Ser un adulto.

 

 

Llegar a la edad adulta es, desde luego un proceso y sólo por requerimientos extrínsecos es dable señalar paraillo un momento puntual. Creo que en mi caso el punto señalado es 1965 porque fue el año en el que concluí mis estudios secundarios. Este hecho hubiese significado algo no demasiado importante si se hubiese tratado únicamente del bachillerato que me posibilitaba el ingreso a una carrera universitaria pero junto con el título de bachiller obtuve el de maestra. A estas alturas de mi comunicación con ustedes, no es necesario que les explique lo que ese título de maestra significó. sin embargo, y por honestidad con los lectores voy a retrotraerme en el tiempo.

Aún hoy me resulta incomprensible la resistencia que se hizo en primer lugar a mi ingreso a la escuela de magisterio, después a que se me otorgara el título y finalmente a que me desempeñara como docente, pero así fueron las cosas.

Eran seis los años de cursado en el colegio. Los tres primeros cursos eran básicos para todos los colegios, que, como ya les he contado dependían y aún dependen de la UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO. En los tres últimos cursos se enfoca la enseñanza a diferentes orientaciones: comercial, agrícola, humanística y, en el caso de la escuela de magisterio, como es natural, pedagógica. Por tanto, en el cuarto año del colegio, primero de la orientación pedagógica comenzábamos a observar clases en la escuela en la que haríamos prácticas docentes. En quinto año hacíamos prácticas de una clase que no duraba más de una hora. En sexto practicábamos en jornada completa y sobre el final del curso realizábamos lo que se denominaban prácticas intensivas y consistían en que llevábamos un grado durante una semana completa. La calificación dependía de la maestra del grado en el que practicábamos y de la profesora de prácticas del colegio, en mi caso también podía intervenir la profesora que habían asignado para que me diera nociones específicas sobre enseñanza a deficientes visuales.

Una vez más en mi contacto con ustedes acudiré a los ejemplos: antes de la primera práctica fui a la escuela el día anterior para hacer un reconocimiento del aula…. El día de la práctica me anunciaron que la clase se daría en otra aula…. La maestra de grado me asignó como tema la hidrografía de América, preparé el mapa con toditos los ríos más importantes del continente: me dijeron que no había sido correcto porque no estaban todos los ríos de Sudamérica; alegué que me habían indicado que…. Pero, me respondieron tenías que haberte dado cuenta que para nosotros lo importante es Sudamérica: extraño razonamiento ¿no? Otro tema sobre el que debí hacer una práctica fue el Renacimiento; me asesoró un profesor de historia del arte que era el esposo de mi profesora de piano: hasta conseguimos estatuillas de fácil reconocimiento y en las que se podían analizar las características de ese período, también conseguí fragmentos escogidos de música barroca. La propia maestra del grado dijo que el tema era tan interesante que se extendería por más de una hora, yo estaba radiante. Pero…. Los alumnos no se engancharon, tocaban los objetos a desgano, escuchaban la música sin ninguna manifestación, y, lo más extraño, no preguntaron nada en las dos horas de clase: la crítica que se me hizo fue que no se logró el interés ni la participación de los alumnos. Cuando les pregunté a los chicos si se aburrieron en clase me dijeron que se habían quedado con las ganas de preguntar porque les había encantado el material pero que les había indicado su maestra que no debían interrumpirme en ningún momento para que yo expusiera mis conocimientos y pudiera lucirme…. ¿malevolencia? No, yo creo que el prejuicio denota ignorancia y la ignorancia se convierte en un obstáculo racional tan firme que acaba por ser malevolente

