Colección de microrelatos.

 

I

Y ahora, ¿cómo volver atrás?

 

En qué momento de la educación de su niña habían empezado a equivocarse, no lo sabía. Sí tenía claro que desvariaba y que no era lo que ella esperaba. Se emborrachaba a menudo, hablaba a voces, y eso le desesperaba. Las monjas, pese a no ser lo que más deseaba, sí habían sabido inculcarle ciertos valores como la dulzura, exquisitos en una mujer. "la educación laica tiene más perspectiva y los prepara mejor para vivir en sociedad" –le había dicho su compañera cuando contaba solo siete años. Al principio seguía siendo la misma.

 

 

 

Una visita inesperada

 

Van a ir a comprarse un vestido nuevo y un helado, pero mientras caminan, una fuerte brisa les golpea la cara cortándoles el paso. A lo lejos, un pequeñuelo con cara de ángel las está mirando. Está desnudo y ellas comprenden su necesidad. Le dan una moneda y el ángel sonríe. "Hoy estaréis conmigo". Su vestido es su sabiduría. Su cuerpo está frío. Ellas, aún ingenuas, le piden acompañarlo a su morada. Él las besa y emprende el vuelo. Ellas, desoladas, se preguntan: ¿por qué no tengo alas?

 

 

 

Soledad

 

En qué momento de la educación de su niña habían empezado a equivocarse, nunca se lo había preguntado. Solo sabía, porque ella se lo contó, que cuando la dejaron sola ante aquellas señoras extrañas, temblaba de miedo y de pena. Un halo de soledad y angustia la envolvía, como si aquellos seis años se hubieran borrado de su memoria. Nadie le enseñó a vivir, de una u otra manera, salvo la propia supervivencia, lejos de su hogar.

Descubrió el amor temprana y fortuitamente, pero nunca lo disfrutó. Muchos años después, lloraba su juventud malgastada. ¿Quién sanará estas almas afligidas?

 

 

 

Recuerdo inseparable

Subir de nuevo a la habitación resultaba sin duda una tarea ardua. Era en verdad pequeña, y buscarlo no le hubiera costado demasiado trabajo. Sin embargo, la fatiga, o tal vez la imposición que suponía la altura de una escalinata tan empinada, la obligaban a pensárselo.

Lloró extrañándolo toda la mañana, pero nadie vino a rescatarlo ni a consolarla. Quizá si atase un cabo de la cuerda a la escalera de madera y otro a la mitad de la escalinata, el camino sería menos penoso. Cuando llegó a la cima cayó de bruces al suelo. Su retrato esperaba, inmóvil.

 

 

 MILAGRO DIVINO

 

Como sombras disipadas por un nuevo amanecer, hilvana las ideas concienzudamente. Si no se lo dice, el milagro no se cumplirá; pero si no le manifiesta sus deseos, sus esperanzas morirán para siempre.

 

 

La segunda morada

 

Subir de nuevo a la habitación se le antojó una idea fascinante. No sabía con exactitud por qué se había pasado más de la mitad de su vida encerrada entre cuatro paredes de una que, con independencia de su numeración y ubicación, no era suya. En esta, en cambio, soñaba a gusto: la vida solo dependía de ella y no tenía que justificar nada. Le brindaba paz y escuchaba sus cuitas o sus alegrías. Era todo lo que necesitaba. Sin embargo, cuando llegó, sintió que le vendaban los ojos.

 

 

Instantes inolvidables

 

Pero nunca, sin saber bien por qué, dejarán de mirar hacia arriba esas aromáticas y tristes margaritas que la ven pasar cada tarde. Ella les sonríe melancólica, pues representan su infancia perdida, y en el fondo de su alma busca la forma de retroceder en el tiempo. Todo es inútil, tiene que trabajar.

Ellas le sonríen a su vez, como otrora cuando jugaban, pero en seguida recuperan la calma. Levantan los pétalos para decirle adiós y el sol las oculta para secar la savia convertida en lágrimas.

 

 

 FATALIDAD

 

Como sombras disipadas por un nuevo amanecer, se fueron los anhelos, la esperanza y la niñez, que tan amargas lágrimas le hicieron verter. No sabía dónde ni por qué; solo que se fueron para no volver, sin darle más explicaciones. Por más que intentaba reconciliarse con todos ellos, no había forma: habían desaparecido, dejando una existencia vacua, siempre a la deriva. Cada paso le costaba una nueva caída. ¿Cuál es la misión de los ánimos vivos y constantes que siempre vuelven a caer? Nadie le respondía.

 

 

 

Estrellas

 

Pero nunca, sin saber bien por qué, dejarán de mirar hacia arriba, o al menos de levitar en ese abismo inmenso, y de pasear por sus amplias avenidas. A veces tropiezan, apagando sus farolitos, otras se deshacen y caen a tierra en forma de lluvia, empujadas por el viento. Solo entonces pueden conocer otro mundo y otras dimensiones. ¡Quién no querría ser como ellas!

 

 

El detective misterioso

 

Era de los pocos detectives honrados que quedaban en la ciudad y sin embargo nadie se atrevía a contratar sus servicios. Algunos decían que era muy caro; otros lo tachaban de timador. Finalmente había quien recelaba de entrar en su despacho. Contaría entonces medio siglo aproximadamente.

Aquella mañana tratarían cierto asunto de importancia. Ella se enojaba por su falta de interés. Él le dijo: "si convertimos estas monedas en agua, o deshojamos juntos el árbol de la ciencia, tus problemas estarán resueltos al instante. Reflexiona antes de decidirte, porque la magia no admite retroceso".

 

 

 

 EDÉN

 

Como sombras disipadas por un nuevo amanecer, caminan como dos almas gemelas. Tal vez se conviertan en pequeñas gotas de agua y el alba las encuentre retozando en algún riachuelo. Algún pajarillo las degustará plácidamente, y volverán al mismo riachuelo, o tal vez no. De lo que no cabe duda es de que acabarán en el edén, gozando de su libertad.

 

 

 Dos helados

 

Jugaban sentadas en la arena. Parecían imágenes invertidas de un mismo espejo y sus rostros resplandecían ofreciendo al sol diversos colores: Liú tenía la piel amarilla. Fue traída de Oriente hace cuatro años; su hermana, en cambio, era rubia y blanca por completo.

-¿Te apetece tomar un helado?

-Sí –dijo ansiosa Liu.

No había nadie en el kiosco, tal vez por el fuerte calor que azotaba la hora de la siesta. Ante esto, decidieron sentarse en una escalinata contigua al mismo, donde había un poco de sombra, mientras esperaban al dueño. Al fin llegó el dueño y acudieron en su busca:

-¿Nos da dos helados de chocolate? –preguntó Carolina tímidamente.

-Sólo me queda uno -repuso.

-Pues dos de caramelo -continuó Liu.

No tenía aquel tachenco nada que ofrecer a las dos, explicándoles que era muy temprano para hacer helados, y que no le habían traído reposición de otras golosinas. Tras esto se acercó una anciana y le pidió dos helados. Cuando le fueron entregados se levantó una gran tormenta que derribó el kiosco. La Anciana, entre aturdida y asustada, entregó los helados a liu y a carolina, quien, tras darle las gracias le pagó el precio de ambos, con el fin de que sus nietos no perdiesen la oportunidad.

 

 

 

Disertación

 

Era de los pocos detectives honrados que quedaban en la ciudad, pero cuando le expuse mi situación me dio como primera respuesta: "ese tema es de mucho calado para mí. Me llevaría mucho tiempo y rebasaría tu presupuesto". Le pedí entonces resolver solo una pequeña parte. Caviló durante unos segundos y me sugirió proseguir la conversación al día siguiente. Salí a esperarlo donde me indicó, a la hora igualmente fijada por ambos. Treinta minutos después, un transeúnte me confió: "señorita, su amigo el de los vaqueros ajustados, está vendiendo prensa en la plaza".

 

 

 

Decepción

 

Serán solo cien palabras y posiblemente me quede corta. Es tanto lo que tengo que decir que no sé cómo empezar. El miedo se apoderó de mí, no cabe duda, pero tú fuiste excesivamente cruel conmigo. Cuando te hablé de aquel asunto tan embrollado, cambiaste de tema. Te hice ver que me disgustaba y te marchaste dando un portazo. ¡Amigos para lo bueno tenemos todos!

Me siento profundamente decepcionada y no será esta la última vez que lo diga. La falta de empatía me enerva. ¡Deberías ser más solidaria, si pretendes que alguien te quiera!

 

 

 

Culpàble o engañada

 

Las besa con suma conciencia para no equivocarse, dado que sus diminutos cuerpos, cual vástagos delicadísimos de porcelana, no distinguen aún la prodigalidad de sus afectos, ni la diferencia que existe entre ambas.

A veces sueña que su pequeña Anaís tiene los ojos abiertos como su hermana, pero cuando la despierta el alba, el dolor la invade, las lágrimas la ahogan, y el mundo se viene abajo ante tamaña injusticia. Solo la consuela verlas crecer.

El recuerdo de los analgésicos, tomados a las veintitrés semanas para inhibir la hemorragia, le hace sentirse culpable. Sin embargo, entonces, nadie se lo dijo, y ambas eran hijas suyas: ¿culpable o engañada?

 

 

 

Carta a Divina

 

Serán solo cien palabras las que te escribiré esta vez. Con ellas expresaré lo que siento con toda claridad. Si sobra alguna, no te molestes demasiado: no suelo pronunciar largos discursos, pero es cierto que, cuando me emociono, puedo excederme demasiado. También es posible que me quede corta: las emociones fuertes me paralizan. Tampoco tienes de qué preocuparte. Solo quiero hacerte partícipe de la gratitud que siento hacia ti, y de las profundas emociones y deseos que a menudo me embargan pensándote. Querría tenerte conmigo, pero tengo que terminar con un escueto "siempre tuya".

Autora: Cristina Ruiz. Madrid, España.

cristi_carrion@yahoo.es

 

 

 

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