Casarnos fue para Armando y para mí tomarnos de
la mano y echar a volar hacia un nuevo planeta que llamamos “planeta hogar”.
Como en el cuento de los tres cerditos construimos nuestra casa en piedra: hubo
vientos que amenazaron con derrumbarla, tormentas que pudieron haberla inundado
destruyendo los sueños, incendios que habrían sido capaces de quemar hasta el
último deseo de vivir: aquí está la casa: a veces se convierte en una barca
temerosa de zozobrar, a veces es como una playa mansa que recibe el beso de las
olas.
Nuestra participación en movimientos
estudiantiles, mi inconsciente, ingenua y arriesgada militancia por los caminos
de un tercermundismo puro en sí pero a merced de muchas confusiones me habían
hecho comprender, y su pongo que a Armando también que no podíamos cambiar el
mundo por la vía de la revolución pero no renunciábamos al íntimo y sincero
deseo de cambio.
Iniciamos la vida en común en una casita humilde
que pudimos comprar aunando todos los esfuerzos económicos y existenciales.
Estaba en Maipú, un pueblito semejante al Rodeo de
Poco sabía yo de la manera más adecuada de
llevar una casa, al lado de mamá había aprendido muchas cosas pero de ahí a
hacerme cargo de la cocina, la limpieza, el planchado, bueno, la diferencia era
mayúscula. Siempre había estado estudiando y en esos momentos trabajaba en la
escuela primaria y en la universidad. Los ejemplos son, como en todas nuestras
comunicaciones el modo que he elegido para hacerme entender: preparaba puchero
con todos los chiches y para la sopa compraba un caldo preparado en el almacén.
Un día le dije a Armando que me gustaría tomar una sopa como la que hacía mamá,
con todo el gusto de la verdura y él me respondió ¿porqué tirás el agua en que
la herviste si te gusta tanto? Allí me enteré que con el agua en la que se
habían hervido las verduras se hacía el célebre caldo que tanto añoraba….
¿distraída? Por supuesto. No era sencillo: en la mañana daba clase en la
escuela y dos veces por semana en
Rememorar estas cosas me hace comprender una de
las razones de la permanencia de la felicidad en el matrimonio de la que
todavía disfrutamos: la pasión por la docencia. Sí, fue el móvil de la
profesión que ambos elegimos. Después, más adelante los dos trabajamos en la
universidad; yo lo hice sólo por diez años y lo dejé cuando gané una cátedra
para seguir sólo con mi labor en la escuela: la cátedra no me interesaba
demasiado y cometí la tontería de no pedir licencia por mayor jerarquía en la
escuela para trabajar en el ámbito universitario: ¿pueden creerlo? La
renuncié…. Me jubilé en la escuela mucho más pronto de lo que lo hubiese podido
hacer en la universidad y con un sueldo realmente magro. Si hubiese continuado
con licencia en la escuela y trabajando como profesora tendría un salario que
triplicaría el que cobro. ¿Qué si me arrepiento? Bueno, debería ser así, pero
no, no porque no veían, sino porque eran niños, preferí el nivel primario. ¿Qué
si tuve en cuenta que fueran chicos ciegos? Supongo que sí, que renové aquella
primera consideración: había elegido estar allí porque pensaba que podía
ensanchar su mundo vivencial desde mi aula. Armando en cambio renunció al nivel
secundario que amaba entrañablemente y se doctoró en Filosofía para finalmente
jubilarse con una dedicación exclusiva que es lo que nos permite vivir con
cierta tranquilidad económica. Ahora, con tantos años transcurridos comprendo
que los dos hicimos bien: él tiene una solvencia intelectual para el ámbito del
pensamiento de la que yo carezco, hubiese sido un error que no la desarrollara.
