(Contraportada:
Datos de edición)
A mis hijos y a sus hijos.
A mi
hermana.
A los niños ciegos
que se hicieron
vástagos de mi
corazón.
Índice
Prólogo………………………………………………………….......
7
Introducción
……………………………………………………….. 11
cap. I De la
estéresis a la culpa………………………………....... 13
Cap. II Las formas
de la culpa …………………………………… 19
Cap. III La
incidencia del símbolo………………………………... 25
Cap. IV Una incursión
por la historia …………………………….. 33
Cap. V Los
personajes ciegos en el teatro de
Antonio Buero
Vallejo …………………………………… 49
Cap. VI El plano
simbólico en la narrativa de Ernesto Sabato …… 75
Cap. VII El surrealismo en el Informe sobre Ciegos………………. 85
Cap. VIII La ceguera como objeto de estudio …………………….. 99
Cap. IX La ceguera como situación existencial ………………… 107
Cap. X La ceguera en personajes de ficción …………………… 127
Cap. XI La ceguera como símbolo del extravío existencial ……. 137
Cap. XII La ceguera como símbolo del ser abandonado ………… 157
Cap. XIII La ceguera como símbolo de incomunicación ………… 167
Cap. XIV La ciega ………………………………………………... 187
Epílogo ……………………………………………………………. 195
Del susurro al grito (testimonios) ……. …………………………… 197
La ciega. Balada de
Reiner María Rilke ....………………………… 209
Agradecimientos.………………………….………………………..
213
Prólogo
Hay momentos en la existencia de un escritor en los que el hecho de vivir y el hecho de escribir son simultáneos. En esos momentos privilegiados y terribles no es posible impedir que uno de esos dos hechos prevalezca. Entonces, si el escritor es poeta, serán unívocos sus días y sus versos. Y si sintiéndose poeta decide abordar un tema en prosa, habrá de ser porque algo lo impele a ausentarse provisionalmente de su hogar que es el poema, para aventurarse por los caminos áridos e inciertos de un tema que no es elegido por el escritor sino que, como dice Jorge Luis Borges, es el tema quien elige al escritor. El escritor experimenta casi como una urgencia, una tensión de la que sólo podrá liberarse cuando la elección de que ha sido objeto encuentre en la dinámica del lenguaje su expresión y su armonía, es decir, su forma.[1]
No puedo saber de modo cierto cómo ni cuándo fui elegida por el tema del que voy a ocuparme. El tema está en mí, es conmigo y no me es posible ser sin él. Someterme a su requerimiento es, pues, mi acto más auténtico.
Afirmar que en
nuestra semejanza con el otro reside el sustrato de la convivencia humana es,
desde luego, afirmar algo obvio. Lo que no es tan obvio, aunque sea un tópico
recurrente en nuestros días, es afirmar que para que ese sustrato no se
resquebraje es necesario que se conozcan, se comprendan y se acepten las
diferencias que existen entre los hombres.[2]
La segunda afirmación es tan amplia y tan compleja como lo es la gama de las
diferencias que a través de ella se nos revelan.
Hoy parece
relativamente fácil reconocer la diversidad cultural y distinguir las
concepciones antropológicas actuales de las imperantes en las épocas que nos
preceden. Lo que siempre ha sido y aún es difícil es conocer, comprender y
aceptar aquellos grupos humanos que, afectados por una señal, han existido en
todas las culturas y en todas las épocas y que, bajo formas casi proteicas,
coexisten con nosotros.
Pero hay un hecho
que resulta aún más difícil de reconocer: que en el grupo que podríamos
designar como el conjunto de seres humanos señalados, los individuos que
constituyen ese grupo son también diferentes entre sí.
Acaso, lo que se
ha escrito en las páginas que siguen, no pase de ser una mera pretensión; mas
no me es posible dejar de escribirlas, como tampoco me es dable dejar de creer
que con ellas pueda contribuir en una dimensión que no depende tanto de mí como
de quienes las lean, al conocimiento, a la comprensión y a la aceptación de los
individuos que conforman uno de esos grupos de señalados, el grupo al que
pertenezco: el de las personas afectadas de ceguera.
A
pesar de que, como queda dicho, no pude dejar de escribir estas páginas, no
querría que sus lectores les atribuyesen sin más, como su único propósito el
que ha sido mencionado en el párrafo precedente. Yo descubrí que acaso estas
páginas pudiesen dar de algún modo cumplimiento a ese propósito, sólo después
de haberlas escrito.
El
tema que se despliega en este ensayo, no es un solo instrumental emanado de mi
singularidad circunstanciada. Hay en él una conjunción no siempre armónica de
timbres y de voces. Es un tema de múltiples variaciones, hay en él sonidos tan
lejanos como la antítesis primordial entre la luz y la tiniebla; hay sonidos
tan próximos como la susurrante pregunta de un niño, torcaza asustada de
sentirse a oscuras.
Entre lo remoto
de la antítesis primordial y lo cercano de las confidencias que hasta mí han
llegado, se hace presente un universo de creaciones literarias. Este universo
está habitado por personajes ciegos cuya encarnadura estética se enraíza, según
la decisión del escritor, en la ceguera presente en el símbolo apátrida o en la
ceguera real de un aquí y de un ahora que a los ciegos que mediante la lectura
nos relacionamos con esos personajes, a veces nos repele y a veces nos refleja
o nos conforta.
No he abordado,
ni me sería posible hacerlo, todas las obras literarias en las que aparece la
ceguera como tema y el ciego como personaje. Son muchas las obras que por los
más extraños caminos han ido llegando a mis manos. Casi sin que me lo
propusiera, algunas de esas obras se quedaron en mí, otras se perdieron en un
sano y piadoso olvido, y son aún muchas las que seguramente me están esperando.
Las obras que en
mí se quedaron, me ofrecen una prometedora instancia dialógica. Algunas de esas
obras son las que vertebran este trabajo. Y lo justifican. Y lo sangran.
Introducción
En
1966 inicié mi labor como maestra de primaria en la escuela de ciegos de mi
provincia, Mendoza. Allí tuve mi primer contacto con niños que no veían.
Mi infancia
había sido solitaria en cuanto al conocimiento de otros niños que, como yo,
estuviesen privados de vista.
Por
aquel entonces, la única ‘escuela especial’, que en realidad no era una
escuela, reunía dos veces por semana a un grupo de personas ciegas adultas que
recibía nociones básicas de lecto-escritura braille.
Mi instrucción
comenzó entre hombres y mujeres diferentes a mí en circunstancias existenciales
y en edad. La distancia menor era la que me separaba de dos adolescentes que me
precedían en una década. Parecía ser – por falta de información – que yo era en
Mendoza la única niña ciega de nacimiento. Fui creciendo sin saber más que de
mí. Fui advirtiendo que quería conocer y comprender a otros niños ciegos
‘distintos de mí’. La carrera de magisterio me permitió recoger, en otras
infancias, algo de la mía que estaba inevitablemente perdido.
Lo que
experimenté no fue una vocación profunda por enseñar sino una pasión febril y
dolorosa por comprender. Por fortuna, en el mismo año en que comencé mi carrera
docente (1966) inicié mis estudios en
En El
túnel de Ernesto Sabato encontré la primera brasa, la primera incitación. Nada
me había dicho Pablo, el ciego de Marianela de Benito Pérez Galdós. Nada habían
significado tampoco algunos personajes ciegos de obras de menor cuantía.
¿Qué
hacer? ¿Cómo conjugar lo que se siente con lo que se sabe?
En
1970, leí el ensayo del sociólogo francés Pierre Villey, El ciego en el mundo
de los videntes. En este ensayo, el autor intenta analizar cómo la literatura
ha tratado el tema de la ceguera. Su conclusión es lapidaria: “la literatura no
ha hecho sino avalar los prejuicios que el público tiene acerca de los ciegos”.
¿Debía
yo continuar por ese camino? ¿Leer las obras literarias para mostrar de qué
manera eran vistos los ciegos por quienes los convertían en sus personajes y
juzgar esas obras desde tal perspectiva?
Más
tarde me enfrenté con Sobre héroes y tumbas, segunda novela de Ernesto Sabato.
Su Informe sobre ciegos me espantó al par que me sobrecogió por su belleza
atroz.
Y
olvidé todo eso y continué viviendo. Y olvidé todo eso y continué leyendo:
Buero Vallejo, Maeterlink, Baudelaire, Rilke ...
Más
adelante conocí Los ciegos en la historia de Jesús Montoro. Esta obra, altamente
documentada, me aportó datos ciertos y, a veces, sorprendentes. ¿Quería yo
analizar la situación existencial que provoca la ceguera, desde una perspectiva
histórica? Ciertamente esa perspectiva me resultaría útil pero tampoco ese era
mi camino.
Lentamente
la literatura, la historia, la vida, mi existencia y otras existencias en las
que la ceguera es presencia, inequívoca presencia de lo ausente, fueron
configurando un entramado cuyo diseño no está aún totalmente acabado.
El
plan de este ensayo fue gestándose a medida que, elegida por el tema, fui
tomando la auténtica y a veces errática decisión de plasmarlo en un libro.
Autora: Lic. Margarita Vadell. Mendoza, Argentina.
[1] La escritura fue el medio fundamental absoluto y poderoso que me permitió expresar el caos en que me debatía así como mis obsesiones más recónditas. (Ernesto Sabato)
[2] A los años que tengo hoy, puedo decir, dolorosamente, que toda vez que nos hemos perdido un encuentro humano algo quedó atrofiado en nosotros, o quebrado. Muchas veces somos incapaces de un genuino encuentro porque sólo reconocemos a los otros en la medida que definen nuestro ser y nuestro modo de sentir, o que nos son propicios a nuestros proyectos. (E.S. La resistencia)