Me gustaba tanto tu pelo,
cuando cuidado, ondeado y con intenso brillo,
dorado era en mí, imagen y celo,
de profunda admiración por maduro su trigo.
Tu ternura me aseguraba protección,
y ningún temor en mi pequeñez existía.
Cuando contenta estabas, aumentaba tal condición,
y creí que nada más yo querría.
¡Ay madre mía! ¡Ay madre demasiado querida!
Cuando yo enfermaba, con la fiebre y su fuego,
descubría el rezumar de tu alma la herida,
declarando que tu dolor ya no era en mí, ningún juego.
Tu penar de peregrina incansable,
perdiendo juventud, oportunidades y alegrías,
fueron quebrando mi inocencia con sables,
haciendo de mi niñez… espejos que opacarían.
Los juegos no faltaron en mi mente creativa,
ni mis ojos débiles escapaban al arte.
Faro en mi infancia como eterna llama votiva,
mostró tu trabajo, tu escultura… y al color como estandarte.
Más… madre mía cómo quisiera hoy,
que el recuerdo primara y lo bello se impusiera,
y besos amorosos de agradecimientos que no te doy,
envolvieran tu ancianidad si tan solo yo pudiera.
Ay… qué difícil fue comprender,
que el transcurrir por dicotomizados caminos,
en la vida dura, en su atardecer,
surgieron desafíos donde la incomprensión solamente vino.
Madre, quizás creas no ser bien querida,
por tu carácter férreo, tenaz y altivo,
y sientas sufrir ahora, así sorprendida,
La hostilidad de la soledad, abandono o esquivo.
¿Sabes madre mía? Yo también mucho extraño,
tiempos de sencillez donde el hoy era obediencia.
mas la tumultuosa existencia, muestra pensares distintos a antaño,
y la sabiduría deberíamos acatar, transcurriendo senderos con ciencia.
Prefiero que mi niñez solo permanezca,
como recuerdo escondido en mi triste corazón.
Que la evocación de dolores ya perezca,
que tu maternidad enaltecida se sostenga como blasón.
Así será progenitora mía,
para el paso por los tiempos de nuestras almas.
Guardarte al abrigo y cobijo querría,
con entrega de espíritu en armonía y profunda calma.
A veces quisiera que mi mente olvidara,
para que evocaciones desagradables de épocas arcanas,
se diluyeran y sin que lo pensara,
solo brillare en permanencia, preciosa y dulce resolana.
De “EL MUNDO MIOPE DE RUXLANA”
Autora: Dra. Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina