Memorizar es repetir algo para
cumplir con algún cometido objetivo. Recordar es traer al corazón. No otra cosa
es lo que hago cuando me comunico con ustedes.
1966 marcó en mi existencia una
etapa definitoria. Obtuve mi primera suplencia en la escuela. Comencé los
estudios universitarios y conocí a Armando. Esos hitos sólo adquieren dimensión
desde el hoy. El profesorado en filosofía me permitió trabajar en el ámbito
universitario en el que desarrollé posibilidades de formación para mi labor
docente ya que entre otras cosas ese título me permitió obtener una beca del
gobierno mendocino para asistir en Buenos Aires a un curso de 40 días sobre
integración escolar. No es necesario que abunde en las ventajas que ofrece la
conclusión del ciclo universitario la primera suplencia como maestra marcó mi
existencia con la certeza de que mi decisión de trabajar con niños no tenía que
ver con que esos niños no vieran. Sin embargo, esa certeza se extendió a otra:
el no ver de mis niños me hacía comprender cuanto había que hacer para que las
porciones de mundo que se les quedaban mudas podían emitir desde lo pedagógico
señales altamente enriquecedoras. El aula es una posibilidad de incrementar
conocimientos, no cabe duda alguna, pero, si no se implantan estos
conocimientos en el repertorio de las vivencias de los niños esos conocimientos
les servirán de muy poco. Creo que es necesario que los chicos no sientan lo
que aprenden como algo ajeno a su cotidianidad. Esa etapa en la que pueden
adquirirse nociones que acaso no tengan que ver con lo cotidiano llegará, debe
llegar y el docente tiene que ayudar a que así suceda, mas, este paso no es
decisivo hasta el último ciclo de primaria que marca el inicio de la adolescencia.
Podría pensarse que ya mi experiencia docente es sólo pasado pero no es así. De
la misma manera que aunque la menopausia acabe con la posibilidad de concebir
sin que por esa razón dejemos de ser y de sentirnos madres, la jubilación no
hizo que yo dejara de ser ni de sentirme maestra. Antes de ejercer la docencia
ya era docente en el deseo como ahora lo soy en la memoria y creo que si se
diera la oportunidad me encantaría dictar talleres para maestros en ejercicio,
sí, me encantaría escucharlos y dialogar con ellos acerca de la mejor manera de
enseñar lecto-escritura ahora que los chicos están poco motivados a aprender
Braille a causa de que disponen de medios de comunicación más rápidos y menos
complicados en cuanto a su dominio. Me parece que es un debate que no habría
que eludir: en el caso de los niños se requiere un análisis profundo y sincero
respecto de los diversos modos en los que pueden leer y escribir para sacar el
mejor provecho de cada uno. Disculpas, me fui de nuevo. Vuelvo a las implicancias
de aquel 1966. Aunque a vuelo de pájaro me he referido a la iniciación de mi
etapa universitaria y también de mi etapa laboral. Me falta sólo referirme a la
etapa de decisiones que en el ámbito personal me trajo el conocimiento de
Armando. Pero, ¿saben? Quiero contarles algunas experiencias de aquellos años
de maestra y quiero hacerlo porque en estos días estoy asistiendo a pequeños
acontecimientos que al atarse entre sí me hacen sentir muy dichosa. Siento algo
así como lo que debe sentir un viejo viñatero al que pasado mucho tiempo le
convidan un vino que le gusta mucho y luego de beberlo se entera de que ese
vino fue hecho con las uvas de su viña. Allá vamos ¿me acompañan? Las paredes
del aula que, desde luego otorgaban libertad no le bastaban a mi ansiedad por
hacer hablar esa parte de mundo enmudecida en los chicos por falta de
ocasiones. Entonces, con la ayuda de papá, cuando no, programé una serie de
excursiones no convencionales: papá habló con gente conocida suya para que nos
recibieran y visitamos bodegas, un criadero de pollos, una carpintería y varios
comercios. Por casualidad, sólo por casualidad como podrán imaginar, los
lugares que visitábamos estaban en Rodeo de la Cruz, sí claro, mi pueblo.
