-Se puede.
-Muy señor mío, es un honor, voy a
quitar el sombrero. Ya se me cayó.
-Al mejor mono se le cae el zapote.
-Dicen que eso nunca lo dijo Homero, que mucho menos la
palabra zapote porque es una fruta tropical y aún no existía para esos
años.
-Andan por ahí muchas frases que la gente se las acomoda a
grandes personajes para darles validez.
-Ahora hasta citas de la Biblia se
las atribuyen a Coelho.
-¿A quién?
-Es un escritor de esos llamados
“ligth”.
-Como dijo Pitágoras, “al que le cae el guante que lo plante”.
-No, ese dicho es de Casus Clei,
Pitágoras lo que dijo fue: “Al perro flaco se le pegan las pulgas”
-Lamento contradecirlo, yo leo bastante y
ahorita no tengo ningún apunte y usted sabe que no me gusta eso de la Internet
para buscarle, pero Pitágoras sí dijo eso; otro dicho que me gusta es el de un
indígena, Aconcagua: “Mi pueblo se perdió por falta de conocimiento”.
-Mejor ni peleo, pero no sea
egoísta, ese dicho no es ni de Aconcagua ni del indígena tico Cocorí, ese
dicho es de mi abuelo Rotilio que fue jefe político en la Reserva Indígena
de Arenal, en San Carlos.
-¿En serio? Con razón desde carajillo lo oigo, yo soy de esas
llanuras.
-La gente de esos años, los filósofos y pensadores sí eran
cargas, es que leían mucho.
-¿Y a quiénes leían?
-A otros como ellos.
-Usted sí sabe camarada.
-La escuela de la vida.
-Usted ha viajado bastante, ¿verdad?
-Un poco, y en las ciudades famosas ponen placas de las
frases que sus coterráneos dijeron, vea esta que leí en Cuba, del famoso
libertador de ellos: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”.
-Ummm eso es muy filosófico.
-Ah sí, hay que rumiarlo: esa frase sirvió para conquistas,
es que tiene un trasfondo.
-Por supuesto amigo, hay frases
célebres y otras que sin ser dichas por próceres, tienen la esencia de la
vida.
En la India pasaba meditando al
igual que lo hice con los monjes del Tíbet y sabe que, no había gran diferencia
con mis amigos guatemaltecos que heredaron la sabiduría de los Mayas.
Viajar es vivir y permitirle al
espíritu tomar lo mejor de cada lugar, celebro la valentía de los Incas, la
determinación de los esquimales, me inclino ante la belleza egipcia y reposo en
las tranquilas aguas del Pacuare.
-Mire, hasta se me salen las babas de oírlo, qué gusto da
sentarse a la par de una persona tan ilustrada como usted, yo no he viajado
tanto, pero he leído mucho y dicen que con los libros también se viaja.
-Ah claro, el conocimiento y la imaginación son poderosas.
-La semana pasada leí sobre los viajes de Marco Polo.
-Marco Polo sí, estuve frente a la estatua que hay en
su honor, impresionante.
-Qué dichoso, pues le decía, leí que una de las estrategias
que usaba en sus viajes eran las mismas que usaron los Samuráis en el Japón
antiguo.
-Yo tuve una experiencia de tres meses internado en montañas
japonesas viviendo con samuráis.
-¿Todavía existen?
-Claro, pero el acceso es limitado, mañana le cuento de eso.
-Me estoy acordando de un refrán: “dormir la mona”, ¿usted
sabe quién lo dijo y por qué?
-“Dormir la mona”... mire, esa frase
la he escuchado con algunas variantes en Centroamérica y en algunos países del
sur que se refieren a dormir la mona o dormir la cruda, cuando una persona en
estado de ebriedad, opta por ir a acostarse.
Pero cuénteme, ¿cuál es el origen?
que no solo a Tarzán le interesan las monas.
-Va usted muy bien, camarada, no anda perdido, bueno un
hombre de mundo de su categoría…
Vea, esa frase nace porque en la época feudal -en España-
les daban a los monos aguardiente para ver su reacción.
Hablando de experimentos con animales, conocí un elefante
blanco, en la India, que hablaba.
