El pan de todos

 

Hace no mucho tiempo, enviaba una colaboración que titulé “El mar es mío”. ¡Algo tan inmenso, para mí sólo!

Ahora afirmo que el Pan es de todos; algo tan poco significante, pero tan emblemático, repartido entre todos los habitantes de la tierra.

El pan es entendido por muchas culturas como el alimento básico, forma parte de ritos religiosos y mágicos, tiene notable influencia en el Índice de Precios al Consumo

Puedes llenar tu despensa de carne, pescados, verduras; si no te queda el pan, no tienes cubierta del todo la necesidad primaria de supervivencia.

El pan es el todo. ¿Quién no ha pronunciado un panegírico al pan?

¿Y quién no ha creído alguna vez que el pan fuera la panacea?

Sí, sí; ya se que este Pan no hace referencia al pan que nos alimenta. Pero es que resulta fonéticamente tan semejante…

Porque cuando lanzamos al viento nuestro grito de ¡Pan! Utilizamos todo nuestro ímpetu, toda nuestra energía concentrada.

Y todavía más si prolongamos la N.

Es como si hiciéramos sonar una campana. Salvo que, por algún motivo que desconozco, en la onomatopeya reemplazamos a veces el sonido bilabial sordo por el sonido dental, haciendo Tintán.

Danos el pan de cada día.

Todos los días pasaba el panadero por nuestra calle y nos enviaba su pregón.

Era como el cartero, o como el cobrador; pero con la diferencia de que éstos, a veces, pasaban de largo.

El panadero siempre, todos los días, nos dejaba su ración, la que sabía que precisábamos.

Y si en alguna ocasión no estábamos en casa, para eso teníamos a la vecina.

O incluso, como los portales permanecían abiertos, no como ahora en que todas las puertas son blindadas o acorazadas, pues nos encontrábamos el producto detrás de la cortina.

El panadero pertenecía casi a la familia.

Nos repartía el pan hacía muchos años.

Apuntaba el importe en una libreta, y se lo abonábamos el sábado, cuando se cobraba el sueldo por entonces.

En cierto momento, tratando de aprender una canción infantil donde ponía Panderos y Sonajas, pues yo afirmaba entre mí que contenía una errata: en lugar de Panderos debía decir Panaderos.

Lo habitual en casa era proveernos de un pan redondo y blando que llamábamos Mediana.

Luego vendían el pan blanco, que tenía la corteza más dura y, al comer, se nos hacía como un bolo más difícil de tragar.

 

 

La tartana

 

En la tartana de Rufo, el panadero,

cabían barras, medianas y pan blanco.

También había libreta y lapicero

para anotar la venta de lo fiado.

 

Con los calores de agosto sofocantes,

como el frío de invierno con la nieve,

siempre resuena su voz profunda y grave

que bien distinguen los niños y mujeres.

 

--Sube si quieres, chaval, a la tartana.

Te llevaré hasta la esquina la calleja.

Dile a tu madre que dejo en la ventana

cuatro medianas. Y pague cuando venga.

 

 

--Dile que el “riche” a ti te lo regalo,

que las medianas las lleva bien cocidas

y que mañana traeré más panes blancos.

Díselo pronto, que luego se te olvida.

 

Patri reparte su pan en bicicleta.

Tano lo lleva corriendo con la moto.

ellos, si quieres subir, nunca te dejan.

En la tartana cabemos casi todos.

 

El panadero atraviesa todo el barrio

con su tartana y la mula mansa y noble.

La tez curtida, semblante ya cansado,

lanzando al viento miguitas y pregones.

 

 

 

Y además estaba la barra de pan, que para nuestras posibilidades económicas resultaba inviable todos los días.

En el internado sí que nos la daban; pero no todo el pan que nos apetecía.

Por ejemplo, en la cena, si queríamos más pan, debíamos levantar la mano y nos lo traían; salvo cuando degustábamos la tortilla de patata, entonces el pan escaseaba.

