Competencia.

 

 Líber está allí, con su nombre sonoro y su risa sonora. Es cierto que está más temerosa y cautelosa que hace tiempo, pero su delantal le da poder, o, al menos, eso cree ella.

 Entra a la escuela muy temprano. Sube las escaleras, no encuentra a nadie. Vuelve a bajar. Los detalles de la casa han cambiado; la vieja fachada fue lijada, pintada, reformada. Líber sabe que a la casa le hacía falta, pero no le gusta el olor a pintura. Aquel olor penetrante la hace sentirse más ajena a aquella casa que sentía suya.

 Ya en el vestíbulo, se sienta y deja sus cosas junto a ella. Espera allí hasta que llega el director. Con él llega la maestra junto a la cual trabajará y también los alumnos. Entra despacio al salón de clases, sin embargo, su mente se queda fijada a la imagen del director. Ese hombre que antaño, cuando ella era una niña, le parecía un gran hombre, hoy era la imagen de la frialdad.

 Líber estaba muy cerca de obtener su título de maestra y por eso debía cumplir su período de prácticas allí. Soñaba con su título, lo vislumbraba, lo acariciaba. Ese era un momento muchas veces postergado, pero este año sería suyo y por eso no se descontrolaría pasara lo que pasara.

 Ese día transcurrió tranquilo y también varios más, hasta que una tarde que Líber dictaba su clase hablando más lentamente debido al cansancio, el director la llamó a su despacho. Ella acudió lentamente; sus manos transpiraban y su cara mostraba un signo de interrogación.

 Al llegar, pidió permiso, entró lentamente y se sentó deslizando la silla con rueditas, cuya suavidad ya conocía.

 El director inventó una excusa para llamarle la atención, aunque lo hizo con la misma serenidad con que la había recibido años atrás. Líber se disculpó por su supuesto error y se retiró.

 Días más tarde, Líber notó que la forma de saludar del director había cambiado. Él se esforzaba por no demostrarlo, pero el ¿cómo estás?, ya no sonaba igual en sus labios.

 Esa tarde, Líber pensó en todo: las paredes nuevas, el director más viejo, ella envuelta en su delantal... y, súbitamente, se entristeció.

 Al salir de la escuela, caminó unos metros, entró al bar, pidió un café. Después llegaron sus amigos. Advirtieron que estaba triste y la interrogaron. Entonces ella reseñó todo lo que había pasado y lo que había estado pensando:

 --Ahora soy su competencia -dijo. Y prosiguió: --Los niños no toman decisiones, no hacen proyectos, por eso, cuando era una niña, él me sonreía y ahora me saluda con palabras secas y cortantes...

 Sus amigos no terminaron de entenderlo, ellos, soñaban con otras cosas, otras profesiones que los llevaran lejos de aquella escuela, y no les interesaba demasiado lo que pasara allí adentro, de ahora en más. Pero ella, quería abrirse camino, ser profesora, enseñar las primeras letras día a día, con paciencia, y, poco a poco iba comprendiendo que, para hacerlo, estaba obligada a tomar otro rumbo, un camino nuevo, que la llevara también, como a sus amigos, lejos de allí...

 

 Agosto de 1999.

 

Autora: Laura Soto de Ferro. Profesora especializada en Ciegos y disminuidos Visuales.  Santa Fe, Argentina.

laurayroberto2005@funescoop.com.ar

 

 

 

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