera me había acordado de semejante cosa, tan
formal como me encuentro con mi régimen de salud, por un lado, y la cantidad de
pastillas que Lola toma por otro.
Aquí sentí
vergüenza por enésima vez, y les dije entre bromas y veras, que lamentaba que
para una noche tan especial, hubieran escogido un restaurante tan cutre.
El marido, no
decía nada, algún ligero carraspeo y el bulto que se destacaba sobre los
mosaicos celestes de la cocina delataban su presencia a mi capacidad de
percepción.
La niñita no
rechistaba, Lo que no puedo decires si comió bien o mal, si le gustó poco o
mucho, porque, no la oí protestar ni encapricharse de nada como hacen otros
niños. Tampoco yo tenía el ánimo para interesarme por nada que no fuera el
final de aquel festín que suponía iba a acabar con la degustación de la tarta
de café, que con tanta ilusión y aún saliéndome de las normas de una buena
alimentación, me había decidido a preparar.
Así que,
cuando por las pocas palabras que allí se cruzaban, comprendí que todos habían
acabado, le dije a Eli que sacara la tarta que estaba en su molde todavía
Eli me
presentó varias bandejas y menos mal que elegí una con reborde de varios
centímetros, porque después de enseñarle a Eli que debía despegar los bordes
antes de volcarla, y que lo hizo muy bien,
tapamos la boca del recipiente donde estaba la tarta con la fuente donde
se iba a depositar, le dimos la vuelta y:
¡¡ABRACADABRA!!
Apareció la
tarta toda desparramada, porque Rosa, una maravilla de chica que ahora me
ayuda, tenía prisa el día que la hicimos y –"no lleva hirviendo diez
minutos todavía –se dijo, pero lo mismo da, ella qué sabe!, pensó, y yo, ya me voy".
Y ella se fue
y yo me vine con la tarta sin cuajar.
Como pasó con
todo lo demás, nos lo comimos como estaba, no era cuestión de estropear la
noche por "quítame allá esas pajas" Menos mal que los ingredientes se
podían comer de cualquier forma, porque solo tenía nata, azúcar, café y los
sobaos de la base.
Con lo que no
hubo "ni un sí ni un no", fue con los trocitos de turrón blando y
duro que tuve la precaución de llevar.
Y ya, con el
rito cumplido y el estómago como Dios nos dio a entender, se despidió la
reunión tras los besos de rigor a grandes y chicos.
El día 25 en
cuanto desayuné, me fui a la nevera a ver el menú que me había anunciado Sandra
alegremente, diciéndome:
¡Mañana, la comida
de mariscos!
Le pregunté a
Lola de qué se trataba y ella no sabía. Le dije a Eli que la buscara en la
nevera, porque entre que no veo lo que hay y tampoco conozco de qué se trata,
no daba con ello. Entonces me sacó una malla de mejillones, tal como los
envasaron en la playa, y una fuente con más de un kilo de gambas o langostinos
(confieso que no los distingo con mis facultades), que por lo visto, eso era lo
que comeríamos, y mientras pensaba como comeríamos aquello, limpiamos los
mejillones y cocimos las gambas.
Si hubiera
carne podía hacer una paella –pensé, y si no hay carne, con el caldo y el
pescado también se puede hacer. Pero no había pimiento rojo ni verde, y eso no
le puede faltar a la paella, y entonces me acordé de un plato valenciano que se
llama "arroz a banda", que se hace cociendo el arroz en el caldo de
haber cocido el pescado y se sirve con alioli. Es un plato muy solicitado y
lleva muchas clases de pescado, pero con dos clases también podía valer.
Pues, ya
estábamos salvados, mientras se cocía el arroz, se hacía el alioli, y como es
natural, Lola no podía, Eli no sabía y yo no lo he hecho nunca pero sé que se
hace con mucho ajo, aceite y sal, como una mayonesa, pero al no tener huevo,
hay que ser muy experto para que solidifique.
Y, claro, no
solidificó. Pero al igual que con la tarta, supuse que como los ingredientes
estaban allí, tendría que saber bien. Y así fue. Se lo echamos por encima y
sabía a gloria, y a continuación otra porción de tarta a medio cuajar y el
consabido pedacito de turrón que nos endulzó los inconvenientes que habíamos
tenido.
Y acabo como empecé:
Pues, si señor, ya veis que también hay Nochebuenas "atípicas", y que se sale de ellas con vida y sobre todo con buen ánimo; porque, creedlo, el año próximo, si tengo la salud de ahora, volveré.
A mí me merece la pena ver a Lola feliz al saber que todavía significa algo para los suyos. Porque he comprobado que, está muy lúcida y se da cuenta de todo, aunque algunas parcelas de su cerebro le fallan y la inducen a hacer esas incongruencias de llevárselo todo a la boca, decir tonterías y otros síntomas de esa enfermedad.
Brígida Rivas Ordóñez. Alicante, España.