Algunas huellas que han marcado mi vida.

 

En la vida de toda persona existen acontecimientos, experiencias, situaciones, que nos marcan, son las huellas de la vida de cada quien. Éstas nos dan el rumbo, la forma, el carácter, es decir se integran a la personalidad de cada sujeto, nos enseñan a cómo ir viviendo y a modificar cosas en el camino. Después de esa huella, los demás notan invariablemente esos comportamientos.

Hoy quiero compartir con ustedes esta experiencia muy significativa en mi vida, y que yo la he llamado así, simplemente, “la huella que marcó mi vida”.

Cuando tenía 40 años de vida, tenía una familia,

23 años de servicio en el magisterio mexiquense. La vida me daba todo, todo lo que yo esperaba lo lograba. Fue en ese entonces cuando comenzó a gestarse esta huella.

Empecé a notar que mi visión de repente tenía puntos o rayas negras y que al ponerles atención desaparecían, pero esto se fue haciendo cada vez mas notorio, por lo que al revisarme el oftalmólogo me dictamina desprendimiento de retina, por lo que tuve que ser sometida a 5 cirugías, con intervalos de un mes o mes y medio aproximadamente entre una y otra, lo que me mantuvo en recuperaciones postoperatorias durante 10 meses con reposos, posturas, cuidados excesivos etc. que me devastaron física y emocionalmente.

Finalmente, tomé la decisión de no realizarme más intervenciones quirúrgicas, pues mi ojo ya estaba dañado y lo realizado no había tenido resultado, todo fue en vano, no fue posible sanarlo y perdí casi totalmente la visión de éste.

Quise retirarme del servicio, pues sentía que la vida estaba siendo muy injusta conmigo. Pude haberme jubilado o retirado del servicio ya que tenía una profunda decepción, desilusión o tal vez falta de fe, pero fue más fuerte mi deseo o mi voluntad de retomar mi vida y comenzar de nuevo. Mi decisión simplemente fue: SEGUIR ADELANTE.

Vino la calma, tranquilidad y sobretodo prudencia ante mis temores, y determiné regresar al servicio. Retomé mi trabajo, mi familia y sobretodo mi persona. He de decirles, que en muy poco tiempo volví a ser y a reconocerme como la mujer y la profesionista que era, teniendo logros de nuevo en mi vida.

Seguí adelante con mi familia, tuve nuevas satisfacciones con mis hijos en su formación, superación y logros, en la escuela primaria Jesús García en Los Reyes Ixtacala, Tlalnepantla, lugar donde yo fui directora, y de la cual salí para ser Supervisora conformando una nueva zona escolar, la número 77 en el Municipio de Cuautitlán Izcalli.

En ese tiempo, la vida nuevamente me recompensaba el trabajo y dedicación a mi labor educativa, estaba llena de ilusiones, proyectos y muchos deseos de lograr cambios significativos en la parte encomendada a mi trabajo educativo. Recuerdo que cuando se implantó el Programa Nacional del Cambio para la Modernización Educativa, fui instructora del Estado de México y de ahí hasta mi retiro estuve al frente de los grupos de capacitación para los maestros, directores, supervisores.

Pero retomando el tema, después de fundar la zona 77, pasé a la zona 61 y comenzó de nuevo el problema con mi otro ojo; en el transcurso de un mes empecé a notar que al fijar mi visión en algo ésta se ponía blanca y al momento de ver otro punto desaparecía y todo era normal; al consultar al médico me indicó que tenía que someterme a una microcirugía pues también se estaba desprendiendo la retina.

A pesar de decirme el doctor que la operación era muy delicada no pasó por mi mente la posibilidad de la ceguera, tal vez las ganas de vivir y todo lo que tenía pendiente me fortalecían.

Pero pasó lo irremediable, entré a quirófano viendo y cuando desperté ya no tuve visión; después de un mes, se me dijo que se hizo todo lo que la medicina tiene para estos casos y no fue posible mantener mi visión.

En esos momentos se me derrumbó todo, absolutamente todo. Me perdí en un laberinto sin salida, sin rumbo fijo, no encontraba principio ni final. Pensé hacer muchas tonterías, no ataba ni encontraba calma en nada, tuve que dejar el trabajo pues la zona no podía estar sin Supervisor.