Pueden imaginar con cuanta pasión y con cuanto de responsabilidad preparé las prácticas intensivas que debí hacer en un grado múltiple, especialmente elegido para una practicante ayuna de toda experiencia; a nadie se le escapaba que era, por decirlo de algún modo, la parada más difícil. Igual, el grado sería mi grado por una semana. Uno de los temas que me asignaron fue: el reino animal. Llevé pollitos bebés, una oveja disecada que sacamos de un museo, un tucán que mi padre consiguió por medio de un camionero conocido suyo que viajaba al Chaco…. La docente del grado tenía la obligación de estar durante mis clases pero brilló por su ausencia; tampoco se apareció ninguna autoridad de la escuela. Yo estaba francamente preocupada. La profesora de la escuela de magisterio que había tenido su primer contacto con una persona ciega al conocerme a mí, sí que me observó: al terminar la clase me abrazó diciéndome” esto es o tuyo, naciste para ser maestra y, aunque sigas otra carrera, -repitió- esto es lo tuyo”. Huelga decir que toqué el cielo con las manos. Bueno, la escuela debía emitir su dictamen que sería complementado con el de la profesora del colegio: yo pensé, ya está la mitad, pequé de ingenua; el último día de práctica me dijeron que aún no se habían puesto de acuerdo la maestra de grado y las autoridades; me citaron para la semana siguiente: no habían tenido tiempo de presenciar las clases pero les parecía….¿adivinen? que no había llevado suficiente material didáctico: no vieron la oveja ni oyeron las exclamaciones de los chicos, no sólo de los de mi grado(aún ahora me enternece decir migrado). No se habían enterado de nada. Ese dictamen adverso equivalía poco más o menos a ser reprobada. La indignación de la profesora del colegio corrió pareja con la de mis compañeras, algunas de las cuales habían asistido a mis clases. Entonces, la profesora dijo que aceptaría el dictamen si lo fundamentaban por escrito: ¿Qué imaginan que pasó? Alegaron que no habían podido observarme por lo que no podían emitir ningún juicio por escrito, por esta razón sugerían que hiciera las prácticas de nuevo, por su puesto con otros temas. Creí morir pero…. La profesora del colegio los mandó… bueno, esto es una revista seria y yo soy muy recatada…. Presentó el caso a las autoridades de magisterio que resolvieron, ya me había ganado el respeto de la institución, resolvieron digo que sólo se tuviera en cuenta la calificación de la profesora de prácticas…. Mirá Vadell, me dijo, te pongo 9,83 para que no piensen que te regalo nota. Claro que sí, más de una vez pensé en continuar en la universidad y abandonar mi proyecto de vida. Lo pensé pero no lo hice porque sabía que dejar de ser maestra equivalía para mí a dejar de ser.

En ese mismo 1965, en la semana que precedió a mis célebres prácticas intensivas, viajé a la provincia de Córdoba para asistir a un congreso en el que se creó la FADIC, “         FEDERACIÓN ARGENTINA DE INSTITUCIONES PARA CIEGOS”. Era mi primera experiencia en esas lides; era la primera vez que me encontraba con personas ciegas de otros puntos del país. Mee impresionaron su autonomía, su modo de insertarse en el mundo y sus conocimientos acerca de ámbitos de la realidad que yo ni siquiera sospechaba. Descubrí que algunos de ellos eran dirigentes natos y apasionados mientras que otros estaban allí por solidaridad o por algún interés que poco tenía que ver con lo solidario.

La directora de la escuela de ciegos de Córdoba también asistió al congreso, ya lo creo que asistió. Participaba de la misma certeza de que una persona ciega no debía ser docente, bueno, sí, podía siempre que no se le diera el título de tal y, naturalmente siempre que no se le ocurriera ser su colega. Por supuesto se enteró de que yo estaba a punto de terminar la carrera y me hizo una invitación sorprendente: me invitó a que al día siguiente fuera a la escuela y diera una clase sobre un tema que me indicarían al llegar. La cordialísima invitación fue rubricada con un: “si querés ser maestra vení y demostrá. La invitación fue hecha cuando ninguno de los dirigentes de las instituciones que iban a federarse pudiera oírla. Le dije que eso no correspondía y que yo no tenía ningún motivo para probar mis aptitudes ante ella. No me atreví a denunciar el atropello porque era demasiado tímida. Ya imaginarán la sensación de inseguridad que me invadió: me sentí cobarde, pusilánime y me flagelé de todas las maneras posibles. Por la noche lo comenté con quien fue el primer presidente de la flamante federación…. Su indignación corrió pareja a la ternura con la que me trató. Era el señor José Fernández, un personaje increíble de esos en que las dificultades nunca cesan y la fortaleza nunca mengua. Desde ese momento fue mi mentor y, junto al doctor en leyes Carlos Caparrós salvó cinco años después mi carrera universitaria.

La situación en la que hice las prácticas intensivas a las que ya me he referido fue durísima, pero, ya no estaba sola.

No cuesta imaginarla explosión de júbilo que se produjo en todo mi entorno cuando por fin llegó la hora de que recibiera el título de maestra. Los días previos y los que le siguieron, y, desde luego la misma ceremonia de graduación no fueron una alegría. Fueron un estado de gozo, un modo emocionado de vivir. ¿S                     e animan a adivinar cuantos ramos de flores me regalaron? ¿no? bien, nada más y nada menos que 17. Tres misas, almuerzos en casa de compañeras, la cena de egresada en la que bailé con Antonio, mi hermano que no cabía en sí de orgullo y que caía muy bien entre mis amigas…. Un copetín en el colegio donde brindamos con los profesores. Los encuentros con mis amigos de la JUC (JUVENTUD     CATÓLICA UNIVERSITARIA), el trencito por las calles cercanas al colegio con un moño en la cabeza…. No me privé de ninguno de los rituales propios de esa etapa, pero, nada comparable al original festejo de papá. Abrió la puerta del zaguán en una cálida y soleada mañana de noviembre y en mitad del corredor puso una mesa con masitas y un vino dulce y fresco: había que verlo a don Pancho convidando a los vecinos porque su hija se había recibido de maestra y eso era lo que ella quería: el brindis más importante fue con el cartero: “ven a tomar una copa, tú tienes mucho mérito porque acarreaste los libros pesados”. Pero Pancho, decía el cartero: estoy trabajando. ¿Y eso que importa? Yo le cuento al jefe del correo y listo. El cartero entró y brindó con nosotros como brindó la vecina que me leía cuando mi hermana no podía hacerlo, el vecino que alguna vez me había ayudado a cruzar la calle…. Sí, tienen razón: pero no están húmedos los ojos, las lágrimas caen, como entonces, blandas como pétalos, dulces como uvas y agradecidas como plegarias como protagonista de aquellos bellos recuerdos sólo está conmigo mi hermana                     Bárbara, que para todos será siempre Bita y no es poco para mí: fue mi compañera de juegos en la infancia y en toda mi época de estudiante la voz infaltable. Supo dictarme partituras musicales, supo transcribir Braille no sólo en castellano sino también en griego y en francés, y supo leer en voz alta a tal punto que cuando se casó le costaba entender lo que leía en forma silenciosa. Por fortuna, cuando ella viajó a Europa y más tarde cuando contrajo matrimonio tomó la posta Mari, una vecina que lo fue de mi corazón del que no la desalojó ni la muerte. En la casa en que pasaba las tardes, sí, esa en la que una voluntaria me leía, donde me reunía con algunos amigos para discutir sobre religión o sobre arte, trabajaba una joven que me regaló un bellísimo camisón. Sé que concretó algún sueño secreto cuando yo concluí mis estudio secundarios.