También y por casualidad después de cada paseo recalábamos en mi casa donde
mamá nos esperaba con café con leche, chocolate o algo fresquito según la
estación: los chicos entraban en mi escritorio y yo les mostraba los materiales
que usaba para preparar las clases que les daba y la organización de los materiales
que utilizaba para estudiar. No era en esos momentos la maestra de su grado
sino una persona ciega algo mayor que ellos, una persona ciega que no les
ocultaba sus dificultades ni minimizaba los logros que podían obtener mediante
el esfuerzo y el entusiasmo por aprender por vivir. No catequizaba, mostraba mi
cotidianidad frente a ellos. Después, después siempre había un plus: una vez
fuimos a la central telefónica y uno de los chicos avisó que no los esperaran a
almorzar porque “íbamos a comer algo por ahí”. Ya pueden advertir lo que
significaba eso para chicos que vivían lejos de su casa y por tanto estaban
siempre sujetos al horario y a las comidas de la institución. Naturalmente que
las autoridades escolares ya sabían que eso podía ocurrir, los que no lo sabían
hasta último momento eran los chicos. En otra oportunidad y a fin de que
aplicaran lo que habían aprendido sobre la redacción de telegramas (arcaico
¿verdad?) fuimos al correo y les hicieron un telegrama a sus compañeros de
escuela deseándoles felices vacaciones. Sí, sí, sí, me emociona recordar no
sólo la alegría de quienes enviaron el telegrama sino y acaso mucho más la
alegría de quienes lo recibieron. Las una directora me dijo que seguramente los
chicos me querían tanto “por solidaridad de ciegos”; en aquel momento sufrí por
supuesto pero ahora, ahora sé que los chicos me querían porque sabían que yo
los quería a ellos con toda la esperanza puesta en su crecimiento. Me
encantaría seguir hablando acerca de estas cosas pero no es bueno abrir tanto
el espectro de este encuentro, por tanto, si a algún lector le interesan puede
encontrar un ejemplo de mi concepción pedagógica en la revista “integración”
publicada por la ONCE en febrero de 1993. Pero la historia que iba a contarles
tiene en cierto modo relación con esa manera en que viví con mis niños esos
años. En una comunicación anterior les había hablado de una pequeña que estaba
con anginas cuando me tocó dar clase en el aula-dormitorio. La inteligencia de
Alicia no es común. Tampoco lo es su fuerza. Ella fue la que me escribió una
carta cuando me iba a casar pidiéndome que no me convirtiera en una señora
seria de esas que ya no pensaban más en sus alumnos. Ella fue la que aprendió
de memoria “mi planta de “naranja lima”.concluido su ciclo primario regresó a
su hogar. Las condiciones de distancia y sus escasos recursos le impidieron
seguir estudiando. Se casó con un trabajador de viñas que, aunque ella no vea
se apoya en su fuerza y en sus conocimientos ya que él no pudo ir a la escuela.
Alicia tuvo tres hijos. El menor es también ciego. Tiene un varón mayor y una
hija, la del medio que está esperando bebé para estos días. Alicia, mi niña
está por ser abuela, ¡qué horror! empiezo a comprender que soy más que vieja.
