Poemas de Eduardo Casar. (54)

 

 

otros mares eternos

 

Yo te tocaba a ti.

Tú me tocabas.

 

Desde el principio

nos tocamos.

Como el agua del río

que se junta

con el agua del mar

nuestra mirada

confundió sus corrientes,

las sales suspendidas,

y las temperaturas

se fueron acoplando.

 

Luego fueron las manos

y el centro de los cuerpos,

y tu respiración

se acomodó en la mía.

Y entró como en un guante

mi lengua en tu lenguaje.

 

Al principio fue el agua

que resolvió sus peces,

que fue cavando puertos,

socavando

paredes y montañas vestiduras,

que delineó el contorno

de sus playas comunes.

 

Después que todo pase,

quiero decir

después que pase el tiempo

y nos rebase

y estemos en el fondo

de otros mares eternos,

quién podrá distinguir

tu sombra de mi sombra,

qué red o qué cuchillo

separar nuestras aguas.

 

Yo te tocaba a ti.

Tú me tocabas.

 

 

 

- o -

 

 

 

los de arriba

 

En la fotografía

mi amigo Nelson Oxman aparece pensando; trae

dos o tres imágenes adentro del cerebro; aparece

con su reloj en donde no se alcanza

a ver la hora (ni tampoco las dos

o tres imágenes).

Y trae puestos sus lentes.

 

Hoy el reloj tendrá, seguramente, pila nueva,

y andará por allí marcando los minutos,

atado a un pulso cuya presión desconocemos.

 

Los lentes han de permanecer

en el cajón de alguna cómoda,

entre postales y cartas y más

fotografías. Aparentemente reposando.

 

Sus lentes, adaptados para complementar

la claridad de lo que Oxman miraba, fueron

una parte de su mirada.

La otra parte (sus ojos) ya son ceniza ciega.

Insoportablemente igual ceniza

que el hueso duro de su frente

y de sus parietales.

 

Una parte de la mirada de Nelson

se quedó engastada

en aros de metal que se articulan

sobre el puente de una

nariz que ya no existe.

Sin sus orejas finas,

las varillas de sus lentes

están ahora cerradas sin sentido y son

como brazos cruzados que no abrazan a nadie.

 

Fue exacta la refracción, el foco, lo convexo,

y fue el tejido exacto de ángulos cristalinos

para que la mirada de Nelson apreciara

detalles, quisiera

pelos y señales, amara

sobre todo ese lunar que amó

o aquella cicatriz imperceptible para otros.

 

Nadie podrá usar jamás

los lentes de mi amigo Nelson Oxman.

 

Y la tragedia

es que son irrompibles.

 

 

 

- o -

 

 

 

Los tatuajes

 

 

Sucede que yo no me enamoro.

Simple, infinitivamente

me tatúo.

 

Se me quedan

tus manos y tus voces

como una mordedura

permanente.

 

Se me contagia todo

del tatuaje,

la música, el olor

del mar privado,

lo que íbamos a ser

y nunca hicimos.

 

Basta la lluvia

y se me nota todo

 

Autor: Eduardo Casar. México Distrito Federal.

casarvel@prodigy.net.mx

 

 

 

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