e visita en México, fuimos a uno de los lugares más
visitados del país Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Conforme nos acercábamos al corazón del pueblo, un desfile de
trajineras ancladas a la orilla del lugar, nos recibía con sus alegres nombres
y colores.
Los establecimientos gastronómicos permanecían cerrados pues
no es común que los visitantes lleguen antes de las 9 de la mañana como
nosotros.
Un cartel anunciaba el precio por dos horas de recorrido por
los canales y una vez que nos pusimos de acuerdo con el propietario de la
trajinera le pagamos, pero no tenía cambio y fue a buscar cómo darnos nuestro
vuelto.
Bien pudo ser un estafador y no el propietario de la embarcación,
pero la suerte nos acompañó y pronto estuvimos en marcha.
Una larga vara -hábilmente manejada por el remero- puso en
marcha al transporte acuático que nos permitiría recorrer esos canales tan
llenos de historia.
No se escuchaban las flautas construidas con tobillos
humanos ni las calabazas a medio llenar por el agua del lago en
rítmicos compases producidos por el hueso del muslo de alguna víctima que
ahora estuviera -como antaño- en manos de su enemigo. El hombre, de pie, nos
decía que en ese lugar, había mucho lodo y nos mostraba la vara con casi un
metro de barro, lo que hacía más pesado su trabajo.
Los patos nos seguían como lo hacían sus ancestros cuando
eran atrapados en redes o bien, sorprendidos por los niños que nadaban al
estilo perrito con una calabaza en las cabezas para no llamar su atención
mientras los sujetaban por las patas para hundirlos y que no dieran pelea.
-Vean esos lirios, decía el guía mientras movía la vara,
aunque son muy bonitos, crecen mucho y le quitan el espacio a los canales hasta
que los hacen desaparecer y es que no en vano, Xochimilco significa en su
idioma náhuatl: “En el lugar de la sementera florida”.
El tiempo transcurría con la misma suavidad con que nos
deslizábamos por los diversos canales.
Por allá unas garzas nos miraban aburridas, por aquí unos
peces saltaban curiosos y luego el silencio.
Cerré los ojos para imaginar qué pasaría 5 horas antes 500
años atrás. Imaginé a los sacerdotes dirigiéndose al templo con algunas
codornices en las manos, aves muy comunes en los hogares por su capacidad de
exterminar los abundantes alacranes.
El sol desperezándose con sus rojos destellos observaba con
su ojo luminoso correr la sangre del sacrificio que “fortalecerá” al dios Sol
para que al mediodía muestre con sus potentes rayos, el vigor que le imprimen
los actos de sus súbditos.
Dos horas más tarde, el navegante acercaba su trajinera que
luce al costado el emblemático nombre de Xochimilco, para
que bajáramos y continuáramos nuestro peregrinar por sus tierras aztecas.
Autor: Roberto Sancho
Álvarez. San José,
Costa Rica.