Yo vivo como suele decirse desde las tripas…. En las entrañas de mi cuerpo y en
las de mi alma la maternidad y la docencia se mezclan como se mezclan el canto
y el aroma para hacernos saber que ya es primavera... pero en aquellos momentos
compartíamos un similar ámbito de sueños: yo imaginaba que la existencia de mis
alumnos estaría signada por menos dificultades de lo que lo había estado la mía
y redoblaba esfuerzos en el aula. Él soñaba con que sus muchachos fueran algo
más que técnicos: los soñaba hombres técnicos instruidos y formados y para eso
desbordaba con el teatro los límites de una asignatura que resultaba algo
difícil para ellos. En verano elegíamos la obra que se trabajaría durante el
período escolar: debía ser breve y con personajes masculinos. En el primer año
de casados yo me adormecía cuando leíamos por las noches a causa de mi embarazo
reciente. En el segundo, leíamos con Gabriel en su cunita, y en el tercero, con
Gabi en su camita y Pilar en mis brazos, mamando. Todos los sábados por la
tarde, durante los ensayos, los muchachos entretenían a Gabriel, para que yo
pudiera hacerme cargo de la niña. Nuestra casa era un hervidero de sueños. Mi
madre y mis suegros decían que estábamos locos: trabajar todos los días para
asumir más trabajo los fines de semana…. Pero hubo alguien que dijo: voy a ir
los sábados para ayudarles, ¿adivinan? Sí, claro, don Pancho, mi papá…. Él era
el encargado de preparar el mate y las incontables rebanadas de pan con
manteca. Recuerdo la tarde en que me dijo: ya no hay manteca, vamos por la
margarina, y si se acaba habrá que ir por el pan con aceite…. Aquellos jóvenes,
hoy abuelos en más de un caso compartieron la alegría de mi primer embarazo,
sufrieron con nosotros la muerte de Pablito y recibieron con nuestra alegría la
llegada de Gabriel y el nacimiento de Pilar. No faltan todavía algún
colectivero, algún empleado en una casa de electrónica o de un taller que al
vernos pasar nos diga: se ven muy bien: ¿se acuerda profe? Yo aún recuerdo esas
obras:”La grulla crepuscular”, “El hombre que tenía el corazón en las
montañas”, y “Pelirrojo”. En la primera
prueba de lectura, le solía decir el director: “¡estás loco!”, los chicos casi
deletreaban…. Y sin embargo, ¡cómo se lucían en la función de final de curso!
Luisito era el más pequeño del grupo, en verdad el único niño. Había perdido a
su mamá y estaba al cuidado de un padre maravilloso; como estaba un poco flojo
en la interpretación del texto Armando lo citó para un domingo por la mañana y
yo me levanté bien tempranito para hacer una torta…. Me dijo que no quería, que
ya había desayunado, y, como le respondía que no importaba, que no iba a
obligarlo apoyó la cabeza en mi brazo y dijo: “oblígueme por favor”. ¿Qué
sentía yo? Que esos muchachos tenían los mismos sueños, albergaban sentimientos
idénticos a los de mis alumnos de la escuela especial.
No niego que en los principios de mi vida de
mujer casada me preocupaba demasiado porque mis suegros me supieran “la más
limpia”, “la mejor cocinera”, en fin, un ama de casa sin tachas a la que, como
decimos por aquí, “había que sacarle el sombrero”. Pero eso pasó. Armando me
dijo un día en el que estaba leyendo algo que me quería comentar y yo estaba
barre que te barre: me casé con una mujer inteligente, no con un escobillón…. A
veces los nervios me traicionaban: una noche en que mis suegros vinieron a
visitarnos y Armando estaba en el colegio les ofrecí para lucirme un budín de
pan que me había salido muy rico…. Fui a la cocina y corté cuadraditos
reprolijos…. Cuando les serví, mi suegra dijo que si quería que lo probaran
tenía que poner algo en la bandeja…. A causa de mi ansiedad lo había dejado en
la fuente en la que lo había cortado…. Pero eso eran incidentes menores que me
afectaban sólo por un instante, aquel en el que ocurrían. ¿Qué pasaba con mi
ceguera? Poca cosa: más esfuerzos para todo, y bien, ya estaba acostumbrada.
Algunas dificultades en lo cotidiano que carecían de importancia. Naturalmente
que sufrí cuando me llevaron a Pablito en su cunita térmica y al besarlo supe
que no “volvería a verlo”: en verdad, supe que me quedaría con el capullo tibio
y triste de su piel de ángel y nada más…. Naturalmente que sufrí cuando me
contaban que Gabriel tenía unos ojos negros increíbles…. A solas le decía:
perdón cariñito, esta mamá que te encontraste no te puede mirar. Sí, también
sufrí cuando, en el acto nutricio y comulgante de amamantar Pilar levantaba su
cabecita, buscando, buscando…. Pero inventé estrategias para no dejarlos nunca
del otro lado de la ternura materna: sólo con Pablito no pude: la muerte fue
más poderosa que mi inmensa ansiedad por dar amor. Y, todo esto es natural: la
ceguera me constituye como a todos quienes la padecen, me constituye pero no me
configura, no me condiciona, no es la matriz de mi personalidad. Junto a estos
inevitables dolores se daba en todas partes una inclusión real, sin
forzamientos. Respecto del ambiente en el que trabajaba Armando, ya habrán
advertido como eran las cosas: yo era la esposa de su querido profe…. Les hacía
dulces, los escuchaba. Recuerdo que uno de los muchachos que tenía una historia
terrible se acercó a mí que en esos momentos esperaba a Pilar y me pidió apoyar
la cabeza en mi panza mientras decía: que suerte la del niño que está aquí
dentro, que suerte la de Gabrielito a quien la vida le regaló una mamá como
usted…. Nada, nada le importaba que no pudiera verlo: llegó a ocupar un puesto
importante en la política y fue el encargado de entregarme una distinción que
ya no sé a que se debía: nos abrazamos llorando y simplemente me dijo ¿te
acordás? Los dos sabíamos de qué teníamos que acordarnos. Si alguna vez
comentaron que el hijo de don Rafael se había casado con una mujer ciega y lo
hicieron con alguno de esos sentimientos chiquititos de menosprecio o de
conmiseración, yo no me enteré, no lo percibí, y, en verdad estoy convencida de
que tal comentario no existió.
