¿Qué es incluir?
En realidad, más que hablar o que preguntarnos qué es
incluir, debemos preguntarnos qué es “estar incluido”. Sí, todos “estamos” en
una familia, en una escuela, en un ámbito laboral, en una iglesia, en una plaza,
en un hospital. Todos estamos, es cierto, pero es necesario que se hable de
“inclusión” porque a veces “estar” solo quiere decir que se ocupa un espacio.
¿Qué es incluir? es que la persona sea en el espacio en el que está, una
presencia participativa, un elemento más del conjunto del que forma parte, pero
un elemento significativo y como cada elemento del conjunto, único.
No podemos caer en la ingenuidad de creer que la
discapacidad del niño que adviene con ella o la que alguien contrae de manera
paulatina o repentinamente no alteren el conjunto.
Esto no debe causar extrañeza: si todo hombre conoce su
condición de mortal y casi nunca se halla preparado para asumir la muerte Cómo
va a sorprender que la discapacidad, vamos a ocuparnos de la que conlleva la
ceguera que no está concebida ni siquiera como una posibilidad remota para la
mayoría de los seres humanos ocasione una perturbación emocional y una
conmoción existencial que se parezca a un terremoto.
El vocablo terremoto es el que mejor se aplica porque de
todos los fenómenos naturales es el que más sorprende. Puede intentarse alguna
precaución anticipada pero no se conoce el momento ni las circunstancias en las
que se ha de presentar, por tanto, hay que adaptarse, acomodarse a lo acaecido,
hay que aceptar que algunas cosas se habrán perdido totalmente, otras se podrán
recuperar y habrá que encontrar nuevas formas para continuar viviendo, nadie se
llame a engaño, nada será exactamente igual después del terremoto.
Yo sé, no puedo ser la excepción, todos sabemos que en la
vida de una persona ciega debe haber instancias claves para que sea lícito
hablar de su inclusión. Si se trata de un niño o un joven la instancia
educativa parece ser insoslayable, y, en efecto, lo es. Si se trata de una
persona adulta la instancia laboral es la que no debe ser eludida, y, en
verdad, esto también es cierto, luego se agregan otras instancias que aunque
aisladas semejen ser menos importantes, en conjunto no lo son: la información,
la recreación, la participación ciudadana y el derecho a la actuación en
política…. Supongo que según las necesidades de cada individuo se puede
mencionar un largo etc. Pero, ustedes ya me van conociendo. De estas cosas se
ocupan los abogados, los sociólogos, los que ocupan un lugar en la función
pública o militan, por decirlo de algún modo en instituciones privadas, yo
prefiero ocuparme de esos pequeños actos inclusivos que por ser tan simples y
cotidianos son los que hacen más vivible y bella la aventura de existir.
Lamentablemente, y con intención de contrastar debo a veces mencionar actos y
situaciones adversas pero del contraste surgirá tal vez un sendero más
apropiado para alcanzar el grado de plenitud al que cada uno esté destinado,
ahora que para comunicarme con ustedes
me pongo a pensar advierto que en mi existencia ocurrió algo bastante
paradójico. Como les dije ya, cuando era niña interactuaba sólo con personas
ciegas adultas, o, al menos mucho mayores que yo y cuando adulta interactué
básicamente con niños ciegos. Tal vez eso me dé una perspectiva algo extraña.
No es desde luego que al ser adulta no tratase con personas que también lo eran
pero creo que siempre los sentí como cuando era pequeña y me parecían tan
grandes que no podía dejar de admirarlos. Esa fue la causa y lo sigue siendo de
que no pueda entender que a quien pierde la vista se le cambien roles, se le
impida ejercer las actividades para las que se había preparado o, y esto es lo
más insoportable para mí, que se lo puerilice, he conocido esposas que cuando
su esposo pierde la vista lo convierten en su hijo; madres que encogen a su
hijo hasta dejarlo en una permanente niñez; profesionales a los que no se les
da la ocasión de trabajar en su profesión porque en vez de procurar los medios
adaptativos para que lo haga se omiten sus conocimientos como si esos
conocimientos se hubiesen perdido con su vista. También he conocido niños a los
que no se les otorga su derecho fundamental: el de jugar.
