El monstruo de hierro.
Fue de repente, al ingresar al
grandísimo galpón bodeguero. Todas juntas, con la bolsita de la merienda en una
mano y un cuadernito con lápiz en la otra, paseábamos educativamente, por las
grandes Bodegas Giol. Los viñedos en los campos húmedos, bordeados por los
olivares, ofrecían sus paisajes de intenso verdor esa fresca mañana de otoño.
Había que ver, comprender y
después hacer tareas para Naturaleza y Dibujo. Además de una Redacción para
Lenguaje, sobre lo que más nos había gustado del paseo.
Vimos piletones gigantes, donde
reposaba el mosto y decantaban los jugos de la vid.
Pero, “aquello” fue demasiado
traumático. El ruido infernal provenía de otro galpón… el más grande de todos.
Era un ensordecedor sonido que nos obligó a taparnos los oídos al ingresar en
fila de a dos, tomadas de las manos. Una mole de metal, hacía movimientos de
ascenso y descenso, mientras resoplaban intensamente resortes comprimidos
contra un pistón intensísimo. El gran monstruo, tenía cabeza dentada, un ojo
malicioso que nos miraba fijo y sus brazos de brillo tornasolado, descargaban
acompasadamente, su furia sobre los resortes. Llorando me retraje negándome a
entrar. Una de las maestras tuvo que buscar al guía para que me convenciera.
Trataron de explicarme que esa bestia no me comería, ni me pegaría. Mientras,
otra asistente metálica y más gorda, más adelante, atacaba a cada botella sobre
la cinta transportadora.
Tomada fuertemente del brazo de la
seño, no podía dejar de mirar ese rostro oscuro y metálico que metódicamente no
dejaba de emitir gemidos destructivos a los oídos y mentes que pretendían una
mañana instructiva, pero segura. Quizás… divertida y más calma.
Al día siguiente, debíamos dibujar
lo que más nos había impresionado o interesado, durante el paseo a la gran
bodega. Yo solo podía recordar ese monstruo horripilante, ruidoso y molesto, y
lo esbocé con todo el vigor en los claroscuros que pudieran definir una bestia
metálica. Mientras mis compañeras, felices dibujaban las botellitas de vino, de
diferentes formatos, y otras la gran torta que comprimía las aceitunas en la
aceitera, con los viñedos de fondo, utilizando una amplia gama de tonos
verdosos contrastantes con el bellísimo azul del cielo.
Pensé que la maestra me retaría…
Pero me llamó hasta el escritorio y me felicitó. Ante mi sorpresa, me comentó
en voz baja, que a ella también le había impresionado esa máquina grandota, tan
molesta, y que yo había sido la única capaz de captar la esencia mecánica y
moderna de un sistema automatizado en pleno… avance tecnológico.
“El mundo miope de Ruxlana”
Autora: Dra. Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina