Cultura Silvestre.
Durante las vacaciones estivales viajé con mi esposa
rumbo al norte de nuestro país. Descansábamos en encantadores parajes
dialogando con los lugareños a fin de conocer su idiosincrasia. Así arribamos a
Villa Cultura, una ciudad un tanto humilde pero famosa por su alto nivel
cultural. Según nos habían comentado, tenía bibliotecas en todos los rincones,
algo que nos entusiasmó. Entonces opté por disfrutar mi pasión de leer, e
inicié la búsqueda de algún libro interesante.
Me acerqué al ver a un oficial de policía que frente
a la parrilla, Estaba armando un choripán. Le pregunté por la dirección de
alguna biblioteca, y mientras me observaba de reojo sin dejar de sacudir la botella
de chimichurri, sonriente me respondió:
- ¿Bibliotecas?, ¿con esa cara sabe leer? Usted no
tiene aspecto de tragalibros… me imagino que será para mirarle los dibujitos,
¿no? ¡Jaaa, jaa! Allá en la otra cuadra tiene una. -Dijo, al tiempo que señalaba
con el choripán-.
Indignado por el trato descortés del oficial, giré y
me encaminé en busca del libro. Me sentí conmovido, porque si eso era la
autoridad, ¡me cacho en la autoridad!
Caminé por una calcinante calle hasta llegar a una
puerta que decía “VIVLIOTECA DEL NUEBO SER”. Estaba cerrada, apoyé la oreja
contra la ventana y oí extraños sonidos humanos, agitados suspiros, ¡había
gente! Al golpear se abrió la persiana y apareció el viejo bibliotecario, algo
despeinado y con cara de pocos amigos.
- ¿Qué corno busca?, ¡es hora de la siesta!, ¿quién
lo mandó, mandinga?
- Bueno, perdone. Ando buscando algún libro para
leer…
El hombre mayor se dio vuelta y gritó:
- ¡Vieja!, aquí hay un vago y dice que viene a
buscar un libro pa’ leer.
Mientras esperaba le hice notar las faltas de
ortografía que tenía el cartel.
- ¿Y vo’ de qué te la da? Sabelotodo o ispetor de
inorantes? –Se rebeló ofendido -.
Opté por preguntarle a la señora si tenía algo de García
Márquez o Cortázar, y luego de
refunfuñar, se oyó su áspera voz:
- Ta’ bien, ta’ bien, espere que ya busco lo que
haiga. ¡Y no joda ma’!
No abrí la boca hasta que me sorprendió con un libro
sucio y deshojado.
- ¿Memorias De Una Princesa Rusa?, ¿no tiene algo
mejor, señora? –Pregunté-.
- Usté pidió algo pa’ leer, ahí lo tiene. ¡No sea
hinchapelota! El otro libro que tenemo es el Kamasutra, y es pa’ mirá las
figuritas, pues ta’ lleno de fotos chanchas.
Huí despavorido y busqué en la cuadra siguiente la
biblioteca “Nuestra Señora De Lourdes”. Al aproximarme observé al bibliotecario
vestido de musculosa y los pantalones arremangados, sentado en la puerta con la
silla al revés.
- ¡Buenas! ¿Qué sapa, maestro? –Me preguntó-.
- Quisiera el libro Doce Cuentos Peregrinos de
García Márquez…
¡Aaah! ese libro está muy alto, Espere un segundito
que llamo a la bibliotecaria que con la escalera tiene mas cancha. La última
vez que me subí a esa dichosa escalera me caí de culo y me hice pelota la
cintura.
- ¡Eeeeeh, María Lurde! Aquí hay un tipo que manguea
el libro del García Márquez.
- ¡Que aguante, ya voy!, ¡vos siempre el mismo
vago!, ¡te pesa el trasero, eh!
Pasado unos minutos apareció la mujer y me entregó
un libro titulado “
- ¿Para qué quiero esto?, ¡encima en tano que no sé
nada ni me interesa un carajo!
- ¡La tua sorella! –Respondió el hombre- ¡Ío sono
filio di italiani!
- ¡Pero mira’ vo’! –agregó ella- ¡Todavía que le presto un libro importado me hace
kilombo! ¡Tomátela, maleducado de porquería!
Y pude Esquivar a tiempo un puntapié que me intentó
acomodar.
Salí de ahí muy molesto, observé en la vereda de
enfrente una Biblioteca Para Ciegos llamada “Tiflobiblios” y a pesar de que veo
bien, me acerqué en busca de alguna lectura, pues ya me estaba desesperando.
