El mar es mío.

 

También a mí me asaltan esas dudas: si he de referirme al Mar o a La Mar.

Sea como sea, Mar es minúsculo, diminuto, tan sólo tres letras. Ni siquiera las “cuatro letras” con que comenzaban las cartas que antaño escribíamos. ¡Pero vaya letras!

Acaso las más repetidas, mil veces pronunciadas. Las más diáfanas, nítidas, cristalinas, transparentes. Las de mayor simbología, emblemáticas; porque entran en un sinfín de vocablos del idioma español.

Son el inicio de una inacabable multitud de sustantivos, el núcleo de voces muy dispares, el culmen de un apretado ramillete de verbos que predican acciones tan diversas….

Porque Mar es nombre; pero también podría definirse como parte de un verbo singular e inconjugable, cuyo infinitivo rebosa fuerza, vigor, potencia significativa.

Ejemplos: Remar, con el prefijo Re añadido a Mar. O Tramar, un Mar al otro lado. Bra-Mar, como Brava Mar. Cla-Mar, destacando la Claridad del Mar. Col-Mar, completando hasta donde nos es posible percibir lo Inmenso.

Sus tres únicos sonidos pueden prolongarse hasta el infinito, y proclaman su inmensidad desde la pequeñez.

La prolongación del sonido bilabial nasal sugiere la idea del rumor de las profundas olas, misteriosas, eternas olas.

La vocal tónica A reclama para sí toda la potencia acentual, que todo lo envuelve, al que nada puede igualarse en su vital energía.

La R, vibrante y prolongada, presenta un conjunto de historias, de conquistas, de situaciones inverosímiles para cada uno de los aventureros que por el globo han pululado y se han dejado la existencia en el seno de las procelosas y tenebrosas aguas.

No obstante, ninguno de esos tres aporta lo esencial del significado: la profundidad, al menos lo que nos produce mayor admiración y tanto nos emociona. Para esto, quizá no nos queda sino cambiarle el artículo determinado. La Mar se nos muestra Insondable, misteriosa, remota.

Mar nos remonta hasta nuestros orígenes, como si la tierra que habitamos fuese como una enorme nave anclada en alta mar, y en ella nos hubieran apresado a todos a la espera de zarpar algún día hacia el Universo desconocido. ¿Qué hacemos sino Marchar?

Y así, sus letras están contenidas en la primera de las voces Madre, y en la fundamental de nuestras actitudes, que denominamos Amar.

Amar, esto es, dirigirnos hacia la Mar. Y si, tal como escribió el poeta, “nuestras vidas son los ríos

Que van a dar a la mar,

Que es el morir”

 Resulta, en efecto, que Amar es ir hacia la Mar. Quien ama, por tanto, entrega su vida al otro, hasta la muerte.

¿Quién sería capaz de contar las arenas de la mar? ¿Y las olas de la mar? ¿Y todos los seres vivos que habitan en la mar? ¿Y las infinitas gotas del agua de la mar?

Decimos “La mar de cosas”, “La mar de casos”. Sin embargo, “Un mar de sensaciones, Un mar de dificultades. Y sabemos que en ninguna circunstancia seríamos capaces de contarlo; pero el mar, en masculino, denota más profundidad, más indefinición, es infinito. Fijémonos que Mar admite el indeterminado mucho más que Mar en femenino, lo cual supone una muestra diáfana de la preferencia del masculino para hacer notar mejor lo remoto, lo desconocido.

Mas todo eso que es incontable, lo denominamos sólo mediante tres fonemas: La M de Movimiento, la A de Agua y Arena, la R de Reino, englobando a todos ellos, es decir, animal, vegetal, mineral; la síntesis completa de los seres animados e inanimados.

¡Oh mar, en singular! Sin el equívoco Mares. ¿No es maravilloso sentir que sólo nos aguarda La Mar, y no quedar al arbitrio de otros Mares lejanos, desconocidos, diferentes?

Jamás decimos mares de sueños, mares de quejas, mares de proyectos… Porque hay mares más o menos profundos.

Un mar de sueños es algo inmenso, incontable, próximo a la infinitud.

Y sin embargo, Mar, en mi código aprendido, sólo se representa con ocho puntitos. Claro que las palabras, cuanto mayor es su contenido expresivo, cuanta mayor notoriedad manifiestan, cuanto mejor las domina y se las apropia el hablante, están configuradas con menor número de letras, también con menor número de puntos, para que su pronunciación resulte más simple.

De tales ocho puntos, cuatro, o sea la mitad, pertenecen a la fila superior y sugieren cuanto de fantástico e imaginativo nos desvela este vocablo. Sólo dos se alojan en la fila media, precisamente los que, como un río nacido en las sierras orientales rinde sus aguas al océano. Y los dos restantes, muy alejados entre ellos, nos revelan el misterio de algo trascendente a lo terrenal y, después de un prolongado periplo por numerosos y exóticos parajes, vuelven a la costa llena de intimidad.

A menudo lo hermoso se alberga en lo sencillo. El Mar es bello; la Mar es aún más bella. Mar es un suspiro hondo que brota de un interior apasionado. Mar es como un grito multitudinario en el silencio del orbe, sin obstáculos, sin interferencias, sin eco que lo desvirtúe.

¡Cuántos adjetivos no califican lo mismo al Mar que a La Mar! ¡Cuántas formas y tamaños que en ella habitan se escapan a los sentidos! No obstante, si admitimos nuestra ignorancia respecto de cuanto es capaz de ofrecernos, este desconocimiento es tan palmario especialmente para mí mismo, que me produce pavor.

El mar se me presenta a menudo en sueños. Camino por una población, voy corriendo por cualquiera de sus calles y, siempre, indefectiblemente, se me aparece el mar, tempestuoso, a mis pies sin opción de evitarlo, de salvarlo.

Otras veces voy paseando placenteramente por el muelle y, tras un viento impetuoso que me empuja en la dirección del agua, el suelo se va angostando hasta que mis pies no hallan espacio suficiente para pisar. Y el mar brama delante de mí, como una fiera dispuesta a devorarme.

La lucha entre la tierra y el mar, cuando éste se guarda todas las papeletas de la victoria final, pues la extensión de las aguas es muy superior a la de la corteza terrestre, resulta idéntica a esa que la persona humana mantiene con su propia esencia.

El cuerpo se adiestró para andar firme sobre la tierra; lo de nadar en el agua es fruto de su necesidad, porque si no lo absorbe el mar, lo engulle el mar, se lo traga el mar.

Sólo la fantasía mueve a la ilusión de la contienda ganada, mediante la abstracción de un mar próximo a nosotros, sin la cautela del misterio y la inmensidad.

Yo querría imaginar al mar como una enorme balsa, que sería capaz de medir en sus tres dimensiones y conocer cuanto habita en ella.

El mar se mueve apenas; sus olas son casi imperceptibles, el agua semeja un espejo y sobre ella discurro con seguridad, en total libertad, sin temor. Incluso desciendo a sus profundidades a fin de escrutar el suelo marino; dispongo mi propio aposento bajo el agua, pues cuando me apetece vuelvo a la superficie y tanteo nuevamente la profundidad.

Todas las naves que surcan el mar las he construido yo, las he botado yo, zarpan y atracan cuando yo deseo. Yo viajo en sus camarotes, o me quedo en tierra sin necesidad de afrontar peligros ni aventuras, ni sufrir abordajes.

Es la mar donde yo estoy a gusto, con la cual vivo tranquilo y sereno.

La mar de mis ocho puntos, de mis tres letras, esa mar monosílaba, sustantivo y semiverbo. Una mar que da comienzo a tantas voces y culmina tantas acciones. Con esta mar puedo convivir. Pero el Océano; eso es muy proceloso, más oscuro, tenebroso. El océano, tan polisílabo, tan grávido, tan misterioso, me abruma, me lleva a sentirme un ser minúsculo, muy débil e indefenso. El océano se reviste de esencial barroquismo en su nombradía. Todos son esdrújulos, acaban en un sufijo ICO aparentemente diminutivo, pero contrapunto de su inmensidad.

Las olas del océano son premonición de dura batalla universal, donde yo me siento una simple gota de agua. Quiero reposar en la contemplación de mi Mar, porque también forma parte integrante de mi apellido.

Y también quisiera mostrarme más ambicioso y arriesgado, navegando por la mar, incluso remar mar adentro, parafraseando aquella recomendación del Evangelio; pero como lo de remar hoy no me es posible, pues carezco de la orientación necesaria, prefiero quedarme rimando, lógicamente sin demasiadas pretensiones:

 

Rima mar adentro

 

 

Tú me sugieres: Rima mar adentro,

Pues sabes que mi remo es inseguro,

Que mi alma se amilana ante lo oscuro,

Que el piélago profundo me da miedo.

 

Que eche las redes, con pasión me alientas,

Sintiendo mi debilidad que acrece.

Tú sabes que mi afán no es pescar peces

En torno al oleaje que revienta.

 

¿Cómo podré rimar con lo bravío,

Con el ímpetu audaz de la corriente?

nnn¿Cómo alejar la tempestad rugiente,

Rescatando al acento ritmo y brío?

 

Tú me reclamas el fervor debido

Al buen maestro que acompaña y guía.

Mi transitar por la doliente vía.

Y yo no sé cómo afrontar mi olvido.

 

Rima en las aguas turbias o serenas.

Rima en las olas con sonora espuma.

Rima inspirado en la infinita suma

De las caricias de la blanca arena.

 

Sumérgete en la rima consonante,

O al dulce arrullo del romance viejo.

Repasa bien tus redes y aparejos.

Te proporcionaré pesca abundante.

 

Arrímate a la lira y al soneto,

Para cantar los gozos de los mares.

Y rema entre criaturas a millares

Como uno más, blandiendo el alfabeto.

 

 

Hoy no ha sido, Señor, mi afán propicio.

No he hallado en el verso la armonía.

Mas si ahora Tú me haces compañía,

Rimaré con intrépido ejercicio.

 

Buscaré en la poesía milagrosa

El rompiente más bello y escarpado,

El azul más seguro y anhelado

Para mi alma cautiva y ardorosa.

 

Y colmaré la barca, aún azarosa,

De mis estrofas espontáneas, claras.

Compartiré el acento y las palabras

Con los remeros, en su brega airosa.

 

Rima, Señor, rima también conmigo,

Pues mi verso carece de mensaje.

Dicta las sílabas de mi viaje

A la ensenada en que hallaré el abrigo.

 

Autor: Antonio Martín Figueroa. Zaragoza, España.

samarobriva52@gmail.com

 

 

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