TEMAS DE REFLEXIÓN:

LA SOMBRA.

Vivimos atrapados en lo viejo. A pesar que decimos que somos originales y creativos, nuestras ideas, creencias y opiniones son producto del pasado. Ante lo novedoso que es lo que precisamente caracteriza al vivir con plenitud, mostramos incredulidad y pesimismo y, por ello, nos conformamos con la repetición de viejos moldes de pensamientos. Nos aterra la simple posibilidad del cambio pues preferimos la comodidad de lo conocido. A toda costa evitamos cualquier cosa o persona que plantee una manera diferente a la que hemos habituado nuestras vidas. Vivimos bajo la sombra del pasado aunque eso nos haga sufrir y arruine nuestra capacidad de ser libres.

Preferimos la adaptación y no dudamos en satanizar a los “inadaptados”, a los rebeldes que claman por una revolución interior que toque el fondo de la persona y no quede en un mero reajuste de formas y apariencias. Nos conviene olvidar que los grandes cambios y saltos cualitativos de la Humanidad se han logrado gracias a los inadaptados que, en la búsqueda de nuevas perspectivas, han dado lugar al proceso creador que ilumina los diferentes campos del pensamiento humano. La adaptación al pasado es una de las herramientas favoritas del Poder y, por ello, se le ensalza y es catalogada como sinónimo de “madurez” palabra que frecuentemente es utilizada como sinónimo de “normalidad”.

La adaptación es la meta de numerosas escuelas de psicología, psiquiatría y psicoanálisis que le hacen el juego al Estado en su proceso de validación: cuando un espíritu joven e incómodo no va de acuerdo con las normas impuestas, es calificado de “inadaptado”, “conflictivo” y, con frecuencia, se solicitan los servicios de algún terapeuta para que lo regrese al carril que arbitrariamente llamamos “normalidad”.

Pero un análisis más profundo puede revelarnos que todo este culto a lo “normal” y a la “adaptación” estipulados con los criterios de quienes ejercen el Poder, no son otra cosa que miedo a la transformación .Como parte de toda esta necesidad de adaptarnos nos anclamos en el pasado exaltando la tradición y las “buenas” costumbres que bajo el manto de lo “moral”, son la reproducción de los esquemas de control que el Poder instituye en prácticamente todas las manifestaciones de la vida social. Nuestras conversaciones cotidianas se encuentran inundadas del pasado. Percibimos nuestra vida como una continuidad del pasado, bajo la sombra del ayer y así, esta rutinaria continuidad nos paraliza e impide realizar la ruptura que puede dar lugar a nuestro vuelo a la libertad.

¿Es posible olvidar?

El tiempo existe por sí mismo independientemente que lo hayamos dividido arbitrariamente en siglos, años, meses, minutos y segundos. Esta división cronológica obedece a necesidades y conveniencias históricas y económicas que pueden llevarnos a la idea falsa que el tiempo es lo que “atrapamos” en nuestros relojes o calendarios. En la percepción psicológica del tiempo cronológico (eso que llamamos pasado, presente y futuro), es donde se encuentran las raíces de nuestro sufrimiento.

Esta percepción psicológica del tiempo cronológico puede ser ejemplificada cuando viene a nosotros una y otra vez algún suceso doloroso que haya sacudido nuestras vidas y que, en nuestra ansia por aliviarnos de nuestro pesar deseamos olvidar. Si vemos este ejemplo con más detalle nos percataremos de que se trata de un evento que cronológicamente ubicamos en eso que llamamos el pasado: hace 10 años, un mes, etcétera. Sin embargo, el dolor por el hijo muerto o por el amante que se ha ido, o la violación que sufrimos puede tener la angustiosa intensidad del presente. Este dolor anclado en la sombra del ayer es una de las raíces del suicidio.

¿Es posible olvidar, es factible producir alguna forma de amnesia que bloquee el recuerdo y dejar de sufrir? ¿Es posible borrar todas esas imágenes o bien, estamos condenados a sufrir a expensas del el pasado? Cuando perdemos a una persona amada (ya sea física o emocionalmente), nuestra mente intenta bloquear la realidad del presente aferrándose al pasado y, así, hablamos de esa persona como si estuviera viva o no se hubiera apartado de nosotros. Podemos llegar al grado que las personas que nos rodean se extrañan de la manera tan “natural” (e irreal) en que nos expresamos acerca del difunto. Se trata de intentos por permanecer en el pasado y de evadir la realidad del presente.

El problema de fondo no es cómo olvidar o cómo producirnos amnesia, sino más bien, comprender nuestros apegos y necesidades porque en esa percepción, es posible lograr una perspectiva diferente del recuerdo. A partir de esta nueva percepción podríamos romper la continuidad con el pasado y percatarnos que en la mayoría de los casos, no lloramos por la persona muerta o por el amante que se ha separado de nosotros: lo que en realidad sucede, es que lloramos por nosotros mismos y por nuestras necesidades no satisfechas. En otras palabras, las más de las veces, lloramos por autocompasión. Al comprender lo viejo que habita en nosotros bajo la forma de memoria, comprenderemos nuestro arraigo y apego que son las semillas de nuestro dolor.