Después de un verano maravilloso ingresé en la universidad. Al comienzo todo anduvo sobre rieles: aunque con mayores exigencias, las materias a cursar eran menos que en el bachillerato. Lo más complicado pudo haber sido el estudio del latín pero yo lo había iniciado en el secundario así es que no fue traumático lo traumático comenzó con uno de los hechos más felices de mi vida. Aún no había concluido el primer cuatrimestre cuando me llamaron para hacer un reemplazo en la escuela. Se había enfermado una maestra que era también reemplazante y no había quien cubriera el cargo: grado múltiple como en las prácticas, grado múltiple en los cursos superiores. La alegría y el miedo corrían carreras en mi ánimo todos los días pero yo ya sabía que el miedo indigesta pero no mata si lo están pensando están en lo cierto: me convocaron porque no les quedó más remedio y si imaginan que no faltaron palos en la rueda también lo están. No me resultó difícil la tarea de enseñar pues LOS               chicos eran adolescentes encantadores lo terrible era presentar la planificación ante las autoridades: cometí errores tan graves como no poder presentarla en hojas cuadriculadas…. En vez de escribirla a máquina tuve que dictársela a alguien para que cada ítem estuviera en el cuadrito correspondiente…. Otro escollo serio era no poder llenar diariamente el registro de asistencia de los cinco alumnos que había en el aula…. Esas cosas me hacían sufrir pero nunca dudé de que eran pequeñas maldades que no afectaban mi labor ni mi relación con los chicos. Huelga decir que toda reunión que se proyectaba fuera del horario común coincidía con mis horarios de cursado en la facultad. Huelga también decir que jamás me otorgaron permiso para no asistir ni para preparar algún examen. Esos permisos me hubiesen correspondido pero como era reemplazante ni siquiera los solicité. En el primer cuatrimestre me quedé libre en todas las asignaturas. No es que no pudiera rendirlas, lo que ocurría era que no podía elegir el tema con el que se iniciaba el examen y que, inevitablemente tenía que pasar una prueba escrita además de la prueba oral. No me resultaba fácil conseguir los apuntes de las clases a las que faltaba porque vivía bastante lejos y no podía hacer coincidir mis horarios con los de compañeros que no trabajaban. Yo debía estudiar los fines de semana. Alguien me dijo que un muchacho, los varones eran pocos, tenía apuntes muy completos. Un día me acerqué y venciendo mi timidez se los pedí: mire señorita, no se los puedo prestar porque yo trabajo y también estudio los fines de semana…. Me sentía aplastada por un muro cuando, dirigiéndose al compañero que estudiaba con él le dijo: la señorita Vadell necesita los apuntes de clase, ¿te parece que nos reunamos con ella para estudiar? Llevaré la historia lo más ordenadamente que pueda pero para los ansiosos adelanto que hace cuarenta y un años que vivo con mi compañero de estudios, mi amigo, mi esposo, para más datos el padre de mis dos hijos y el abuelo de mis cuatro nietos. ¿Saben que dijo apretando mi mano cuando íbamos al Registro Civil? Dijo esto: “maldita sea mi mala letra, como pensé que nadie la iba a entender para leerte los apuntes te invité a estudiar conmigo y mirá donde estoy”

