TEMAS DE REFLEXIÓN:

OSCURIDAD.

Tenemos la ilusión que ser libres significa pensar, sentir o actuar como nos plazca, porque la libertad, para la mayoría de nosotros, es tan sólo una idea y no una realidad. Creemos que ser libres significa llevar al cabo determinadas acciones y, cuando nos comparamos con aquellos que no las pueden realizar, nos sentimos afortunados. Sin embargo, a pesar de todas nuestras fantasías de “libertad” seguimos buscando, porque en nuestro interior hay una honda insatisfacción que nos acompaña permanentemente ¿Estará la libertad supeditada únicamente a pensar lo que deseemos? O vamos en pos de un fantasma que vaga por la oscuridad.

La necesidad de creer

Rara vez nos detenemos a cuestionarnos a fondo qué es eso que confusamente llamamos libertad. Si hemos tomado la decisión de explorar las oscuridades de nuestra ignorancia, toparemos con un primer obstáculo: los condicionamientos mentales. Nuestra mente ha trazado sus propias fronteras a las que teme rebasar y estos límites que demarcan los territorios conocidos de los desconocidos, variarán de una persona a otra dependiendo de las creencias autoritarias que rijan nuestra vida.

Todas estas ideas a las que recurrimos a diario tiene la función de proporcionarnos sentimientos de seguridad y, por ello, la necesidad de creer en “algo” es en el fondo necesidad de protección. Estas fronteras son trazadas con los condicionamientos y prejuicios que se estructuran a partir de vivencias pasadas, de lo que ya sabemos o creemos conocer: ¿Puede ser libre una mente que se ha construido en el ayer, que vive de la memoria, de la tradición y del conservadurismo, es posible lograr un estado mental sin condicionamiento alguno?

Nuestra mente deambula por aquellos caminos que se encuentran dentro de las fronteras del condicionamiento, saltamos de una idea a otra, jugamos con aquella ideología, retozamos con cierta moda religiosa, vociferamos en las marchas y mítines políticos, sintiendo que si podemos hacer todo esto es porque vivimos en un “clima de libertad”. Pero todo esto se realiza dentro de territorio previamente demarcado, a sabiendas que si traspasamos los límites decretados por el poder, comenzaremos a arriesgar el pellejo.

Por ello, un espíritu rebelde, inconforme y decidido a activar su revolución interior, es consciente de los alcances de sus acciones. En caso contrario, engrosaría las filas del ejército de ingenuos que libra batallas absurdas, dando palos de ciego a enemigos imaginarios. Si no podemos percatarnos de los límites, no podemos mismo un orden y una “gramática” que es necesario respetar.

Navegando en la mediocridad

. Si nuestra acción quiere ser transformadora, primero tenemos que ser conscientes de lo que queremos transformar. Esa conciencia, ese despertar, permite mirar los límites de lo conocido y vislumbrar el horizonte en donde habita lo desconocido. Ese despertar permite observar las rejas que entre todos creamos a diario y que vigilamos para que nadie escape: cultura, tradiciones, creencias, prejuicios. Pero no solamente deseamos permanecer detrás de las rejas sino que además, nos preocupa que alguien pueda escapar del pensamiento formal, tradicional, conservador y condicionado que caracteriza a la cultura.

De manera similar al artista creador, el espíritu que trabaja a diario su libertad, se enfrenta a las altas y poderosas rejas del pensamiento tradicionalista que transpira por los “poros” de la cultura y cuya finalidad última es la adaptación. En la medida en que creamos lo que los demás creen, que hagamos lo que los demás hacen, que hablemos lo mismo, que opinemos igual y que queramos ser como todos, seremos considerados “normales”. Al ser como la mayoría adaptada, por ser igual a todos, seremos aceptados de buen modo por los demás. Si decidimos permanecer detrás de las rejas del pensamiento autoritario que protege los valores culturales, la “moral” y las “buenas costumbres”, navegaremos sin peligro y sin mayores contratiempos por el mar de la mediocridad.

Si nuestro camino es la creación, la inconformidad y el cuestionamiento incómodo, entonces, lo más probable es que seamos etiquetados como “desequilibrados”, “anormales” e “inadaptados”, palabras que, más que apabullar al espíritu revolucionario, lo encienden más y reafirman en su tarea transformadora. Si nuestro pensamiento acompañado de la acción transformadora se resiste a permanecer atrapado por las rejas de la cultura, requerirá de un trabajo de calidad diferente, cuya materia prima es la propia persona. En este trabajo de calidad, la libre percepción de la totalidad, sin barreras, fronteras o límites, puede iluminar la oscuridad de nuestra ignorancia.

