CHENTE Y LANDO.
Era un día domingo, 23 de Febrero de 1992, a primeras horas de la
mañana, camino a mi trabajo de telefonista de una base de Taxis, pasé, como
todos los días, frente a la Iglesia de don Rua.
- La enorme puerta de acceso estaba abierta.
- En instantes a través del éter, empecé a oír el balbucir del clérigo,
ofreciendo el pan eucarístico y el clamoreo, de la feligresía en misa.
- Era lo que mis oídos, alcanzaban a entender que procedía del interior
de la iglesia.
- Inesperadamente me detuve Perplejo,
-No sé exactamente por qué me detuve un instante.
En realidad, hubiera querido quedarme un poco más,
hasta hubiera querido entrar, pero sentí una especie de vergüenza y no lo hice.
Sólo me detuve un instante.
-Seguidamente escuché tartamudear una voz a la entrada.
-Acercándome incliné mi oído hacia adentro, escuché un acento de voz que
me era familiar.
Justo al paso de la puerta.
-Me acerqué a un lado de ella y levanté mi mano izquierda, haciendo mi
barrida manual, Detecté que habían algunos papeles sujetos con chinches.
Se me ocurrió que eran participaciones de próximas ofrendas, o listas de
bautizos. También había un afiche grande, lo imaginé a colores; con la carita
de un niño.
-Por un momento, “Lamenté la ausencia de la luz en mis ojos”.
-hubiese querido, que mi vista penetrase hasta el fondo para ver el
altar mayor.
-Me lo imaginé casi oscuro con un par de velas inmóviles y una lucecita
roja a la derecha.
-Me lo imaginé inmutable, fiel, siempre ahí, esperando que algún día, yo
entre, me acerque y me arrodille, aunque no fuese mas que para recordar.
-Saqué mi vista del interior de la Iglesia; y antes de poder reiniciar
mi camino, identifiqué el sonido de una temblorosa voz, de un hombre sentado en
el piso. ¡Convertido en un mendigo ciego! pidiendo limosna.
-Me quedé escuchándolo fijamente y él nunca lo supo, pero solamente
fueron unos inesperados segundos.
-Me aproximé, a un transeúnte y le dije, oiga, me puede decir:
-¿Cuál es el aspecto físico del ciego que pide?
-Señalando
a Lando.
-A lo que el transeúnte me respondió:
- haber le explico, además de no tener ojos,
¡Tiene la cara completamente
cubierta de marcas de granillos! Pienso que por no usar lentes oscuros, para
cubrir sus párpados arrugados, profundos y completamente cerrados; probablemente
los vendió, por eso nadie nunca más le dio otros; y nunca pensó que eso pudiese
llegar a ser necesario.
- Mientras, continuaba diciendo el transeúnte:- Detrás de él, apoyado a
la pared está su bastón, grueso, de madera, rugoso y con la parte de abajo
protegida por un perno grueso de hierro.
Junto a su bastón hay una bolsa de tela, inmunda.
-Me imaginé que en ella; habría pan Agrio y quizá una cuchara sopera de
metal, con sabor a cobre en la punta. Y nada más.
-También se me dijo que no había un niño guiándolo a su lado, ni un
perro con una cuerda en el cuello, ni una mujer acompañándolo. ¡A su lado no
había nada!
-presumí que tenía su mano medio estirada para pedir.
-Ahí estaba sentado, con la cabeza inclinada un poco hacia un lado y
meciéndola todo el tiempo como diciendo no, no, no, no.
-Y mientras escuchaba la voz del ciego, con los labios un poco
entreabiertos listos para decir:
“Dios se lo páaaague“.
-No supe qué
hacer, si darle una moneda, o, ¿porqué no?, un billete, o darle una palmadita
en el hombro y decirle ¡Que ondas Lando!, soy Chente, que estuvimos juntos en
Eugenia de Dueñas,
¿Me recuerdas?
-Decidí no
hacer nada.
Me prometí
volver... y también, entonces entrar en la Iglesia.
-Me puse a
caminar, sin poder todavía recuperar mi apurado paso habitual.
-Me sentí
cobarde y miserable.
No me gustó darme cuenta de que soy Ciego,
igual que Lando.
-En esta
pasada, me dí cuenta que hay individuos más ciegos que nosotros; como los
cientos, que pasan dejándole una piadosa limosna a Lando, que no logran
percibir justamente que él, es el mismo ciego, ¡que llega al mercado a vender
sus cestas artesanales!
-Nunca antes,
tan claramente,
me dí cuenta
que a mi alrededor en la calle, oí el sonar de la gente: apurada, despierta,
colorida, preocupada, todas caminando rápido y parpadeando con comentarios
estresantes.
-Me imaginé
ver vitrinas cristalinas llenas de fantasía.
-me imaginé
ver autobuses repletos, automóviles
brillantes, semáforos, kioskos con revistas de colores y a la gente caminando,
corriendo, saltando entre los autos en la calle.
Con su ataché, su alpina, su cartera; otros
con maletas, con periódicos bajo el brazo.
-Me Imaginé a
las parejas, caminando de la mano y sonriendo.., recorrí apenas cien metros,
donde a cada paso, escuchaba cuatro vendedores, corriendo contra todos, con sus
diarios en el hombro y a veces en la cabeza sujetos con una mano. y gritando
las noticias.
Tuve la clara
sensación, de que todo esto es absolutamente compacto; todo, absolutamente
todo, está lleno de luz, de color, de ruido, de movimiento.
No hay nada
vacío... todo está completamente empachado y ya no cabe nada. Sin embargo, cada
vez hay más ruido, más color, más luz, más saturación.
-Y entonces,
recordé al Ciego de la Iglesia:
Él está aparte
de todo esto. Pensé.
Él está aparte
de este mundo. Él no participa.
-Tontamente
recordé entonces, que en el espacio hay también brechas tétricas en las cuales
no hay nada.
-Volví a ver,
con la imaginación la 23 calle poniente, frente a Don Rua.
-Por un lado,
la presión de la gente, del movimiento, del ruido, de la pasión, la ofuscación,
el apuro y la angustia; en el ritmo sobrado del vaticinar de la vida.
-Apenas pasaba
la puerta de la Iglesia, percibí,
la paz, la tranquilidad,
el silencio espeso y oscuro,
el olor a oración y misa, a la gente
susurrando.
- Y en la
puerta, un hombre sentado en el piso,
casi inmóvil, ¡balanceando la cabeza
interminablemente! ...
-Detrás de
esos párpados, eternamente cerrados.
- Me imaginé
un espacio enormemente grande, casi sin fin, negro, completamente transparente,
sí negro... algo como una caverna enorme, inmensa,
¡Absolutamente
vacía, llena de nada!, totalmente en silencio y en ella únicamente miles de
recuerdos etéreos, sin consistencia, sin color.
-de un eco
altísimo, silencioso, que al final de ese espacio eterno, existe, únicamente el
hombre gris; con los párpados apretados y la cara marcada, balanceando
eternamente la cabeza, con su caverna oscura por dentro y con los labios
entreabiertos, prestos a decir:
“Regáleme una
monediíiiihíiiiiiiiiiiiiiiiiiita”.
“Dios se lo páaaague”.
Autor: JOSÉ VICENTE ESCOBAR. San
Salvador, El salvador.