La carrera constaba en ese entonces de 36 asignaturas de las cuales Armando y yo rendimos 34 juntos. Ahora pienso que disfrutábamos tanto de estudiar porque sin saberlo estuvimos enamorados siempre, pero, insisto, no lo supimos hasta cuatro años después de haber concluido los estudios…. ¿lerdos? Puede ser. Creo que fue bueno que todo sucediera tal y como sucedió. Yo entré en la universidad cuatro años después de lo previsible porque, como ustedes ya saben no había escuela primaria para ciegos y cuando se creó ya era yo una adolescente. Armando también ingresó cuatro años después porque no pudo ir a otra provincia a estudiar matemáticas que era lo que deseaba hacer. Yo había decidido estudiar letras y un profesor de lenguas clásicas me convenció a último momento de que me inscribiera en filosofía porque esa disciplina me daría, según su perspectiva, mayor profundidad en mi formación. Armando iba a estudiar geografía y a último momento pensó que filosofía le daría…. Mayor profundidad en su formación. Los dos teníamos que acomodar las horas de estudio a las que nuestro trabajo nos dejaba libres. En fin, tenía que ser así ¿verdad? Sin embargo, él se interesó por, que yo sepa, dos compañeras de facultad: un amigo suyo me lo contaba todo. Y yo, bueno yo tuve un efímero noviazgo y un par de situaciones de flirteo… si él se molestaba no lo decía pero algo se notaba. Si yo me molestaba, tampoco lo decía y, supongo que también se me debía notar. El cursado no me presentaba dificultades insalvables; las dificultades las pusieron algunos profesores, por fortuna muy pocos. Todo anduvo pues bastante bien hasta cuarto año momento en el que las autoridades de la facultad advirtieron que en las fichas en las que constaba la opción: licenciatura o profesorado, yo siempre había anotado…. Claro que sí, profesorado. Otra vez la pesadilla. Admito que para mí no significaba lo mismo que negaran el derecho a ser profesora que lo que significara el hecho de que me impidieran ser maestra. Lo admito, pero sabía que no era justo, sabía que me iba a sentir avergonzada ante mí misma si permitía que me negaran el título. Se suscitaron hechos que tuvieron ribetes de crueldad y de una mezquindad difícil de comprender en una facultad de humanidades. Formó una comisión integrada por profesores de las asignaturas pedagógicas que tenía como mandato convencerme de que siendo una persona ciega no podía dictar clases: una vez más se confunden estrategias con aptitudes cognitivas, una vez más se atendió al hecho de que no veía olvidando que pensaba, y que era apta para comunicarme con el otro y para transmitir los conocimientos que había adquirido. De nuevo me punza el dolor de que a tantas personas que pierden la vista se les niegue el derecho de salvar dificultades y encontrar el modo de continuar desempeñando roles para los que son competentes. Lo cierto es que fui sometida a interrogatorios humillantes y estúpidos, tan absurdos que hasta podían resultar divertidos: ¿hace deportes? ¿Tiene amigos? ¿Se moviliza sola? ¿Quién se encarga de su arreglo personal? Y, finalmente, una profesora de didáctica bastante necia ¿qué tenés con Rodríguez? Naturalmente, Rodríguez es Armando. Se alegaba que: no podría escribir en el pizarrón, que los alumnos iban a copiar, que no podría dar clase si alguien con vista no me asistía en el aula, y, lo más gracioso…. No querían que hiciera las prácticas docentes porque les iba a dar pena bocharme…. Es decir, estaba reprobada de antemano. Me dijeron que si no estaba de acuerdo tendría que buscar un abogado. Lo busqué y lo encontré. Para colmo de males para estas micro mentes, elegí un abogado ciego…. ¿Cómo iba a defenderme? Mi entrañable amigo, Carlos Caparrós a quien había conocido en el congreso del que les hablé, viajó desde Buenos Aires. Nos citó el decano de la facultad y me ofreció una beca a Méjico a cambio del título docente…. Carlos pidió los fundamentos escritos que no presentaban más argumentos que los que les he referido y preparó un alegato que presentamos al rectorado de la universidad cuyo asesor letrado dijo, lo recuerdo aún hoy textualmente y con orgullo: “no quisiera litigar con este colega ni aunque yo estuviese en lo cierto, mucho menos puedo hacerlo cuando es él quien tiene la razón. Señorita Vadell, hágale saber que lo envidio por su claridad y su valentía”. Carlos había viajado varias veces una de ellas en avión, no pagué ni un céntimo, ni por los viajes ni por la estadía ni, claro está, por el increíble trabajo de Carlos. No piensen que esto es una cuestión baladí: Carlos dejaba sus compromisos por ayudarme. El telegrama que me envió cuando ganamos la partida rezaba. “la vida es lucha, vendimia y vino”. No, por supuesto que no lo he olvidado y ¿saben por qué? Porque no he querido olvidarlo. Su recuerdo me sirve cuando a alguna persona ciega le cierran los caminos.

Pensé que la historia terminaría con esta comunicación pero si quieren conocer más tendrán que soportar otra nota. Para todos los que reciben estos girones sangrantes y aromados de mi existencia repito el telegrama de mi amigo como augurio para el próximo año:”la vida es lucha, vendimia y vino”.en[1]. . Ser un adulto

 

 

Autora: Lic. Margarita Vadell. Mendoza, Argentina.

margaritavadell@gmail.com

 

 

 

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