INGRATITUD
Perenne entre cielo y
tierra
has pasado, querido árbol,
inviernos y primaveras
hasta hacerte centenario
por el hombre y su planeta.
Duro ante la uña del
tiempo,
firme ante la hoz de los vientos,
derramando bendiciones
a cambio de los desprecios
que da el olvido del hombre.
Te vestías en verano
para cubrirlo de sombra
y del calor aliviado
te censuraba de raro
por quemarte entre las hojas.
Al desnudarte en invierno
y abrirle espacios de luces
cuando lloraban los cielos
huía del gigante feo
que temblaba entre las nubes.
Entrelazaste tus ramas
para servirle de cuna
perfumada de manzanas
con el vaivén de la luna
y nadie te cantó nanas.
Fuiste cabás de los libros,
lapicero de las letras,
pupitre y silla en la escuela,
y ninguna pluma ha escrito
cuanto enseñó tu corteza.
Tu tronco se volvió mesa
donde apiñar las familias
y para dormir la siesta
en sillón te convertías
pese a enervar tu limpieza.
Fuiste el humilde martillo,
gran mesa de ejecutivo,
peana del haz de trabajos,
y nadie puesto en tal sitio
te dio en silencio un abrazo.
Tu raíz engendró lunas,
tus hojas todos los soles,
para parir la verdura
que alimentara a los hombres
con tu flor, color y frutas.
Fuiste el bastón del abuelo
al necesitar tres piernas
y el rosario de la abuela
cuando él emigró a los cielos
para hacer suave la ausencia.
Fuiste el arca de las sábanas,
el alma de la guitarra,
arado del campesino,
soporte de palanganas
y vientre para los vinos.
Fuiste barco por los mares,
angarillas por los valles,
del hombre y del ave nido,
partícula de lo grande
y elemento de lo chico.
Te tornaste caballero
en tibio lecho de enfermo
y al sangrarte los cuchillos
los volviste sin despecho
exhalando olor a pino.
Te desgajaron en leños
para transformarte en fuego
y templaste cuerpos y almas
con sonrisas de luceros
agonizando entre brasas.
Fuiste del mal enemigo,
que cuando mienta un problema,
el hombre toca madera
y ahueca el ala el peligro
porque te encuentra a su vera.
Al ser de corazón grande
fuiste templo de cadáveres
donde amparas esqueletos
por si llegara el momento
de retornar a este valle.
Perenne entre cielo y
tierra
has vivido, querido árbol,
inviernos y primaveras,
del hombre siempre muy cerca,
él siempre de ti alejado,
y sin embargo… ya ves,
solamente al florecer
en tu lugar el cemento
se acuerda de alzar lamentos
para implorar tu volver.
Autora: María Jesús Sánchez Oliva. Salamanca, España