Sin embargo, cuando recogíamos la merienda, recibíamos una onza de chocolate y un buen bollo de pan. Yo introducía la porción de chocolate entre la miga, devorando un buen trozo de pan  y un poquitín del chocolate, cuyo sabor siempre me quedaba una vez había acabado de merendar...

Debo reconocer que, si el pan no me hubiese gustado, quizá hubiese utilizado distinto procedimiento.

Una de las normas que nos inculcaban de niños rezaba que tirar el pan era pecado.

Ignoraba el grado de su gravedad, pero siempre estuve de acuerdo en que no se podía estropear siquiera una miga.

Porque según el dicho, “A buen hambre no hay pan duro”. Con lo cual, ni estando duro debíamos consentir que se echara a perder.

Sí recuerdo que jugábamos  haciendo montoncitos de arena en la calle y, para apretarlos más, recitábamos aquello de: “Pan duro, que se ponga duro” Supongamos que, al percutir en el montón de arena, imitáramos el golpe de la palma de la mano; al menos, diríamos “Pan, pan, pan”

Es lo primero que los bebés aprenden a reclamar, además del agua. Pues claro, al niño has de concederle lo que te está pidiendo.

Es muy fácil obstruir la salida del aire apretando los labios; otro tema es pronunciar la nasal desde un principio.

Eso lo aparcaremos hasta que precisemos negar todo diciendo que no.

Porque pronunciar No es más sencillo  que decir Sí. Comprobad cuánto tardan los niños en hacerse con el sonido silbante de la S.

Así pues, el pan es como un golpe sobre la mesa, una reclamación urgente, un toque amplificado como el de nos tambores, la satisfacción de una de las necesidades primarias. Estas tres únicas letras le confieren la categoría  de producto básico imprescindible y fácil de obtener si sabes repetirlo, como el agua, como mamá, papá, tata; sí, también como repetir No.

Tenemos una necesidad, que yo atribuiría al espíritu, al sentimiento y las emociones, cuyo emblema sería el mar. Y esta necesidad material, que significa el alimento, la comida.

Para mí, (permitid una vez más introducir el braille en estas reflexiones) estos nueve puntitos, tan asimétricos formando incluso una combinación tan dispersa y poco convencional, se me antojan cargados de simbología.

Un producto tan popular, parece a la vez muy encumbrado, pues de estos nueve puntitos cinco se instalan en la fila superior, y sólo dos funcionarían de sostén  de un vocablo tan diminuto.

Parece preparado para emprender la ascensión a cotas muy elevadas.

Así que, por favor, no nos desprendamos de ninguno de los puntitos, y eso que en ocasiones sería canonizado, o el nacimiento de un manantial. Pero también nos puede herir una lanza, o meternos en el fango.

No sé; mejor dejarlo como está.

Resulta que el pan, aparte de ser más o menos apreciado por el sentido del gusto, se somete al sentido del tacto: duro, blando, harinoso, crujiente.

También por el oído, incidiendo en la musicalidad de la palabra.

Y cómo no hablar del sentido del olfato, cuando disfrutamos del aroma del pan recién horneado.

Hoy se fabrica el pan de muy diversos componentes y también de distintos orígenes geográficos.

Yo me sentía orgulloso de haber nacido en una provincia, cuyo producto, el trigo, permitía la fabricación del pan más rico. Así lo proclamaba y así lo escribía al redactar algún trabajo sobre mi provincia.

En fin; nos dicen que compañero es el que comparte el pan con alguien. Empanar un filete lo muestra más comestible y sabroso, aunque ande lejos de la empanada mental.

Ya sabemos que con pan y vino se anda el camino.

Pues que cada quién decida sobre la porción de alimento y de bebida; en tanto, para otra ocasión, si procede, nos dedicaremos a tratar sobre el otro elemento de la sentencia, en la certeza de que tampoco seré demasiado original en mis observaciones.

 

Autor: Antonio Martín Figueroa. Zaragoza, España.

samarobriva52@gmail.com

 

 

 

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