Me olvidé de mi familia, de mí misma , no me importaba nada, en fin todo lo que se puedan imaginar pasó por mi mente, me sentía destrozada física y emocionalmente y sin ilusiones, expectativas, vulnerable a todo y a todos, llena de miedos y temores, incapaz de decidir sobre mi persona, fueron días interminables.

Para mí y mi familia, para los que me aprecian, los días estaban llenos de tristeza y pena, y al paso del tiempo me iba quedando sin fuerzas, sin ganas de vivir, derrumbada ante la vida, impotente por no saber cómo afrontar la vida. Pensé que eso era el morir, y que sólo me quedaba sentir cómo pasaba el tiempo y con él la vida.

Después fui objeto de estudios, tomografías, resonancia magnética, pues el doctor decía que con lo que me habían hecho, tenía que ver, por lo que quería buscar, si había algún tumor o algo que impidiera mi visión.

En ese tiempo generé mucha frustración, enojo contra la vida, negación y un sinfín de sentimientos y emociones que me llevaban de un estado de abandono a uno de ira incontenible, amargura que no me permitían ser yo.

Me enfrenté a experiencias y situaciones que me llevaron a descubrir que todo lo que estaba pasando era sólo a mi, todo lo demás seguía sin problema, el problema solo era mío, por lo que yo tenía que encontrar la solución, pues la familia, los amigos, la vida, seguían su camino, no se detenían por mí. Tenía yo que encontrar la forma de seguir viviendo, cómo caminar con mi vida y una discapacidad: La ceguera, que ahora es parte de mi persona y que entendí que no puedo separarme de ella, que ya siempre estará conmigo y que hasta el último día de mi vida me acompañará. Entenderlo y concientizarlo, ese era mi gran reto.

Durante esas crisis existenciales tuve que tomar decisiones que me llevaron no siempre por el camino más tranquilo. En muchos momentos caí, lloré, renegué, maldecí, teniendo, sintiendo y viviendo las emociones más fuertes, crudas y dolorosas que se puedan imaginar. Mi familia siempre estuvo ahí. Los amigos los conté con los dedos de una mano y me sobraron dedos para llorar con ellos.

Y claro, mi carrera en el magisterio se terminó, con 31 años y medio de servicio me jubilé, fue otra pérdida más. El desencanto, la desilusión se apoderaron de mí. Sin mi despedida del servicio, como a tantos maestros me tocó dar y que vi irse contentos, emocionados y satisfechos de su labor. No tuve ese momento final. Mi gran sueño no se cumplió, mi retiro del servicio no fue como lo imaginé tantas veces.

El reconocimiento a la trayectoria de mi paso por el magisterio, la despedida de los compañeros, de las escuelas, de los alumnos, de los padres de familia, de las alegrías, tristezas, satisfacciones en fin de todo por lo que pasamos durante los años de trabajo; ese sueño tan acariciado por mi, cada vez que veía que un compañero se jubilaba; no lo realicé. No se dio, no está en mis recuerdos.

Pero al paso del tiempo entendí que cuando un evento marca tu vida, no hay que lamentarse o preguntarse porqué a mí. Entendí que solamente hay que cambiar la pregunta por: ¿Para qué o por qué me sucedió?, y sin lugar a dudas habrá crecimiento y desarrollo personal.

Así entendí que en la vida las cosas, momentos o acciones no suceden porque sí, sino que son consecuencia de otra acción; no es casualidad sino causalidad, como resultado de causa y efecto.

Cuando asimilé esta reflexión, todo en mí se fue serenando, entendiendo mi nueva forma de vivir, haciendo cambios en mi forma de actuar, con otra forma de moverme por la vida. He de confesar, que no fue nada fácil, y tuve que afrontar nuevas situaciones, adversidades y calamidades.

Lo principal en mi vida a partir de este evento, fue pensar qué iba a ser de mí; tuve momentos de confusión, coraje, ira, y algunos de reflexión, que me motivaban a decir: Quiero regresar a mi trabajo, pero no hubo eco, nadie me dijo que fuera lo correcto. Todos me aconsejaban buscar la cura, las operaciones, los tratamientos, pues yo tenía que ver de nuevo en lugar de pensar en regresar a trabajar; eso me entristecía, pues yo siempre quise y abracé mi carrera porque en ella me sentía plena, como mi gran refugio incondicional para mi plenitud.

No pensaba en otra cosa más, pues me hacía sentir realizada, no sabía ni me interesaba otra cosa más que no fuera mi profesión de maestra, me aterraba tener que afrontar, hacer o tener otra responsabilidad, me sentía incapaz de realizar algo fuera del magisterio.

