A ESE DÍA YO NO LO QUERÍA

 

 

Todos los días debía levantarme una y otra vez de mi banco pequeño. El aula era muy grande, y la distancia al pizarrón demasiado para mis ojos tan empobrecidos. Con mis anteojos tan gruesos y pesados, solo podía vislumbrar la imagen de un rectángulo negro detrás de la silueta central de la maestra Herminia. Se me presentaba siempre, como una inmensa y oscura incógnita. Las paredes del ámbito espacioso eran blancas y había dos puertas tipo cancel con celosías metálicas, en dos de los muros que daban a ambos patios. La puerta de atrás, se encontraba a nuestras espaldas y la lateral, a mi lado, estando sentada yo en el primer banco individual de una de las filas.

Si bien el día estaba muy lluvioso, nublado y demasiado fresco, el interior del salón se encontraba tibio, bien vistoso y sonoro. Es que la maestra nos había pedido días atrás, lleváramos macetitas con diferentes plantas para responsabilizarnos de ellas y colorear nuestras mañanas tan ocupadas. Mi madre me había preparado una pequeña, pintada de blanco con mi nombre destacado en negro en letras imprenta. Le había colocado tierra fértil extraída del fondo de casa, con la que renovaba la de sus macetas y puso en su interior, una plantita pequeña, repleta de brotes y una flor grande y roja de malvón. Una compañera fue aún más lejos… obsequió un precioso y amarillo canario cantor. La señorita Herminia aceptó y obsequió al aula una lindísima jaula, con soporte de pie, cuyas patas dispuestas en ondas, triangulaban ocupando un vasto espacio en el rincón áulico detrás del escritorio entre la pizarra y la pared sin puertas. Los pisos, eran de baldosas negras y blancas ordenadas en damero grande. Esto hacía confundir los límites de las patas de hierro blanco de la jaula, sobre el suelo.

 Los vericuetos que tenía que sortear para visualizar las letras plasmadas en la pizarra, se habían tornado ya más complejos. Trasladarme hasta detrás de la maestra, y en ocasiones, de una alumna si ésta se encontrare a su lado preguntando sobre las tareas. Debía mirar el pizarrón bien de cerca, para poder leer lo escrito ahí, memorizar las frases allí implícitas, posteriormente retener lo mayor posible en mi memoria, para plasmar lo recordado en mi cuaderno, una vez lograse llegar a mi asiento. En tantas vueltas e idas, tropecé con una de las patas más expuestas del largo vástago de la jaula de pie, donde un bello canario amarillo, de piquito naranja, y cola larga de plumas pardas, trinaba sin remilgos a viva estridencia, confundiendo su sonar, con el murmullo de las niñas ataviadas de blanco. Logré sentarme y plasmar con ferviente ahínco, todo lo retenido en el texto de la pizarra, cuya tarea, pretendía ultimar por fin. Sentí el movimiento acompasado del trastabillar de un lado al otro, con oscilante zarandeo, de la soberbia jaula blanca. El equilibrio no se pudo dar y por fin el pie de soporte cedió, la jaula se desprendió e impactando en el suelo, sus puertitas se abrieron. El ave asustada, volaba libremente por la espaciosa aula, cuyas puertas cerradas, recibían el impacto del animalito alado, buscando su libertad luminosa detrás de los cristales. -¡Fue ella! ¡Fue Ruxlana! ¡Señorita! ¡Fue Ruxlana! El alboroto me pareció gigante. Mi timidez, sentía mi pecho asfixiar mientras golpeteaba en él, mi corazón inquieto. Mi rostro ardiente, percibía las lágrimas aún más calientes rodar por las mejillas, mientras los cristales de mis gruesos anteojos, se empañaron y mancharon, hasta perder la visión al fin. De pié , al lado de mi banco, donde yacía mi tarea inconclusa, tuve que soportar con estoicismo, mi culpabilidad evidente, pese a que me negaba abiertamente, pues yo sentía que el miedo de tamaña situación provocada, era más grande que la sinceridad que debía demostrar. Mentir era necesario para salvar mi honor sufriente y ninguneado por mi grave error de no poder ver a la pizarra. La vergüenza a ser puesta en evidencia, tanto por la caída del pajarillo, como por mi baja visión, hicieron confundir mi mente que negaba lo innegable. Con la ayuda de una celadora, lograron capturar al pajarito, que de asustado no cantó más el resto de la mañana. Quedó bien aclarado que la idea de poner un ave en el aula, significaba un elemento distractor demasiado obstaculizante. El ave volvió con su dueña y la jaula regresó ese mediodía con la maestra. Los días pasaron, mientras yo miraba jugar a diferentes rondas, a mis compañeras de grado Primero Superior , ya que no deseaban invitarme a participar. De tanto en tanto, mientras apoyaba mi espalda acongojada contra la pared húmeda de la galería, veía acercarse a distintas niñas de mi grado o de otros más avanzados, acusando y preguntando, por la niña culpable, quien había sido capaz de voltear… a un pobre e indefenso canarito. Días después, apretaba contra mi pecho, my nombre grabado sobre la macetita, ensuciando el blanco almidonado de mi tableado delantal, mientras avanzaba en la fila, hacia la puerta de salida. Mis siete años, caminaban con leve dificultad varias cuadras, con el portafolios de cuero flor y hebillas relucientes en mi otra mano rumbo a casa. Mientras, yo miraba tristemente, el hueco tallo agonizante y casi seco, de lo que fuera mi malvón rojo ya… en su pleno perecer.

© 2016-Renée Escape –Mendoza Argentina

 (Cuento extraído del Libro: “El mundo miope de Ruxlana”)

 

Autora: Dra. Renée Adriana Escape. Mendoza, Argentina

rene.escape@gmail.com

 

 

 

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