El agua, el nieto y el
abuelo.
La
prolongada pendiente de la calle Cupatitzio, desde el monumento al general
Morelos, hasta el viejo puente de dos arcos de cantera rosa, había sido
recorrida por dos forasteros, ávidos de observar el bullicio de la gente en su
ir y venir dominical, lo mismo que su entorno a lo largo de la más emblemática
de las arterias de Uruapan, de camino al primer objetivo, que sería una de las
sorpresas que el abuelo daría a su nieto. Temprano, el 9 de mayo de 2021, y
luego de haber llamado a Deneb para felicitarla por su cumpleaños, (hija y tía
de Francisco y el pequeño Pedro, respectivamente) charlaron con alegría y sin
pausa, uno recordando y el otro preguntando:
Aquí estuvo el correo, donde compraba timbres
de cinco centavos para llenar la cartilla del ahorro… en la esquina de enfrente
conocí los letreros de gas neón y sus luces de colores… más allá perdí mi
primer trompo, que por no saber bailarlo rodó calle abajo… en ese patio
formaban una pila altísima de mangos, que empacaban y mandaban a México… en
este lugar se hallaba la casa donde vivimos al regresar de Jalisco y en la
esquina, una cantina donde a toda hora se oían María Bonita y El Sinaloense, y
cuando se abría la puerta podían verse las luces coloridas de la sinfonola… y
aquí junto al río, la fábrica de hilados y tejidos “La Providencia”. ¿Y no
hallaste tu trompo… esa sinfonola era de las que tocaban discos con una aguja…
aquí viviste cuando fuiste niño como yo, abuelo? Cuéntame más de eso.
Desde lo alto del puente la vista era
magnífica, con la corriente de aguas cristalinas y su murmullo incesante,
flanqueado por el cauce siempre verde y florido; un vergel al que todo
uruapense anhela volver, por más lejos que se encuentre, porque ahí, como en
ninguna otra parte podrá fortalecer su espíritu y encontrar nuevos caminos de
paz y de esperanza.
Al pequeño no le resultaba fácil entender lo
que tenía a la vista. ¿De dónde salía todo ese caudal que dividía a la ciudad
en dos partes? ¿Por qué en aquel rumbo la vegetación era tan pródiga y el
entorno tan fresco y acogedor, siendo que en los estados vecinos por donde
habían pasado el paisaje era árido y la sequía manifiesta? No obstante, su
asombro sería mayor unas horas más tarde, durante el recorrido por los
andadores del Parque Nacional de la barranca del Cupatitzio.
En el punto de partida hay dos calzadas
peatonales, cubiertas por la sombra de árboles frutales y de ornato: robles,
liquidámbar, cedros, níspero, guayabos, naranjos, cafetos, aguacates y la
rarísima variedad de plátanos con hueso. Los dos senderos llevan enseguida al
río por medio de escalinatas y ramales con atractivo propio. Las artísticas
fuentes, el agua corriente para el riego de los jardines y todas las flores
imaginables pueden ser vistas a cada paso. El sonido de la corriente por entre
el lecho pedregoso y las caídas laterales se combinan de maravilla con el de
las aves y a estos se agrega el de los trovadores y los niños recitando
pintorescos versos sobre las tradiciones lugareñas. Nada de lo que la mayoría
de los visitantes haya podido ver en su vida, lo prepara para tan bello
espectáculo de la naturaleza, ni para contener las emociones que afloran en
aquel remanso del espíritu.
El goce debe ser mayor ante la mirada de un
niño de siete años, que quiere saber más y más sobre aquel prodigio, al que los
uruapenses llaman “el río que canta”, que el barón de Humboldt describió “como
el más bello del mundo”, y que, en rigor, es una obra maravillosa de ingeniería
que solo la naturaleza era capaz de hacer El asombro del chico llegó a su
máximo cuando arribaron al manantial, conocido como “La Rodilla del Diablo”.
Ahí el agua brota por debajo de una gran losa de roca volcánica; en adelante
solo se verá un cauce seco de piedras pulidas por las aguas pluviales y por el
tiempo.
El Cupatitzio proviene de una extensa sierra
cubierta de pinos, encinos y otras especies, conocida como la meseta purépecha.
Decenas de volcanes la formaron durante millones de años con su lava y arenas
creando una esponja de gran espesor que retiene las abundantes lluvias año con
año. Finalmente, de manera gradual y por la gracia divina, esas aguas salen de
la tierra en forma de ríos y arroyos, para engalanar el paisaje michoacano.
Una vez que el nieto y el abuelo recorrieron
el parque nacional bebiendo aquí y allá del agua pura que brota de las rocas;
luego de las obligadas tomas fotográficas en La Rodilla del Diablo, en la
cascada de El Gólgota --apenas a 100 metros del manantial--, y en “La
Yerbabuena” donde se capta el agua para abastecer a la ciudad, volvieron sobre
sus pasos hasta el puente y mirador de “El Baño Azul”. Ahí los visitantes
arrojan monedas a los clavadistas; otros se deleitan con la variedad de frutas
y dulces regionales, y los más, dejan que el tiempo transcurra simplemente,
ensimismados en el paisaje. Aquello es una especie de romería, perdida ya la
tranquilidad de antaño.
--Me gusta el río, abuelo. Ojalá que todos
fueran tan limpios –Dijo con emoción el chiquillo.
--¿Recuerdas hijo, cuando eras un bebé, allá
en Chetumal… te acuerdas cuál fue la primera palabra que te enseñamos tu abuela
y yo?
--¿Agua?
--Así es. Ahora comprenderás mejor a lo que me
refería.
Autor:
Francisco Bautista Pérez. Chetumal, Quintana Roo,
México. Historiador del Estado