FLECOS SUELTOS.
Aquel 11 de julio
de 1990 parecía un día como los demás, pero para Pablo y Lucía era el más
importante de su vida: a las seis de la tarde iban a ser padres.
Comieron juntos en
el restaurante de la esquina, para no descomponer nada en casa, se habían
pasado la mañana retocando los cristales, pasando la aspiradora por todos los
rincones y llenando de rosas recién cortadas los jarrones de la entrada para
recibir a Jorge como ellos entendían que había que recibir a un hijo: en una
casa limpia como los chorros del oro, con las comodidades de un palacio y sin
letras llamando a la puerta aunque para conseguirlo hubiera que esperar tanto
tiempo como habían esperado ellos. Los hijos no venían al mundo con un pan
debajo del brazo, como decían sus padres, los padres de sus amigos, los padres
de la posguerra, aquellos padres que veían el pan de sus hijos en los puntos
que Franco se sacó de la manga para fomentar la natalidad y se liaban a hacer
niños sin hacer números y luego se encontraban con que aquel pan no les
alcanzaba ni para lo imprescindible; los hijos venían con las manos vacías y
había que recibirlos con el pan sobre la mesa y con unos padres en condiciones
de poder garantizárselo hasta que fueran mayores y pudieran ganárselo por sí
solos. Por eso precisamente habían tardado ellos quince años en tener un hijo.
Claro que les hubiera gustado tenerlo antes, pero criar bien un hijo costaba
dinero, mucho dinero, y ellos eran simples trabajadores. No podían ofrecerle un
cheque en blanco para que fuera poniendo la cifra de sus necesidades y punto.
Lo mejor pues era esperar a tener atados todos los flecos sueltos.
El fleco más
enredado fue el piso. Lo compraron cuando se casaron, en una zona nueva. De
este fleco salió otro fleco: amueblarlo. Lo hicieron pieza a pieza, para
ponerlo todo a juego. También tuvieron que hacer algunas reformas: acristalar
la terraza, aislar la caldera de la calefacción, poner cristales dobles en las
ventanas… Parecía que los flecos de la casa no iban a acabarse nunca. Antes de
acabar con las cortinas, había que empezar con las lámparas. Cada pieza que
amueblaban, cosas que necesitaban: un espejo para el taquillón de la entrada,
figuras de porcelana para el mueble del salón, cuadros para vestir las paredes…
Entre fleco y fleco ataron también el de un coche nuevo. Por fin llegó el sobre
más deseado del banco: el de la última letra pagada. Sólo una habitación
quedaba vacía: la del niño, la de su hijo, la del rey de la casa. Pablo quiso
pintarla de blanco, que igual valía para niña que para niño, pero Lucía se
opuso, quería un color más vivo, más alegre, con más energía; Lucía quiso
pintarla de amarillo, que también valía para los dos sexos, pero Pablo dijo que
era el color de la mala suerte, de la enfermedad, de la muerte. Al final de la
disputa decidieron que lo mejor era meter el dinero en una hucha y dejar ese
fleco suelto hasta que supieran si sería rosa o si sería clavel. Al fin y al
cabo el niño no iba a venir de la noche a la mañana, necesitaba nueve meses
para formarse, cuarenta semanas que ellos podrían aprovechar para prepararle el
cuarto a la última moda. Por fin ahorraron el dinero que según los presupuestos
solicitados necesitarían para amueblar el cuarto de su hijo. Pablo tenía 42
años; Lucía, 39. Los dos gozaban de buena salud. Era el momento ideal para
engendrar un hijo que traerían al mundo para ser feliz y para hacerlos felices.
Suspendieron pues todos los anticonceptivos y redoblaron sus sesiones de amor calculando
que el niño naciera en primavera, cuando el sol pintaba de oro los edificios,
cuando los jardines se llenaban de flores, cuando los pájaros cantaban en las
ramas de los árboles.
