EL AUTITO MINIATURA.

 

Divertirse en verano era increíble. No había que preocuparse por la escuela y  después de tomar la leche en las mañanas, nos dejaban a Jorge y a mí, salir a la puerta a jugar. No existían los peligros posibles, salvo algún linyera que podría aparecer más en las leyendas que en las realidades y al que se le denominaba en la jerga infantil: “El viejo Viruta”. Supuestamente, ese personaje caminaba en las noches, con los pies arrastrados, con ropaje raído y  más grande que su tamaño. Portaba un palo con bolsita atada en la punta y  su aspecto   era de amplio desaliño, barba hirsuta y  sombrero tapando sus ojos , dejando a la imaginación, su mirada maligna. En este caso, solo habitaba los baldíos y  no había ninguno en la cuadra. Teníamos permitido cruzar la calle, y  distanciarnos hasta la mitad de la misma en ambas veredas. Néstor era un niño de mi edad, y  jugaba bastante con mi hermano. Si bien Jorge era tres años mayor, a la hora de compartir pelotas, cártines, patines y  autitos, todo era válido. Néstor Moricchi  vivía con sus padres, y un hermanito menor, en la casa de sus abuelos. Su  jardín era espléndido,  cuidado por el abuelo, muy celoso al acercamiento de niños “peligrosos “, para su tapete de césped perfecto o  rosas bellísimas. Solía amenazar con ponerle electricidad si alguien osara tocarle alguna flor con sus gritos:

 -¡Le Voy a poner corriente a las plantas! ¡Ya van a ver!

Néstor tenía muchos juguetes, y  una grandísima colección de autitos. Pero, esa mañana fue distinta. Los autitos de variadísimos colores y  modelos, hasta en escala y  en colección, estaban dispuestos de modo desordenado sobre su vereda amarilla. Sobre el puente , pude divisar aquello de lo quetanto me hablaba desde hacía más de seis meses Jorge. Mi hermano estaba obsesionado con el autito metálico, miniatura  de apenas dos centímetros, rojo metalizado, rueditas de goma, confeccionado en escala de un Rambler ambásador, con capota,  baúl y  puertas que se abrían y  vidriecitos en sus ventanitas minúsculas amarillas. Creo que el repetir diariamente el tema “autito miniatura” hizo que me movilizara sin pensarlo. Néstor había entrado transitoriamente a la casa, dejando sus tesoros en la vereda. El pequeño autito descansaba solitario como un punto rojo sobre el puente de baldosas. Sin pensarlo siquiera, lo tomé e introduje en el bolsillo de mi vestido de estampas verdes.

Emocionada regresé a casa, para darle a mi hermano el objeto tan anhelado. Me sentía una héroe como  en las revistas de los “superhéroes” detrás de la justicia. La alegría de mi hermano en el rostro, fue una felicidad fugaz. Lo tomó con devoción, abriendo sus puertitas, descubriendo sus minúsculos compartimientos. Pero el razonamiento, pasados los primeros minutos de sorpresa y  regocijo, hizo que me preguntara cómo lo había obtenido. Decidí mentirle, pues sentía culpas. Le dije que me lo regalaba Néstor para él. Jorge quedó contento.

 Pasaron varios días y una tarde mi hermano  mientras  yo dibujaba, me inquirió algo molesto. Me preguntó si era cierto lo “del regalo” del autito. Néstor le había comentado sobre la pérdida del juguetito. Tuve que decirle la verdad. Enseguida me retó y  me dijo que Dios me castigaría

por el pecado de robar. Me asusté aún más cuando me aseguró iría al infierno.

 – ¡Tenés que devolverlo! –Me gritó enojadísimo.

 Me entregó el autito y  marché hacia la casa de Néstor, acobardada por la vergüenza, el miedo a lo que podría suceder con sus padres o con los míos. El  pecado que rondaba en mi mente como una tortura, con   la figura imaginaria de Dios en el cielo, mirándome cumplir el acto de reparación.

 Toqué el timbre y  Néstor me hizo pasar, aduciendo que fuera hacia el comedor, donde en la tele, estaban dando Lassie. Me senté en el suelo y  quedé viéndola junto con él y  otros chicos amigos de su pandilla. Cada tanto miraba por la ventana que detrás de las cortinas se veía apagar el día poco a poco. Se hizo la noche y el temor por encontrarme a mi regreso con el Viejo Viruta, me hacía doler la panza. Todavía sentía el palpitar intenso en mi pecho por el miedo a enfrentar esa devolución tan difícil. No me atrevía a hacerlo delante de  los otros niños y el objetito me quemaba desde el bolsillo del pantalón. Mi padre tocó el timbre preguntando si yo estaba allí. -Ruxlana, te busca tu papá. -Dijo la madre de Néstor. Salí despacio, y sobre una mesita donde se apoyaba una lámpara de mesa, deposité el autito con disimulo, mientras me marchaba diciendo…

 -¡Chau!

 Me tomé de la mano de mi padre, regresando aliviada rumbo a la protección de mi hogar, dejando muy atrás las culpas, aquéllas afortunadamente… ya resueltas.

©Renée Escape- 2016.

 

Autora: Dra. Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina

rene.escape@gmail.com

 

 

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