EL FANTASMA.

 

La noticia había corrido por el pequeño caserío como un reguero de pólvora. En el único supermercado de la localidad, la comentaban las vecinas.

 

Había llegado un gran coche con una matrícula extranjera en el que viajaba un señor mayor y una pareja de mediana edad. Decían que ella era la señorita, una maestra que había estado enseñando allí durante un curso. El coche se había parado en la puerta de la fonda donde ella se había hospedado. Ahora estaban sentados con don Nicolás, el médico, y el viejo párroco en la terraza del bar del Cojo.

 

La del delantal azul lo contaba con lujo de detalles para todos las parroquianas que la escuchaban haciendo memoria. Entre todas iban reconstruyendo la figura y condiciones de "la señorita, a algunas de las cuales les había enseñado las primeras letras. A mí, más de una vez me dejó sin recreo hasta que no repitiera las faltas del dictado. Pues, conmigo y con Mariquita la del Huerto se quedó más de una tarde después que todas salieran y no me dejó salir hasta que no supe la tabla del ocho de un tirón; ¡pero ella también se tenía que quedar!

 

El dueño, mientras marcaba en la máquina registradora iba evocando las imágenes de aquellos años en que, soltero, buscaba en los alrededores una joven que cumpliera con sus expectativas de futuro.

 

Y fue entonces cuando apareció, como llovida del cielo aquella maestrita, inteligente, trabajadora y de buenas costumbres, según se había informado en la pensión donde se alojaba. Era bonita de cara y tenía un cuerpo armonioso, algo delgado, es cierto, pero lo peor era una leve cojera que ella trataba de disimular con gracejo. En fin, aquello no era nada y muy bien podía encajar en sus cálculos de futuro.

 

Recordaba como Se informó en la estafeta de correos, por si la señorita recibiera cartas que pudieran significar algún compromiso amoroso. Luego, aunque a distancia siguió sus pasos y seguro ya de no tener rivales, se presentó una tarde en la fonda para abordar el tema de forma seria. Ella salía en esos momentos, y la entrevista se malogró. Después fue incapaz de acercársele por ningún medio; pero no pudo dejar de observarla.

 

Alguien comentó que por aquel tiempo se aparecía un fantasma que recorría las calles a altas horas de la noche. Ahora su boca se distendió en una amplia sonrisa, recordando la noche que al regresar del almacén con unos toldos, quiso pasar por frente a su ventana, como tantas veces hacía y se vio sorprendido por Manuela la chismosa, y para que no lo reconociera se echó los toldos por la cabeza. nunca hubiera pensado el efecto que esto hizo a la mujer que salió gritando y tropezando con las casas, mientras a sus gritos se fue juntando un auditorio, entre el que él se encontraba con los toldos debajo del brazo, oyendo como andaba por allí un fantasma con los ojos chispeantes de llamas y una larga cola de plumas brillantes.

 

 

Ahora, Juan el del Supermercado que por fin se casó con la siguiente maestra y ya tiene cinco hijos, solo desea que baje pronto su mujer a echarle una mano, porque él tiene que ir al banco y de paso echará una mirada a la señorita, aunque sea de lejos. Como tantas veces.

ARRAYÁ.

 

Autora: Brígida Rivas Ordóñez. Alicante, España.

davasor@gmail.com

 

 

 

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