Venganza Ardiente.

 

Si usted me permite, quiero relatar lo sucedido…porque necesito confesar toda la verdad sobre lo que estoy viviendo… Fueron estas las anhelantes palabras iniciales del relato de Fabián Vergara, un bombero profesional de aquella ciudad. Se refería al drama existencial que pesaba sobre sus hombros y por ende en su conciencia.

¿Sabe qué? Nos casamos hace algo más de cuatro años. Lorena tenía sus veintitrés años, dos menos que yo, y ya era una excelente profesora y traductora de idioma inglés. Pero hace unos meses que nos separamos, lo que para mí todavía es muy reciente y difuso. Creo que aún no acepto el haber perdido a Lorena. Perdí el calor de su ternura, perdí la hermosura de sus ojos, todo lo que conformaba nuestra relación de pareja plena de amor, era la mismísima felicidad. Y lo que más me pesa es haberme creído con seguridad que aquello era una eterna realidad. ¿Me entiende?

Vea usted lo que Pasó, le cuento: una tarde estando de guardia en el cuartel de bomberos salimos a combatir un incendio en un amplio taller de dos plantas, y mientras realizábamos nuestra tarea con mis compañeros Sofía Gallardo y Adrián Lombardi en el sector posterior, se derrumbó una parte de la mampostería, quedando atrapados Sofía y yo, resguardados en un pequeño habitáculo formado por el propio derrumbe, mientras Adrián aunque herido quedó afuera. Varias horas distaron hasta que lograron despejar escombros y rescatarnos, durante las cuales debimos superar los dolores, la incertidumbre y hasta luchar para no entrar en estado de pánico.

Disculpe usted mi embotamiento pero al recordar esto que para mí han sido momentos muy feos… me bloqueo… Discúlpeme por favor.

Entonces, hasta esos instantes en que nuestros camaradas nos auxiliaron, y dadas las diversas heridas que ella presentaba, como pude cargué en mis brazos a Sofía arrimándola hacia el boquete de salida.

Alguien tomó una oportuna fotografía en ese instante, la cual se difundió por todos los medios de comunicaciones y redes sociales, señalándome como un bombero heroico. ¡No lo podía creer!

Pero usted no me haga esos gestos de victoria, señor, porque mi ahí que soy un héroe, ¡nada que ver, por favor! Lo sucedido no significó ser ningún superhombre. Eso fue una simple y lógica reacción, o bien otra obra de la mano de Dios y nada más.

Esos elogios sin razón me afectaron penosamente, porque Ante aquel hecho provocaron una insólita revelación de intolerancia por parte de mi amada Lorena. Los celos le jugaron una muy mala pasada, y esa actitud me destruyó en consecuencia. ¡Algo inconcebible! Al no analizar ni razonar aquella imagen con una mujer ensangrentada sobre mis brazos tomada en circunstancias de vida o muerte, la interpretó como una escena romántica, o hasta de erotismo. ¡Se encegueció por los celos! ¡¡Dios mío! No sé qué le parece a usted esa actitud… muy fuera de lugar, ¿no?

En realidad fue ella quien se apoderó de mi mente y alma, y también fue ella la que finalmente me traicionó. Un día Lorena se plantó ante mí, diciéndome que yo era un buen tipo, pero que todo había terminado, que se marcharía pues había hallado a su verdadero amor. Ninguna explicación era válida ante mi sorpresa y desazón. No tardé mucho en saber quién era ese maldito nuevo amor. Se trataba de ese “¡hijo de su madre!” Nicolás, su profesor de guitarra, quien al parecer ya llevaban tiempo” haciéndola sonar”… ¿Se imagina usted qué situación tan, tan fea, no?

Y tal como lo tenían planeado, Lorena se fue a vivir con él a unas pocas cuadras nomás. Así se inició mi calvario: con la soledad, el latente recuerdo, el insomnio y una furia descontrolada. Algo depresivo llegué a analizar qué forma sería la más adecuada para suicidarme, y así opté por adquirir un revólver. Luego debía determinar en qué momento y dónde hacerlo. Tanto pensarlo me produjo distintas reacciones, la más contundente fue de autocalificarme como un cobarde, y eso no podía admitirlo. Entonces emanaba de mi alma una sed de venganza, la que consideré justificada. Deliré un poco estudiando cómo sería su ejecución y las lógicas consecuencias que me afectarían. Finalmente opté con solidez darles muerte a Nicolás y a Lorena, pues no aguantaba absolutamente para nada que ellos fuesen felices, después de haber demolido mi vida. Tal vez la forma de hacerlo podría darse lanzándoles una botella con nafta, al estilo molotov, al auto, y que el fuego se encargara de ellos en su interior. Mientras tanto yo gozaría de la escena gritándoles el irritable dolor que me dejaron. Posteriormente estaría dispuesto a enfrentarme a una cadena perpetua, a la horca, silla eléctrica o lo que sería más simple, contra mi pensar pero a esa altura daría igual, llevar el revólver a la sien y abrir fuego, concluyendo que, la venganza ha sido siempre el placer de los dioses.

