Vengo
observando desde hace tiempo, pero creo que últimamente de manera más profusa,
el empleo preciosista del lenguaje específico de otras materias trasvasado al
ámbito de la información deportiva.
No
es que mi pasión por el fútbol, que es a lo que fundamentalmente me refiero, se
haya incrementado tanto como para desvivirme disfrutando de tales reseñas (En
este tema creo haber logrado un punto de serenidad), sino que, por razones de
gusto con estas materias, me dedicado a apuntar y, si es posible, extraer
alguna conclusión con mayor o menor acierto.
Me
he servido sobre todo de las crónicas y avances, no tanto de las
retransmisiones de los partidos.
Tampoco
acostumbro a gastar alguna hora de sueño, tratando de adivinar quién jugó
mejor, quién mereció la victoria, quién se explaya más o menos según le
permiten, en cualquiera de los programas deportivos nocturnos que se prodigan
en la radio española.
Oigo
los apartados de los informativos destinados al deporte. Porque ya puede haber
noticias relevantes en la portada o, por el contrario, escasez en las
referentes al fútbol. Los minutos establecidos se cubren aunque sea sin
referirse propiamente al balón, sino de cualquier sarao o propaganda de los
cracs que tanto proliferan.
No
pretendo ser crítico con tales prácticas, pero resulta inevitable porque en el
país y en el mundo ocurren cosas de mayor enjundia.
Vayamos
al asunto de cabecera. Y afirmemos, como no, que cualquier equipo de fútbol,
sea el vigente campeón del mundo o el actual farolillo de la tercera división,
practica su filosofía de juego, sus señas de identidad, es capaz de
reinventarse, ofrece su mejor versión, exprime al máximo sus argumentos.
Además
de cosechar sus derrotas o empates, firma, sella, certifica sus victorias. Si
se acumulan ya dos consecutivas, hablan de una buena racha que debe continuar.
En tal caso, el equipo está haciendo sus deberes.
A
menudo esta cuestión, siendo que sólo consiste en introducir el balón en la
portería, se cuenta sirviéndose de términos relativos a la venganza, incluso
bélicos. Y así, tal jugador no perdonó el marco contrario, o rompió la
maldición de no haberle marcado nunca un gol, aun habiéndose enfrentado sólo en
un par de ocasiones, o se dice que el jugador fusila al portero rival.
La
mayoría de las confrontaciones, aunque apenas haya comenzado la temporada,
serán claves, vitales, cruciales, decisivas… Y al referirse a una victoria
sobre el adversario, se consideran históricas, míticas, cumbres, irrepetibles.
En
fin; que entre tanta hipérbole, ya nos vamos acostumbrando y dejamos quizá de
darles la importancia merecida; somos los oyentes quienes estamos obligados a
buscar la objetividad y el punto exacto de interés., tanto antes como una vez
concluido el choque de marras.
Quizá
una de estas curiosas exageraciones pude escucharla de un informador, quien
aseveraba que tal victoria había catapultado al equipo vencedor hasta la
categoría de bronce del fútbol español.
Para
quienes no estén puestos en el tema, aclaro que la categoría de bronce a la que
el informador se refería es la Segunda B, formada por cuatro grupos de 20
equipos cada uno.
No
discuto si lo de catapultar supone un ascenso mucho más elevado y más rápido,
saltando grados intermedios; pero la terminología se ha magnificado también en
el deporte, al denominar Oro a determinadas categorías sin ser las primeras. El
bronce queda así demasiado raso.
Antes
de cada encuentro, el equipo, asentado en la parte noble de la clasificación y
cuyo estadio es un fortín, será capaz de dar un golpe o un puñetazo sobre la
mesa, recuperar la dinámica de juego y las buenas sensaciones, puede dar la
campanada.
Aquel
otro presenta sus credenciales, si bien acaso pague los platos rotos a
consecuencia de la última derrota del adversario. Es una prueba de fuego.
En
otro supuesto, se tratará de un punto de inflexión, de un choque decisivo,
aunque disponga de un buen colchón de puntos y deba pasar página respecto de lo
ocurrido en la jornada anterior. Tendrá que leer bien el partido y blindar la
cancha para evitar disgustos, editando los resultados obtenidos en febrero.
