TEMAS DE REFLEXIÓN:

 

LA EDUCACIÓN INTERIOR.

La ignorancia más grande es el desconocimiento de uno mismo. La persona ignorante no es aquella que llamamos "iletrada"; la persona "instruida" es ignorante cuando deposita su seguridad en un título, grado académico o diploma rimbombante. Ignorante es quien anda en busca de una autoridad, de alguien o algo que le diga cuál es la verdad, en dónde está el camino de la sabiduría. Esta preocupación por encontrar una autoridad externa que dé seguridad, hace que olvidemos la exploración y el conocimiento de las necesidades internas que nos encadenan al árbol de la ignorancia. Es tan grande nuestra necesidad por el reconocimiento social, que desarrollamos un culto por eso que vagamente llamamos "educación". En busca de ese fantasma, sobre valoramos y adoramos todo aquello que parezca "inteligente" aunque no sepamos a ciencia cierta que queremos decir con eso. Como parte de éste proceso de enajenación nos enfrascamos en complicados estudios acerca de muchas cosas, pensando que de esta manera saldremos de la ignorancia. Pero en esta frenética carrera nos olvidamos de un hecho esencial: el estudio de nosotros mismos, proceso en el que la palabra educación adquiere un profundo significado. La educación interior es parte del proceso de la transformación personal y social.

El trabajo reflexivo

Eso que llamamos educación, salvo excepciones, se reduce a la mera adquisición de datos y conocimientos por medio de libros o de técnicas de las que a menudo nos sentimos orgullosos. Pero esta forma de educar es en realidad la simple repetición de conocimientos formales, tradicionales y acabados que, bajo el manto de lo "moderno", pueden servirnos para evadirnos de un trabajo reflexivo de la más alta calidad: el conocimiento de uno mismo. El rescate del significado profundo de la educación puede llevarnos a la comprensión de uno mismo, porque dentro de cada uno de nosotros se refleja la totalidad de las cosas que nos rodean. Es a partir del proceso educativo interior como podemos comprender que el mundo y nosotros somos en realidad la misma cosa; esta visión total sin fragmentaciones ni parcialidades puede hacernos libres.

Nuestras necesidades diversas enraizadas en el Tener por encima del Ser, encuentran en el sistema educativo un espejismo para saciar la sed de poder que nos consume. El Tener nos condiciona a la posesión de cosas y personas. Pensamos y sentimos que obteniendo un título seremos "importantes" y nos abriremos paso ante las adversidades para que finalmente nos consideren personas de "éxito". De esta manera, la educación también se convierte en un preciado objeto que hay que obtener; esta visión mercantilista de la educación es la que nos lleva a decir que vale la pena invertir en una "buena educación" (colegios costosos a los que asisten los "líderes del mañana"), inversión de la que esperamos frutos sociales y económicos.

Pero si nuestra actitud es indagadora, inconforme y reflexiva, vale la pena preguntarnos a dónde vamos con este tipo de "educación". De la misma manera, indaguemos por qué enviamos a nuestros hijos a la escuela con la única expectativa de aprender determinada técnica que les permita ganarse la vida, dejando de lado el trabajo transformador. Este trabajo tiene como materia prima la propia persona, encaminado al estudio y el conocimiento de uno mismo. Si bien es incuestionable que es necesario saber leer y escribir, al igual que aprender determinadas técnicas para curar, construir casas o administrar negocios, es pertinente plantearse las siguientes interrogantes:  ¿Pueden la técnica y los conocimientos convencionales capacitarnos para conocernos a nosotros mismos? ¿Por qué hemos limitado el proceso educativo a la mera recolección y memorización de información ¿Desde dónde se diseñan los diferentes programas "educativos" que convierten a nuestros hijos en personas sumisas, obedientes, ansiosas de una medalla o de un "algo" que los haga sentir importantes? La revisión y exploración de los procesos de control social que se originan desde las entrañas del poder, son parte obligada del trabajo educativo revolucionario, que apoyado en la inconformidad y la rebeldía puede abrirnos la perspectiva de la libertad.

Aniquilando la creatividad

Decimos que una persona es creativa cuando lleva a cabo determinada actividad que llama la atención por su originalidad: ideas, conceptos, pinturas, poemas. Por ejemplo, nos atrae y admiramos la frescura que existe en un cuadro hermoso y nos preguntamos de qué manera se habrá inspirado su autor realizarlo. Rara vez nos maravillamos y nada más, pues es frecuentemente comenzamos a buscar la técnica o procedimientos que llevaron al artista a la realización de su obra. La preocupación y la importancia por la técnica es superior que nuestro deseo de disfrutar con libertad la obra artística que admiramos. Continuando con el ejemplo, de inmediato queremos identificar a qué "escuela" pertenece el artista, qué influencias tiene y en una palabra, cuál ha sido su autoridad artística. De esta manera, lo etiquetamos y encasillamos en alguna corriente o escuela y si no tenemos éxito en este ejercicio valorativo, al artista en cuestión le reservamos dos caminos: descalificarlo por considerarlo un "ignorante improvisado" o bien, decir que estamos ante un "genio" de las artes que está abriendo un nuevo estilo, una nueva manera de concebir lo artístico. Es decir, alguien que al final de cuentas esperamos se convierta en autoridad y forme "una nueva escuela". Sentimos una enorme fascinación por el autoritarismo, por obedecer y ser guiados.