A finales de
octubre Lucía se sentó ante el ordenador, creó una cuenta de correo electrónico
y escribió:
Para: amapolas19@iris.sol Asunto:
INTUICIÓN
Nadie me lo ha dicho todavía, pero yo sé que
ya existes. Estas cosas sólo pueden saberlas de antemano las madres. Ni
siquiera los padres, por muy padres que se crean. Seguro que tú hasta sabes ya
si eres niño o eres niña. De los 46 cromosomas que van a conformar tu material
genético, uno del espermatozoide de papá y otro de mi óvulo han determinado tu
sexo. El mío es un cromosoma X; el de papá puede ser X o puede ser Y. Si son
los dos iguales eres una niña, si son diferentes, un niño. ¡Qué granuja! No has
nacido y ya me estás intrigando. Pero me las pagarás. De momento tengo que
conformarme con saber que eres un óvulo fertilizado que se dividirá en dos
células primero, luego en cuatro, en ocho… y seguirás dividiéndote hasta que a
través de las trompas de Falopio llegues a mi útero convertido en un grupo de
32 células que se llama mórula, y que tengo vómitos por las mañanas, y que como
y sigo teniendo hambre, y que por las tardes me siento rara, pero muy feliz,
tanto que te he creado una cuenta de correo electrónico en secreto para
comunicarme contigo hasta que nazcas.
Si eres niño te llamarás Jorge; si eres niña,
Olga. Pero como de momento sólo puedo llamarte célula, he optado por hacerte la
cuenta con el nombre de la calle y el número donde vas a vivir, en la tercera
planta, en un piso precioso, con todos los servicios a la puerta: consultorio
médico, guardería, colegio, un parque lleno de toboganes y con unos padres
sanos y capacitados que velarán por ti hasta que dejes de necesitarlos.
Asunto: CERTEZA 4-I-1990
Acabo de llegar de mi primera consulta
prenatal. El médico ha confirmado mis sospechas: estoy embarazada de ti. De
momento sólo eres un embrión, pero dormiré, pasearé, comeré hasta lo que no me
gusta para darte calcio, hierro, fósforo, proteínas y todas las vitaminas que
me pidas para hacerte un bebé.
Ya se lo hemos dicho a las abuelas. Si la una
se ha alegrado, la otra ni te cuento. Las dos tienen más nietos pero dicen que
los niños son los pilares de todas las familias, y como todos son ya mayores,
quieren impedir que se les venga abajo la suya. Cuando nos casamos vieron con
muy buenos ojos que disfrutáramos de la luna de miel antes de tener hijos. Nos
envidiaban, incluso. Ellas tuvieron cinco cada una y empezaron a nacer a los
nueve meses de la boda. “Qué torpes habéis sido”, les decía yo cuando surgía el
tema, responsabilizándolas de la falta de formación y la sobra de incultura que
a las mujeres de su generación las llevaba a llenarse de hijos que traían al
mundo para darles más penas que alegrías. Y tanto la una como la otra, se
ponían de uñas conmigo. El milagro era de las píldoras anticonceptivas, no de
nuestra inteligencia, y aunque ninguna habría renunciado a ninguno de sus
hijos, las dos lamentaban haber nacido antes que el invento. Pero cuando
celebramos las bodas de Algodón dijeron que tanta luna de miel empalagaba, que
o escribíamos pronto a la cigüeña o cuando recibiera la carta, en lugar de un
hijo, nos traería un nieto, y esto serían dos problemas pues nosotros seríamos
viejos para criar a un hijo y nuestro hijo sería muy joven para cuidar de dos
viejos. ¡Pobrecillas! Ellas se llenaron de hijos y tanto tuvieron que trabajar
para sacarnos adelante, que ni tuvieron tiempo para cuidarnos en condiciones,
ni consiguieron librarnos de las obligaciones laborales que hoy nos impiden
cuidar de ellas. Nosotros, sin embargo, tuvimos siempre muy claro que era
preferible tener un hijo bien atendido que muchos a medias, y si por fin
podemos hacerlo es porque optamos por esperar a tenerte sin deudas. O sea, que
digan lo que digan las abuelas de lo importante que es tener hermanos, lo mejor
es saber que tú jamás tendrás que reprochar a tus padres lo que nosotros hemos
tenido que reprochar a los nuestros.
