Mi visita al lago Titicaca.

 

Durante mi viaje a Perú para pasar mi cumpleaños junto a mi familia en un país que me llama la atención por su gente educada, su gastronomía y bellezas geográficas, nos desplazamos al lago Titicaca.

En la ciudad de Puno, nos sumamos a un grupo de turistas de diferentes nacionalidades compartiendo la embarcación junto a varios aficionados peruanos de la selección nacional de futbol que jugaría al otro día contra la tricolor boliviana y mientras, disfrutaban del paseo sobre las aguas de un inmenso lago que dicen, oculta los restos de una civilización pre incaica.

Nos dirigimos a una isla artificial flotante cuyos habitantes llamados Uros, duraron cerca de 18 meses en construirla.

Éste grupo de aborígenes se compone de 2500 integrantes distribuidos en 90 islas en el lago que alberga entre 4 y 10 familias por isla.

Cuentan con 3 escuelas primarias y dos jardines donde sus estudiantes llegan en sus botes o totoras.

Antes de la década de los 80, los padres salían por la noche a pescar y muchas veces al regresar, su casa y sus hijos habían muerto quemados víctimas del fuego producido por una vela que servía para iluminar el lugar.

Ahora tienen paneles solares gracias al esfuerzo del gobierno por dotarlos de mayor seguridad y comodidad.

20 minutos más tarde, la embarcación a motor nos dejó junto a la isla, al bajar me sobresalté pues no sabía que el piso era blando al estar construido con hojas de un árbol denominado totora y como me hundí, creí que había puesto mal los pies.

El Nombre de la isla es Dios viajero y su presidente José nos dio la bienvenida en lengua Aimara diciendo “Camisainaqui” o así escuché yo que lo pronunciaba.

Me pusieron en las manos, una planta con la que construyen la isla y que la traen desde un lugar a 8 kilómetros de distancia.

La isla no se hunde porque el material es similar al corcho lo que le permite mantenerse a flote y tiene anclas para que no se desplace.

Su espesor varía entre los tres y cuatro metros construidos por las manos de hombres, mujeres, tanto niños como adultos.

La primera dama se llama Rosa y estaba de fiesta por la celebración de Santa Rosa de Lima.

José retoma la palabra y nos cuenta que sus embarcaciones son para dos personas si se trata de ir de pesca, caza de aves, ir a la escuela y cuando los novios que no tienen lugares como discotecas para su entretenimiento desean estar solos, se alejan en la embarcación pero a veces salen dos “y regresan 3”.

Nos invitaron a subirnos en una balsa para 30 personas por unos soles adicionales que sirven a la economía colectiva para pasar a otra isla.

Los niños subieron con nosotros, cantaron, saludaron y luego nos dispersamos en la otra isla para ver y adquirir su artesanía.

Nos despedimos del presidente y su esposa, de las 5 familias y la embarcación nos dejó en puno desde donde emprenderíamos otro viaje por las maravillas del Perú.

 

Autor: Roberto Sancho Álvarez. San José, Costa Rica.

robertosancho27@gmail.com

 

 

 

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