Lo invisible: Parte indivisible del Ocularcentrismo.

Cuando se habla acerca de lo invisible o la invisibilidad de fenómenos o cosas, se podría pensar que es todo aquello que escapa de la percepción visual; es decir sería todo lo que no se puede ver con los ojos. Dicho en otros términos la invisibilidad se caracteriza por la ausencia de luz que permita su mostración ante los órganos visores.

Si partimos de esta premisa todo lo que no se puede ver es invisible, sin embargo primero hay que entender precisamente que es lo invisible; pues esta condición:

·        Sería todo aquello que no se ve a primera vista

·        Puede ser lo que no se puede ver desde un locus de enunciación

·        Puede ser lo que no se ve pero se cree.

En definitiva lo invisible obedece a la falta de visualización.

Y es esta última idea la que da pie al inicio de la reflexión que se presenta en este apartado; pues si se entiende a la invisibilidad como lo que no se puede ver se podría barruntar inicialmente que en el Imago Mundi, no existe cabida para esta condición; no obstante podría pensarse que lo invisible es una condición indivisible del oculocentrismo.

En una primera instancia sonaría esto como una idea equívoca, ya que si entendemos al ocularcentrismo como el imperio escópico donde reina las figuras, el color y las imágenes; se supondría que todo se puede ver y mostrar y que nada escapa al gran ojo.

En otras palabras, en este escenario no existiría lo invisible, puesto que si la evolución tecnológica y la irrupción de la pantalla a modo de extensión ocular facilita la tarea de vigilancia; empero además de este avance notable también está el cambio del episteme colectivo, pues ahora el panóptico “ya no funciona sólo por control disciplinario sino por fascinación y seducción”[1],

En otros términos, gracias al desarrollo tecnológico y el cambio de pensamiento de las personas, el ejercicio de ver irrumpe en todos los estratos de una sociedad; desde la supuesta intimidad de los hogares hasta los híper visibilizados espacios públicos.

Y es en este punto que la invisibilidad sonaría como un fenómeno lejano e inverosímil, pero si se lo analiza detenidamente en el momento que se mira a través de una pantalla ya existe invisibilidad adscrita.

Primera referencia: Al direccionar la mirada hacia una pantalla que muestra lo que el gran hermano quiere que vea la gente, se deja de lado el resto del espacio societal; es decir que reducir al ver a un monitor se eclipsa todo lo que no está enfocado por el régimen escópico.

Segunda referencia: En el instante que la retina recibe un bombardeo interminable de imágenes se podría decir que puede verlo todo, sin embargo al ver esta tira icónica se presenta una realidad prefabricada por parte de los entes irradiadores de mensajes que se caracterizan por “una exposición excesiva e incontrolada de todas sus variantes”[2],

Tercera referencia: Verlo todo es una capacidad que incapacita la habilidad sensorial, pues atribuir tanto poder a la vista disminuye la percepción táctil, olfativa, gustativa, sonora; puesto que, encapsula la sensibilidad, invisibilizando todo el entorno.

Entonces, el mismo hecho de poder verlo todo nos impide ver muchas cosas; puesto que, lo que vemos no es lo que queremos sino lo que nos dejan ver; por tanto existe un universo invisible que ha sido ocultado por el régimen escópico y en esta dinamica de mostración existen varias instancias donde se evidencia la invisibilidad.

Lo Artístico: En las diferentes formas de expresión artística hay fenómenos que pasan desapercibidos si no se pone la atención suficiente para verlos o descubrirlos.

Para el ojo común el lenguaje implementado en varias composiciones poéticas carece de atractivo o interés, por lo que las ideas expresadas en estos textos quedan como eso, ideas simples; sin embargo al agudizar la sensibilidad las palabras, frases y parágrafos poseen color, sonoridad y tactilidad.

Es decir que a pesar de que la poesía se vale de un medio visual para expresarse como lo es el lenguaje escrito, hay elementos que a simple vista están ocultos, pero que por la primacía visual no son notorios.

En el caso de la escultura acaece un fenómeno peculiar, ya que los escultores para empezar con su tarea tienen una cercanía táctil con la pieza a trabajar, esta conexión le permite seleccionar con mayor precisión la materia prima para crear su escultura; además de aquello está que antes de cincelar ya tienen una visión íntegra de la obra final; es decir que poseen una percepción anticipada del resultado; esto llama la atención pues si cualquier persona que no esté inmersa en este mundo en el pedazo de material no verá más que un objeto inerte sin ninguna gracia. Mientras que el escultor tiene una visión clara de su obra antes de empezarla; similar experiencia tienen los arquitectos que vislumbran en planos bidimensionales la edificación final con acabados y lista para ser habitada; mientras que para el ojo común es un trazado de líneas continuas y entrecortadas que forman figuras inentendibles.

La música es un ejemplo especial, puesto que si bien es un elemento sonoro que aparentemente carece de imagen, permite entender con más precisión la invisibilidad, ya que la amalgama de acordes, tonos y ritmos no solo crean sonoridades sino que también transmiten sensaciones y emociones que incidirán sobre los oyentes, quienes podrán despertar sentimientos a través de sonrisas, lágrimas o gestualidades visibles; asimismo el sonido es un elemento con un alto nivel de iconicidad, la cual generará imágenes internas en quien la escucha. No obstante, para quien no se detiene a apreciar la riqueza sonora no será más que un ruido.

Por ello es que se habla de la audiovisión como el medio por el cual podemos extraer lo enriquecedor del sonido, puesto que “no se ve lo mismo cuando se oye; No sé oye lo mismo cuando se ve”[3]

La pintura es un caso interesante de analizar debido a que por la utilización de colores y formas para expresar sentidos se diría que el pincel del artista lo dibuja todo, por tanto todo está evidenciado; sin embargo si se estudia detenidamente el arte abstracto se vería como un cúmulo de rayones, informidades o tonalidades indeterminadas que incluso podrían despertar desinterés en quien las ve; empero en este conjunto cromático está plasmado un mensaje tan profundo que exige de los espectadores una mayor concentración, claro que esto podría ser hasta cierto punto subjetivo, ya que la interpretación que se le dé no será universal sino que estará atravesada por las mediaciones y el locus de enunciación de quien aprecie la obra.

Claro ejemplo de esto es la dáctilo-pintura realizada por un pintor invidente que para su puesta en escena y crear su arte en vivo se acompaña de música que forma parte de lo plasmada en el lienzo.

Si se observa el producto final de este proceso se tendría un cuadro caracterizado por inexactitudes inexpresivas, al menos así lo vería alguien que únicamente presencia el producto final; lo que no se evidencia es que tras este cuadro de color (in)forme existe un mensaje con una carga muy alta de sentido, sensaciones y sentimientos.

Elementos que a primera vista están ocultos para la gente.

 

Lo espiritual: En este apartado se plantea la invisibilidad de varias vicisitudes que están ocultas para quienes no tienen una predisposición de fe, esto es que si no tienen una convicción y una profunda creencia en una entidad superior simplemente no la pueden percibir y se habla de percepción y no de visión, pues aún las personas que creen en un ente supremo no la ven pero en base a su creencia tienen formas de percepción sensoriales que no son visuales necesariamente.

Es decir la espiritualidad de las personas les permite apreciar, deleitarse o percibir experiencias que son invisibles para aquellas personas que tienen enfocada su fe hacia instancias tangibles y concretas. Esto último independientemente de su creencia que puede ir desde la tradición católica, pasando por la cultura andina o el Islam, hinduismo o cualquier forma de creencia que predisponga a sus seguidores a sentir, ver, oír o experimentar situaciones surgidas de su fe.

Ejemplo de estas percepciones de fe son las imágenes que surgen en vertientes de agua, troncos de árboles, prendas de vestir, paredes agrietadas que para quienes profesan cierta fe tienen un valor incalculable, incluso les atribuye milagros impensados para el ser humano.

Claro que si se lo ve desde la otra orilla estas imágenes primero no tendrían forma humana y segundo no simbolizarían nada en especial; es por ello que al inicio de este acápite se habló de una predisposición que evidencie lo que para el que no alberga fe, está oculto y es inalcanzable.

Lo científico: La comprobación de fenómenos a través de fórmulas, métodos y teoremas demuestran o evidencian hechos que si no son examinados con rigurosidad pasan desapercibidos o serían inexistentes para todo aquel que no acude a la constatación científica para demostrarlos.

La lluvia que en principio es un fenómeno natural y simple se lo puede ver, sentir y oír; sin embargo detrás de este suceso existe un proceso de evaporación, condensación y precipitación que da origen a la lluvia; claro que este fenómeno es lo más visible y el resto del proceso queda en un segundo plano e invisibilizado.

Las transmisiones de radio son un ejemplo que también permite entender este postulado, ya que en los radio receptores escuchamos la señal audible de las diferentes estaciones, sin embargo para que esto pueda ser así existe un complejo proceso de transmisión de ondas electromagnéticas que resultan invisibles pero que lo que evidenciamos es el sonido; similar experiencia pasa con la TV que nos permite ver una señal audiovisual en las pantallas, mismas que son la ventana última de todo un proceso que existe con anterioridad.