Párrafo aparte merece mi relación con los
vecinos…. Ana María vivía frente a casa…. Ana, salgo a barrer la vereda…. Ella
también lo hacía y se cruzaba para pasarme la escoba alrededor del árbol para
que no me cayera a la acequia; yo le cuidaba los chicos cada vez que tenía que
salir. Como no tenía termómetro parlante la llamaba para que les tomara la
fiebre a mis niños…. Ella jamás se compró termómetro, ¿para qué? Siempre usó el
mío. Su horno no funcionaba ¿Qué importaba? Traía la tarta a casa y listo…. Un
señor jubilado me decía siempre que yo venía de hacer las compras: “deje ese
flaco y agárrese de mí que soy más lindo y le puedo llevar el bolso… la señora
de la verdulería siempre me decía mirá que los zapallitos redondos están mejor
que los que me pedís…. Como yo tuve que tomar secretaria para preparar el
material de la escuela me hice amiga de las dos o tres chicas con las que
trabajé. Eran estudiantes de magisterio que cuando no podían continuar con el
trabajo seguían visitándome para charlar, para comentarme sobre sus prácticas
docentes, a veces las ayudaba con alguna idea o en la preparación de algún
trabajo práctico. Tampoco era infrecuente que se ofrecieran para leerme el
libro que estaban leyendo. No, no era el mundo ideal y sin prejuicios: lo palpé
más de una vez cuando llegó a casa Gabriel. Pueden creer que no faltó quien me
dijera:
-usted no
lo ve, pero, es demasiado morocho para que pase como hijo de ustedes-. O,
¿ahora que tiene la nena, qué va a hacer con el negrito que le regalaron?
Cuento
esto porque es bueno que las personas ciegas tengamos en cuenta que los caminos
de la torpeza y de la ignorancia no sólo conducen hasta nosotros. En una
ocasión en que Gabi peleó con un chico yo oí como le decían: “cállate, vos
tenés una mamá que no ve”….
El
respondió, pero mi mamá toca el piano, es linda y sabe francés, ¿la tuya?
No sé si
la barbaridad iba para él o para mí, pero cuando entró llorando y me preguntó
si yo lo hubiera elegido si hubiese visto sentí que un chorro de agua hirviendo
me quemaba los ojos y el corazón.
Al poco tiempo de nacer Pilar renuncié a la
escuela a la que me reincorporé diez años más tarde. Ya les conté que la
dictadura me había cesanteado por cierre de la facultad. Entonces la situación
no era fácil en lo económico. Armando todavía no trabajaba a pleno en la
universidad y a pesar de que yo estaba todo el día en casa no prescindimos de
una persona que me ayudaba con los quehaceres: Gabriel requería una atención
muy especial que incluía que había que acompañarlo a su maestra de apoyo, a la
psicopedagoga o a deporte. Papá estaba muy mayor y se había venido a vivir con
nosotros. También vino a vivir en casa un sobrino por parte de Armando que
necesitaba terminar en mejores condiciones su escuela primaria y Pilar era
pequeña y necesitaba de mí…. No nos importaba: la opción estaba hecha: lo
primero era la familia que por elección amorosa habíamos formado.
Nunca, nunca las cosas fueron de a una: ya les
conté como se dio la llegada de mis tres hijos…. Bueno, en 1983, en marzo
falleció mi suegra, en junio mi suegro y en agosto…. Papá. Y hubo que seguir.
Los niños no tenían que saber de la muerte. En su cumpleaños número seis Pilar
me dijo: mami, yo sé que el abuelo Rafael y la abuela Luisa no pueden venir
porque no tenemos auto para ir a buscarlos allí… ¿pero el abuelo Francisco no
podrá pedir permiso en el cielo para venir a mi cumple?…
Sí,
claro, las compañeras de estos escritos no podían faltar.
En 1985 comencé a trabajar de nuevo: ingresé
como profesora interina de ética en la escuela de formación docente que depende
de
Autora: Lic. Margarita Vadell. Mendoza, Argentina.