Nací en un mayo lluvioso, como la famosa Revolución de 1810,
aunque juro que no soy de esa época. El parto de mi madre como casi todos los
de las familias humildes de ese tiempo se produjo en la casa y la casa era
vieja, y, en las casas viejas casi siempre hay goteras. La abuela cubrió con un
hule la cama en que mi madre y yo seguíamos muy juntitas como no queriendo
separarnos me acunó el ritmo de la pobreza con la melodía del amor. De esa
canción recibí cosas muy importantes: la pobreza me enseñó a no hacer depender
los éxitos puramente de los recursos económicos, a saber que el esfuerzo y las
estrategias alternativas también ayudan. El amor me enseñó que su verdad es la
única fuente de inclusión por la que vale la pena luchar.
¿Quieren algunos ejemplos? Ahí van. Desde que supieron que
su niña no veía mis padres comenzaron, tal vez sin demasiada conciencia a
remediar lo que se iba presentando, y lo que presumiblemente se presentaría
como derivación de la falta de vista, por fortuna Francisco y Francisca, claro,
mis padres estaban siempre en casa: mamá era de verdad ama y el ama de la casa.
A las tareas propias de esa función le agregaba: la preparación de conservas,
la siembra de algunas hortalizas, la crianza de gallinas, patos y alguna vez de
conejos, el amasado del pan que se consumía en la familia, las riquisísimas
ensaimadas mallorquinas y un largo etc. en el que no faltaba el armado de
colchones de lana y de almohadas de plumas, el hecho de que papá,, peluquero y
en aquel entonces también barbero … atendía su peluquería. ¿Qué tiene esto que
ver con el crecimiento de una niña ciega en el hogar? Ya lo verán.
Mis dos hermanos mayores estaban en la escuela, yo en la
cocina con mamá. Siempre había encargos para mí: pelar arvejas y descarozar
damascos; romper un huevo y batirlo; poner pancitos en moldes pequeños i eso
era maravilloso. También me parecía maravilloso cortar algún tomate o las
flores con que se adornaría la mesa si había alguna reunión familiar. Pero lo
más hermoso, lo que más me gustaba era que a la tardecita preparaba yo solita
el afrecho para los patitos…. Mamá decía que el afrechillo suavizaba las manos,
ya viene la humedad en los ojos: tengo cinco o seis años y hundo hasta las
muñecas en el agua tibia y revuelvo el afrechillo mientras pienso que les va a
gustar mucho a los patitos; era cierto, las manos me quedaban muy suavecitas.
No, no todo era lindo: mamá me hacía ayudarle a pelar las aves, yo no quería
porque sabía que las habían matado, ¿saben? No como carne de ave. La cuestión
acabó cuando en su afán de hacerme conocer las cosas mi madre me mostró la
tráquea de una gallina y casi me desmayé. Papá dijo que no se me obligaría a
tocar nada que me pudiese resultar desagradable, porque, decía él, no es lo
mismo tocar que mirar…. Simple y sabia observación que a menudo se olvida.
Trabajara en casa fue
decisivo. Era un hombre apasionado, a veces en demasía por la política. Cuando
mientras afeitaba a un cliente y hablaba de Perón lo dejaba con la cara llena
de espuma y decía “ya vengo”, antes de que protestara el sorprendido espumoso,
algún otro que ya conocía a don Pancho le decía: no te preocupes, va a darle un
beso a la nena y vuelve, así era…. Entraba a la casa, me tomaba en brazos y
diciéndome: dame un bito (besito que yo apocopaba) regresaba a la peluquería
muy tranquilo. Su caricia me devolvía esa paz que una niña ciega pierde con
frecuencia, porque no han querido jugar con ella, porque se pegó en la pierna
con una maceta, porque no la dejaron usar la tijera, bueno, al menos esos eran
mis dramas de aquellos años. Su preocupación fundamental era que yo hiciese
poco ejercicio físico, por eso, al concluir su tarea diaria me tomaba de la
mano y corríamos alrededor del patio; a mí me encantaba porque cada día dábamos
más vueltas y eso constituía una superación. Por la noche, buscaba en la radio
los programas de preguntas y respuestas, las emisoras que transmitían buena
música (tango, flamenco, música culta con la que a veces se adormecía), y lo
mejor de todo: los cuentos de hadas que se leían por la BBC de Londres y que le
costaron alguna regañina de mamá porque aún en pleno invierno me envolvía en me
sacaba de la cama y me envolvía en una manta para que no me los perdiera…. Pero
lo que nadie imagina es que gracias a mi padre alguien le puso el cascabel al
gato.