Asunto: PRIMEROS LATIDOS 3-II-1990
Hoy han tocado análisis. Todo perfecto.
La matrona me ha conectado a una máquina y por
primera vez he oído los latidos de tu corazón. Eran tan firmes y fuertes que se
me antojaron de niño, pero según la matrona esto no significa nada. De repente
descubrí que aquel ¡pom, pom! Me hacía más feliz que el poner en tu cuarto un
televisor, un despertador en forma de gallo que canta la hora indicada con un
sonoro ¡quiquiriquí!, un teléfono en forma de oso y otros objetos que cuando
empieces a utilizarlos seguramente tendremos que cambiarlos porque se habrán
quedado antiguos. Por un instante lamenté no tener diez años menos para seguir
teniendo hijos. Pero no te preocupes, fue un sentimiento fugaz, te quiero
demasiado para privarte de los privilegios de ser hijo único.
Asunto: Feto. 27-II-1990.
Has crecido y has engordado tanto tanto que de
embrión has pasado a feto, es decir, a un esbozo de cara, de ojos, de boca… de
persona. Algo que ver perfilado en una radiografía me ha parecido un milagro
como le ha parecido a papá. Al salir de la consulta nos sentamos en una
cafetería y mientras tomábamos un café la observamos con detalle. Los dos
tuvimos la sensación de que al engendrarte, más que hacer el amor, habíamos
imitado a Dios.
El sábado invitamos a cenar a nuestros amigos
para enseñársela. ¡Vaya sorpresa que se han llevado! Decían que nos estábamos
privando de la mayor satisfacción de un matrimonio: la de tener hijos, que
estábamos locos por esperar a pagar el piso para tenerlos, que los niños no
necesitaban tantas florituras al nacer, que les bastaba y les sobraba con una
cuna llena de nanas blancas, sus biberones y unos padres capaces de volver a
ser niños para jugar con ellos a ser hombres sin más juguetes que un chupete
para dormirse y un sonajero para despertarse , y aunque lo decían con el
corazón en la mano para disimular, del tono de sus palabras se desprendía la
certeza de que no nos creían. Nos consta, incluso, que detrás, a nuestras
espaldas comentaban que no podíamos tener hijos por algún problema de salud y
nos humillaba tanto que no queríamos decirlo. Por eso organizamos la cena, para
cerrarles la boca de una vez. Y si ante la simple radiografía se mordieron la
lengua de envidia, ya verás cuando nazcas y sepan que dejamos de hacer horas
extras en la fábrica porque podemos permitirnos el lujo de que tú seas para
nosotros el primer trabajo y nosotros para ti el mejor juguete.
Asunto: SANO 5-III-1990
Hoy me han dado los resultados de la amniocentesis,
una prueba médica que se le hace a las mamás para saber si sus hijos vienen
bien, sin enfermedades, sin malformaciones, sin motivos para ser rechazados por
la sociedad que, a decir de la mayoría de las mamás que tienen que pasar por
este trance, causa más problemas a sus hijos que la propia limitación. Aunque a
nadie se lo he dicho, te confieso que he tenido mis miedos. En todos los libros
que he leído para ser madre se dice que pasando de los treinta y cinco años se
corren ciertos riesgos. Pero afortunadamente, ni tengo que preocuparme yo, ni
tienes que preocuparte tú: eres un niño sano. Y como
Asunto: NIÑO 17-IV-1990
Eres un niño. Te llamarás Jorge. Papá quería
que te llamaras como él pero cuando le he explicado las razones para oponerme
las ha entendido. Por ser la cuarta de cinco hermanos nunca estrené nada. Jugué
siempre con juguetes usados, hice la primera comunión con el vestido de mis
hermanas, nunca llevé libros nuevos a clase, me los pasaban mis hermanos
mayores, igual que el pijama y los zapatos. Tanto me quejaba de esto que cuando
tenía nueve años me echaron los Reyes Magos un cuento nuevo. Se titulaba Jorge
y Olga. Eran dos jóvenes que todos los domingos de un verano se iban en moto al
campo, al río, a la piscina, y en cada excursión les sucedía algo tan divertido
que cuando llegó el otoño empezaron a contar los días que faltaban para que
volviera el verano. Qué cara de felicidad pondría ante aquel libro sin
tachaduras de lápices, sin esquinas dobladas, sin apuntes en los márgenes, que
hasta mi madre lloró de emoción. Aquel olor a nuevo se me metió en el cerebro
con tal fuerza que todavía, cuando abro un frasco de perfume por primera vez,
cuando estreno un jersey, cuando entro en una zapatería y el dependiente abre
las cajas de los zapatos para que me pruebe, me huele a aquel cuento. Por eso,
en cuanto supe que iba a ser madre, me dije: “Si es niño, se llamará Jorge, y
si es niña, Olga”. Estoy segura de que cuando te tenga en mis brazos por
primera vez me olerás a vida recién estrenada, a cosa exclusivamente mía, al
cuento de Jorge y Olga.
