MIME-Version: 1.0 Content-Type: multipart/related; boundary="----=_NextPart_01D2ECF5.5F6A4B70" Este documento es una página Web de un solo archivo, también conocido como archivo de almacenamiento Web. Si está viendo este mensaje, su explorador o editor no admite archivos de almacenamiento Web. Descargue un explorador que admita este tipo de archivos, como Microsoft Internet Explorer. ------=_NextPart_01D2ECF5.5F6A4B70 Content-Location: file:///C:/AB28B0C1/60mododecronica.htm Content-Transfer-Encoding: quoted-printable Content-Type: text/html; charset="us-ascii" Modo de crónica

Modo de crónica.

 

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Mayo es un mes especial en cuanto a fechas gratas. Es un mes sin aniversarios de duelos; e= s el mes en el que el 15 celebro mi cumpleaños y 4 días después, celebro, con bombos y platillos en el corazón, mi aniversario de bodas. Este año mayo acuñó una fiesta importante, sí, digo sin vanidad que para mí fue una fiesta presentar el 22 del mes dichoso, un libro que ya no es mío sino de ustedes, sus lectores.

Estaba ansiosa com= o es de rigor, pero ¿por qué? No lo sabía, era como las parturientas primerizas que se asustan sin saber demasiado de qué. ¿Hubo frustraciones? Tal vez. Visité el museo Sabato y tuve ocasión de invitar personalmente a uno de sus nietos. Le expliqu&eac= ute; que el libro que iba a presentar tenía que ver con la trayectoria de= su abuelo. Pero es evidente que no le interesó. No es extraño, siendo, como soy, una ilustre desconocida. No lograba hacerme una idea de la cantidad de personas que podían asistir. Cuando me decían que unas veinte me parecía que eran muy pocas, pues bien, fueron alreded= or de 25 y me pareció que el salón estaba lleno. Del dicho al he= cho hay mucho trecho, suele decirse: yo aprendí que de la idea abstracta= de la presencia de 20 o 25 personas a su presencia real, cálida, cierta= hay un mundo. Pero ¿de qué les estoy hablando? De la presentación de “Del susurro al grito”, “símbolo y realidad de la ceguera”, un ensayo que no se = sabe a que disciplina adscribir y que lleva mi nombre; de verdad, no sé p= or qué lo lleva porque tengo la sensación de que se fue escribie= ndo solo; bueno, solo no. Lo escribieron mis niños, chiquitos de la escu= ela de ciegos que fueron susurrando en los oídos de mi alma sus temores,= sus esperanzas, y de manera singularísima, la percepción aú= ;n incompleta de su “no-ver”. Lo escribieron las personas ciegas q= ue, en distintas etapas de ese no-ver fui conociendo. Lo escribieron los libros= en los que, como dice el ensayo “abordan la ceguera como tema y el ciego como personaje”. Lo escribió una mujer con vocación de escritora que necesitaba darle forma a sus pensamientos, sus reflexiones, s= us vivencias y su modo de interpretar existencialmente su propia ceguera. Sí, lo escribió una mujer a la que fui conociendo, comprendie= ndo y aceptando a medida que ella –yo-, iba desplegándose, desgarrándose, siéndose en la escritura de un libro que no pu= do evitarse. Pero, volvamos al 22 de mayo. Perdón si al escribir nombro personas que algunos no conocen, podrán luego, preguntarme de quienes hablo en esta crónica. Tengo necesariamente que hacerlo así porque de lo contrario caería en abstracciones vacuas o en imprecisi= ones anodinas. Mi primer abrazo fue, se llamó Tania, sí, Tania García para los que la conocen y precisamente para ellos, la esposa = de Carlos Prada, sí, el abrazo de Tania y el recuerdo de Dora. Dora Pri= nce era una actriz, prima de mi esposo, que leyó muchas obras para la Biblioteca Argentina para Ciegos, claro, la BAC= , institución en la que hizo teatro leído. Sí, hizo teat= ro leído, y lo hizo con una solvencia digna de ser reproducida en Argen= tina y en el mundo. Después vino Lita, (no conozco la grafía de su apellido), tierna y acongojada porque acababan de robarle su teléfon= o. Luego vino el turno de Mariela Bergaló, ¿a ella la conocen, verdad? Yo la re-conocí en ese momento. Después, Marcelo Calv= o, un joven que terminó la carrera de magisterio en la misma épo= ca que yo, poco más o menos, y con el que habíamos coincidido en apasionados encuentros de luchas tan duras y hermosas, como estérile= s en un sentido, y fructíferas en otros. De pronto: allí estaba Ca= rlos Caparrós, el abogado que tomó mi defensa cuando tuve que pele= ar por la obtención de mi título universitario; nunca, nunca había podido abrazarlo con tanta alegría: fue como decirle: “Carlos, mi querido amigo, no luchaste en vano”. Y Daniel Rodríguez y su esposa. Ella es amiga un poco más tardí= a, él lo es desde hace muchos años, amigo de largas cartas, de sueños compartidos en épocas muy duras para los dos, amigo actual, que comparte mis sueños de luchar por los pequeños, p= ara que no pierdan el entrenamiento en Braille, para que jueguen disfrutando y aprendiendo con juegos enteramente estimulantes. Claro que no iba pensando = en todo esto: simplemente dejaba que mi corazón latiera de abrazo en abrazo. Apareció una compañera de facultad que, ya colega, se= fue a vivir a Buenos Aires en alas del amor. Y éramos 4 compañero= s de estudio, maduritos ya, ¿viejitos?, como quieran, no me daña. ¿Quiénes éramos esos 4 antidiluvianos?: Beti, una profesora de letras que, como acabo de decirles, se hizo porteña por amor, Cristina, la amiga de siempre, la madrina de mi hijo, la que durante más de dos años me ayudó a organizar los apuntes con l= os que se armó el libro, la que me dijo: “si querés yo lo presento”, y alguien a quien sí van conociendo: Armando, mi siempre compañero, el mismo chico que hacía dos días acababa de festejar los 42 años que desayuna conmigo. Tuve ganas de = que hiciéramos una ronda. Ornella, de quien tomo su testimonio en el lib= ro, Rodrigo, su esposo con el bebé, que por decisión unáni= me del papá y de la mamá, es mi primer bisnieto; decidimos empez= ar. Yo no sabía como íbamos a hacerlo…. Cantó Ornell= a, como ella sabe hacerlo y a la vez con la impronta de los sueños que = se cumplen, cantó con su voz madura de mujer joven. Lo hizo acompañada en guitarra por un joven a quien yo no conocía, Sebastián Luna, ¡qué barbaridad de músico!, es compañero de Ornella en el Coro Polifónico de Ciegos; merece estar en el podio de solistas de ese maravilloso instrumento-vida que es la= guitarra: ¿Qué nos regalaron? “zamba para no morir” y “tonada del regreso”, sin duda, en la elección de las canciones estuvo el conocimiento que Ornella tiene de los repliegues m&aacu= te;s recónditos de mi corazón. Tuve que decirle a Ornella que no escuché la segunda canción. Es que con la zamba me emborraché de jubilosa y sangrante emoción. En ese momento, Cristina inició su presentación del libro. Como no podí= ;a ser de otro modo, se advirtió la solvencia y el cariño con los que lo había leído. No se dedicó a comentar los textos literarios abordados en el ensayo sino a tratar de que se comprendiera mi pensamiento. En verdad se lo agradezco porque su análisis me centró en el tema. Es tan extraño que se hable desde fuera, objetivamente de una obra que se ha gestado dentro de nosotros, mientras vi= vimos y leemos, mientras estudiamos y, aunque parezca poco usual, mientras estamos ocupados en ser. ¿Cómo es esto? Pues muy simple: yo era, en m= is lecturas y en mis afectos, en mis dudas y en mis reflexiones y, todo eso qu= e yo iba siendo, por decirlo de alguna manera, se iba escribiendo en el libro. Concluida la disertación de Cristina, yo agradecí y comenzamo= s el coloquio. En verdad, lo que comenzó fue un espacio de diálogo= en el que los aportes de quienes ya habían leído el texto y las preguntas de quienes no lo habían leído aún, conformar= on una trama de ideas e impresiones que me sorprendió. Alguien expresó que frente al libro se había sentido interpelado, que había dialogado con la autora. Naturalmente eso me hizo profundamente feliz: ya habrán advertido que la comunicación es, para mí, un constante llamado: entonces, alguien se había sentido comunicado con migo; a alguien el libro lo había nombrado, lo había hecho sentirse re-conocido. ¿Qué más podía pedir? Paso por alto los elogios que me mimosearon, me refresc= aron el alma y me produjeron un sentimiento de legítima vergüenza. ¿Les parece extraño? Pues no lo es. Yo, simplemente trabajé, con la cabeza y con las tripas, con el corazón y urg= ida por la imperiosa necesidad de darles forma a los ámbitos de vivencia= s y de lecturas que, sin la escritura, hubiesen quedado escindidos en mí: que esa necesidad mereciera ser elogiada me pareció sorprendente. De todos modos, es de justicia agradecer tanta benevolencia y tanto afecto. Me= dio una gran alegría que se propusiera la edición en Braille del texto. No sólo habrá oídos, también habrá dedos que se encuentren con el camino que con tanto esfuerzo y con tanto am= or fui recorriendo.