A mí me gustaban más
los animalitos que otros juguetes y tenía un gato superregalón al que papá, en
homenaje a su profesión le llamó Fígaro. Bueno, Fígaro se me escapaba y yo
lloraba porque no lo podía encontrar. Adivinaron, le colgó una cintita al
cuello y le puso un cascabel. Pues bien, el gato se hizo famoso en el barrio y gracias
a eso lo recuperamos cuando se perdió. Ese día yo no tenía consuelo y menos aún
cuando me explicaron que seguramente había encontrado una novia y se iría, tal
vez muy lejos a vivir con ella, cuando se casara, por supuesto. Era muy tarde
así es que nos habíamos acostado todos cuando golpearon a la puerta. Mamá no
quería abrir la pero una voz de hombre dijo: soy el sereno de la bodega y
traigo el gato de la nena. ¿Quién no lo hubiese conocido si era el único gato
con cascabel? Me encantaba el circo y los parques de diversiones en los que
papá tenía que subirse a los juegos para que yo no tuviera miedo. Claro que
había problemas. Yo quería hacer las compras como lo hacía mi hermana. Me
decían que ella era más grande pero no me conformaba: un día mamá me dijo que
fuera a lo de doña Adela a comprar algo, creo que un paquete de manteca,
cualquier cosa menos una botella… el almacén de doña Adela estaba en la esquina
y no había que cruzar ninguna calle: sí amigos, tomé mi triciclo y partí. Doña
Catalina me dijo que me acercara más a la pared y la señora María me saludó. De
regreso dije que quería hacer las compras todos los días y así fue… le dije a
mamá que las vecinas siempre estaban en la puerta: claro, me contestó, les
gusta mucho charlar. Después lo supe: la pícara Francisca les avisaba que yo
iba a hacer las compras y las vecinas se constituían en tramposo ángeles de la
guarda. Me enteré de esto cuando en vez de causarme dolor por los cuidados que
había sido necesario tener conmigo experimenté u un sentimiento de gratitud por
la alegría que había significado mi exitosa aventura.
Como no teníamos ningún aparato para escuchar música, salvo
la radio en la que ponen lo que las emisoras quieren y no lo que quiere uno,
papá compraba un cancionero que se llamaba” el alma que canta” y con una voz
que no sé si era buena cantaba para mí las canciones que más me gustaban. Entre
esas canciones había una que yo no supe de donde sacó: dejaba un ratito la
peluquería, me tomaba en sus brazos y cantaba:”cuando la luna toma su manto
Y el firmamento viste de azul
No hay lucero que
brille tanto,
Como los ojos que
tienes tú”. Le pregunté a mamá porque cuando papá cantaba esa canción sus besos
estaban mojados, me respondió sin dudar, porque es un sonso…. Los juegos con
mis hermanos eran una gloria. Con mi hermana, mis primas y algunas vecinitas
nos disfrazábamos y jugábamos a las visitas. Mamá nos dejaba sacar un mantelito
y ponerlo sobre un cajón invertido que hacía las veces de mesa; mi hermana
tenía un jueguito de té de porcelana, y Francisca, como si no tuviera nada que
hacer, preparaba buñuelos, bizcochos y hasta papas fritas para que festejáramos
los cumpleaños, el bautismo o la comunión de las muñecas. Pero, ni esas
maravillosas fiestitas me consolaron cuando escuché que mi tía le dijo a mi
madre que no me llevara al cumpleaños de mi prima “porque le va a dar lástima a
los chicos y se van a poner mal”. Mi madre no contestó, no sabía que yo había
oído: esa es la primera mentira que recuerdo. Me duele la panza dije cuando mamá
decidió que tampoco fuera mi hermana. Ante ese dolor de panza ya no había
problemas.
Desde luego que me pasaron muchas de esas cosas pero no
fueron las cosas decisivas: las decisivas fueron las otras, esas en las que
ocupé en la familia el lugar de la hija menor a la que había que proteger y
cuidar porque no veía pero a la que, por sobre todo, había que darle una vida
participativa en la vida del hogar. ¿Se entiende? La inclusión no es un hecho
automático, algo que se da sin más, como si no hubiese existido el terremoto.