Asunto: CUARTO LISTO 24-V-1990
Ya tienes el cuarto listo. Sobre un fondo
verde nos han pintado cenefas de conejos de colores, unos jugando, otros
durmiendo, otros enfadados. Te hemos puesto un moisés para las primeras
semanas, la cuna para los primeros meses y una camita para los primeros años,
un armario para la ropa, estanterías con los juguetes, el baño, el coche
capota, la silla y un equipo de música para que no te alteres con las nanas de
mamá que tiene un oído enfrente del otro para cantar. Papá se moría de envidia
y es normal. Él nunca tuvo un cuarto para sí solo. De bebé durmió en la
habitación de sus padres y en la cuna. Después compartiendo habitación con sus
hermanos. Cuando se independizó con compañeros de piso y después nos casamos.
Por eso está tan feliz, quiere que disfrutes de lo que él no tuvo, y si esto te
da antes de nacer, no te cuento lo que se inventará que no tuvo para dártelo
después.
Asunto: CESÁREA 25-vi-1990
El médico dice que estás tan bien ubicado que
el parto será normal. Me hubiera gustado parirte pero he optado por una cesárea.
La hemos programado para el próximo día 11, cuando aquel embrión de 2 o
El camarero sirvió los cafés y pidieron la
cuenta. Pablo se fue a buscar a las abuelas que no querían perderse el evento
por nada del mundo. Lucía subió a casa,
a recoger su
neceser y a escribirle el último mensaje a su hijo antes de nacer. No había
terminado cuando sonó el teléfono. Estuvo a punto de apagar el ordenador y
salir sin descolgarlo. Era Pablo, para decirle que ya estaba abajo, pero ante
la insistencia lo hizo.
—Buenas tardes. ¿Es el domicilio de
Pablo Morales?
—Sí… sí… Aquí vive, pero no está.
¿Quería algo?
—Llamamos de la policía de tráfico. Necesitamos
que un familiar vaya al depósito de cadáveres. Ha tenido un accidente y…
Lucía colgó el teléfono sin responder. Su hijo
le daba patadas nervioso, impaciente. Con las manos sobre el vientre para que
se calmara vio los mensajes que con tanta convicción le había escrito y antes
de cerrar el ordenador para llamar a sus abuelas los borró y escribió:
Asunto: FLECOS SUELTOS 11-VII-1990
Querido Pablo: Papá y yo habíamos atado todos
los flecos para que nacieras esta tarde y fueras el niño más feliz de la
tierra, pero los flecos que nos complican la vida son unos hilos tan finos, tan
invisibles, tan frágiles, que alguno se nos quedó suelto y tengo que aplazar tu
nacimiento hasta que con un dolor me avises de que eres tan grande tan grande
que ya no cabes en mi cuerpo. Papá ha tenido que irse de viaje. Voy a
despedirlo a la estación. Si me oyes llorar, no te preocupes, es de impaciencia
por darte su primer beso.
Autora:
María Jesús
Sánchez Oliva. Salamanca, España