Con falsos subterfugios obtuve el permiso y suspendí por unos días el servicio de guardia en el cuartel. Durante horas merodeaba la vivienda de ellos manipulando la botella molotov y el arma lista en busca del momento oportuno, cuando estuviesen juntitos. Durante un par de días no se cuadró la ocasión, pero a la madrugada siguiente una espantosa tormenta eléctrica azotó la zona, por lo cual decidí mantenerme en mi hogar, postergando la ansiosa venganza. Mientras desayunaba comencé a oír el ulular de las sirenas de los bomberos en emergencia. La lluvia había mermado y mi profesionalidad me movilizó hasta el cercano lugar donde se desarrollaba el incendio. No lo podía creer… la casa donde habitaban Lorena y Nicolás había recibido el impacto directo de un rayo, lo que provocó una rápida propagación del fuego. Minutos más tarde me introduje al rescate entre los médicos y mis colegas. La escena era horripilante… Solo atiné a cargar a Lorena en mis brazos y sacarla de ahí. Su cuerpo estaba totalmente carbonizado… Era el cuerpo inerte de quien más amé en la vida… y que aún la amo… ¿me entiende lo que estoy diciendo?

Perdón, perdón señor… discúlpeme la interrupción, no es nada fácil recordarlo… compréndame, por favor.

Fíjese que increíblemente hasta un rato antes, bajo el ciego afán de la venganza estuve pensando en provocarle yo mismo esa muerte brutal entre las llamas… Aunque ahora razono que durante mi abstracción estuve convencido de que así se la arrancaría a ese sinvergüenza y la recuperaría, que ella volvería a ser mía. ¡Hoy me parece algo tan incoherente! Pero lo pensé… Yo lo pensé… en quemarla…

¿Y sabe qué? No sé si se lo dije… ¡Que yo soy bombero!

La sangre helada y una extraña sensación invadieron mi mente. Los pensamientos se tornaron indefinidos generando preguntas y reflexiones… ¿Quién ejecutó mi mentada venganza?, ¿Fue el mismísimo leviatán?, ¿Quién otro podría disponer de la vida si no fuese Dios?

Esta vez volví a salir en los medios de comunicación fotografiado con una mujer en brazos, pero en las peores circunstancias, pues no era un feliz salvataje, sino un cruel y luctuoso acto. Terminó siendo una paradoja total: la primera fotografía desencadenó su absurdo sentimiento de celos, y en la otra… su trágica e injustificada consecuencia.

La imagen de Lorena amalgamada en mis retinas me hizo reflexionar indefinidamente. Desde entonces, desde ese trágico paso por la hoguera intento explicarle que nosotros fuimos partícipes de un amor fenomenal, y que por la dedicación al trabajo, por satisfacer esa ambición de progresar, el caer en el sosiego de la rutina, todo evolucionó cambiando nuestras costumbres, nuestros gustos. Cambió nuestro amor y en ocasiones cambió tanto que ya ni siquiera advertimos si estaba consolidado o se había esfumado. Aunque hoy tengo la convicción que hubo amor antes y después de existir, e inclusive después de un incomprensible y supuesto desamor. Hay vida luego del dolor, que fue, es y será un enorme sufrimiento. Tal vez lo nuestro pasó por una distracción o alguna indiferencia de mi parte, o quizá por la infundada reacción de celos, aunque jamás será por nada del mundo un motivo de olvido.

Y con todo eso, por todo lo que le explico y repito, aquello fue nuestra vida… la misma vida que en un instante pensé en quitarle… Por ello le pregunto a Lorena una y otra vez si me entiende cuánto la amo, si sería capaz de perdonarme aquel sucio pensamiento que supe tener… pero… No… ¡Nooo!…

Fabián Vergara interrumpió su relato golpeando los puños en la pared y después presionándose la cabeza con las manos. Frunciendo el rostro invadido por exaltadas lágrimas exclamaba: “Pero ella jamás me responde… ¡Nunca, nunca me responde!”

Fue entonces cuando recibió unas palmadas de consuelo en el hombro… de su médico psiquiatra.

 

© Edgardo González

“Cuando la pluma se agita en manos de un escritor, siempre se remueve algún polvillo de su alma”.

 

Autor: Edgardo González. Buenos Aires, Argentina.

ciegotayc@hotmail.com

 

 

 

 

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