El
entrenador, llamado Míster o Catedrático, mueve ficha, esconde sus cartas, se
guarda un as en la manga, dispone de un plan B porque tiene mimbres y un fondo
de armario… Debe pulir los detalles, incorpora músculo, no le tiembla el pulso
para quitar a alguna de sus vacas sagradas… Se siente arropado por la grada,
pues, además, trabaja con un equipo confeccionado según su filosofía de juego.
Tal
jugador, lastrado por las lesiones, apunta a titular, pero habrá de cambiar el
chip. Este otro es muy versátil, aquel calienta banquillo, aquél todavía está
entre algodones. Entre todos ellos funciona la química.
En
fin; para revertir las situación de la escuadra, la plantilla deberá ponerse el
mono de trabajo, salir enchufada, exprimirse al máximo, reencontrarse con el
gol, firmar un buen balance, realizar un partido de champions. Ganar sí o sí,
porque ya no queda margen de erro.
El
árbitro da el pistoletazo de salida. Ambos contendientes presentan sus mejores
galas.
Al
zaguero le han robado la cartera; la defensa, una vez más, está haciendo aguas.
Se disputa el balón en el corazón del área, se juega en una baldosa, cae el
diez, pero ha sido un claro piscinazo. El trencilla pita saque de esquina,
advertido por el linier. Suben las torres.
Ahora
se está compitiendo en la sala de máquinas. Aparece el pulmón, el motor del
equipo, que es, precisamente, quien ha abierto la lata de la goleada. Mientras,
ha comenzado a rugir el graderío.
Se
produce una carrera por el carril del diez, un disparo a pierna cambiada, pero
el poste escupe el balón. Sin duda, si las ocasiones no se materializan, la
derrota está servida. Se encienden las alarmas porque los delanteros no acaban
de ver puerta.
En
esta oportunidad, el entrenador ha sabido leer el partido: ha tirado de manual,
ha realizado un cambio providencial, ya que el dorsal entrante ha conseguido
dinamitar el juego.
Menos
mal que el equipo, funcionándole correctamente la línea de creación y oxigenando
el campo por las bandas, salvó los muebles marcando en los minutos de la
basura.
En
este otro caso, el equipo local, que se medía a uno de los grandes, culminó la
remontada. Ha resultado un final de infarto. Se ha logrado una victoria
balsámica. No obstante, el Bernabéu dictará sentencia.
Nos
refieren a veces que el equipo ha tenido una actuación coral: ha conseguido dar
con la tecla, ha gestionado muy bien el partido, ha pasado por encima del contrario
y, con alguna jugada de laboratorio, ha encadenado dos victorias consecutivas;
por tanto, no sabe lo que es perder en las últimas dos confrontaciones. Hoy ha
sido un auténtico monólogo blanquillo.
La
dupla atacante funcionó a la perfección, endosándole al rival una manita, una
lluvia de goles; y eso que, en los últimos minutos, ha bajado el pistón.
A
propósito de la dupla, también existe la tripleta, el trivote, el triplete,
incluso, hablan del sextete.
Muchas
otras referencias anotaría, pero acaso resulte tedioso. Porque podríamos hablar
del concepto actual de goleada, del cambio en la numeración de dorsales
respecto de antaño, en fin, de la diferente forma de radiar los partidos. Daría
para entretenernos, como entretenidas resultaban las tardes del domingo, con
las retransmisiones futboleras de antes, nada que ver con las que aquí en
España están obligados a realizar por la amplitud horaria de los partidos de
cada jornada.
Creo
que las imágenes y las connotaciones lingüísticas pretenden dotar de mayor
prestancia al divertimento futbolístico mundial, que sólo consiste en ver cómo
se desplaza el balón con objeto de introducirlo en la portería.
Afortunadamente,
los equipos modestos, aunque no se muevan en las cantidades económicas ni
puedan competir con los grandes en las cifras que éstos cobran de las
televisiones, pueden estar satisfechos, ya que este lenguaje sirve para
reconocer sus méritos y hacer vibrar a sus aficiones con las propias batallas.
Repito
que lo aquí expuesto no significa crítica alguna respecto del lenguaje y las
metáforas utilizadas con mayor o menor acierto, sino que me he limitado a
anotar los giros que me han parecido más sorprendentes al hablar del fútbol y
que, por otra parte, aportan una buena dosis de imaginación a una información
que, en mi opinión, dispone de sobrado espacio respecto de la que se genera
diariamente.
Autor: Antonio
Martín Figueroa. Zaragoza, España.