Enrevesar el lenguaje y otras formas de no tratar
con una persona ciega.
Está clarísimo que somos una minoría, y que como
minoría la mayoría de gente no está acostumbrada a tratar con nosotros. Aún hoy,
la reacción que suscita en algunas personas encontrarse con una persona con
discapacidad cualquiera, y visual más concretamente porque es el caso que a mí
me afecta es muy variada, muy curiosa, y por qué no decirlo, casi siempre muy
extraña.
Creo que a partir de aquí podemos
conseguir una sinergia de ideas muy interesante y me encantaría que si alguien
quisiera y le apeteciera pudiéramos ir aumentando esta lista en consecuentes
entregas de la revista. ¿Empezamos?
Es común que se nos intente llamar
de formas extrañas: personas con diversidad funcional visual, gente con
discapacidad visual, ciegs (entiéndase la x como ciegas y ciegos). Realmente
creo que somos personas ciegas, igual que alguien que va en silla de ruedas es
alguien que va en silla de ruedas. Lo somos y vamos a seguir siéndolo por mucho
que se quiera cambiar el concepto. A mí no me ofende, ¿a alguien sí?
Caso curioso encuentro también
alrededor de los verbos: tuve un profesor (cuyo caso cuento por curioso, no a
mal por supuesto) al que aprecio mucho que la verdad se ganó mi simpatía
durante el curso por su forma de implicarse en explicarme su asignatura en
igualdad de condiciones, y que era de geografía. A la hora de enseñarme mapas
convenientemente adaptados en relieve, me preguntaba si los había captado con
frases como “¿lo notas?”. A mí el “¿lo ves?” no me hubiera molestado. ¿A
alguien sí?
Otro caso, y creo que en esta
entrega será el penúltimo, es el tabú que hay alrededor de nosotros y la
palabra ver. Me explico mejor porque podría llegarse a pensar que hablo de lo
de antes: soy una persona con mucho sentido del humor, que suele buscar segundo
o tercer sentido a todo y por ende en ocasiones hago chistes muy malos pero en
otras chistes con 2º sentido porque me gusta que la gente capte eso y al
haberlo pensado se ría. Para esto creo que cualquier persona que me lea
coincidirá conmigo en que el tema de la vista da mucho para bromas así. ¿Quién
no ha hecho la típica broma de estar en clase que pregunten “¿veis la pizarra?”
y contestar “no, olvidé las gafas de ver en casa”, “lo siento” o algo similar?
En la primera ocasión la persona a la que respondas y las personas que haya a
tu alrededor puede que se queden bloqueadas, no obstante quizá en alguna
ocasión sucesiva el efecto pueda ser una risa contagiosa.
Por último, quisiera hablar de algo
con un ejemplo práctico que me sucedió hace poco: el dirigirse a nuestro
acompañante considerando que la persona ciega no nos va a entender o que ese
acompañante es más capaz, o simplemente por no pensarlo, sin maldad alguna.
Hace no mucho estuvimos mi novia y yo en una cafetería donde jamás habíamos ido
juntos y solos. Quizá sería conveniente destacar para aclarar un poco la
confusión que ella tiene algo más de resto visual que yo. Al ir a pedir, pregunté
a la camarera por todos los productos que pudieran servir. Al hacer mi pedido,
respondió a mi novia si me traía eso realmente. Además del café pedí un bollo
que cuando sacaron dejaron delante de ella con unos cubiertos, gesticulando y
moviendo los labios diciéndole que ahí le dejaban mi merienda. Desconocimiento,
supongo, pero, ¡anda que no nos dan ratos de divertimento!
Por supuesto, estos ejemplos
prácticos no son maldad alguna: es simplemente una llamada de atención sobre
cómo debe avanzar todavía la sociedad para conseguir un trato igualitario
también para las personas discapacitadas.
Ahora viene la parte en la que tú,
querida lectora, querido lector, pasas de persona lectora a persona que si
quiere puede colaborar: ¿tienes más ejemplos prácticos? ¡Podemos publicarlos
aquí la siguiente edición de la revista!, solo envíalos.
Autor: SALVADOR DOMÉNECH MIGUEL. Madrid, España.