 Luego vino lo mejor: Armando repartió chocolates.

 Durante el coloquio Tania me dijo q= ue le había extrañado que no se hubiese hablado de los goces del sentido del tacto, y, así, me hizo comprender que quiero seguir escribiendo. Sí, porque como no agotamos todas nuestras fantasías, nuestras ansias de expresar la existencia en ámbit= os que no hemos podido alcanzar, tampoco en esta obra pude canalizar todas mis impresiones, todas las perspectivas que el tema de la ceguera me ha suscita= do. Y… volvieron los abrazos, llegaron los recuerdos de amigos que no habían podido estar, llegó un aturdimiento dichoso como el qu= e sigue a la llegada de algo esperado que, en el fondo, creíamos que nunca i= ba a suceder. Pero aún faltaba una sorpresa: Marga, ¿Cuándo= me invitás a comer pastel de papas? Era un amigo de Pilar, mi hija, un joven economista que compartió muchas veces nuestra mesa… yo sentí que era de algún modo la presencia del mundo de mi hogar que se levantaba con el aliento protector de lo amoroso. ¿Y má= ;s tarde qué sentí? Siempre que rendía una materia experimentaba una sensación de vacío, un ¿y ahora que?= Que me provocaba un desfallecimiento, un desasosiego difícil de describi= r. Pensé que eso iba a ocurrirme: pues no, sólo experiment&eacut= e; sentimientos de dicha, me bañó el sudor del surco abierto, las ganas de seguir escribiendo, para tener en cuenta las sugerencias que me habían hecho, el deseo de cumplir con el mandato de mi estar avocada: escribir para vivir y vivir para escribir.

 Una vez más les pido las dis= culpas conocidas: este es un fluir que sólo la generosidad de los editores = y la paciencia de los lectores permite publicar... =

Autora: Lic. Margarita Vadell. Mendoza, Argentina.

margaritavadell@gmail.com = =





 

 

 

 

 

 

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