Asomándome por la puerta abierta le pregunté a una señora que, parsimonia
mente, desplumaba un pollo
- Hola, señora. ¿Usted tendría algún libro que yo
pudiese leer?
- Como usted ve, todo lo que hay aquí es pa’ lo
ciegos.
- pero, señora, no entiendo... esas estanterías
están totalmente vacías…
- ¡Obvio, microbio! Si los ciegos no ven un carajo,
¿pa’ qué carajo han de querer los libros?
- Discúlpeme, doña, ¿usted no oyó hablar nada de
libros hablados o digitalizados?, ¿Oyó hablar de Luis Braille? ¿Sabe lo que
hizo?
- ¡Nooo, ni me interesa! ¡Ya me tené podrida! Venís
a manguear y encima… ¡Me hablá gansadas y me tratá de chismosa! ¡Rajá de aquí
forastero, tomátelas! ¡¿Si no so ciego pa’ qué vení acá!?
Sin entender
nada, continué la búsqueda en aquel “Nido Pedagógico”… Cuando me iba acercando
a otra institución cultural, un agradable y tentador aroma me llamó la
atención. En el jardín vi al bibliotecario en mangas de camisa, con un vaso de
vino tinto en la mano, junto a la parrilla donde se cocinaba un lindo asado,
con chorizos, achuras y un terrible costillar.
- ¡Gorda! –Gritó- ¡Acá tenés a un chabón que anda
buscando libros!
Ella se asomó curiosa, de floreado batón y una
toalla envolviendo los ruleros.
- ¡Hola, señora! Ando buscando
- Aguante, espere que lo busco, las obras de Borges
las tengo en la piecita del fondo.
En tanto esperaba, el bibliotecario se acercó con un
tenedor, del que pendía un dorado chinchulín. Traté de explicarle que el autor
no era Borges, sino que era James Redfield, pero
me dijo:
- ¿Y…? ¡Tome, tome! Aliméntese un rato mientras le
traen su libro. Que si la cultura es un buen alimento, pruebe esto. ¡Está Pa'
chuparse los dedos!
A modo de servilleta me entregó un trozo de cartón
en que alcancé a leer “…Vena Revelación”. Entonces le comenté que ése era el
libro que yo buscaba.
- ¿Sí? Decí alpiste, ¡perdiste! Estaba al cuete
porque nadie lo leía, con ese libro encendí el fuego. Opté por retirarme antes
de pegarle.
Insistí en la búsqueda y en el acceso a la
biblioteca “Sara Martín” capté un perfume de colonia barata que por poco me
ahogaba. Abanicándome con las manos encontré a Sara observándose en un enorme
espejo que apenas reflejaba tan grueso cuerpo.
- ¡Hola! –Le dije- ¿Podré retirar algún libro,
señorita?
- Espéreme un momento por favor, ya veo que tengo.
Acabo de pintarme las uñas ¡y si agarro un broli se me garca el esmalte! Además
ya están por llegar las visitas que vienen a la reunión de promoción cultural
de
Y cuidándose el espeso maquillaje, llamó a su marido
que andaba por el fondo:
- ¡Cheeee, pánfilo!, ¡traeme un sándwich de
salamín!, y de paso me afeitás las patas porque viene gente.
Sentándose a la mesa con un lápiz en la oreja, una
caja de bizcochos de grasa y un jarrón de grappa, esperaba ansiosa al señor
Intendente. No pude contenerme y le pregunté.
- Señora… Usted puede explicarme ¿dónde carajo está
la cultura, la pedagogía de esta villa? Está llena de bibliotecas, ¡pero no
tienen un corno impreso!
- ¡Respete el orgullo de la política cultural,
señor! El asunto es tener bibliotecas, ¿los libros qué calientan?, si aquí
nadie los lee… Lo importante es que el que abre una biblioteca, no paga
impuestos. ¡Eso es coparticipación!
- ¡Barbarie! ¿Y a qué viene tanto orgullo del
intendente? –Pregunté-.
- Se justifica, porque además ¡Él es el Presidente
de FEBIVIAR! O sea
- ¡Pero es un chanta!, ¡no conseguí ni un libro!,
¿de qué política cultural me habla?
- Qué sé yo, pero el Concejo Deliberante lo integran
los bibliotecarios y ellos votan. Así nuestro intendente de Villa Cultura, ya
fue reelecto tres veces… y encima, ¡ya está aprendiendo a leer!
© Edgardo
González - Buenos Aires, República Argentina
“Cuando la pluma se agita en manos de un escritor,
siempre se remueve algún polvillo de su alma”.
Autor: Edgardo González. Buenos
Aires, Argentina.