Somos resultado del pasado

Nuestra vida transcurre principalmente como resultado de la percepción psicológica del tiempo. Nuestra manera de pensar y particularmente nuestros prejuicios, son el resultado del ayer. Miramos al través del cristal de la “experiencia” y, según nos haya ido en esas vivencias, será el tono con el que colorearemos nuestros conceptos, esquemas de pensamiento, ideología y acciones.

A partir de ese rígido programa que es producto del pasado estableceremos categorías y dividiremos al mundo y a las personas en afines o contrarias a nosotros. Si los esquemas y la programación mental de alguien coinciden con la nuestra, nos sentiremos muy a gusto porque ambos estamos encasillados en la misma manera de ver las cosas. Es posible que, a partir de ese encuentro, desarrollemos una relación sentimental bajo el nombre del “amor”.

Pero en realidad eso que llamamos “afinidad” o “coincidencia de ideas”, puede ser puntos de convergencia dentro de un angosto esquema de creencias que nos agrada compartir. Las historias y las perspectivas pueden confluir, converger y coincidir, pero eso no garantiza que una relación que se construye sobre esas bases sea creativa. Al contrario, la coincidencia y la afinidad, puede ser el inicio de una relación humana condenada a la mediocridad, conformista y adaptada y que, en nombre del “amor”, comparte los mismos prejuicios, creencias y dogmas autoritarios.

 Rechazamos lo que no es afín a nosotros, lo que es diferente, distinto y diverso porque, de alguna manera, nuestra posición egocéntrica se siente amenazada con lo que no es igual, parecido o conocido. Atacamos y descalificamos con rabia lo que no es como nosotros, al que no ve las cosas como creemos que son, a quien se atreva a presentarnos una imagen del mundo que se escapa de los rígidos y estrechos márgenes de nuestro autoritarismo. Juzgamos desde las sombras de nuestros prejuicios.

Nuestro fanatismo nos hace angustiarnos ante lo diferente y diverso y de esta manera, surgen nuestros sentimientos de superioridad cuando menospreciamos a quien se aparta de nuestros anquilosados esquemas mentales: “¿de qué vamos a hablar si somos tan diferentes?”. Pero si nos parece que los demás comparten nuestras ideas antiguas, repetidoras del pasado, (ideas que más que compartir imponemos), nos sentiremos más tranquilos y protegidos porque pisamos sobre la misma tierra conocida. El estar parados con otro en el mismo lugar y observar desde ahí el mundo circundante, ocasiona una ficticia sensación de compañía que nos sirve para paliar el dolor del aguijón de la soledad.

Al través de la acumulación de ideas que provienen del pasado, conceptos, esquemas y modos de pensar, elaboramos nuestros programas mentales cuyo cumplimiento será vigilado, sancionado y censurado social y culturalmente. En la medida en que nos apartemos de lo que está previamente establecido en el pasado y determinado por quienes ejercen el control seremos castigados socialmente: la marginación económica, la discriminación religiosa o política, la persecución académica, etcétera.

El control social se afianza en la sombra del pasado: lo que siempre ha sido debe continuar siéndolo pues eso garantiza “estabilidad”, palabra con la que se oculta el verdadero sentido de la manipulación que hay en todo este proceso. Es tan grande el temor a soltar lo conocido y desafiar, explorar y comprender lo desconocido, que optamos por realizar algunos “cambios” exteriores, maquillando las formas para que los contenidos de fondo sigan igual.

 Somos resultado de vivir atrapados en lo viejo y vivimos atormentados por las culpas del pasado. Vivimos adaptados a un sistema social estructurado desde el pasado y que para validarse y fortalecer su poder, nos narcotiza con la tradición, la moral, lo normal, lo anormal, lo correcto y lo incorrecto. Vivimos atemorizados por religiones autoritarias que amenazan con un futuro de sufrimiento eterno si no obedecemos el dogma con el que imponen el control social en sus alianzas con el Estado. Transcurrimos con el temor de vivir con plenitud sin las trampas del tiempo que, a diario, construye nuestra mente. Es precisamente este miedo el que nos impulsa a construir nuestro suicidio. Somos incapaces de vivir con gran intensidad aquí y ahora, instante a instante, sin fantasías y, por ello, buscamos refugio en la adaptación.

La adaptación es mediocridad

Adaptarse es vivir de acuerdo al pasado, a lo viejo, lo establecido, lo que debe ser y está permitido. Adaptarse es renunciar al proceso creador que nos inconforma con toda la superficialidad que nos rodea y que es ofertada como la manera “decente” de vivir en sociedad con los criterios apropiados, de acuerdo, claro está, con las ideas de quienes nos sujetan. Adaptarse es un acto de complicidad con el Poder que se legitima una y otra vez en la medida en que creemos y proclamamos la necesidad de la uniformidad en nombre de un partido, secta, religión autoritaria, ideología o “escuela” de pensamiento.

El pasado es una sombra que opaca la luminosidad de nuestro presente, del aquí y ahora desde donde podemos disfrutar y crear una nueva forma de vida. Cuando nos adaptamos nos hacemos mediocres sometiéndonos a los múltiples mecanismos que se han diseñado para que pensemos igual. Adaptarse a lo viejo es ciertamente muy cómodo pero, al hacerlo, renunciamos a nuestras partes más sanas que desde nuestro interior, claman por la revolución que puede transformar drásticamente el sentido de nuestra vida.

Autor: Dr. Gaspar Baquedano López. Mérida, Yucatán, México.

baquedano@yahoo.com

 

 

 

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