El cielo estaba encapotado, y
pese a que ya llevaba un mes el invierno, este era el primer chaparrón más
agresivo; con dos días de lluvia intensa, no era de extrañarse que más de algún
conducto de regadío se saliera de su cauce, bloqueando caminos.
La noche era larga, y a un
instante de la marcha de su amado, Elena no tenía más que disfrutarlo. Sus
cuerpos se enredaron sobre el lecho, siendo ocultados por aquella profunda
oscuridad, que no se veía perturbada por luz alguna.
Sus respiraciones se
entrelazaban, mientras que sus manos abrazaban las sudorosas pieles,
consumiéndose ante el deseo y la pasión.
Por la mañana Edward regresaría
a la capital en su motocicleta, y durante dos semanas más no se verían, siendo
el teléfono el único medio de contacto entre ambos. Debido a su trabajo como
supervisor en la construcción del nuevo mall plaza, sus encuentros eran cada
catorce días, aprovechando a concho los siete días libres.
Aquel éxtasis se volvió casi
insoportable y ambos estallaron… El cuerpo de Elena calló rendido a la cama, y
Edward no conseguía lidiar con sus espasmódicos jadeos. Cada vez que tenían la
oportunidad de unir sus cuerpos en el acto lo aprovechaban como si fuese la
última vez. Pese a que ya eran casi dos años de relación, ese día a día no les
afectaba en nada, para su amor cada minuto era como el primer día juntos.
La lluvia repiqueteaba en la
superficie metálica del techo, y en el cuarto solo quedaba la respiración de
ambos.
-Deseo que no te alejes nunca
de mí…
La voz de Elena parecía un
suave susurro entre las aceleradas respiraciones.
-Querida, terminando este
contrato, voy a pedir mi traslado a un pueblo más cercano, para así no tener
que dormir lejos de ti por tantos días.
El lazo en sus corazones tenía
la poderosa consistencia de una cadena de hierro, pues ambos compartían el
mismo sentimiento de apego, y mostraba ser permanente.
Una vez que el abrazo de Morfeo
los atrapó, Elena apoyó su rostro en el pecho de su amante…
El rabioso rugido de la
motocicleta se mezcló con el deslizar automático de la cortina metálica, y a lo
que estuvo con ambas ruedas en el empapado pavimento sintió el chasquido del
cierre eléctrico del garaje. Elena lo observaba desde la ventana del segundo piso,
con sus ojos empapados y una leve sensación de vacío en el corazón.
Edward alzó su mano, y antes de
ajustar su casco se despidió con un silencioso adiós, para un segundo más tarde
emprender su retorno a la capital.
La lluvia seguía tan agresiva
como la noche anterior, y dificultaba en gran manera el avance. Edward estuvo a
muy poco de tomar la decisión de marcharse en locomoción pública, pero como
utilizaba la motocicleta para trasladarse de una instalación a otra, se veía
obligado a correr el riesgo.
El salir del pueblo no fue tan
difícil, solo se encontró con una calle anegada, el resto se veía bien apoyado
por las alcantarillas. Lo que hacía de este viaje realmente peligroso, era que
el pavimento mojado conseguía sin mayor dificultad que las llantas se
resbalaran.
Al estar en el cruce, se
preocupó de que no viniese ningún vehículo que lo hiciera accidentarse; no
obstante, y como el agua solo entorpecía la visibilidad, no vislumbró un camión
de carga que se acercaba por su misma vía… Presionó los frenos
desesperadamente, y por culpa de la lluvia, las llantas patinaron en el
concreto, dejando así al hombre a merced de la descomunal máquina…
…El desgarrador grito de la
mujer colocó en alerta a Edward, que en menos de lo que siquiera él imaginaba
ya estuvo junto a la puerta, pulsando el interruptor. Elena yacía en la orilla
de la cama, llorando sin consuelo y temblando compulsivamente, como si de una
niña pequeña se tratara. El alma regresó al hombre, que viendo que solo había
sido una pesadilla dirigió su vista al reloj despertador…
-Las cinco… Murmuró Edward,
aproximándose al lecho.
En el rostro de su mujer
afloraba un terror latente, y esperando mermar aquella sensación la enredó
entre sus brazos.
-Lo vi.… Decía en un finísimo
murmullo Elena.
-¿Qué pasó?... ¿Qué vio?
-Al camión… En la carretera…
¡Justo en el cruce!
Edward no comprendía una sola
palabra de lo que ella decía, pero teniendo presente que la pesadilla era la
culpable, la besó suavemente en la frente y le acarició el cabello.