De esta manera, debido a nuestra necesidad de guía, creamos un círculo vicioso en búsqueda de autoridad. No podemos imaginar a nadie (y en este caso a un artista), sin pertenecer a escuela alguna, sin seguir autoridad a nadie ni nada. Nos resulta muy difícil asimilar que alguien pueda expresar su creatividad y nada más, sin tener encima la autoridad alguna. No concebimos la posibilidad de la libre expresión artística, nos cuesta mucho reconocer el trabajo creativo sin antecedente alguno; preferimos aniquilarlo, compararlo y calificarlo de acuerdo con las ideas tradicionales del arte.

De la misma manera que hacemos con el arte, nos ocupamos por encasillar y etiquetar aquellas maneras de pensar, sentir y de actuar que se apartan de lo conocido, de lo que se enseña como "normal", de lo que se propone como decencia, de lo que se quiere imponer como moral. La persona creativa tiene que afrontar el peso de los prejuicios, de la tradición, de los antepasados, de la identidad nacional y de la costumbre. El espíritu creativo tiene que dejar atrás un modelo de educación basada en la repetición, el amoldamiento, adaptación y "normalidad". Esta ruptura con lo conocido da salida al proceso creador que puede hacernos libres al través de un profundo y permanente trabajo encaminado al estudio, el conocimiento y la comprensión de nuestras contradicciones internas, de prejuicios y para decirlo de manera más amplia, de nuestra ignorancia.

La comprensión de nosotros mismos

Sin la comprensión de nosotros mismos, la mera ocupación en algún estudio, carrera o trabajo, inevitablemente lleva a la frustración, a la rutina y al hastío. Son múltiples los ejemplos de personas que se desesperan ante la proximidad del fin de semana, pues no les quedará más remedio que permanecer en casa sin hacer nada, haciendo lo posible por "matar" el tiempo, o bien, llenando los vacíos de un día sin trabajo mientras llega el lunes y así continuar en la automatización.

Esta es la manera en que somos "educados": estudiar, aprender una profesión, trabajar, triunfar, retirarse y morir. Esta manera lineal de percibir nuestra "función" en esta vida la concebimos por etapas, como si se tratara de un programa que hay que cumplir fielmente sin salirse un ápice del guión. No contentos con lo anterior, imponemos esta manera automatizada de vida a nuestros niños y jóvenes. Esta manera de vivir, centrada únicamente en la actividad hacia el exterior no deja lugar para la reflexión, el cuestionamiento, la autocrítica y la observación interna que es la que permite el estudio de uno mismo. Vivimos en una grave contradicción: estudiamos de todo y nos capacitamos para todo, menos para conocernos a nosotros mismos.

Pero hay que aclarar que es ficticio pretender separar lo "externo" de lo "interno", pues sería como intentar fragmentar un proceso total en donde no hay lo de "afuera" ni lo de "adentro". Sin embargo, esas palabras sirven más que nada para ilustrar la conveniencia de observarnos, de estar despiertos y atento a nuestras propias circunstancias, hacia los movimientos interiores de nuestro espíritu. Este proceso requiere la comprensión de lo que nos rodea, de las personas, cosas y circunstancias que conforman nuestro estilo de vida individual y colectivo. En el estudio de la vida interior, más que aislarnos nos unimos con los demás haciéndonos conscientes de nosotros mismos y de los que nos rodean. El estado de conciencia que esto produce es la antesala del proceso transformador que puede liberarnos de los apegos y del miedo que paraliza nuestras vidas.

La relación con los demás

Es a partir de esa comprensión como podemos entender la manera como nos relacionamos con los demás: pareja, hijos, compañeros, amigos y de manera especial con los enemigos. Estudiándonos a nosotros mismos podemos comprender apegos, dependencias a personas y cosas, celos, inseguridades, rencores, deseos de dominación y control. La comprensión de nosotros mismos puede permitirnos entender por qué sentimos envidia cuando nos comparamos con los demás. Cada vez que nos comparamos creamos un conflicto, pero es precisamente la comparación uno de nuestros hábitos favoritos y en los que hay que buscar la explicación de tristezas y rencores.

Continuar con el deseo de estudiar solamente para dominar una técnica o profesión, esperando el "éxito", la "fama" y esas cosas con las que imaginamos Tener para Ser, es reducir a la nada el proceso educativo que en su significado más profundo, permitiría el conocimiento y la comprensión de nosotros mismos para transformarnos de manera individual y colectiva. La educación, entendida de esta manera, se convierte en la posibilidad de encarar y resolver la más temida de las ignorancias: el desconocimiento de nuestra persona. La educación interior, planteada desde esta perspectiva, puede ser el principio de nuestro vuelo hacia la libertad, al través del trabajo y del estudio creativo, centrado en la comprensión de los miedos que nos impiden vivir con plenitud. Desde este punto de vista la educación va más allá de ir o no a la escuela, de tener diplomas o acumular grados académicos. Es un proceso creador de la persona y lo que lo rodea. En esta tarea, todos somos educadores y al mismo tiempo responsables de los demás.

 

Autor: Dr. Gaspar Baquedano López. Mérida, Yucatán. México.

baquedano@yahoo.com

 

 

 

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