Lo cierto, lo que me hace experimentar la alegría de que les hablé es esto:
Alicia estaba preocupada por las compras que tenía que hacer para el nacimiento
ya que el esposo de su hija es también trabajador de viña y aquí con ese
trabajo se gana muy poco. Pilar, mi hija me dijo: no te preocupes mami, yo
tengo todo eso…. ¿Cómo lo llevamos? Yo te llevo –me respondió- y allá partimos
Pilar, Fausto de siete años, Iván de cuatro y Mauro de dos. Alicia vino a
esperarnos a la ruta con sus tres hijos. Me abrazó como si yo fuera la niña que
ella fue: tocó mi cabeza para saber si llevaba el mismo corte de pelo…. Su hijo
menor va a rendir unas materias en el terciario de un instituto de música pero
su computadora no funciona. La computadora está en mi casa. La ha arreglado mi
hijo Gabriel que esta tarde irá a llevárselas. ¿Se dan cuenta de la corriente
de amor por la que he tenido la dicha de transitar? Mis padres mimaron a Alicia
cuando era pequeñita y ahora que va a ser abuela comparte experiencias con mis
hijos. No, claro que no es vanidad: es haber tomado ese vino que fue de las
uvas que un día tuve la dicha de cosechar. Ustedes también saben que no se
trataba de solidaridad de ciegos ¿no? Pero quiero compartir con ustedes algunas
reflexiones que no son tan gratas hace 40 años que Alicia egresó de la escuela
primaria. Vivió en el internado con dos hermanos suyos que también tienen
problemas de vista y que también han tenido hijos con problemas. Como habrán
advertido se trata de una familia con severos problemas de orden genético
¿Quién se ocupó de ellos? Naturalmente el comentario es ¡que pena, pobre gente!
Esto en el mejor de los casos ya que en el peor de los casos la pretendida
piedad culmina en apreciaciones cuya dureza pueden ustedes imaginar: lo cierto
es que una sobrina de Alicia tiene un niño ciego. Estamos en presencia de la
tercera generación. Repito la pregunta que me hago con angustia ¿quien se ocupó
de esta atribulada familia? Ni el hijo de Alicia ni sus primos ni su sobrino
nieto han cursado en el internado; el internado ya no existe y eso es bueno
pero…. ¿Qué educación han recibido? Un exiguo nivel primario en una escuela que
no es exclusiva para niños ciegos sino que se comparte con niños afectados por
otras patologías; alguno ha sido integrado en escuela común prácticamente sin
apoyo escolar. El hijo de Alicia y dos de sus primos han cursado el secundario
recibiendo una formación escasa y ahora cursan estudios de música en un
terciario ¿todos tienen vocación para lo mismo? ¿Ninguno quiere hacer otra
cosa? Esto es válido para los varones: las chicas…. Ni eso (yo sé de la
existencia de cuatro, dos de ellas con discapacidad múltiple) ¿nunca nadie se
ocupó de ellos? No quiero ser injusta. Cuando se aproximan las elecciones
aparece algún aspirante a diputado o a algún cargo en el área de discapacidad:
los descubre y pum…. Si lo eligen no se acuerda más del tema, si consigue el
cargo…. Tampoco y si no obtiene nada…. A buen entendedor pocas palabras no se
asombren de mi apasionamiento puesto que la familia de Alicia no es la única
que está desprotegida: sin demasiado esfuerzo advierto que entre los que fueron
mis alumnos sólo los que dispusieron de recursos económicos importantes o de
condiciones personales excepcionales pudieron hacerse un lugar en el ámbito del
trabajo, trabajo en el que incluyo los oficios, las profesiones y esas otras
extrañas circunstancias en las que una persona disfruta de un buen empleo.
¿Somos privilegiados? Naturalmente que sí. Cuento con los dedos de la mano los
casos en que chicos que fueron alumnos míos y que hoy son adultos ocupan un
sitio adecuado en la sociedad, en cambio, cuento con espinitas del alma,
muchas, los casos en los que personas valiosas viven con una pensión de pena,
acuartelados y a veces demasiado resignados a su suerte, los comprendo, y a
veces llenos de rabia, no los juzgo: de los unos y de los otros me duelo y ya
sé que no tengo culpa alguna pero…. Me parece que mis sueños no sirvieron…
Este relato deshilvanado
comenzó con referencias a 1966, año que marcó un año duro en Argentina: una de
nuestras horribles dictaduras. Sólo un profesor de la facultad se atrevió a
decirnos que aunque todos estuviéramos tristes teníamos que entender que en
nuestra situación “estudiar también era hacer patria porque teníamos que
intentar ser útiles y formados”. Los centros estudiantiles estuvieron
prohibidos un largo tiempo: cuando se levantó la interdicción, Armando y yo,
como tantos, comenzamos a participar en ellos. Lo hicimos con una ingenuidad
palmaria: no aceptábamos ninguno de los dos extremos-extremismos tal vez- y no
queríamos ser ni tibios ni complacientes con ningún régimen. No sé de donde
sacábamos ni tiempo ni fuerzas. Los dos trabajábamos. Estudiábamos los fines de
semana y cuando teníamos algún examen nos reuníamos en mi casa después de las
clases para estudiar hasta que podíamos ya que al día siguiente había que
volver al trabajo. Sí, naturalmente, teníamos algo más de veinte años y nuestro
entusiasmo estaba intacto. Armando fue presidente del centro y yo estaba
orgullosa de ser su amiga. Una tarde les estaba hablando a los chicos de la
Revolución de Mayo y para que les llegara mejor hacíamos una dramatización en
la que ellos gritaban enfervorizados: “viva la patria, abajo los tiranos”. Se
acercó una celadora y me dijo que querían hablar conmigo en dirección. Pensé:
otra tontería de esas que tanto me mortifican…. Me esperaba la directora con el
profesor de música que no era otro que aquel muchachito ciego que cuando yo
tenía tres años, al igual que ahora me llevaba diez. Me hicieron sentar y me
dijeron que había pasado la policía advirtiendo que tuvieran cuidado en la
escuela porque había una maestra subversiva…. Temblé tanto que la directora le
dijo a mi amigo: “está muy pálida, se va a desmayar”. Entonces, recién entonces
comprendí que era una broma. . Completamos el ciclo universitario en el tiempo
exacto: los dos éramos lo que hoy se llamaría “tragas”. Así es que en 1970
obtuvimos nuestro título. Como Armando fue el primer promedio de la facultad
subió a recibir su diploma; yo alcancé el tercer promedio así es que él tuvo el
tiempo fusto para recibir su diploma y esperarme en mitad de la escalera para
acompañarme a recibir el mío. ¿Imaginan el abrazo que nos dimos? Bueno, después
de ese abrazo pasaron cuatro años. Salíamos los fines de semana, íbamos a conciertos
y conferencias, al cine o al teatro, comenzamos a estudiar alemán…. Un día
fuimos a la montaña con un matrimonio amigo y a Tito se le ocurrió bajar en
punto muerto: él auto bajaba como loco y no se podía poner el freno de mano: a
la derecha estaba la montaña y a la izquierda el precipicio. Por suerte logró
tirar el auto contra la montaña y como ya habrán adivinado, nos salvamos. Al
día siguiente fuimos a tomar algo y Armando me dijo que esa mañana había
hablado con su padre que sin dudar le preguntó ¿me vas a hablar de casamiento?
Y acto seguido ¿connosco la novia no? Me quedé de una pieza pero él agregó de
inmediato: supongo que no me vas hacerme pasar el papelón de no querer casarte
con migo…. Una amiga nos había sacado una foto en el momento del abrazo y nos
la regaló cuando supo que éramos novios. Nos aclaró que si eso no pasaba jamás
la hubiera mostrado. La foto está en el comedor de casa y quienes no nos
conocen preguntan ¿es la foto de casamiento?... todavía no reímos al pensar que
todos menos nosotros sabían que estábamos enamorados.