Así pasaron los dos o tres primeros años de ceguera, creyendo que podría regresar al magisterio, pues solamente había perdido la visión; creo que no vislumbraba el cambio en mi persona, en mi rutina diaria. En esos momentos de valoración mínimos, tal vez necesarios para no perder la razón, vivía con depresiones tremendas que me devastaban enormemente, pensando en una y otra cosa que me permitiera seguirme sintiendo útil y productiva y que no lograba realizar.

En esos años estuve en proceso terapéutico, lo cual poco a poco me fue concientizando, llegó la aceptación, muy difícil de trabajar pero poco a poco se fue dando, aunque he de confesar que hay momentos en que todavía no es total...

He de decirles que descartando el regreso al magisterio, teniendo cada día más clara la idea de prepararme en algo para sentirme bien, llegué a la conclusión siguiente: el trato con mis compañeros de rehabilitación y toda la experiencia de mi trabajo, me fueron clarificando que tenía el manejo, la facilidad y la habilidad de interactuar, relacionarme y entrar en comunicación con los demás, tomando como base ese dolor tan incomprendido en su momento, mí razonamiento fue hacer algo para que no sufrieran así otras personas; eso me llevó a prepararme profesionalmente como terapeuta Gestalt; con un solo objetivo, el de poder apoyar; ayudar a las personas que como yo, estaban o habían pasado este trance tan amargo y difícil de transitar. Pues para mi, fue algo tan doloroso e indescriptible, que en algunos momentos en la actualidad, me estremecen y sobrecogen el alma.

El hecho de pasar y superar esta situación tan fuerte de mi vida; indudablemente me llevó a reconocer que el ser humano está dotado de una gran capacidad de supervivencia, que nos hace capaces de soportar esto y más, de lo contrario la razón sería presa fácil de la locura. Creo que en esos momentos de claridad y sobre todo tranquilidad mental brotaba ese ánimo de vivir, el instinto de supervivencia natural reforzaba mi espíritu para seguir y no dejarme vencer ante esa adversidad, teniendo como meta el apoyo en la rehabilitación de personas con ceguera adquirida basada en mi propia experiencia personal.

Ingresé en el Instituto de Psicoterapia Gestalt Centro Lomas Verdes donde cursé las especialidades de:

Orientadora Humanista, y Facilitadora De Grupos, con muy buen desarrollo en ellas, lo que me animó a seguir adelante.

De ahí, decidí ingresar a la Universidad Nacional Autónoma de México, campus lztacala como becaria, cursando la especialidad de Terapeuta Gestalt y sus técnicas alternativas en la terapia, eso me llevó a darme cuenta de la capacidad, habilidad y aptitudes que el ser humano es capaz de desarrollar; lo constaté en mi persona, pues al término de la especialidad, reafirmó mi seguridad personal, recuperando mi valía, mi autoestima y sobre todo mi autoconcepto; claramente entendí, acepté y me conformé con mi nueva forma de vivir; comprendí que si estoy viva, algún problema de salud puedo tener o adquirir, pues ese es el costo, por lo tanto estoy en paz con la vida.

Desde que terminé la primera especialidad, comencé a dar terapias; no fue fácil pues al escuchar a los demás hay que cuidar el ambiente, no aconsejar, no descalificar, no prejuzgar, solamente escuchar, eso es todo; requerí ir entendiendo esta actividad donde se puede uno equivocar fácilmente. Comencé a incursionar en pláticas grupales en la penitenciaría de Santa Martha Acatitla en el Distrito Federal, en los penales femenil y varonil, actividad que a la fecha sigo realizando periódicamente.

Después de haber terminado los estudios como terapeuta, tomé el Diplomado Sobre El Uso De La Música En La Terapia, y fue una herramienta más, tanto en la diversidad terapéutica como en el manejo de los grupos, también me capacité en el manejo de parejas. He de seguirles contando, que a la fecha, cada año tomo una especialidad sobre el uso y aplicación de la terapia; estoy de voluntaria en el centro de Discapacitados Visuales IAP en donde apoyo emocionalmente a las personas que solicitan mis servicios, impartiendo talleres para personas ciegas y débiles visuales, al igual que a personas normovisuales en Ciudad de México, y llevo seis años de voluntariado con los maestros y maestras jubiladas en la Casa del Maestro Jubilado de Cuautitlán Izcalli; dicha actividad me ha permitido atender y apoyar a mis compañeros maestros y aunque no regresé a las escuelas, sigo conviviendo con mis colegas, eso me gratifica en demasía y me satisface plenamente. Esta nueva faceta en mi vida, me ha permitido apoyar a varias decenas de personas en proceso terapéutico.