-Tranquila, solo fue un sueño,
nada real.
-No, tu no entiendes amor… ¡Yo
lo vi, cuando aquel camión se acercaba!... Y tú… Acalló su frase con un
sofocado lamento.
El verla llorar le partía el
corazón, y pese a que faltaban aun dos horas para salir, se quedó allí junto a
ella, intentando extinguir aquel terror que la asolaba.
Elena le relató el sueño, y a
Edward le recorrió un aire gélido la espalda. No era de creer fácilmente en
sueños, ni en otros medios para descifrar el futuro, pero el comportamiento de su
amada realmente lo descolocaba. Del tiempo que llevaban juntos jamás se había
comportado así, y eso le daba cierta importancia, aunque no credibilidad.
Una vez que ya estaba a la hora
de su partida, Elena se inquietó, y se desesperó aun más cuando se percató de
que todo lo que había visto se iba cumpliendo paso a paso. Edward salió de la
casa con el casco abajo del brazo, se dirigió al garaje a sacar la motocicleta,
y tal cual como en el sueño, Elena se quedó encargada del control remoto para
abrir la cortina eléctrica. Para su fortuna aquel maldito control se había
quedado en el segundo piso, y tal cual como en su predicción se vio empujada a
estar en el cuarto al momento de la partida de su amante.
Edward salió del garaje, y en
el preciso instante que las ruedas de la motocicleta tocaron el remojado
concreto, levantó su mano, realizando el gesto de despedida, antes de ajustar
el casco…
Las delgadas manos de la mujer
temblaron, y en menos del tiempo que esperaba ya estaba corriendo fuera, para
intentar detener lo inevitable…
Llovía a cantaros, y la
visibilidad era casi nula, pero gracias a la experiencia que tenía en el
volante Edward no tenía que temer. Desde los veinte años que manejaba
motocicleta, y esta compañera ya lo seguía por casi cinco años.
Al llegar al cruce recordó lo
que le había dicho Elena, y se detuvo un momento junto a la cuneta. Junto a él
pasó un bus interurbano, y a causa de los charcos la máquina le empapó los
pantalones.
-¿Y si Elena tiene razón? Se
cuestionó el hombre, desempañando el cristal del casco.
Luchó por contener esa molesta
intriga… Jamás había creído en las visiones futuristas, pero el recordar cómo
estaba su mujer de afectada… Alzaba desde lo más recóndito de su mente ese
empuje para comenzar a creer en las visiones.
Rozó el acelerador, y en el
preciso minuto que daría pie a tras, sus obligaciones como supervisor
alumbraron en su mente… Hoy era día de pago, y si faltaba su jefe no liberaría
los cheques, generando gran inconformidad en el personal… Quedando una única
opción, sacudirse los miedos y continuar con su camino.
El cruce estaba frente a sus
ojos, y con su mente enfocada en sus obligaciones como supervisor de la obra,
Edward pisó a fondo el acelerador, sin siquiera voltear a ver. Fue en este
punto donde ya no consiguió torcer el brazo del destino… En el mismo sentido
venía un colosal camión de carga…
Al costado de la carretera se
detuvo un taxi, del cual emergió Elena con el grito a poco de salir de su
garganta, aunque ya era muy tarde… El frente de la descomunal máquina impactó
la parte trasera de la motocicleta, sacando eyectado a su amado… El cuerpo del
hombre voló por sobre la barrera de contención, colisionando mortalmente con un
muro de hormigón…
Todo era confuso en ese
segundo, y ese grito que tanto amenazaba con salir de lo más profundo de su
garganta ya no estaba. El taxista se vio empujado a salir a sostenerla, ya que
Elena se había transformado en un pesado cuerpo sin la capacidad de sostenerse,
y lo peor de todo, que ahora caería aplomo…
La ambulancia no tardó, y a lo
que los paramédicos bajaron por Edward, ya era muy tarde… Solo era un amasijo
de carne sanguinolenta. Las protecciones no lo apoyaron en nada, la colisión
había sido de tal magnitud, que incluso el casco se consiguió agrietar.
A las horas de ocurrido el
accidente, Elena volvió en sí, y a lo que se enteró del destino de su amado,
solo tragó una bocanada de aire antes de romper en llanto… Pese a sus esfuerzos
el acontecimiento se había llevado tal cual como en aquel sueño. No le quedaban
más opciones, debía seguir viviendo, aunque fuese inmersa en la oscura soledad.
Autor: Luís Montenegro
Rojas. Graneros, Chile.