EL BORRACHO.
Todos los días hacíamos las compras. Tanto mi hermano como
yo, nos encargábamos de comprar lo diario en los almacenes. Según las
preferencias o necesidades, asistíamos a tres o cuatro despensas. La de “Don Rosso”,
quedaba a dos cuadras, siguiendo por Benielli, derecho hacia
Esa mañana estaba todo gélido. El piso crujía bajo mis pasos. El hielo cubría las baldosas, se estiraba sobre el cemento. Me divertía lanzando vapor de mi boca y el aire helado me hacía arder la nariz. Con gorrito, bufanda, tapado, guantes y medias cancanes de lana para el abrigo, marchaba hacia Don Rosso para comprar tortitas calientes y el pan. Eran como las nueve y al llegar a la esquina, pude definir un bulto borroso que divisaba mientras caminaba. vi. a una mujer y a un señor mirando ambos hacia la acequia. Me acerqué curiosa y vislumbré sintiéndome impactada, un bulto negro grande. Me acerqué aún más y descubrí a un hombre vestido de negro, quien yacía estirado y boca abajo, en el interior de la cuneta de cemento, mientras el barro podrido y helado, rodeaba su cuerpo probablemente congelado. No entendía por qué el linyera borracho, había elegido la acequia para dormir ese día tan gris…
Ingresé algo impresionada a la despensa, y Don Rosso hablaba por el teléfono adosado a la pared, de manera ansiosa y un poco en tono elevado. Su esposa, una rubia italiana regordeta, atendía detrás del gran mostrador, bien dispuesta y nerviosa. Cuando me miró notó mi rostro demasiado pálido y dijo… -Nono m’hijita. No te pongás así. Era mejor para él. Ésta ya no era vida la que llevaba. Ahora Ruxlana… él descansa con Dios en el cielo… ¿Entendés?
©René eEscape-2016.
Autora: Dra. Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina