Pasado.
Cuanto tiempo había surcado las
extensas cuevas con sus alas membranosas, maravillado por el trabajo minucioso
de los miembros de su raza, y ahora de todo aquel esplendor no quedaba nada… bajo
las tenues luces mágicas se extendían los vastos territorios subterráneos de lo
que pudo llegar a ser un gigantesco imperio, con sus construcciones en mármol
blanco y gris deterioradas por la humedad y el paso de los años.
Se posó sobre el templo en donde
se rendía tributo a Enssus, el padre de la creación, quien los hizo ser la
estirpe privilegiada con la longevidad, llegando a vivir fácilmente tres mil
años, superados nada más por los Gaorus, los gatos mágicos.
Fijó su atención en la estatua
del padre, que se alzaba casi veinte metros del suelo, y esta tenía los ojos
cerrados ¿qué significaría? ¿Estarían lejos del cuidado divino?
Descendió al patio del recinto
sagrado, posando las garrudas patas a metros de una vertiente artificial
erigida en piedra, con la forma de una tortuga de tierra, de la cual el chorro
caía del hocico entreabierto.
¿Cuánto tiempo habría dormido?
Se preguntó, esforzándose por recordar, y nada… antes de despertar en el fondo
de un foso de mineral no había nada, solo oscuridad.
Limpió una de las figurillas de
plata que estaban a las puertas del templo, las cuales representaban tortugas
humanoides, los seres que según su creencia habían pisado primero el mundo
mortal. Le quitó la suciedad con esmero, descubriendo el brillo místico, pero
al igual que la estatua que representaba al altísimo, tenía los ojos cerrados.
Retrocedió aterrado, y antes de sacar conclusiones quiso seguir explorando el
territorio, echando a volar.
Al pasar la vertiente, se
encontró con una realidad abrumadora… algunas viviendas estaban en ruinas y no
a causa de los siglos… algo más se ocultaba en aquella desolación, y la
respuesta estaba en los millares de lápidas que se extendían por la zona… su
amada nación había sido azorada.
Sobrevoló bajo, consiguiendo
leer los nombres de los caídos, reconociendo a varios de ellos. Esto le hizo
apretar los dientes y puños, presa de la impotencia ¡mientras su gente era
asesinada, él dormía plácidamente! Batió las alas con el corazón desgarrado,
remontando las altas construcciones que parecían estar a muy poco de venirse
abajo, siguiendo el camino de piedrecilla, en dirección de la salida al
exterior, que estaba oculta en la ladera de
En su mente se avistaron
cientos de imágenes de lo que fue alguna vez la imponente Pacifis, con sus
habitantes vestidos con ligeras prendas de lino, engalanadas con piedras
preciosas; las elaboradas construcciones en piedra sólida, y las bellísimas
estatuas que representaban no solo a los dioses, también a los seres que
consideraban importantes. Todo en su máximo esplendor, y que ahora quedaba
sumido en antaño, mientras su cuerpo se petrificaba desde la punta de las
garras hasta el último mechón grisáceo…
Autor: Luís Montenegro Rojas. Graneros,
Chile.