El chocolate Cricco.

 

-¡Vamos! ¡Vamos Ruxlana! Apurate! -Todas corríamos hasta la esquina. Ellas lo hacían muy entusiasmadas.

-¿Pero adónde vamos? ¿Para qué vamos? -Dije mientras me disponía a acompañarlas. Traspasábamos las veredas una a una con importante velocidad, aspirando el aroma perfumado de los rosales en pleno reventón de sus pimpollos. Había que pasar por la casa de los Moricchi que era toda una aventura para los ojos, porque sus jardines parecían increíbles. Continuábamos con la casa de al lado, cuya alta ventana, permitía ver una lámpara moderna colgante de color naranja. Era seguir corriendo mientras aprovechábamos la oferta para los ojos, observando los caseríos con sus modos y  costumbres de vivir. Pero debía tratar de descifrar el motivo de nuestra carrera, el destino de esa alegría nueva cuya energía movilizaba a las amigas de la cuadra.

-¡Vamos a la casa de la Eli! ¡Nos va a mostrar el tocadiscos con el disco nuevo que se ganó en el chocolate Cricco!-Respondió Diana, una de las nuevas vecinas.

-¡Les voy ganandooo! –Dijo Norma ya casi llegando.

 La casa de Eli, era la anterior a la de la esquina. Con amplia entrada de baldosas rojas con piedras beige y ventanas de celosías blancas.

-¡Espérenme! ¡No sé qué es un tocadiscos! -Dije mientras mis piernas se apresuraban al máximo tratando de sortear los escalones de la entrada a la casa.

- ¡Ay, tonta! ¿Cómo no vas a saber cómo se escuchan los discos?-Dijo Norma mientras golpeaba la puerta blanca con aldaba de bronce.

-¡Sí, en la casa de mi tía en San Juan, hay un combinado! –Dije tratando de corregirme ansiosa… Pero ya no me escuchaban.

 Eli abrió la puerta y nos hizo pasar al living. Nunca había entrado a su casa y mi curiosidad solo pudo descubrir los pisos muy brillantes y blancos. Los sillones, también blancos, tenían una mesita ratona de madera oscura con vidrio en su superficie. Sobre un mueble de módulos, de la misma madera, bajo una ventana pequeña que daba al frente, y cuyas cortinas de voile se agitaban con la brisa, se encontraba un aparato antes nunca visto. Me acerqué presta y curiosa, pero al instante fui frenada por los gritos de Eli y Sonia, la hermana de Norma, quien ya estaba dentro de la casa desde hacía rato. Ambas vociferaron al unísono:

-¡Nooo! ¡No toqués!

 La voz de la madre, que provenía desde la cocina, en un ritmo acompasado con el apilado de tazas y cucharitas, dijo con voz de reprender:

 -¡Élida! ¡Tené cuidado! ¿ehe?¡Que no toquen nada!

-Sí chicas. Yo les voy a mostrar.

 Sacó de una bolsita plástica, un cuadradito blanco flexible con brillo lustroso. Lo desplegó. Era un disco simple, color marfil, con un centro escrito con letras azules que decía: “Cricco Chocolate blanco”. Puso el Winco a funcionar, moviendo con antelación la perilla de la izquierda colocándola de tal modo, que su flechita marcara el número 45 mientras nos contaba que el disco funcionaba a esa velocidad. Colocó cuidadosamente el disco blando y lo sujetó sobre el vástago con la varilla. Hizo después girar la perilla derecha y se activó el automático, cayendo el disco , girando sobre el plato y activándose el brazo que se posicionaba sobre el blanco disco levemente ondulado. La canción brotaba de dos parlantes plásticos grises, que se disponían a cada lado lateral del mueble.

-Es stéreo. –Dijo Eli, con tono orgulloso.

¿Eso te ganaste con el chocolate? ¿Venía adentro del paquete? Preguntó curiosa Diana.

-¡Sí!... ¡Bailemos chicas!

 El sonido rítmico semejante a un Twist, continuaba: “Cricco, Cricco, Cricco es… El chocolate de la juuuuventud! Mientras el disco flexible, continuaba girando con rapidez de modo algo ondulado sobre la superficie del giradiscos. Me parecía extraño, lo que era blanco y no negro como los discos de mi tía, y que no fuera rígido y se pudiera plegar como un papel.

Todas se movían al ritmo de la canción pegadiza. Terminó y Eli lo sacó y guardó dentro de la bolsita meticulosamente.

 –Hay que tener cuidado que no se raye. Así me lo dijo mi papá. Dice que se raya igual que los discos de vinilo. -Comentaba mientras guardaba la bolsita dentro del mueble.

Quedamos todas expectantes. Norma y Sonia aseguraron que su padre, quien residía con otra esposa en San Juan, les traería uno también cuando viajara con el camión a visitarlas.

La desazón me invadió, pues mi padre me había comprado muchas veces esa marca de chocolates, como también los Noel, los Suchard de los siete colores, los chocolates comprimidos, Hasta el chocolate Aero que era nuevo y tenía muchos agujeritos en su interior al morderlo. Pero nunca me había tocado un premio semejante. Mi hermano se había ganado un disco con la canción de Batman en el Kiosco de Don Francisco, con unas figuritas con fotos de actores de series norteamericanas. Él reconocía los personajes porque iba a ver tele en la casa “del Néstor” y a la de un pibe llamado Eduardo quien vivía enfrente. Pero su disco era de vinilo y habíamos podido escucharlo, recién cuando en vacaciones de invierno nos habían llevado unos días a San Juan a lo de nuestros tíos.

Decidí irme. Abrí la puerta y me marché a casa. Creo que nadie notó mi ausencia. Corrí azorada mientras mis pensamientos revoloteaban en torno a contarle con urgencia a mi hermano lo recién visto y descubierto. Concluí en que… ¿ para qué querría ganarme un disco así si no teníamos cómo escucharlo?

 Cuando llegué a casa, fui directo al patio. Ya la tarde moría lentamente y se enmarcaba la posición del sol sobre la parte más alta de la copa de la higuera del fondo, detrás de la medianera.

 Encontré a Jorge golpeando una pelota, de goma a rayas rojas y blancas-La Pulpito- contra la pared. Cuando le conté, escuchó atento pero sin dejar de arrojar la pelota insistentemente sobre el muro que lindaba con la casa de al lado, esperando su rebote. Quedamos en silencio un rato prolongado. Me sentí confundida, pues esperaba una reacción de su parte ante la sorpresa por la existencia de un disco plegable y blando, que antes ni sabíamos que existía. Aproveché para sentarme en los sillones del juego de jardín. Tomé un libro de cuentos sin tapas que había olvidado más temprano sobre el vidrio de la mesa de hierro. Al rato escuché la voz melancólica y casi susurrante de mi hermano quien decía:

-¿Te fijaste?... Todos tienen en la cuadra una tele, un tocadiscos o un combinado. Todos tienen también auto. Todos… menos nosotros.

©René e Escape-2016

 

 

 

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Autora: Dra. Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina

rene.escape@gmail.com

 

 

 

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