¿Por qué tememos?

Nuestras mentes están entrenadas para aceptar el miedo y para escapar de él si ello es posible, pero no somos capaces de indagar y confrontar nuestros temores: ¿puede nuestra mente aturdida y confusa poner fin a sus condicionamientos y con ello a sus miedos? Porque, al final de cuentas es el miedo el que nos hace aceptar el condicionamiento. A menudo, la manera como imaginamos la libertad es tratando de escapar de nuestros miedos y por eso nos decimos a nosotros mismos: “quiero luchar contra mis miedos, quiero liberarme de ellos”. Sin embargo, lo que generalmente sucede es que generamos más tensión y apretamos el lazo que aprieta nuestro cuello.

 La resolución de nuestros miedos no es cuestión de valor, porque quien dice “debo tener valor” es porque sencillamente no lo tiene; la cuestión de fondo es darse cuenta, percibir y observar atentamente el temor. Si logramos ese grado de observación despierta y atenta, comprenderemos que el miedo no existe por sí mismo, sino que es creación de nuestra mente: el miedo existe con relación a la posibilidad de perder algo.

Si deseamos profundizar en el asunto de la libertad y queremos dejar de vagar por la oscuridad de nuestra ignorancia, la comprensión de nuestros miedos se convierte en un punto neurálgico. El pensamiento engendra placer y también ocasiona temor: cuando deseamos reproducir algo que ha sido placentero: una puesta de sol, un viaje, una comida, una persona, una relación sexual, echamos mano del pensamiento; pero cuando la realidad frustra nuestra imaginación sufrimos y experimentamos miedo. Tendremos miedo a que nunca más experimentemos aquello que nos ha dado placer, cosa, situación o persona. Tememos perder lo conocido.

El miedo está en relación con algo que puede ser perdido y, con ello, frustrar alguna necesidad: cariño, afecto de la pareja, del hijo, reconocimiento, poder, dinero, comodidad, trascendencia, fama, éxito y en fin, en todo aquello en lo que se ha fincado el sentido de nuestra vida. El condicionamiento y el miedo forman parte de un mismo proceso: el condicionamiento relaciona nuestra mente con el pasado (especialmente la culpa) y con el futuro, que es en donde se desarrollan los temores: lo que puede suceder, lo que puede fallar.

Al estar condicionados a los recuerdos y al abandonarnos al miedo al mañana, cancelamos la capacidad de percibir de manera instantánea (sin pasado ni futuro), lo nuevo que hay en cada momento. De esta manera bloqueamos la posibilidad de descubrirnos a nosotros mismos sin prejuicios ni temores. Tenemos miedo porque estamos apegados a las cosas o personas que ficticiamente sentimos nuestras y, la posibilidad de perderlas, ocasiona angustia y dolor.

¿Es posible terminar con los pensamientos?

Si el pensamiento es responsable del condicionamiento y del miedo que nos privan de la libertad psicológica, nos preguntaremos si debemos terminar con ellos. De esta manera, nos enfrasquemos en ciertas técnicas con la esperanza de poder dejar de pensar o de lograr una especie de “mente en blanco”. Más que tratar de averiguar como hacerle para dejar de pensar, indaguemos mejor cuál es el papel del pensamiento en nuestras vidas. El pensamiento es reproducción y no nos permite percibir la realidad: si por ejemplo, miramos un amanecer esplendoroso, de inmediato se inmiscuye el pensamiento para decirnos que tal vez mañana no lo veremos, o que así eran las mañanas acompañados de la persona amada que ya no está. En otras palabras, anteponemos el pensar a la vivencia del momento. Vivimos de imágenes, no de realidades y la imaginación es frecuentemente la raíz de nuestro sufrimiento.

En lugar de preguntarnos cómo hacerle para terminar con los pensamientos (lo que es imposible), aprendamos a observarlos y a comprender nuestras necesidades que se proyectan en ellos. Más que pensar (que es la reproducción del pasado), de lo que se trata es de lograr el tipo de percepción instantánea, nueva, actual y fresca, que es la chispa que puede transformar nuestra persona y lo que nos rodea. Esa chispa creadora que ilumina nuestra ignorancia es la que puede hacernos saltar las rejas del conformismo, del control social y del dogma autoritario

abriendo brechas inexploradas y desconocidas. Al dejar de vagar en la oscuridad, viviendo en la observación despierta y atenta del proceso del pensar, podremos encontrar los sabotajes que nosotros mismos creamos para impedir la construcción de nuestra libertad.

 

Autor: Dr. Gaspar Baquedano López. Mérida, Yucatán. México.

baquedano@yahoo.com

 

 

 

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