-No me extraña, le voy a contar una
anécdota que solo refiero a personas sensibles como usted, de lo contrario,
pasaría por mentiroso o mentalmente desequilibrado.
Ah, que conste que me sucedió en la
misma zona donde ocurrió el acontecimiento más importante de mi vida.
-Cuente, cuente que ya estoy
ansioso.
-Nos fuimos a Ecuador a un encuentro
mundial de Esperanto, nunca me los pierdo porque así practico esa lengua que ya
tendría que ser de dominio universal.
Un amigo arqueólogo, me invitó a
visitar tres reservas indígenas y uno de los días más extraños de mi
existencia, me recosté al pie de un árbol donde me quedé profundamente dormido.
La expedición partió sin mí y por la
noche, cuando abrí los ojos me maravillé con ese milagro de la naturaleza.
En la copa del árbol estaba posado un gran cóndor, alrededor aves de todos los
tamaños, especies y colores lo miraban.
A penas podía dar crédito a lo que
veía, cuando una imponente voz surgió de aquel cóndor.
No supe qué decía porque era una
lengua nativa, pero se escuchaba como surgir de un poderoso equipo moderno de
amplificación y como si surgiera de las entrañas de la montaña.
Un rato más tarde, alzó vuelo, poco
a poco sus súbditos hicieron lo mismo y me quedé ahí sin poder moverme.
-Vea la piel de gallina, me acaba de entrar un hielo por
todo el cuerpo.
-Yo le dije, este relato es solo para gentes sensibles.
-Y yo que creí que lo del elefante no me lo creería nadie
-Me acordé de otro refrán, dice así: “No se trata de ser el primero, sino de llegar con
todos y a tiempo”.
-Seguro lo dijo un atleta, de juegos
olímpicos.
-No, la madre Teresa de Calcuta.
-Pero yo llegué con todos y fui
el primero en su vida.
-¿En la vida de quién?
-De ella, ah, es que le dije que en
ese lugar me sucedió lo más extraordinario de mi vida y no se lo relaté.
El grupo partía de la reserva en
tres días, pero yo me había enamorado de una morenita preciosa.
Con ella me bañaba desnudo en las
cristalinas aguas del río sagrado, recolectábamos plantas curativas,
preparábamos los tintes para los trajes ceremoniales.
El día de la partida, no fui capaz
de abandonarla. Le prometí que ella sería mi mujer para toda la vida.
No quiso salir de su tierra y yo la
comprendí, quedamos en que yo arreglaría todas mis cosas y en tres meses
regresaría.
Estuvo de acuerdo y antes de partir,
nos besamos bajo el árbol del cóndor, porque así lo bauticé.
Ahí la encontraría a mi regreso.
Tres meses después volví al lugar, pero en el lugar del árbol, había un
templo indígena, me extrañó mucho porque era una construcción centenaria,
bueno me dije, estoy tan enamorado que no veo un templo aunque lo tenga frente
a mis narices.
Entré seguro de encontrarla ahí y en
efecto, estaba de pie en el altar, rodeada de flores.
-Ummm... le confieso que esperaba un
final más emocionante, no sé diferente tal vez.
-Es que no he terminado amigo, solo
déjeme tomar aire para poder terminar esta historia real de mi vida.
Decía que ahí estaba rodeada de
flores, pero su tamaño no excedía una cuarta de estatura y no era de carne y
hueso.
-¡¿No!?
-No querido amigo, era una
estatuilla de piedra, del mismo tamaño y color que algunas vírgenes de la
religión romana en América Latina.
-¿Y entonces, qué hizo usted?
-Por unos días vagué por esas
montañas buscándola hasta que las fuerzas me abandonaron. Parece que unos
investigadores me encontraron delirando y me trajeron al país en un avión de
las fuerzas aéreas ecuatorianas.
El resto ya lo sabe, me internaron
aquí donde por las tardes, echo a volar mis pensamientos encabezados por ella,
como si del cóndor se tratara y los otros
pensamientos la siguen detrás como las aves
del árbol.
Autores: Roberto Sancho
Álvarez. San José, Costa Rica.
Y
Vanessa González Cruz. San Carlos, Alajuela,
Costa Rica.