Cada familia vive la situación de manera diferente pero
ninguna puede ni debe dejar de hacer cuanto es requerido para que el niño
crezca sano física y psíquicamente. He tenido alumnos que a los nueve años no
conocían un choclo, a los trece no sabían como era una cebolla y jamás habían
tomado en las manos un racimo de uva porque siempre les daban la porción que
iban a comer. He conocido personas adultas a las que se las ha hecho comer a
parte cuando “había VISITAS EN LA CASA”….
PIENSO QUE NO DEBE ENTENDERSE LA INCLUSIÓN SÓLO COMO LA
PARTICIPACIÓN DE LA PERSONA CIEGA EN LA FAMILIA; ES MUCHO MÁS QUE ESO: LA
FAMILIAdebe también participar en la vida de quien es parte de ella aunque no
vea. Es demasiado frecuente que los amigos de la persona ciega no sean amigos
de sus hermanos y viceversa. Es natural que eso suceda en razón de intereses o
edades distintas pero es triste que suceda porque el ciego tiene amigos ciegos
y el que ve sólo tiene amigos que ven. A este propósito quiero contarles una de
mis experiencias más enriquecedoras, bueno, a lo mejor les cuento dos, como en
la zamba”se va la primera”.
Ya les he comentado que en mi infancia estaba relacionada
con personas adultas y también les he hablado de la señorita Celina. Ahora van
a vivir conmigo una pequeña historia hermosa.
La señorita Celina tenía 49 años y una madre de esas de las
novelas que no quieren que su hija se enamore. Celinita, como decía su mamá, se
enamoró de un señor viudo. El romance tenía que mantenerse a escondidas, a mí me
tenían multada para que no dijera que él la iba a esperar cuando ella salía de
darnos clase. Francisca, como no, era la protectora…. Con grandes enojos de su
mamá y a instancias de la mía, la señorita Celina se casó.
La “joven pareja” se fue a vivir a un lugar bastante
alejado. No sé como se armó el grupo que la visitó un domingo, lo que sé es que
muchos domingos el grupo se trasladaba de casa en casa: paso a contarles
quienes eran sus integrantes y cuales sus actividades.
Don Esteban: había perdido la vista porque al encontrar a su
esposa embarazada de ocho meses en un acto de infidelidad la mató. Cuando se
pegó un tiro para suicidarse quedó ciego. No fue a la cárcel porque se
consideró que ya había punido su crimen y porque tenía un hijito de solo cuatro
años. Era manso y bueno, sus empanadas eran exquisitas y jugaba al truco en
pareja con su hijo.
Ángel, Angelito o el Cholo era el jovencito que me llevaba
diez años: tocaba la mandolina, el piano y el acordeón, cantaba y componía
música, lo acompañaban sus padres.
Elio había perdido la vista a los trece años y se había
educado en Buenos Aires, esto le daba para nosotros un gran prestigio.
La cenota Celina y su esposo que tomó el primer contacto con
personas ciegas gracias a ella; también componía música, es decir, comenzó a
componer cuando se enamoró de nuestra amiga. Las canciones se llamaban: “tu
naricita” “tus manitos” etc. Ella las tocaba en el piano.
Eran también de la partida los padres de Elio, los míos y
mis hermanos.
Los hombres jugaban al truco, las mujeres preparaban cosas
ricas y charlaban, todo, comida y charla era abundante; más tarde se hacía
música.
Una de las casas tenía piso de tierra, la mía era bastante
fría pero fresca en verano, otra era muy pequeña pero nada importaba; mamá
llevaba el pato asado, don Esteban y la madre de Angelito las empanadas, la
madre de Elio y Celina se encargaban de las cosas ricas.
Esta maravilla terminó cuando la mamá de la señorita Celina,
ya enferma, le exigió que se separara de su esposo para cuidarla. ¿Saben? La
señorita Celina murió y su madre la sobrevivió bastante tiempo. Ya ven, la
ceguera no fue causa suficiente para que el grupo se formara ni para que se
disolviera.
La segunda experiencia quedará para otra ocasión si es que
tienen el coraje de volverme a invitar a participar de la revista.
No quiero sacar conclusiones. No sé si sabría sacarlas.
Prefiero reiterarles la pregunta para que todos busquemos una respuesta que si
no es definitiva, será al menos un intento:
Autora: Lic. Margarita Vadell. Mendoza, Argentina.