 

Lo sentimental: La afectividad de las personas permite descubrir un atractivo a veces inexplicable para otras personas, es decir que los sentimientos permiten ver cualidades de nuestros seres queridos, mientras que para el resto de la sociedad no existen.

En otras palabras, los sentimientos evidencian el mejor lado de las personas, esto en relaciones familiares y amorosas; no obstante si la persona que despierta esa afectividad es vista por un tercero tal vez sea una persona común y corriente.

Un caso particular de aquello se me presentó en cierta ocasión cuando caminaba por una calle acompañado de una mujer no vidente que me hizo pensar en esto.

Luego de caminar por varias calles, llegó un instante que en una persona de sexo masculino caminó en sentido opuesto a nosotros y pasó por alado sin cruzar ninguna palabra, esto hubiese quedado como un acontecimiento más, pero luego de unos segundos mi acompañante se dirigió a mí y me aseguró que la persona que acabó de pasar era atractivo y que llamó su atención.

En ese momento, aquel comentario pasó inadvertido pero ahora que lo analizo surgen varias interrogantes que trato de responder, pues si lo examinamos para la mayoría de la gente el atractivo físico de las personas se basa en su imagen, es decir lo que se ve, pero al no tener visión como se establecen parámetros de belleza o atractivo; podría decirse que la voz es un elemento para aquello; sin embargo en la experiencia relatada el individuo no tuvo ningún tipo de interacción.

Entonces como explicar que la mujer pueda dar un criterio sobre esa persona, sin ningún tipo de indicador, y la respuesta que más adelante me dio es que no es necesario ver a una persona para saber si es atractivo o no, sino es cuestión de sensibilidad que devela el ser de alguien.

En definitiva el atractivo o belleza de las personas no radica únicamente en los estereotipos implantados por la mediósfera sino que en ciertas circunstancias están dadas por la subjetividad sentimental y afectiva de los seres humanos.

 

A pesar que el ocularocentrismo es el universo visual por excelencia, existen instancias de antivisualidad que escapan y coexisten y que son propiciadas por su propia condición.

Ejemplo de esto son las mujeres y hombres que han sido desplazados por modelos estéticos que se ajustan a parámetros creados por el imperio ocularcéntrico antes el modelo de perfección femenina era 90-60-90, mientras que en la actualidad se implementó un modelo más cercano a la delgadez.

Sin embargo estos modelos de belleza han transmutado de época a época.

Antiguo Egipto: En esta época las mujeres no eran vistas como inferiores al hombre. Podían tener sexo premarital, divorciarse y hasta gobernar. El cabello largo y trenzado era símbolo de belleza porque ayudaba a enmarcar los rostros simétricos. El delineador negro alrededor de los ojos también era admirado. El ideal de figura - según las representaciones- era delgado, con cintura alta y hombros marcados.

Antigua China: Durante la época de la Dinastía Han en China, el rol de la mujer fue minimizado, al igual que sus derechos. El ideal de belleza femenina respondía a cuerpos delicados y muy delgados. Se apreciaba la piel clara, el pelo largo y negro, labios rojos, dientes blancos, y pies pequeños.

Años 20: En esta época el ideal del cuerpo era más andrógino y restaba importancia a la cintura y el busto, se veneraba el cuerpo delgado y recto.

Edad de oro de Hollywood (entre 1930-1950): Se rendía honores a los cuerpos curvilíneos con una cintura marcada.

Belleza posmoderna (desde el 2000 a la presente): Predomina un ideal que venera a las mujeres delgadas pero con curvas. Vientre plano, pechos grandes y trasero abundante son cualidades deseadas. Para conseguirlo muchas recurren a la cirugía plástica, mientras optan por el ejercicio o tratamientos no invasivos.

 En el caso de los hombres se impuso el modelo de hombres fornidos y sino de cuerpos esculpidos que presenten una imagen masculina segura, seductora y protectora.

 

En síntesis la invisibilidad es un fenómeno que está ligado indivisiblemente al ocularcentrismo pues entre más se muestre, más se oculta y queda sin develar.

Autor: Lcdo. Lenin Alejandro Carrera Oña. Quito, Ecuador.

alejokyl@hotmail.es

 

 

 

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[1]Armand Mattelart y Michelle Mattelart, Historia de las teorías de la comunicación, Barcelona, Paidós, 1997, p. 62.

[2] Mario Perniola, Contra la comunicación, Buenos Aires, Amorrortu editores, 2006, p. 10.

[3] Michel Chion, La audiovisión: introducción a un análisis conjunto de la imagen y el sonido, Barcelona, Paidós, 1993, p. 11.