 Hago una pausa porque en todo esto, debo hacer un reconocimiento a la memoria de Samuel Huerta Romero, el hombre que me acompañó durante todo este proceso y fue fundamental para lograr este éxito más en mi vida. Me casé con él en 1973 y fuimos padres de 4 hijos, muriendo el primero, otra huella indiscutible que marcó nuestras vidas. Él siempre me apoyó, procuró e hizo todo lo que estuvo a su alcance para que yo realizara lo que me propuse. Desde que nos casamos y muy especialmente cuando quedé ciega. Murió en 2011, pero sé, que cuando se fue lo hizo en la total conciencia de que yo estaba preparada para seguir adelante sola, para enfrentar la vida con dignidad y valentía, y sé que de esa manera me sigo apoyando en toda esa fuerza que me transmitió cuando estuvimos juntos.

Yo creí que después de la ceguera no tendría ningún dolor más fuerte, pero la vida me enfrentó a esta pérdida tal vez más dolorosa. De esta manera compruebo que la vida nos pone eventos que pensamos nunca tener y mucho menos sufrir por ellos, me doy cuenta que en instantes nos cambia la vida, por lo que me concientizo cada vez más en la importancia de ella, que nos muestra que es sólo una, que hay que vivirla plena, con sus alegrías, penas, aciertos y desaciertos, con las oportunidades, o con las desilusiones, con todo lo que nos toque vivir pero vivirlo plenamente, intensamente; es mejor arrepentirse de lo hecho y no lamentarse por no haber realizado aquello que queríamos.

Evitemos llegar al momento de evaluar nuestra vida y darnos cuenta que se nos fue como el agua entre las manos. Quedándonos vacíos, sin ese cúmulo de experiencias, recuerdos, vivencias de todo el camino recorrido por cada uno de nosotros.

La vida es bella con todo lo que nos toque protagonizar, recordemos que cada uno de nosotros somos el resultado de todo lo que hemos vivido y dejado de vivir, creo que así debemos querernos y aceptarnos para seguir viviendo intensamente el resto del camino por recorrer.

Por ello, hoy estoy mas tranquila, y lo mejor de todo, es que aún con mi limitación, puedo ser útil, a mi misma y a otras personas, y eso me satisface mucho.

Siguiendo con esto de las capacitaciones, voy sumando: el diplomado certificado por la Secretaría de Educación Pública y validado por la Universidad Veracruzana sobre Orientación Y Movilidad para Personas Ciegas y Débiles Visuales, tomando también, varias capacitaciones en la formación de coordinadora de la salud sexual de las mujeres con discapacidad , terminando el año pasado, el diplomado de Geriatría y Gerontología con un enfoque Gerontogeriátrico hacia el adulto mayor, trabajando y exponiendo temas , opiniones de forma activa en redes sociales, foros , congresos, simposios , Asociaciones civiles, en pro de la discapacidad. Sin dejar de lado La convivencia con mis hijos, nietos, la mayoría de veces a distancia, gracias a las comunicaciones que ahora me rebasan muchas veces; pero con suerte cuento con amigos que me apoyan en estos menesteres, salgo adelante. No todo es trabajo, también ando, viajo con mis compañeros jubilados, paseando y conociendo lugares hermosos, extraordinarios, y otras tantas veces, viajando yo sola por compromisos en pro de la discapacidad, he tenido la entereza de salir avante con ellos.

Esas son alegrías que me motivan a ir adelante porque aún con todo lo que nos pase podemos y debemos seguir viviendo, siendo felices y hacer lo que nos propongamos, porque los límites nos los ponemos nosotros mismos.

Yo así vivo, disfrutando de mi vida en la medida que soy su protagonista, viviendo, no siendo sobreviviente.

 

Autora: Profa. Lic. Lucía Rosalva García Benhumea. Cuautitlán Izcalli, Estado de México, México.

Terapeuta Gestalt Orientadora Humanista

rosalva.benhumea@gmail.com                                                                       

 

 

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