Sólo estuvimos de novio tres
meses porque Armando decía que con mi madre había que pasar de amigo a marido y
la verdad es que tenía razón porque desde que lo supo no quería que saliéramos
solos. Armando le decía: “mire doña Francisca (mis padres tenían el mismo
nombre: Francisco y Francisca) si queríamos hacer algo ya lo hemos hecho, y si
no lo hemos hecho ¿Cómo lo vamos a hacer ahora tan cerquita de la boda? No
saben como se enojaba. Lo cierto es que como habían pasado cuatro años y los
dos trabajábamos pudimos comprarnos una casita muy pero muy humilde:
convertimos en dinero, la heladera que nos iba a regalar el papá de Armando y
el juego de comedor que nos iba a regalar el mío. Nada, nada importaba. Armando
trabajaba en la facultad de filosofía y yo en la escuela y en la Facultad de
antropología escolar que dependía de una universidad provincial recientemente
creada. Dictaba didáctica en la carrera de profesorado para deficientes
visuales. Me gustaba poder compartir mis conocimientos y mis experiencias con
quienes serían docentes en la escuela donde yo ya era titular pero…. En 1976,
otra dictadura, no sé si la más sangrienta pero sí la más conocida por su
intransigencia cerró la facultad donde yo trabajaba. Casi a puertas cerradas
las alumnas que estaban cursando terminaron la carrera. Los profesores fuimos
cesanteados y ellas cursaron con quien quisieron los señores coroneles. Mi
cátedra fue ocupada (todavía hoy me duele) por una persona a la que yo quería
muchísimo pero cuyo título era el de licenciada en… farmacia; sabía escribir
Braille, jamás había dictado una clase.
En ese año nació nuestro primer
hijo, Pablo Rafael que no logró sobrevivir a su prematurez. Fue horrible para
nosotros, duele aún. Quince días después nació nuestro segundo hijo, Gabriel
Armando. Fue una sorpresa de la vida: estábamos vacíos pero nada hicimos para
que sucediera lo que sucedió. El bebé quedó abandonado y lo esperaba un largo
proceso de institucionalización hasta que lo pusieran en lista de adopción. Nos
preguntaron si queríamos erigirnos en guardias en ese lapso. Naturalmente no
había seguridad de que nos concedieran la adopción ya que teníamos varios
impedimentos: nos faltaba edad, podíamos procrear y yo era ciega…. Es decir, no
estaba apta para adoptar. Aún así ¿Quién cerraba los brazos ante el misterio?
¿Desobedecer? El bebé había nacido en el mismo hospital que Pablito. Nos lo
preguntaron casi de noche pero harían el último intento de que su progenitora
no lo dejara…. Yo le pedí a Dios que no renunciara a su hijo: sabía lo que
significaba la pérdida, empero agregué que si no era posible convencerla yo
estaba dispuesta a ser su madre mientras la vida me lo permitiera. Ni siquiera
alcanzamos a saber si era nena o varón. No fue fácil para nosotros,
especialmente para mí: todo había pasado como un viento loco y yo no podía
discernir entre mis sensaciones de dolor y de alegría; viví algunos días en un
torbellino que me hacía sentir culpable. ¿Lo creerán? En esos días se cambió la
ley: yo podía ser mamá legal y ya no era necesario que no se pudiera volver a
procrear: menos mal porque…. Cinco meses después me quedé embarazada de Pilar.
Lo dije con temor en una de las entrevistas del juzgado y una jueza me dijo: si
es nena tendrá la parejita y no tiene nada que temer por su ceguera; era un
absurdo, si podía concebir y ser madre ¿por qué no iba a poder adoptar? Una vez
más la exclusión, el prejuicio enfrentándome. Algo maravilloso fue que como se
habían olvidado de cortarme la leche y yo me negué a vendarme los pechos, y mi
madre al verme sufrir tanto me extraía leche (llorando las dos)cuando llegó
Gabriel el proceso de lactancia no había remitido totalmente…. Lo pude
amamantar tres meses. Mi madre decía: yo sabía que algo maravilloso tenía que ocurrir
porque Dios no quería que sufrieras tanto. La llegada de Pilar fue otro milagro
para nosotros. Era mucha la felicidad pero el esfuerzo de trabajar y cuidar a
dos niños tan pequeñitos unido al hecho de que nuestros padres eran muy mayores
y era más el apoyo que requerían que la ayuda que podían brindar me superó. Ya
había perdido la cátedra universitaria y sí….aunque no lo crean renuncié a la
escuela. ¿Para siempre? A riesgo de repetirme, con el peligro de aburrirlos si
les interesa puedo continuar con estas memorias con este recordar, traer al
corazón con la siempre renovada esperanza de que comprendan que es lo único que
por ahora tengo para darles.
Autora: Lic. Margarita Vadell. Mendoza,
Argentina.