Teotihuacán.
Lugar donde los hombres se convierten en dioses
Me encontraba en la ciudad de México y a 45 kilómetros de
poder pisar la tierra de una ciudad pre hispánica famosa por sus pirámides.
Con mi familia y dos amigos, abordamos el bus y antes de dos
horas ya estábamos recorriendo esa tierra tan emblemática para los amantes de
la historia quienes la declararon Patrimonio de la Humanidad.
La afluencia de p´´ublico, la gran cantidad de vendedores y
mi recuerdo de haber escuchado hablar de dos importantes pirámides: la del sol
y la de la luna, acrecentaban mi expectativa por acercarme a los monumentos
arqueológicos.
El sonido de un animal que por cientos de capítulos
escuchados en radio novelas mexicanas de los 60 y 70, llamaron mi atención.
Era el efecto de sonido de un jaguar que en esas aventuras
donde Taholamba y Arandú se enfrentaban a los temibles mamíferos, ahora, salían
de pequeñas figuras de barro puestas a la venta por los lugareños quienes
regateaban los precios con los turistas.
No pensaba detenerme para adquirir dichas piezas pero mis
acompañantes lo hicieron varias veces y en una de ellas, de la cantidad de
productos que ofreciera un lugareño, el brillo del sol y el intenso azul que
bañó mi retina, hizo que preguntara de que se trataba.
Mi hija puso en mis manos una pesada esfera algo mayor al
tamaño de una gran naranja.
“mire patroncito” me dijo su propietario, es una piedra de
topacio, yo mismo la trabajé y mientras ellos seguían viendo otros productos,
mis dedos recorrían la liza superficie de la piedra preciosa
Los antiguos creían
que curaba problemas visuales, daba fuerza, eliminaba el insomnio y sus poderes
místicos cambiaban con las fases de la luna.
Así las cosas, decidí adquirirla pero primero la devolví a
su lugar.
Ellos compraban y yo no quería regatear.
Un rato más tarde, dije al “indiecito” me interesa su piedra
pero no voy a regatear estoy dispuesto a pagarle esta cantidad (40% menos del
precio solicitado ya que aconsejan pagar un 33% menos de lo pedido pero se
puede alcanzar hasta la mitad).
El hombre se detuvo, me miró por unos instantes, tomó la
piedra y la colocó en mi mano.
Luego colocó una mano sobre la mía y la otra sobre la
piedra.
Cerró los hogos e hizo una oración imagino que en idioma
náhuatl.
Me dijo que yo tendría buena suerte, salud, y muchas cosas
buenas más que por la emoción del momento no recuerdo ahora pero que elevaba el
precio de mi topacio a valores por enzima de los económicos.
Luego con mi carga en la mochila y mi cuerpo sensible a las
energías circundantes.
Subí las pirámides de la luna y el sol, en ésta última, me
coloqué en el centro de la superficie, levanté mis brazos, respiré profundo y
dejé que el universo llenara cada átomo de mi ser.
Autor: Roberto Sancho Álvarez. San José, Costa Rica.